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domingo, 28 de julio de 2019

"Las Puertas del Infierno" - Epílogo


"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 15: Vuelta a casa


Cuando escribo estas líneas han pasado exactamente diez meses desde mi vuelta a casa.

Llevo, pues, ya diez meses viviendo de nuevo en mi casa. Pero no he recuperado, todavía, mi total independencia. La reinervación (regeneración de los enlaces nerviosos deteriorados por una u otra razón) es un proceso extremadamente lento y que requiere muchísima paciencia.

Actualmente sigo utilizando la muleta para circular por la calle, aunque la tengo ya totalmente aparcada cuando estoy en casa. Por casa, tras hablarlo con el fisio, acostumbro a andar descalzo. Esto contribuye a masajear los pies, y también a ser plenamente consciente del estado nervioso de mis pies. Tengo todavía la sensación de embotamiento en los pies, con sensibilidad mínima en algunas zonas, casi normal en otras e incluso con reacción no lineal en algunos puntos de los pies (una reacción exagerada ante un estímulo moderado). Tampoco he recuperado el control total del comando motriz de los pies, lo que me impide, por el momento, volver a conducir con normalidad.

Tengo que seguir teniendo paciencia, cuando ya han transcurrido casi dieciséis meses desde el incidente que provocó inicialmente esta situación. Sigo visitando el Gabinete de Fisioterapia de mi barrio dos veces por semana, los lunes y los jueves de una a dos de la tarde. Es pequeño y solo trabajan allí los dos socios: un hombre, D., y una mujer, S. Como buenos autónomos, le echan más horas de las que aconseja una buena salud, pero los clientes mandan, y algunos necesitan visitarlos a las ocho de la mañana (antes de ir a trabajar, por ejemplo) mientras otros lo hacen a las nueve de la noche, tras terminar la jornada. Yo utilizo el horario en que, principalmente, los clientes son los jubilados y las mamás recientes o próximas.

A mí siempre me atiende D., un caballero muy atento, cultivado y bien informado. Las sesiones se han convertido en tertulias muy agradables sobre temas de actualidad o de fondo, amenizadas con diversos ejercicios para reforzar mi estabilidad y equilibrio.

El tema urinario ha recuperado una práctica normalidad y las micciones ya se producen de modo natural, con la frecuencia y el caudal ordinarios. Recientemente he empezado a prescindir del pañal, y parece que la situación ya es estable y las mínimas pérdidas pueden considerarse normales, en la mejor tradición de "aunque le des con un martillo, la última gota va al calzoncillo" y de "lo amarillo delante, lo marrón atrás".

Pero esta casi normalidad (todavía no tengo una plena sensibilidad en la zona, se requiere de una cierta reinervación, como en los pies) la he recuperado pasando por otro episodio agudo que os voy a contar.

En Marzo de 2019 seguía sufriendo de micciones complicadas y a menudo incluso algo dolorosas, con frecuencias poco regulares y a menudo falsas sensaciones de ganas de orinar. A finales de ese mes, sufrí una nueva infección urinaria. El martes 26 por la tarde tuve un breve episodio de pico de fiebre (supongo) con escalofríos y temblores. El miércoles 27, al acostarme, sufrí un nuevo episodio de escalofríos.

Al día siguiente, jueves 28 de Marzo, que coincidía con el día del cumpleaños de mi hermana, tras felicitarla por WhatsApp me fui directamente a Urgencias del Hospital Ramón y Cajal. Allí conté el episodio, así como el recordatorio de la infección de caballo del año anterior, que me había tenido en ese Hospital durante más de un mes, incluyendo varios días en la UCI.

Tras el triaje inicial, característico de Urgencias, le conté toda la historia al médico que me atendió, que me escuchó con atención e interés. Me dijo que casi con seguridad tenía de nuevo una importante infección urinaria y que lo confirmarían con las analíticas pertinentes. Pero, adelántandose a la confirmación del diagnóstico, me prescribió de forma inmediata una dosis de antibiótico intravenoso. En caso de no confirmarse la infección, pues me lo llevaría puesto.

Practicaron analítica de sangre y orina y, a la espera de resultados, me administraron el antibiótico en una sala común de la zona de Urgencias. Se confirmó la infección y me realizaron algunas pruebas adicionales, como una ecografía de la zona urinaria y renal, para verificar que los riñones no habían sufrido daño alguno y que el problema era estrictamente del sistema urinario externo.

Esa tarde estuvieron a punto de enviarme para casa, con prescripción de antibiótico por via oral. Pero los médicos, como la policía, trata de modo diferente a los episodios iniciales de las reincidencias. Yo era reincidente y decidieron tenerme algunos días ingresado en el Hospital.

Pasé esa noche en una sala común, una especie de zona de espera hasta el traslado a planta. A primera hora de la tarde del viernes me trasladaron a una habitación de la sexta planta, que ya conocía bastante bien, desde mi larga estancia allí el año anterior. Me siguieron administrando antibióticos (y suero, como siempre) por via intravenosa.

Por supuesto, me tocó pasarme en el Hospital el fin de semana. En ese período, el encefalograma médico es prácticamente plano. Afortunadamente, me visitó algún amigo y también mi hermano y mi cuñada que ya tenían previsto viajar esos días a Madrid, entre otras cosas para visitar a su hija, que trabaja aquí desde hace ya un tiempo. Mi hermano, el sábado por la mañana, se encargó de traerme de mi casa algunas cositas que necesitaba para poder sobrevivir dignamente durante esos días en el Hospital.

Los médicos, a menudo, se concentran en resolver el problema agudo concreto que están tratando y no toman la perspectiva suficiente como para considerar al enfermo en su globalidad y no a la pura enfermedad.

