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martes, 29 de enero de 2019

"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 2: Curiosidad

"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 1: La Decisión



Uno de los aspectos que más temía tras tomar la decisión de ingresar temporalmente en una Residencia, era la de tener que enfrentarme a la curiosidad irrefrenable de los abuelitos y abuelitas sobre mi vida. Pensaba que me preguntarían a qué había dedicado la vida, en qué había trabajado, si había triunfado o no, a qué dedicaba el tiempo libre, a qué países había viajado y qué experiencias había obtenido de ello, y así hasta el infinito.

Mi sorpresa fue darme cuenta de que nadie se interesó en mis vivencias, más allá de alguna curiosidad puntual y casi de pura cortesía, sobre el origen del incidente que me había llevado a ingresar allí.

En la mesa del comedor me esforcé en tratar de introducir temas de conversación relacionados con esos asuntos (viajes, países, experiencias profesionales,...), que me parecen de interés casi general. Y lo que obtuve a cambio fue una casi total indiferencia y un desinterés más que evidente, que me desmotivó para seguir intentándolo. La única forma de que los abuelitos que se sentaban en el comedor en la misma mesa que yo, salieran de su abulia, era comentar algo ligeramente despectivo con el Real Madrid, o insinuar que Zapatero no lo había hecho todo mal. Entonces sí, te podían saltar a la yugular.

Intenté comprender el fenómeno, y llegué a una conclusión bastante cruel, pero me temo que más que realista.

En el proceso de hacerse mayores y envejecer, hay diversos estadios. Cuando uno se jubila, o al menos se retira de la actividad que ha llenado su vida (o que la ha sustituido, en algunos casos), aparecen habitualmente incentivos para hacer aquellas cosas que nunca se tuvo ocasión de hacer. Vemos jubilados que desarrollan actividades que siempre les interesaron (o no) pero que no pudieron llevar adelante, coincidiendo con su actividad diaria, básicamente nutritiva. Algunos trabajan con sus habilidades musicales, otros se matriculan en la Universidad para completar aquellos estudios que nunca tuvieron ocasión de seguir, y así hasta el infinito.

Esos jubilados se convierten en personas infinitamente curiosas, que preguntan mucho y que disfrutan de todo lo que acaban averiguando. Son conscientes de que información es poder y que, de una u otra forma, aunque sólo sea como realización personal, podrán rentabilizar todo aquello que sean capaces de aprender, o de lo que se acaben enterando, fruto de su curiosidad. Algunos se dedican a labores solidarias, tratando de devolver a la sociedad lo que esta les ha dado a lo largo de toda su vida. Muchos aprenden informática u otras disciplinas que nunca formaron parte de sus vidas activas. Algunos forman parte de coros y orquestas, para desarrollar esas habilidades musicales que siempre pensaron tener pero nunca pudieron desarrollar. Algunos empiezan (empezamos) a escribir, tratando de hacer algo diferente que resulte interesante para los demás y les aleje de la indiferencia hacia nosotros.

En esa fase, no dejan de preguntar continuamente, tratando de averiguar lo que los demás no están muy dispuestos a compartir. Inquieren sobre la existencia de novias y novios a nietos y nietas, hasta la saciedad. Preguntan sobre su trabajo, si ganan dinero, si ahorran, sobre cómo lo gastan. Preguntan y no paran de opinar sobre la vida de los demás.

Todo ello es muy bonito y cierto (a fuer de sinceros, a veces incluso pesado y cargante), pero temporal. A medida que se va envejeciendo más, se acaba llegando a un punto de no retorno, al punto en que se bajan los brazos y uno se abandona a la corriente embravecida del río, que finaliza en las cataratas, cuyo rumor ya se escucha en lontananza, donde se acabará despeñando.

Sospecho que la gran mayoría de residentes están ya en esa fase. Un estado en que cesa la curiosidad, porque son conscientes de que ya no importa lo que puedan averiguar, les será imposible utilizarlo para darse importancia en cualquier conversación social (que ya no existe para ellos o, de existir, la pueden seguir con dificultad). Una situación en que ya no existe voluntad de aprendizaje o de estudio, porque saben que ya no podrán rentabilizar ni mercadear con lo aprendido, de ninguna manera.

Por lo que pude ver, la casi totalidad de los residentes permanentes estaban ya en esta situación, llamémosla terminal. Despeñándose por la pendiente en un trineo sin frenos, con el único horizonte de un punto final.

