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viernes, 20 de septiembre de 2019

Nuevas Elecciones

Hace unos días nos enteramos ya de forma fehaciente de que los ciudadanos de este país estamos condenados a volver a acudir a los colegios electorales y a las urnas el próximo 10 de Noviembre. Desde ese momento, todos los partidos políticos y sus líderes están volcados en demostrar a sus (presuntos) votantes que el culpable de esta repetición electoral (enojosa y molesta para la mayoría de ciudadanos) es de otros.

Lo que creo que no tiene duda alguna es que el responsable de que haya una repetición electoral es Pedro Sánchez. Como líder de la fuerza más votada, con el doble de diputados que el siguiente grupo, fue nombrado candidato por el Rey y ha tenido la responsabilidad de formar un nuevo Gobierno. Una tarea en la que, evidentemente, ha fracasado.

Pero una cosa es la responsabilidad y otra bastante distinta es la culpa. Pedro Sánchez tiene, por supuesto, su parte de culpa. Pero Pablo Iglesias, creo, no ha estado a la altura, como confiaban que estaría muchos ciudadanos e incluso muchos de sus votantes. Pero también cabe decir que no ha engañado a nadie. Porque ya advirtió de que el cielo se toma por asalto. Y, en democracia, el asalto exige conseguir una mayoría absoluta que permita tener un gobierno monocolor que lleve adelante sus propias propuestas. Pero eso ni ha sucedido, ni es previsible que vaya a suceder en los próximos tiempos, incluso más adelante. Por el contrario, UP ha visto mermada su representación en el Congreso de los Diputados, tras las elecciones del 28-A.

El error que cometió Pablo Iglesias fue pensar que, pese a su mermada representación, podría tomar una parte del cielo por asalto. Y eso, simplemente, ni es posible ni es deseable.

A este error de estimación se suma otro elemento nada desdeñable. Mientras que el PSOE es un partido situado en el corazón del sistema, ubicado en el centro izquierda, UP es claramente una fuerza antisistema. Su coexistencia podía preverse complicada y se ha revelado imposible.

Para el votante de izquierda, siempre veteado de un poquito de ingenuidad, la existencia de una fuerza en el Congreso de los Diputados situada a la izquierda del PSOE podía suponer que el próximo Gobierno estuviera más sensibilizado con los grandes temas que preocupan a los ciudadanos con el corazón más bien a la izquierda. Podría haber provocado que el PSOE fuera más audaz y hasta algo provocador en algunas grandes reformas a las que el establishment, por supuesto, se resiste. Por ejemplo, el votante pensó que podría ser posible una derogación o fuerte modificación de la Reforma Laboral. Una legislación que, básicamente, ha dado bastantes ventajas a los empresarios en general, pero ha favorecido una precarización inadmisible de muchos puestos de trabajo, creando una nueva clase social, la de los trabajadores condenados a la pobreza casi miserable.

O podían también pensar que sería más fácil con esa coexistencia los avances en los temas de Memoria Histórica, o en la Ley de Eutanasia, o en general en los temas sociales para los que se requiere una mayoría de izquierda para que puedan ser impulsados.

Unidas Podemos, y muy especialmente su líder Pablo Iglesias, nunca compartió este posible escenario de un Gobierno del PSOE en minoría, arrastrado más a la izquierda de lo que revela su espíritu por la necesidad del apoyo parlamentario de las fuerzas a su izquierda, singularmente UP. Su posición siempre fue la exigencia de poder tomar al asalto su parte del cielo.

Ahora, según confesó ayer Pedro Sánchez en su entrevista en LaSexta, la posibilidad de ese Gobierno esta vez sí efectivamente Frankenstein, no le hubiera dejado dormir al Presidente. Porque me parece bastante evidente que su visión es la correcta: UP quería su propio Gobierno dentro del Gobierno de España. Y este es un escenario que, desde luego, no es nada deseable, pero creo que tampoco es posible. Una tal aproximación hubiera llevado a una crisis de Gobierno grave en unos pocos meses, en cuanto UP hubiera asomado a la escena pública su alma antisistema, ahora revestida de poder ejecutivo. Una crisis que nos habría llevado a nuevas Elecciones en 2020, por ejemplo. Un escenario, me parece, incluso peor que este bloqueo que nos llevará a las urnas el 10-N.

Por su parte, los partidos estatales de la derecha han hecho lo que era de esperar: con Sánchez ni a recoger una herencia, al adversario ni agua, no es no. Al PP no le va mal una repetición electoral. Dada su extremadamente vulnerable situación actual en el Congreso, es absolutamente inevitable que vaya a mejorar tras el 10-N. VOX, por su parte, y a pesar de sus 20 diputados, sigue siendo un outsider y no juega a lo mismo que los demás. Se limitan a dar visibilidad a su propia agenda que es la que están convencidos que les ha llevado a su ventajosa situación actual. El 10-N van a sufrir, pero creo que les da igual.

