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martes, 11 de septiembre de 2012

Los Prejuicios

En lógica se conoce como argumento ad hominem (del latín, literalmente, "al hombre") a un tipo de falacia. Consiste en decir que algo es falso, eludiendo presentar razones adecuadas para rebatir una determinada posición o conclusión. En su lugar se ataca o desacredita a la persona que la defiende señalando una característica o creencia impopular de quien lo expresa (Wikipedia).

Este fin de semana ha tenido relevancia en la Red un artículo de César Molinas publicado por El País, titulado Una teoría de la clase política española. Lo leí y me pareció bastante atinado, aunque sus conclusiones son, quizá, demasiado arriesgadas y deben repensarse un poco más. Lo compartí en Facebook , e incluso se lo remití a algunos amigos. Es relativamente largo, y su lectura toma un cierto tiempo, pero os lo recomiendo vivamente.
Ilustración de El País al artículo citado en el texto.
(Fuente: elpais)

El artículo ha generado mucha polémica. Creo que el título define correctamente su contenido, y no pretende analizar exhaustivamente el problema de España, sino que se centra en las disfunciones asociadas a nuestra clase política, nacida en la Transición. Algunas de las críticas que ha levantado tienen que ver con el hecho de que algunos han pensado que la teoría del autor es que EL problema de España es su clase política, lo que en ningún momento se dice en él. Aunque es cierto que sólo analiza el comportamiento de la clase política, que es el objetivo definido por su propio título.

Pero otras críticas han tirado del argumento ad hominem. Algunos han manifestado que si lo ha publicado El País, entonces no es de fiar. O que el autor trabajó para Merrill Lynch, y claro... Descalificaciones, que no críticas ni opiniones, gratuitas y falaces. El periodista Ignacio Escolar le dedica un artículo a refutar sus argumentos. Resulta curioso ver cómo, entre la multitud de comentarios que han enviado los lectores, hay alguno que acusa al autor de utilizar el argumento ad hominem.

Todos tenemos un cierto número de prejuicios. Así, algunos prefieren unos medios de comunicación a otros, porque habitualmente transmiten mensajes que son más acordes con sus propias opiniones personales. Y deciden, por tanto, no leer nada de aquellos medios que nos les resultan afines. Los hay adictos a Intereconomía, otros a El País, algunos a La Razón, y así para adelante. Lo que normalmente va acompañado de la correspondiente manifestación de urticaria ante cualquier cosa que transmita un medio que no lo perciba como fiable.

Este filtro que introducen los prejuicios nos permiten desbrozar un poco el camino, y nos evitan el sofoco de leer opiniones que, muy probablemente, no coincidan con las nuestras. Bueno, como opción intelectual es discutible, pero es una opción personal perfectamente válida.

El problema, la disfunción, la falacia, aparece cuando alguien descalifica una información (o un artículo de opinión) por el solo hecho de que se ha publicado en determinado medio que no es de su confianza. En otras palabras, los prejuicios nos autorizan la omisión (ni leer, ni consultar, ni ver lo que publiquen los medios que filtramos como no fiables para nosotros), pero la opinión requiere de un ejercicio intelectual y de lógica que evite por completo las falacias.

Son infinitas las facilidades que dan los medios tecnológicos modernos para que todo el mundo pueda opinar de forma muy fácil (los comentarios son siempre posibles, y mucho más inmediatos y fáciles, que las famosas Cartas al Director). Con lo que, inevitablemente, este ejercicio vicioso de la lógica, con utilización de argumentos ad hominem, están a la orden del día.
Woody Allen
(Fuente: resumi2)

Supongo que cada cual, de acuerdo a sus propias experiencias, tiene sus escritores favoritos (de los que se ha leído algún libro que nos ha gustado) y sus directores de cine preferidos (de los que se ha visto alguna película que nos ha gustado). A mí, por ejemplo, me gustan como directores tanto Woody Allen como Pedro Almodóvar, por citar solamente dos. Pero jamás me atrevería a decir que todas sus películas son geniales. En el caso del americano, Bananas, Misterioso Asesinato en Manhattan o Match Point tienen elementos que, en mi opinión, las acerca a la genialidad; mientras que otras, con cierta inspiración bergmaniana, son intragables, y las últimas son (casi) puros panfletos turísticos de Barcelona, París o ahora parece que Roma (la veré, sin duda, pero con este prejuicio). En el caso del manchego, a la indudable genialidad de Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios o a la profundidad de Carne Trémula o Volver, se contraponen otras películas bastante insufribles y truculentas, que hacen realidad las maravillosas imitaciones (exageradas, por supuesto) que de Almodóvar realiza el cómico Miki Nadal. Algo así como un taxidermista transexual y cocainómano de Puertollano se enamora de una ardilla del bosque y, al no ser correspondido, asesina al alcalde.

En otras palabras, que un director nos guste o no (así, en general) significa que estaremos dispuestos (o no) a dedicarle un cierto tiempo a ver y analizar su última película. Pero la crítica (buena o mala) nunca deberá serlo en función de quien es el director, ya que caeríamos en la falacia del argumento ad hominem, sino en la propia película, su argumento, su desarrollo, el trabajo artístico, técnico, etc. Si un director no nos gusta, evitaremos perder nuestro tiempo viendo sus películas, pero eso no nos autoriza a decir que son malas por el simple hecho de quién sea su director.

Los prejuicios nos autorizan legítimamente a la omisión, pero si opinamos debemos hacerlo respetando unas reglas mínimas de altura intelectual, y no utilizar ese tipo de falacias, como el argumento ad hominem.

Tengo algún amigo a quien no le gusta nada el cine español. Es perfectamente respetable que decida no dedicar su tiempo a ver ninguna película española, que las omita de su selección. Pero a menudo traspasa el umbral de la falacia, argumentando que una película (que muy probablemente ni siquiera ha visto) es mala por el simple hecho de ser española. Yo soy lo contrario, en general me gusta el cine español. Ello significa que estoy más dispuesto a dedicar mi tiempo a ver una mala película española que una película americana regulera. Lo que no obsta para que, después de verla, pueda opinar que es mala de solemnidad, que el argumento no se sostiene, que los actores no son creíbles, etc. etc.
Pedro Almodóvar
(Fuente: esmas)

En estos tiempos apresurados, globalizados y atribulados, existen infinitas facilidades (comentarios on-line a cualquier publicación, blogs, foros, etc. etc.) para que todo el mundo pueda manifestar su opinión, y eso es bueno. Pero ello no significa que se puedan saltar impunemente las reglas más elementales de la lógica, y utilizar masivamente argumentos ad hominem para descalificar aquello con lo que no comulgamos. Todo opinador es respetable, sí; pero toda opinión debe ganarse la respetabilidad no utilizando argumentos falaces ni descalificaciones gratuitas.

Si tus prejuicios te llevan a que no te guste cierto escritor, tu libertad te permite omitirlo de tu lista de lecturas. Pero si lo lees y opinas, siempre hay que respetar las normas básicas de la lógica al emitir una opinión y, especialmente, evitar las falacias como el argumento ad hominem.

No todo vale. Tener ciertas preferencias no nos autoriza de ningún modo a cancelar el sentido crítico. Ni para el incienso ni para el ventilador de KK.

JMBA

1 comentario:

  1. Sabios consejos, amigo José Mari. Sobretodo en los tiempos que corren, en los que tenemos la oportunidad de poner en la red cualquier opinión que se nos ocurra, por peregrina que sea, a la vista de muchas personas, con un simple golpe de ratón.
    Un abrazo.
    F.M.R

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