Para algunos (sobre todo, algunas) el único tema de conversación que les interesa es su familia, sus hijos e hijas, sus nietos y nietas; en resumen, todo aquello que quedará en esta tierra cuando ellos (ellas) finalmente desaparezcan.

Es una situación curiosa, porque no se habla nunca del futuro. Y es que el futuro ya está escrito para ellos, como dicta el rumor de la catarata. Y el pasado es un mosaico de recuerdos que, casi, sólo sirven para justificar que no se ha aparecido en la Residencia desde la nada, sino como última etapa de un proceso vital en el que, ciertamente, pasaron cosas. Para ellos (ellas) la Residencia es, sin duda, la última etapa. Y todos, o casi todos, ya han bajado los brazos.

Todo ello teniendo en cuenta que el porcentaje de residentes con capacidad para mantener, aunque sea mínimamente, una conversación inteligente, es tristemente muy limitado.

Por ejemplo, resultaba prácticamente imposible mantener una conversación sobre temas sensibles, tales como política o religión. Creo entender que la razón para ello es que los residentes permanentes ya lo tienen todo claro en esos aspectos, y están totalmente convencidos de que no existen argumentos humanos que les pudieran llevar a modificar sus posiciones, que han consolidado durante toda su vida. Me gustaría recordar aquí lo que decía Serrat en una canción: "Bienaventurados los que - lo tienen claro porque - de ellos será el Reino de los Ciegos".

Como toda regla, evidentemente había alguna excepción. Quisiera recordar aquí a  esa señora ya muy mayor, que fumaba a menudo en el porche de entrada, junto a la silla de ruedas donde vegetaba su hermano. Con ella tuve alguna conversación interesante (como relataré en algún otro capítulo), entre cigarrillos, sentados en el banco que allí había.

Otra cosa me encontré entre los residentes temporales, ingresados para hacer frente a contratiempos puntuales. Personas habitualmente más jóvenes, que visualizan (y anhelan) cómo será su vida cuando puedan volver a ella al abandonar la Residencia. Para ellos (como para mí, por cierto), la Residencia no es más que una etapa pero, desde luego, no la última.

Existe una frase popular que reza: "Mientras hay vida, hay esperanza". Yo añadiría otra, que nos suministra una lección de mejor aprovechamiento: "Mientras hay curiosidad y voluntad de aprender, hay vida".

Si conocéis a algún anciano o anciana (un padre, un abuelo, un conocido,...) que, a pesar de mantener más o menos sus facultades, manifiesta una total indiferencia por lo que le rodea, no siente curiosidad alguna para preguntar, ya no tiene voluntad de aprender, tened claro que ya ha bajado los brazos y avanza irremisiblemente hacia la catarata por la que se acabará despeñando, más bien pronto que tarde.

Cuando alguien abandona la curiosidad, deja de tener voluntad de seguir viviendo, y de alguna forma ya empezó a morir.




"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 3: Primer Día

martes, 22 de enero de 2019

"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 1: La Decisión




Ya os he contado mis peripecias médicas en el Hospital Ramón y Cajal. Es el momento de abordar los meses siguientes, hasta mi vuelta a casa a finales de Septiembre.

El jueves 10 de Mayo me dieron el Alta Hospitalaria, y me invitaron, no siempre con buenas formas, a irme a mi casa. El problema es que no podía vivir solo en mi casa en las condiciones de discapacidad motriz severa en las que me encontraba. No era viable moverme en silla de ruedas, y muy escasamente podía realizar pequeños movimientos con un andador. Irme a casa en ese momento, simplemente, no era una opción.

El viernes me presionaron para que liberara la habitación, pero les di largas, hasta que hubiéramos podido reflexionar y tomar la mejor decisión posible sobre qué hacer a continuación.

Vinieron mis dos hermanos desde Barcelona y tuvimos diversas reuniones tanto con los Urólogos como con las Asistentes Sociales del Hospital. El Sistema Público de Salud dispone de un número muy reducido de plazas en lo que denominan Hospitales de Crónicos. Hubiera podido ser una solución temporal para mí, pero nos dejaron claro que los criterios de selección eran extremadamente estrictos, y que mi caso no era elegible desde ningún punto de vista.

Había que buscar soluciones alternativas.

Afortunadamente venía el Puente festivo de San Isidro, que era el martes siguiente. Durante unos días, gracias a la baja actividad en el Hospital durante ese período, cedió la presión y nos dio algo de tiempo para reflexionar, decidir e implementar una solución razonable de continuidad.

Las Asistentes Sociales nos dieron algunas referencias de organizaciones sin ánimo de lucro que se encargan de facilitar contactos con cuidadores domésticos y con Residencias privadas.