Ciudadanos sí tiene un claro problema con la repetición electoral. Apareció en el panorama político catalán como una fuerza liberal, constitucional y antinacionalista. Han sido maestros del escapismo, porque han cambiado de escenario y posición sin ni fruncir el ceño. Fueron socialdemócratas alguna vez, luego liberales, ahora se pelean por liderar la derecha (o, al menos, el centro derecha). Pero, me temo, que de éxito en éxito se dirigen al fracaso, si no directamente al colapso. En un escenario ideal, de corte europeo desapasionado, tras el 28-A la mejor opción de Gobierno hubiera sido, sin duda alguna, una coexistencia, en Gobierno de coalición o con simple apoyo parlamentario, de socialdemócratas y liberales. Un Gobierno del sistema situado en el centro izquierda del arco político, con el respaldo mayoritario de 180 diputados.

Pero Ciudadanos, y muy especialmente su líder Albert Rivera, se han preocupado de negar y denostar esa posibilidad. Hay que reconocer que no engañaron a nadie, pues ya avisaron de eso durante la campaña electoral. Pero con sus continuas fintas y regates, muchos de sus votantes entendieron, probablemente, que se trataba de una táctica para vender caro su apoyo.

Los últimos días, tras ver cómo su partido se iba desangrando de activos muy válidos que no estaban de acuerdo con su táctica y su estrategia, a Albert Rivera le temblaron las piernas e hizo una nueva pirueta en el aire, intentando vender una iniciativa de Estado para evitar el bloqueo. Algo que nadie se creyó ni valió para nada.

Desde mi punto de vista, pues, la responsabilidad de la repetición electoral es, evidentemente, de Pedro Sánchez. Pero la culpa es de Unidas Podemos, que sobrevaloró la influencia que podía obtener a cambio de su exigua representación. Para el votante de izquierdas resulta bastante desconsolador darse cuenta de que la única forma de que una fuerza como Unidas Podemos, mientras siga liderada por Pablo Iglesias, sólo podría influir en la gobernanza de este país si obtuviera, en algún momento, una mayoría absoluta que le permitiera asaltar los cielos al asalto. Como eso no va a suceder, el Unidas Podemos de Iglesias ya se ha convertido en una fuerza irrelevante, por no decir directamente inútil.

Estos días se plantea la posibilidad de que la fuerza política liderada por Íñigo Errejón, Más Madrid, pudiera estar evaluando su salto a la política nacional el 10-N. Al menos, en algunas circunscripciones más proporcionales, las que eligen un mayor número de diputados. Creo que sería positivo, al menos para mi punto de vista, que Errejón pasara a ser el nuevo líder de Unidas Podemos, pero eso simplemente no va a suceder. Y una fuerza más en la izquierda puede provocar un fraccionamiento muy peligroso de los votos, y la seguridad de que se vayan a perder muchos restos, de los que produce la aplicación de la Ley d'Hondt.

Me temo que el votante más o menos de izquierdas, pero no exaltado ni fanático, se ha dado cuenta, a su pesar, de que nuestros políticos no están capacitados para gestionar un entorno multipartidista como el actual. Como reacción a ese hecho, lo más probable es que se vaya a producir un renacimiento del bipartidismo. Mientras que en la izquierda es más que probable que se concentre el voto en torno al PSOE, un efecto parecido pasará seguramente también en la derecha, donde el PP sería el gran triunfador en este campo.

No me gusta especialmente este escenario, pero la única alternativa sería aplicar una formación extensiva a nuestros políticos, para que pudieran asumir la gestión de un entorno más complicado. Pero no tenemos tiempo para ello. Nuestros políticos son lo que son, no dan para más y no parece haber otros, por el momento. Luego la única defensa del votante será nuclearse en torno a los adalides de uno u otro campo, fagocitando a las fuerzas más minoritarias.

Pero no deberíamos abandonar los esfuerzos de formación a nuestros políticos actuales y futuros, para que algún día inconcreto del porvenir, un escenario como el que se dio tras el 28-A fuera correctamente gestionado por los diversos líderes, y permitiera formar un Gobierno estable para toda la legislatura, con un programa ponderado de acuerdo a las fuerzas presentes.

Nunca deberíamos dejar de soñar.

JMBA

martes, 17 de septiembre de 2019

Servidores Públicos (???!!!).

El idioma inglés y la cultura anglosajona tiene la estimulante tendencia de introducir habitualmente algún elemento de ironía en la denominación de las cosas, las personas y las situaciones.

Así, a los políticos, a los diputados (MP = Member of the Parliament), el Gobierno o los propios funcionarios, les denomina genéricamente Public Servants (Servidores Públicos). Una denominación que invita a la modestia y a la humildad y que lleva la profesión de político a su dimensión auténtica y genuina.

