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sábado, 27 de julio de 2019

"Las Puertas del Infierno" - Capítulo 15: Vuelta a Casa





Para mediados de Agosto, ya conseguía manejarme razonablemente bien con una sola muleta. En esas condiciones ya me atreví a salir de la Residencia para dar algunos breves paseos. Con las máximas precauciones, pues todavía mi estabilidad era relativamente precaria, y la calle está llena de trampas, de las que no nos damos cuenta cuando estamos en perfectas condiciones.

Así, me fui alguna mañana hasta la churrería de la plaza, a unos pocos centenares de metros de la Residencia, para tomar un segundo desayuno de placer, con unos excelente churritos (o incluso alguna porra), junto con un café con leche. Durante el paseo cruzaba frente al quiosco, y me sorprendía ver que todos los días se seguían publicando todos los periódicos conocidos (no solo el ABC, que era el rey de la Residencia). Y también pegaba la nariz en el escaparate de la tienda de vinos junto al mercado, la que visitaba Don Jaime con su nieta, para comprar alguna botellita de blanco gallego, con la que luego nos invitaba en el comedor.

Tras pasar unos meses recluido, primero en el Hospital y luego en la Residencia, la calle representaba el vértigo del mundo real, lleno de personas de todos los géneros y edades. Los jóvenes y jovencitas que veía por la calle quizá tuvieran abuelos, pero probablemente vivían en su propia casa, o la compartían con ellos. Iban y venían a sus cosas, a o desde sus respectivos trabajos o estudios, de compras, al gimnasio o donde fuera. De nuevo el contacto con la vida de la gente en general, que nunca y a ninguna hora deja de fluir por las calles de la ciudad.

Los meses de reclusión me acabaron generando la sensación de que el mundo se limitaba al entorno de la Residencia, que toda la población consistía en los abuelitos y abuelitas que veía todos los días aparcados en un rincón del jardín, o apalancados ante un televisor que no dejaba de emitir sus propias consignas, ante la apatía general de la audiencia.

Esos paseos fueron el principio de mi vuelta a la vida real. Debo reconocer que con un cierto vértigo, que fui venciendo con el paso de los días.

A primeros de Septiembre se reunieron varias circunstancias que me llevaron al convencimiento de que ya debía preparar el abandono de la Residencia y mi vuelta a casa. De una parte, los días eran cada vez más cortos. A la hora de la cena, las ocho de la tarde, la luz en el jardín ya casi no permitía ni siquiera seguir leyendo, y el cigarrito de después de cenar se producía ya en la casi total oscuridad. De otra parte, mi disfunción motriz, manejable con una única muleta, era perfectamente compatible con la vida en mi casa. Desde luego, no podía todavía conducir, pues la sensibilidad y agilidad de mis pies era prácticamente inexistente y no permitía, de ninguna forma, hacerlo con la necesaria seguridad y firmeza.

Desde mi casa, podría realizar pequeños paseos por el barrio, o desplazarme a otros lugares utilizando el taxi o el servicio voluntario de algún amigo o familiar que se prestara a actuar puntualmente de chófer. Para gestionar los suministros, podía utilizar las diversas formas de compra por Internet sin problemas. En resumen, todos los aspectos necesarios para que la vida cotidiana resultara razonablemente confortable estaban suficientemente asegurados.

Por ello tomé la decisión de que debía abandonar la Residencia y volver a casa antes de finalizar el mes de Septiembre. Así lo anuncié a la dirección de la Residencia, informando de que les daría, más adelante, la fecha exacta de mi partida.

Solo había un par de temas que debía resolver antes de mi vuelta a casa. De una parte necesitaba asegurar continuidad a las sesiones de Fisioterapia y, de otra, tenía que realizar alguna mínima adecuación en el baño de mi casa, para instalar en la bañera una barra que me diera una mayor seguridad y estabilidad durante la ducha.

Con la tablet de la que disponía, investigué un poco, y vi que muy cerca de mi casa había un Gabinete de Fisioterapia, en el que deposité mi confianza. Por si acaso, hablé con P., el fisio jefe en la Residencia, para asegurar que, si lo necesitaba, pudiera seguir yendo un par de veces por semana al Gimnasio de Fisioterapia de la Residencia, incluso después de volver a casa. Lo comentó con la dirección y no me pusieron ningún problema, en caso de que yo lo necesitara.