Afortunadamente, mi reincidencia despertó la curiosidad y el interés de uno de los Urólogos pata negra de ese Servicio. A las ocho de la mañana del lunes vino a visitarme a mi habitación, acompañado del doctor que me había atendido durante esos días. Me dio la sensación de que habían estudiado las características de mi reincidencia y ya traía en la cabeza su posible causa, que solo venía a verificar.

Tras estudiar la zona, dictaminó con autoridad que yo tenía un problema crónico de fimosis lo que, con los años, había convertido el exceso de tejido en un laberinto para la orina (de ahí las micciones trabajosas o incluso dolorosas) y en un foco de infecciones (de ahí la reincidencia). Me dijo que me darían el alta hospitalaria al día siguiente, con una cita a la mayor brevedad, para practicarme la intervención de circuncisión.

Recuerdo, siendo todavía un niño, que siempre aparecía fimosis en las observaciones de las revisiones médicas del colegio. Teniendo quizá ocho o nueve años, tengo presente con total claridad una conversación entre mi madre y el doctor de la familia sobre este tema. Mi madre opinaba que sería conveniente operarme de ello, pero el doctor se lo quitó de la cabeza, aduciendo que no había ninguna necesidad de hacerlo. Parece que, muchas décadas después, esa decisión había acabado pasando factura.

Efectivamente, el martes 2 de Abril a mediodía me dieron el alta hospitalaria, con una cita para el lunes 15 de Abril (el lunes de Semana Santa, por cierto) a las 12 horas para la intervención ambulante. A las dos de la tarde de ese martes ya volví a mi casa, en compañía de mi asistenta, que se prestó a acompañarme en ese traslado. Me prescribieron un tratamiento antibiótico, a base de comprimidos, durante las tres semanas siguientes. Y me dieron una cita para revisión en Urología del Hospital para el 10 de Mayo, con indicación de que, con antelación, pasara por mi Centro de Salud para realizar un análisis y cultivo de orina.

El lunes 15 de Abril volví al Hospital (de nuevo acompañado por mi asistenta, por no hacer viajar a ninguno de mis hermanos por un ratito) para la mínima intervención prevista. A las dos de la tarde ya estábamos de vuelta en mi casa, tras pasar por todo el protocolo quirúrgico y por el quirófano durante un tiempo muy corto, que no sé evaluar con seguridad.

El lunes 29 de Abril, a primera hora de la mañana, dejé en el Centro de Salud una muestra de orina (tras prescripción unos días antes, en Consulta, con mi Doctora de Familia). El viernes 3 de Mayo me llamó la doctora por teléfono, para informarme de que el cultivo había dado presencia de una cierta bacteria.

El viernes 10 de Mayo visité de nuevo la Consulta de Urología en el Ramón y Cajal. Allí ya dieron por cerrado mi expediente, salvo si se presentaba de nuevo algún episodio infeccioso que, en principio, ya no debería producirse tras la intervención quirúrgica. Respecto a la bacteria, no le dieron demasiada importancia, pero me facilitaron una cita con Enfermedades Infecciosas del mismo Hospital, para el siguiente jueves, 16 de Mayo.

El Doctor de Infecciosas revisó mi historial y escuchó atentamente mis comentarios. Su conclusión fue, si acaso, sorprendente. Me dijo: "Mire, no vamos a hacer nada".  Su argumentario era simple. Me dijo que si nos empeñábamos en eliminar esa bacteria a base de tratamiento antibiótico potente, solo íbamos a conseguir que acabara colonizado por otra bacteria más resistente. Solo si se cursara una nueva infección, lo que no era nada probable, según su opinión (y la mía, por cierto), debería repetir el proceso (visita a Urgencias, etc.).

Así se terminó ese episodio y considero que, a día de hoy, la práctica normalidad ha vuelto a mi vida en este tema. Pasado el verano visitaré de nuevo a mi Doctora en el Centro de Salud, por ver si resulta conveniente involucrar a los neurólogos para verificar de modo fehaciente el estado de mi proceso de reinervación.




Mi estancia de cuatro meses y medio en una Residencia de Mayores ha sido una época singular de mi vida, que creo que nunca olvidaré. A ella he dedicado este relato sobre Las Puertas del Infierno. Tras un incidente grave de salud, como el que sufrí el 9 de Abril de 2018, uno tiene cierta tendencia a sentir culpabilidad, porque seguramente podría haberse evitado la máxima gravedad y las secuelas que todavía arrastro, si hubiera atendido el problema inicial con una mayor diligencia. Pero esto no sirve para nada.

Lo cierto es que cuando la vida te sorprende con una situación de dependencia que nunca hubieras anticipado, la reacción debe ser afrontar con seriedad la situación real y nunca llorar sobre la leche derramada. De esta forma, me vi de repente inmerso en un ambiente que, según todos los criterios, no me correspondería (al menos, no todavía).

Convivir durante meses en una Residencia de Mayores, desde la total y completa lucidez, me aportó una experiencia intensa que me vi abocado a contar con todo detalle, lo que he hecho hasta en quince capítulos. Desde el principio tenía claro que su título debía ser Las Puertas del Infierno, porque eso es lo que sentí y visualicé desde los primeros días de mi estancia en la Residencia. Como si hubiera abierto por casualidad o desidia esas puertas que deberían permanecer cerradas hasta que no tengas más remedio que abordar la etapa final de tu vida y ese sea el único recurso disponible.

En algunos momentos me sentí como si estuviera en el aparcamiento del desguace, oyendo las prensas que convierten a los coches en un amasijo de hierros. Pero mi coche arrancaba sin problemas y solo requería un ligero ajuste para poder seguir circulando.

Me asomé al abismo, pero me salvé de él.


F I N

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