La única razón de que tengan que existir Gobiernos y Parlamentos somos los ciudadanos y la propia sociedad. Como cada cual tiene su propia actividad y empeño, se requiere que existan algunas personas que, desde un punto de vista técnico, ejecuten lo necesario para que la dirección que quiere llevar la sociedad y sus ciudadanos, expresada habitualmente en las urnas, se convierta en una realidad.

Como españoles, somos pasajeros de un barco gigante que manifestamos el 28A nuestra voluntad de avanzar en una cierta dirección. A partir de eso, el capitán, el timonel y el resto de la tripulación tiene la obligación técnica de mover al barco en esa dirección.

Para la desgracia de los ciudadanos y ante la confirmación de que Platón tenía razón en que los sabios no tienen ningún interés ni ninguna vocación de ponerse al timón, una raza menor, la de los políticos, se ha hecho con los mandos de la sociedad. La llamo menor por el hecho de que sus motivaciones casi únicas tienen que ver mucho más con intereses personales o de grupo (partido) que no con una real vocación de servicio a sus semejantes. Vamos, que lo de Servidores Públicos es una denominación que se ajusta más bien muy poco a la realidad.

Lo cierto es que, por diversas circunstancias, los ciudadanos les hemos ido cediendo este protagonismo que no debería corresponderles. En concreto, en España, la Transición les situó en cabeza (a los políticos y, muy especialmente, a los partidos políticos) por una pura razón de supervivencia. Se procedía de una época en que los políticos eran personas proscritas y consideradas dignas de toda sospecha, y había que forzar un cambio en esa consideración, para facilitar el avance del país hacia posiciones mucho más modernas, de las que nos habíamos quedado claramente relegados.

Pero esta realidad, seguramente inevitable, nos ha llevado a una situación en que los políticos tienen un ego, una personalidad y un protagonismo que no debería corresponderles. El capitán del barco, como técnico experto en navegación, puede proponer a los pasajeros aquellos destinos y rumbos que sean posibles, sin demasiados riesgos. Y cumplir a ciegas la decisión informada que tomen los pasajeros a partir de esos datos.

Si el capitán de un crucero de lujo fracasa en su labor, y provoca que el barco embarranque, deberá dedicarse a otra cosa. Es posible que consiga capitanear un petrolero, un portacontenedores o un pequeño barco de cabotaje. Pero, en la política, no existe un país de repuesto. Si un político fracasa, tendrá que dedicarse a otra cosa.

Como bien dijo Núñez Feijoo, si tuviéramos hombres de Estado y no políticos adolescentes, mucho mejor nos iría. Efectivamente, da la sensación de que la política pequeña que nos está tocando vivir estos últimos meses es obra más bien de hormonas desordenadas que de cerebros bien amueblados. Todo en la política se está pareciendo mucho más a las pequeñas rencillas de patio de colegio, a si me ajunto o no me ajunto, a que o me haces caso o dejo de respirar.

Mientras tanto, el barco sigue al pairo, a la espera de que el capitán y el timonel ocupen, por fin, sus posiciones. Si la meteorología fuera clemente, el problema no sería muy grave. Pero ya estamos viendo en el horizonte del mar los primeros rayos y las nubes negras van cubriendo el cielo. Una tormenta con el barco al pairo no parece un escenario digno de ser vivido y no es, desde luego, lo que nos merecemos los ciudadanos.

Todos los líderes de los cuatro grandes partidos de implantación nacional y con una presencia significativa en el Congreso de los Diputados no han hecho su trabajo. En lugar de ocupar sus posiciones al timón o en la sala de mando, se han retirado a la sentina a pelearse puños en alto, hasta la primera sangre, o más allá.

Pedro Sánchez ha estado altanero y displicente, señalando sin cesar a los entorchados de su propio uniforme. Pablo Iglesias ha sido orgulloso, ha estado exageradamente picajoso y ha dejado de respirar cuando le han negado la pelota. Albert Rivera, el eterno adolescente cuya única obsesión es asumir algún poder, sea en la oposición o en el Gobierno, se puso de cara a la pared, mirando de reojo cómo jugaban los otros niños. Y Pablo Casado parece llevar la gorra con la visera para atrás, disfrutando del balanceo que da la navegación al pairo.

Me temo que hoy tendremos que asistir al último acto de un desastre anunciado. Habrá que convocar nuevas elecciones, que es como decirnos a los ciudadanos que hicimos mal nuestro (pequeño) trabajo. Escogimos un destino y un rumbo de entre los que nos ofrecían los candidatos a capitán, pero resulta que no, que eso no va a ser posible y habrá que escoger de nuevo.

Por supuesto que entre los votantes habrá algunos adolescentes. Pero, entre tantos ciudadanos como somos, no es posible que nos equivoquemos, porque se acaban compensando nuestras propias excentricidades.

Parece que no tenemos los políticos que nos merecemos. El problema es que no hay otros.

JMBA