En todo caso, estábamos hablando de atenciones y recursos que habría que pagar. Unas atenciones que ya preveíamos en ese momento que podían durar unos cuantos meses, hasta que empezara a poderme valer por mí mismo.

Esos son los momentos en que agradeces haber tenido la previsión de reservar un colchón dinerario para poder afrontar los imponderables. Estábamos claramente ante un imprevisto calificado, y de alta intensidad.
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Como espero que entendáis, mi sentimiento preponderante era de agobio e impotencia. De repente me veía enfrentado a una situación que nadie en su sano juicio es capaz de prever o anticipar. Un estado psicológico que no ayudaba nada, precisamente, a afrontar una toma de decisiones importantes que iban a determinar mi vida en los meses siguientes.

En Consejo de Familia con mis hermanos valoramos la posibilidad de contratar cuidadores domésticos para que me ayudaran en mi casa. Tras bastantes llamadas telefónicas (de ida y vuelta), llegamos a la conclusión de que el coste podía ser elevado, y que no se anulaban los riesgos más que si tenía cuidadores las 24 horas del día. Además, ello me obligaría a seguir tomando decisiones (evaluación y eventual sustitución de cuidadores que no rindieran adecuadamente, etc.) en unos momentos en que yo no estaría especialmente preparado para ello.

Por ello, la primera decisión conjunta fue la de investigar por el camino del ingreso en una Residencia que me asegurara las tareas cotidianas (levantarse de la cama, asearse, desayuno, comida, cena, acostarse,...) en las mejores condiciones posibles. Y que, además, me ofreciera un servicio de Fisioterapia diaria que pudiera contribuir a mi pronta rehabilitación.

Tras los primeros contactos quedó claro un hecho relevante. Podía escoger una Residencia en las afueras, en pueblos a 50 ó 60 kilómetros de Madrid, por la Sierra. En pueblos como Guadarrama o Buitrago, por ejemplo. Era la solución más económica.

La alternativa, de media un 40% más costosa, era una Residencia en el centro de Madrid. Valoramos los diversos aspectos y al final primó esta opción, básicamente por las facilidades que daba a que amigos y familiares pudieran visitarme con cierta asiduidad, haciéndome la estancia más amena.

Os ahorro comentar diversas gestiones que acabaron resultando fallidas.

Moviendo diversos contactos, referencias y recomendaciones cruzadas, la elección se centró en una Residencia (cinco estrellas, según proclama su publicidad) en el distrito de Chamartín. Ofrecía, desde luego, todos los elementos que yo podía precisar: servicio médico y de enfermería, un gimnasio de fisioterapia con profesionales cualificados, una habitación razonablemente confortable, asistencia personal para todas las tareas privadas, un precioso jardín donde poder pasear al aire libre y donde conversar agradablemente con quien quisiera visitarme, especialmente en esos meses de verano que se aproximaban, y, por supuesto, la estancia como en un hotel a Pensión Completa.

Mi hermano se encargó de las tareas logísticas. Puestos en contacto con la Residencia, resultó que podía tener una habitación disponible para mí desde el miércoles 16 de Mayo, justo después del Puente que nos había dado un cierto respiro.

El único inconveniente era el coste, ciertamente elevado. De ninguna forma podía afrontar, con ese coste, una estancia prolongada. Pero entendimos que no debería prolongarse más allá de unos pocos meses, y eso sí resultaba abordable.

Decidimos, pues, el traslado para ese día, abandonando, por fin, el Ramón y Cajal. Movilicé a un buen amigo y a mi asistenta doméstica, para que llenaran una maleta en mi casa con todo aquello que estimé que podía resultarme necesario (ropa, neceser de aseo, libros, etc.). Para las tres de la tarde teníamos todo preparado. Mi hermano estaba ese día a mi lado.

Encargamos a esa hora una ambulancia para el traslado a la Residencia. Contábamos que podría acudir en un par de horas. Pero la tarde se hizo eterna, sin que apareciera. Mi hermano se fue poniendo muy nervioso, porque confiaba volverse para su casa en el último AVE de la jornada, y eso ya claramente no resultaba posible. Tuvo que cambiar sobre la marcha sus planes y quedarse en un hotel en Madrid, para volver a su casa al día siguiente. Él estuvo durante toda la tarde en casi permanente contacto con la Supervisora de la Residencia, para tenerla informada de los avances, o no, del proceso de mi traslado.

La ambulancia acabó apareciendo a las nueve y media de la noche. Me trasladaron hasta ella en una silla de ruedas y me encaramé como pude hasta uno de los asientos.

