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viernes, 5 de octubre de 2018

Capítulo Cero: El Incidente

Seguro que muchos de mis lectores habituales, incluso entusiastas, se han sorprendido de mi - relativo - silencio en la Red durante estos últimos meses.
Frente a mi casa, en la primera visita desde Abril,
el lunes 24 de Septiembre.

Desgraciadamente, lo cierto es que sufrí un Incidente de salud a primeros de Abril, que todavía me tiene convaleciente, en rehabilitación. Os lo voy a contar.

Los primeros días de Abril no me encontraba muy bien, y hacia el fin de semana del 7 y 8, claramente sufría de accesos de fiebre alta, incluyendo temblores y escalofríos. Debería haber ido a Urgencias, pero practiqué la palabra más utilizada en España: mañana. Como me encontraba mal, esperé al día siguiente a ver si me encontraba algo mejor, para afrontar la visita al Hospital.

Los síntomas me recordaban a un episodio ya bastante remoto. Comiendo un día con un amigo, hará ya casi veinte años, me dio un acceso de fiebre de parecidas características al que estaba sufriendo. El amigo me llevó a Urgencias de La Paz, y allí me diagnosticaron una prostatitis aguda. Pero el tema no pasó a mayores, la fiebre cedió, me volví a casa y de aquello nunca más se supo.

Pero, finalmente, el lunes 9 me desperté con una desagradable novedad. Por algún motivo que entonces desconocía, mis pies estaban totalmente insensibles, como dormidos, como si anduviera sobre una espesa capa de corcho.

Pasé el día como pude, intentando ponerme presentable para poder ir a Urgencias sin dar excesiva pena. Finalmente, avanzada la tarde, llamé al 112, para que una ambulancia me recogiera en casa y me llevara a Urgencias del Hospital Ramón y Cajal.

El traslado tuvo que hacerse en silla de ruedas, y finalmente llegué al Hospital pasada ya la medianoche.

Como es habitual, en Urgencias me riñeron por haber esperado tanto y les avancé mi sospecha de que pudiera estar sufriendo, de nuevo, una prostatitis aguda como la de años atrás.

Pasé rápidamente a ser patrimonio del Hospital, sin capacidad alguna de toma de decisiones. Me pasé un par de días en la UVI, donde algún doctor me advirtió de que mi situación al ingreso era extremadamente grave, y que podría haber evolucionado a una sepsis (o, antiguamente, septicemia), de imprevisibles resultados. Eso sí, la UVI comodísima, hasta con un televisor de pantalla plana, donde pude ver el desastre de la eliminación del Barcelona de la Champions por la Roma.

Me trasladaron a una habitación individual de la zona de Urología (la 628, lo recuerdo por ser dos veces pi, pi-pi, salvaje ironía). Claramente, mi problema era una infección urinaria de caballo, que no acerté a tratar a tiempo.

Las enfermeras - y también algún enfermero - me reñían por no andar más, pero yo no podía mantenerme en pie, dada la gruesa capa de corcho que recubría mis pies. Finalmente, tanto ellas como los doctores - y también alguna doctora - comprendieron que mi único problema no era la infección en sí.

En la habitación había un pequeño baño (lavabo, taza, bidé) y la ducha estaba a unos 10 metros por el pasillo. Con un andador y alguna ayuda pude llegar a ella los primeros días. Desde mi ingreso, llevaba una sonda urinaria, con la correspondiente bolsa externa, que dificultaba adicionalmente cualquier movimiento.

La situación se agravó cuando localizaron en mi intestino - creo recordar - unas bacterias inocuas, pero resistentes a los antibióticos habituales. La sección de epidemiología del Hospital decidió que había que evitar la expansión de estas bacterias, por lo que decretaron un cierto aislamiento en mi habitación. Nunca acabé de entender el tema. Si eran inocuas, ¿para qué tantas precacuciones?. Pero los protocolos son sordos y ciegos. Se aplican y punto.

Este aislamiento ya me forzó a realizar un aseo precario en el baño de la habitación. Además, obligaba a que cualquier visita debiera ponerse una bata y unos guantes desechables, antes de entrar a mi habitación. En fin, un engorro brutal a añadir a la situación ya delicada.

Coincidió que me tocaba visitar al peluquero cuando ingresé en Urgencias, con el hecho de que decidí que afeitarme era una tarea demasiado compleja, en mis condiciones. Tras un mes de estancia, mi apariencia era parecida a la de un náufrago recién rescatado de su Isla de Robinson. Con largas greñas y una barba sal y pimienta, que me recordaba lamentablemente a Rajoy.