Para el tema de la barra del baño, enrolé en el empeño a mi buen amigo Coyantino (DL), que se prestó con total disponibilidad. Pedí por Internet un par de agarraderos para los dos baños de casa, así como un taburete para que pudiera afeitarme y asearme en posición sentada, que me resultaba mucho más cómoda que hacerlo de pie. Para facilitar la entrega, hablé con mi amigo por ver si podían enviárselo directamente a su casa. Pero él iba a estar unos días de viaje, fuera de Madrid, por lo que arbitramos la solución de que pudiera recogerlo en un punto de entrega situado en una tienda frente a su casa. La compra tuve que realizarla en Amazon, el único proveedor que me ofrecía esa opción de entrega un poco peculiar.

Finalmente fijé la fecha del traslado a mi casa para el viernes 28 de Septiembre, e informé de ello en la Recepción de la Residencia. Con DL decidimos visitar mi casa el lunes anterior, el 24 de Septiembre, para poder instalar esos agarraderos, que me resultaban imprescindibles antes de trasladarme a casa, para reducir el riesgo en el baño ante mis dificultades de equilibrio y estabilidad.

Ese lunes, DL me recogió a media mañana en la Residencia. Se traía consigo todo el arsenal del bricolador profesional que lleva dentro (a pesar de que en mi casa hay unos cuantos kilos de herramientas y elementos ferreteros diversos).

Era la primera vez que visitaba mi casa desde que la abandoné el lunes 9 de Abril y habían pasado ya más de cinco meses y medio de ausencia. Sin duda, un momento de una cierta emoción contenida.

Mientras DL se centraba en sus labores de instalador, yo procedí al montaje del taburete de baño que también había comprado, junto con las barras agarradero. Aproveché también para poner en marcha el ordenador, sin problemas, en presencia de DL que había sido incapaz de conseguirlo unos meses antes. En fin, cosas de la vida, las tecnologías y los tecnólogos aficionados.

Escogí también, de mi bodeguiya doméstica, una buena botella de vino tinto (un recio Calzadilla, de Huete, Cuenca) para invitar esa noche, en la cena, a los comensales de la Residencia con los que había compartido mesa durante esos meses, y también a Don Juan y a Don Jaime, que lo hacían en otras mesas del comedor.

Terminadas todas las labores previstas, a plena satisfacción, nos fuimos a comer al GINOS del Palacio de Hielo, para celebrar el éxito de la jornada. A pesas de sus reticencias, yo invité a la comida, como agradecimiento por la inestimable ayuda de DL en ese día clave para mi vuelta a casa.

Dediqué los siguientes días a asegurar los últimos aspectos logísticos que eran necesarios para una vuelta a casa sin sorpresas. Para mis desplazamientos, yo estaba utilizando una muleta que era propiedad de la Residencia. La gestión de las ayudas técnicas para la movilidad en la Residencia correspondía a P., como jefe de la sección de Fisioterapia. Hablé con él, y no puso ningún problema en regalarme esa muleta para que pudiera llevármela a casa. Pero ya estaba muy gastada y me pareció conveniente asegurarme una nueva muleta para mi vida doméstica.

Como mi sistema urinario no estaba todavía para nada estabilizado y seguía teniendo algunas pérdidas (no abundantes, pero sí persistentes) de orina, utilizaba habitualmente un pañal desechable que se renovaba todos los días. Me enteré, a través de una de las auxiliares, del modelo concreto para poder aprovisionarme de ellos en casa. Buceé por Internet y localicé a un proveedor especializado en el suministro de toda clase de ayudas y accesorios para hacer frente a dependencias y disfunciones de todos los niveles: Ortoweb. Hice un pedido que incluía los pañales, una muleta ergonómica especial para el brazo derecho (con empuñadura asimétrica) y también una botella para la orina, esa especie de orinal para la mesilla de noche, habitual en los Hospitales y que había venido utilizando en la Residencia, desde que me retiraron la sonda urinaria. Ese accesorio me permitía evitar el riesgo de tener que levantarme en la mitad de la noche y medio dormido para ir al baño.

Procuré que la entrega de esos elementos en mi casa se realizara el viernes, en que ya estaría yo mismo para recibirlo. Por si acaso, advertí al conserje de mi casa de la posibilidad de que el paquete llegara la víspera, para que lo recogiera sin problemas.

El segundo elemento básico era el suministro de comida, bebida y artículos de limpieza e higiene personal. Tras tantos meses de ausencia y a pesar de que en sus visitas regulares mi asistenta había ido tirando diversos alimentos que ya estaban mucho más allá de su momento óptimo de consumo, era consciente de que debería prescindir de prácticamente toda la comida que pudiera tener. Por ello, debía hacer un pedido (en este caso, en Carrefour Online) como para poner en marcha por primera vez un hogar. Arbitré la entrega en mi domicilio para el viernes por la tarde, en que yo ya estaría instalado en casa. Más adelante realicé también pedidos al Supermercado de El Corte Inglés, que me ofrece algunas facilidades adicionales en la compra de artículos frescos (como la charcutería al corte) así como la posibilidad de incluir en el mismo envío productos del Club del Gourmet.