Pero la larga jornada todavía nos reservaba un nuevo contratiempo. El conductor de nuestra ambulancia, tristemente desdentado, viajaba sin acompañante. Nos comentó que, antes de ir a nuestro destino, debíamos acompañar a otro compañero, porque debía ayudarle. Así, iniciamos un periplo en un convoy de dos ambulancias, hasta que nos detuvimos en un pasaje que daba acceso a un bloque de pisos. Nuestro conductor bajó de la ambulancia y se fue hacia la otra, para ayudar a su conductor (que también iba sin acompañante), para trasladar a un enfermo en camilla hasta su domicilio, acompañado de quien probablemente fuera su esposa.

Un cuarto de hora después, volvieron los dos conductores, y emprendimos, por fin, el camino que sí era el nuestro.

Tras diversas vacilaciones y giros inesperados de ida y vuelta (a pesar de un excelente dispositivo GPS que lucía sobre el salpicadero), acabamos llegando a la Residencia pasadas las diez y media de la noche. Nos habían hablado de un acceso específico para ambulancias, pero a esa hora ya estaba cerrada y debíamos acercarnos a la entrada principal.

Me recogieron de la ambulancia en una silla de ruedas y me llevaron hasta mi habitación, acompañado de mi hermano. Allí me ayudaron a acostarme. Afortunadamente, en el Hospital, viendo el retraso, me acabaron sirviendo una cena, por lo que, al menos, llegaba razonablemente bien alimentado.

Mi hermano se fue ya para su hotel. Al día siguiente vino mi hermana, que se encargó de deshacer el equipaje y organizarlo todo en el generoso espacio que brindaba un amplio armario.

Ese jueves, 17 de Mayo de 2018, empezó mi larga estancia de cuatro meses y medio en la Residencia.


"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 2: Curiosidad

martes, 15 de enero de 2019

"Las Puertas del Infierno" - Prólogo

Se conoce popularmente como la Porta del Paradiso (la Puerta del Paraíso) a la puerta Este del Battistero de Florencia, junto al famoso Duomo, la Catedral de Santa María del Fiore.

Se trata de una puerta completamente dorada, creada por el escultor y orfebre italiano Lorenzo Ghiberti (siglo XV). El sobrenombre se lo adjudicó el gran Miguel Ángel Buonarotti. Y Giorgio Vasari dijo de ella que era la obra de arte más fina jamás creada.

Actualmente, la puerta que se puede ver en el Battistero es una réplica, ya que unas inundaciones en 1966 aconsejaron preservar la puerta original en el Museo dell'Opera del Duomo.

Un escritor prácticamente olvidado, Edward Fenton (NYC 1918 - Atenas 1996), publicó una novela en forma de aventura juvenil ambientada en Florencia. El original en inglés se tituló The golden doors, pero la versión en castellano se publicó bajo el título Las Puertas del Paraíso. Recuerdo haberla leído siendo un adolescente, aunque no recuerdo prácticamente nada de ella.

Por el contrario, la Puerta del Infierno es un grupo escultórico monumental, creado por el gran artista Auguste Rodin, con la colaboración de la escultora francesa Camille Claudel. La obra fue un encargo (1880) de Jules Ferry, a la sazón Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes de Francia. Los diversos relieves de la Puerta beben de tres fuentes principales: La Divina Comedia, de Dante Alighieri; Las Flores del Mal, de Charles Baudelaire y Metamorfosis del poeta latino Ovidio. 

Rodin consiguió culminar el diseño de la obra. Tras su muerte, se realizaron hasta ocho fundiciones en bronce de la Puerta del Infierno. Una de ellas está en el Museo Rodin de París, y las otras siete en diversos Museos y localizaciones de todo el mundo.



Cuando me dieron el alta hospitalaria en el Hospital Ramón y Cajal de mi proceso de infección urinaria grave, yo no podía irme a casa, porque no me tenía en pie y tenía que desplazarme en silla de ruedas, debido a la desconexión nerviosa de mis pies. La decisión que tomamos fue ingresar en una Residencia de Ancianos, con facilidades de fisioterapia diaria, para intentar gestionar de la mejor manera posible mi discapacidad temporal.

Mi estancia de cuatro meses y medio en esa Residencia fue como asomarme a las Puertas del Infierno. Cuando uno se acerca a esas puertas abiertas, el rostro se tizna de hollín, se chamuscan los pelillos de las cejas y el corazón se estremece de todo el dolor y el desvalimiento que se puede ver al otro lado.