Tras montones de bolsas de antibióticos, diversas pruebas y una cirugía perineal, la infección se fue venciendo y, finalmente, más de un mes después de haber ingresado, me dieron el alta hospitalaria.

Pero el problema es que seguía sin poder ponerme en pie ni caminar, y en esas condiciones era imposible poderme trasladar a mi casa.
Un pequeño homenaje tras uno de los primeros paseos por
la calle, en el San Ginés junto al Mercado de Prosperidad.

Tras un consejo de familia con mis hermanos, llegamos a la conclusión de que la mejor solución, para lo inmediato, sería ingresar en una Residencia que me asegurara los cuidados cotidianos (ayudas para levantarse, acostarse y ducharse, comidas, cenas,...) y donde pudiera tener una atención profesional de fisioterapia, para así poder llevar adelante una fase de rehabilitación, que podía durar unas cuantas semanas o varios meses.

En mis últimos días en el Hospital, conseguimos que uno de los Urólogos nos explicara el origen del problema. La fuerte infección con que ingresé, de forma directa o indirecta a través de un pico absolutamente anormal de azúcar - por encima de los 800 - había atacado al sistema nervioso periférico, dejándome los dos pies prácticamente insensibles. El deterioro de alguna zona de los nervios que reciben las sensaciones de los pies y que les envían las órdenes de movimiento, me había dejado en la situación en que me encontraba. El daño debería poder corregirse con el tiempo, mediante la regeneración de esos terminales nerviosos. Pero ese proceso resultaría inevitablemente lento.

El Urólogo no se atrevió a dar plazos, pero, posteriormente, un fisioterapeuta me confesó que no es descabellado pensar que una reinervación de este estilo pueda llegar a tardar uno o dos años desde la fecha del Incidente.

Tras diversas gestiones, el 16 de Mayo ingresé en una Residencia de Mayores cinco estrellas, en un barrio céntrico de Madrid. La elección tuvo en cuenta varios factores. Por supuesto, los servicios prestados, que incluían un gimnasio de fisioterapia con varios fisioterapeutas diplomados. Pero también el que el lugar fuera céntrico y fácilmente accesible tanto en transporte público como en coche privado, para facilitar las visitas de familiares y amigos, que contribuyeron a hacerme la estancia mucho más llevadera.

Así, fui avanzando desde la silla de ruedas inicial, a deambular ya con ayuda de un andador (caminador, o - familiarmente - taca-taca) y luego con una sola muleta.

En Septiembre, cuando me podía mover con cierta soltura con una muleta, tanto en recorridos interiores como en algunos paseos por la calle, resultó claro que ya podía trasladarme a mi casa, donde debería seguir con tratamientos de fisioterapia al menos algunos días cada semana, durante el tiempo que fuera preciso, hasta la total recuperación.

El lunes 24 de Septiembre visité mi casa, con un amigo, por primera vez desde que salí hacia Urgencias en el mes de Abril. Mi amigo coyantino se encargó de instalarme un par de asideros en la bañera, para facilitar el equilibrio durante la ducha. Y el viernes 28 me trasladé definitivamente, abandonando la Residencia.

(Este es uno de mis paseos con la muleta por el jardín de la Residencia)

Ya he contactado con el Centro de Fisioterapia de mi barrio, y la próxima semana empezaré sesiones de una hora los lunes y jueves. Por casa me manejo bien, con la ayuda de la muleta para los desplazamientos, pero los pies y las piernas me sostienen sin problema y la única limitación real, al no haber recuperado todavía en su integridad el comando sobre el juego de tobillo, es el equilibrio estático, para el que necesito un punto de apoyo adicional a los dos pies. Puedo andar sin necesidad de apoyo adicional, pero con la torpeza de un bebé.

Ahora toca esperar y tener paciencia (la gran palabra que me ha acompañado como enseña ineludible en los últimos tiempos). Confío en una total recuperación, pero eso puede tardar todavía algunos meses más. Pero, de alguna forma, he recuperado una vida prácticamente normal, sólo con una disminución motriz cierta, espero que temporal.

Mi estancia en la Residencia os la quiero contar con ciertos detalles, porque no es habitual que alguien en pleno uso de sus facultades mentales conviva durante tanto tiempo en ese ambiente, y seguro que habré captado muchos detalles que habitualmente pasan desapercibidos. Estoy preparando una narración en varios capítulos, que titularé "Las Puertas del Infierno". La publicaré en este blog cuando la tenga lista en su totalidad, y eso me puede costar unas cuantas semanas, o incluso algún mes.

En fin, esta ha sido mi peripecia vital de los últimos tiempos, que me ha tenido alejado de este blog, de mis lectores, de mi casa y de tantas otras cosas que nos rodean en una vida normal.