Me fui despidiendo durante esos días de los Residentes con los que había tenido alguna relación, y también de las auxiliares de trato más próximo.

El jueves 27 de Septiembre fue mi última sesión de Fisioterapia en la Residencia. Con P. arbitramos que me tomaría una semana sabática (la primera de Octubre) sin sesiones. Volvería por allí el lunes siguiente (8 de Octubre) a la hora habitual (la una de la tarde) y decidiríamos en ese momento cómo se iba a desarrollar nuestra mutua relación en el futuro.

Llegó por fin el viernes 28, que sería mi última mañana en la Residencia. Preparé el equipaje (una maleta y un par de bolsas) y hacia mediodía apareció mi amigo DL, según habíamos previsto. Me acompañó a Recepción, para las últimas gestiones antes de abandonar la Residencia. Cargamos el equipaje en el coche (que había podido aparcar en la calle, en las proximidades) y nos fuimos directamente a casa.

No os negaré que me invadió una cierta emoción por volver a mi hogar tras más de cinco meses y medio de ausencia. El paquete de Ortoweb había llegado finalmente la víspera y lo tenía el conserje, que me lo subió a casa.

Como todavía no tenía recursos en casa para preparar una comida (el pedido de Carrefour Online llegaría esa tarde, como había solicitado) nos fuimos con DL a comer al Centro Comercial del Palacio de Hielo. Nos comimos una hamburguesa más o menos Gourmet en un Fosters Hollywood. Resultó una explosión de gula tras meses de sobriedad y austeridad nutritiva en la Residencia.

Por la tarde volví a mi casa y DL se fue a sus tareas de abuelo esclavo. Recibí y ordené la entrega de suministros y me preparé para una nueva rutina, retomada desde antes de ingresar en el Hospital en el ya lejano mes de Abril.

Ese fin de semana disfruté de la anarquía de ser dueño de mis horarios, comiendo, cenando, levantándome y acostándome a las horas que me dictaban mis propios biorritmos, sin atender a disciplina concreta alguna.

El martes 2 de Octubre visité el Gabinete de Fisioterapia de mi barrio y llegué a un acuerdo para fijar dos sesiones semanales con ellos, los lunes y los jueves, de una a dos de la tarde. Aproveché para comer un plato combinado grasiento en el Bar de la Esquina, a menos de medio kilómetro desde casa. El lugar es refugio tradicional de transportistas y albañiles y ello les lleva a una oferta gastronómica con tendencia a ser hipercalórica.

Disfruté toda esa semana de mi vuelta a casa, sin ningún problema específico, más allá de acarrear la muleta por todas partes, para asegurar la estabilidad. El aseo no presentó dificultad alguna, gracias a los agarraderos que me había instalado mi amigo DL.

Como estaba previsto, el lunes siguiente, ocho de Octubre, visité de nuevo el Gimnasio de Fisioterapia de la Residencia, para informarles de que ya no volvería por allí, sino que realizaría algunas sesiones en el Gabinete de mi barrio. Fui a la hora que me había sido habitual, la una de la tarde. A la salida, aproveché para comer un Menú del Día en la terraza de una de las cafeterías de la zona. Otra concesión a la lujuria y el desenfreno, tan propio del que disfruta de sus primeros días de libertad tras su estancia en la cárcel.

Así terminaron mis cuatro meses y medio de estancia en la Residencia. Llegué allí en la noche del miércoles 16 de Mayo y la abandoné el mediodía del viernes 28 de Septiembre.

Por fin había conseguido cerrar de nuevo Las Puertas del Infierno y quedarme fuera.



"Las Puertas del Infierno" - Epílogo



4 comentarios:

  1. Buena narración de un buen vecino ocasional en unos momentos difíciles. Pese a ello tengo gratos recuerdos de las tertulias en el jardín de la residencia que después ya seguimos en tu casa y comiendo por ahí.

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  2. Se trata ahora de tocar las Puertas del Cielo. Es algo tan fácil como tener día a día la Paz que nos permita disfrutar de las cosas sencillas de la vida.

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  3. La vida en las Puertas del Cielo es para gozarla, pero ojo, el diablo acecha y no es aconsejable ponérselo fácil.Larga vida para gozarla... y yo que lo pueda ver.

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  4. la proxima te conviene visitar esta tienda ortopedia online y ahorrarte algunos problemas!!

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