Un viento huracanado tiende a empujarte al interior, a integrarte y fundirte con los dolientes que allí habitan. Pero hay que saber resistir y dedicar todos los esfuerzos a intentar cerrarlas de nuevo, y poder disfrutar con placer de la fresca brisa que sopla en el exterior.

Algunos seguro que opinarán que la denominación es exagerada, incluso peyorativa o puede que hasta despectiva. No voy a intentar defenderme. Sólo explicar que eso es exactamente lo que sentí desde los primeros días de mi estancia en la Residencia: que me estaba asomando a un mundo que no era, para nada, el que creía que me tocaba. Y que mi esfuerzo durante las siguientes semanas y meses era huir cuanto antes de allí.

Conseguí sobrevivir a ese período sin daños psicológicos evidentes a base de aplicar con firmeza tres principios básicos:

1 - Yo no soy uno de ellos. Yo estoy de paso, sólo me quedaré por un tiempo, he venido a fiestas.

2 - No empatizar con la mayoría de los demás residentes, que no tienen para nada el mismo contexto vital que yo. Pero sí sentir y mostrar toda la comprensión y amabilidad de que yo pueda ser capaz.

3 - Establecer una rutina de vida para todos los días, que me evitara tener que tomar frecuentemente decisiones, lo que siempre resulta estresante, y mucho más en un ambiente de ese estilo.

Debo decir que conseguí evolucionar muy favorablemente de mi dolencia, desde moverme, al principio, en silla de ruedas, pasando por el andador y alcanzando al final una movilidad con bastante soltura utilizando una única muleta. Confío que en unos meses más termine de regenerarse por completo esa porción dañada del sistema nervioso periférico y que recupere una vida plenamente normal.

Y conviene añadir, para los que penséis que esos tres principios son muy drásticos y extremadamente insolidarios, que en la Residencia desarrollé, con el paso del tiempo, una imagen de señor amable con el que se puede conversar y casi, casi, de confesor laico.

He organizado la narración de mi estancia en una serie de capítulos que iré publicando próximamente. Mi idea es poder publicar un par de capítulos por semana. En cada uno de ellos repasaré todos los aspectos que me parecieron relevantes, o despertaron mi curiosidad, sobre algún tema concreto. No se trata, pues, de una relación estrictamente cronológica, sino que he utilizado más bien una ordenación temática.

De muchas de las personas de que hablaré ni siquiera llegué a conocer su nombre. Como mi intención no es tanto describir personas concretas, sino más bien características, arquetipos, comportamientos, reacciones que pretendo que sean genéricas, he optado por identificar a las personas de las que sí conocí su nombre simplemente por una inicial salvo, quizás, alguna excepción puntual.

Aunque a veces pueda parecer lo contrario, os puedo asegurar que todo el relato está hilvanado desde el mayor de los cariños. Pero ver las Puertas del Infierno abiertas de par en par frente a uno, a veces obliga a ciertas dosis de crueldad, desde la más perentoria necesidad de autodefensa y supervivencia. Del mismo modo que resulta inútil preocuparse de aquellas cosas que a lo mejor podrían llegar a suceder, es obligatorio ocuparse de hacer frente y defenderse de las circunstancias concretas a las que te enfrenta el devenir de la vida misma. Aunque nunca te las hubieras podido llegar a imaginar.

Espero que la narración os resulte de alguna utilidad.

(22/1/19) - He recibido algunas críticas, como era de esperar, por el título que decidí darle a este relato. Una iba en el sentido de que seguro que todos los residentes, cuando les llegue su hora, irán al Cielo. Desde luego, no entro a juzgar dónde se desarrollará la siguiente vida de los residentes, caso de existir. Según sus creencias, algunos irán al Cielo y otros al Infierno (suponiendo que todavía exista, lo que no tengo muy claro). Otros quizá se encuentren con las 11.000 vírgenes que les esperan en el Paraíso musulmán, o se reencarnen en un niño afgano o en un perro callejero.

Hubiera podido titular este relato como "El Parking del Desguace". Habría sido igualmente cruel, pero mucho menos poético



"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 1: La Decisión

"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 2: Curiosidad

"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 3: Primer Día

"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 4: Instalaciones

"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 5: Personal

"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 6: Residentes

"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 7: Logística

"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 8: Hurtos

"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 9: Erotismo

"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 10: Rutinas

"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 11: Confesor laico

"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 12: Temporales

"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 13: Restauración

"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 14: Tertulias

"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 15: Vuelta a casa

"Las Puertas del Infierno" - Epílogo