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martes, 9 de febrero de 2016

Es la hora de hablar

A lo que se invita a la familia, a los amigos y a los conocidos, es a la boda. El noviazgo se desarrolla, habitualmente, en una razonable penumbra de privacidad.

El afán de transparencia y de luz y taquígrafos está provocando que todo el proceso de negociación para la formación de un nuevo Gobierno, prácticamente se retransmite en tiempo real.
Pedro Sánchez, candidato a la Presidencia del Gobierno.
(Fuente: huffingtonpost)

Hace unos días, el veterano periodista Miguel Ángel Aguilar, en una larga pregunta que planteó en una de las infinitas ruedas de prensa que estos días está ofreciendo Pedro Sánchez, hacía alusión a esta necesidad de áreas de penumbra en las negociaciones tanto políticas como incluso amorosas. Creo que tiene toda la razón.

Hay una realidad que creo que la mayoría de periodistas están ignorando, en pos de una supuesta total transparencia, que no creo que sea un bien superior en todos los casos.

Es imprescindible que, si se llega a algún tipo de acuerdo, este se haga público en todos sus extremos, porque los ciudadanos tenemos derecho a conocerlo.

Pero los tiempos políticos tienen, necesariamente, aproximaciones diferentes. Durante cualquier campaña electoral, el objetivo ideal de cada líder es conseguir que el 100% de los ciudadanos depositen un voto en favor de su formación. En su defecto, todos intentan hacer lo que sea para conseguir la mayor representación posible. Esto significa que se se compara la fuerza propia con las rivales, a las que a menudo se desacredita o incluso descalifica. En la reciente campaña del pasado Diciembre, el PSOE intentaba convencer a los tibios del centro para que votaran al PSOE y no a Ciudadanos, y a los votantes de la izquierda para que votaran a una fuerza de la izquierda moderada como el PSOE, y no a una fuerza de la izquierda más radical, como Podemos.

En campaña, todos los líderes tienen su objetivo muy claro, y actúan en consecuencia. Pero ese tiempo termina el día de las votaciones.

El día después, está clara la representación, en término de votos y de escaños, que cada fuerza ha obtenido.

El siguiente paso, como se está poniendo de manifiesto de forma muy palmaria en esta ocasión, viene el período de negociación y de obtención de pactos, para facilitar la formación de un Gobierno con el suficiente apoyo parlamentario para que resulte razonablemente estable. Un Gobierno, por cierto, que debe actuar para todos los ciudadanos, no solamente para aquellos que votaron a las fuerzas que apoyen el gobierno.

En esta fase, creo que lo más conveniente es que todos (políticos, medios, periodistas, ciudadanos) olvidemos las infinitas pullas que se han lanzado entre ellos en otro tiempo político.

Una vez las urnas han dado su veredicto, cada fuerza política sabe cuál es la representación que le han dado los ciudadanos. Si somos puristas, el programa electoral con que cada formación se presenta a las Elecciones debería convertirse en su programa de gobierno si consigue una mayoría suficiente para poder gobernar sin necesidad de llegar a acuerdos con otras fuerzas. En la realidad, incluso con mayorías absolutas, luego se cumple o no, pero esa sería otra conversación.
El periodista Miguel Ángel Aguilar.
(Fuente: periodistadigital)

Pero en cuanto se abre un tiempo de negociación, conviene que todos olviden (olvidemos) lo que sucedió durante la campaña. A una negociación conviene acudir modestamente con tu programa bajo el brazo, y una clara consciencia de que la fuerza real conseguida en las urnas es la que debería dictar cuánto de ese programa puede acabar viéndose reflejado en un eventual Programa de Gobierno.

La fase de negociación y de búsqueda de pactos supone, para todos, la necesidad, o por lo menos la conveniencia, de tragarse unos cuantos sapos incómodos. Y a nadie le apetece que la deglución de ese batracio se produzca en público. Para tener alguna opción de llegar a un acuerdo hay que olvidar las líneas rojas y desarrollar la empatía necesaria con las demás fuerzas políticas. Hay que tener claro que detrás de cada líder, en esa fase, está el respaldo de un cierto número de ciudadanos en las urnas. Ni más ni menos.

No acabo de entender las posiciones excluyentes ante una negociación. Por el bien de los ciudadanos, todos deberían aportar partes de su programa y de su ideario. Entiendo que ni al PP ni al PSOE les apetece negociar entre ellos, pues son realmente el uno la alternativa natural del otro. Pero sería muy necesario, por el bien del país, que exista un cierto nivel de acuerdo entre ellos, al menos para que todos participen en los grandes pactos nacionales y de Estado para los temas realmente importantes y de largo recorrido (reformas constitucionales, pactos por la Educación, acuerdos para el desarrollo de la Ciencia y el I+D, etc.).

Y tampoco comprendo la posición de Podemos, que se desarrolla con una altanería y una soberbia que parece olvidar que su apoyo en términos de votos ciudadanos es el que ha sido. Importante, sí, especialmente para una fuerza que venía de cero, pero limitada. Intentar una negociación en exclusiva con el PSOE no podría conducir en ningún caso a que Pedro Sánchez pudiera ganar un debate de investidura ni formar un gobierno razonablemente estable.

Y, definitivamente, me parece desproporcionada la saña con que algunos periodistas se empeñan en enfrentar a todos los líderes con sus propias palabras y descalificaciones durante la campaña electoral. Un buen ejemplo de ello fue el cruel ejercicio de Maldita Hemeroteca (que rinde, en general, muy buenos servicios a los ciudadanos) al que sometió mi admirada Ana Pastor al jefe del equipo negociador del PSOE, Antonio Hernando, en el programa El Objetivo el pasado domingo. Me parece que eso en nada contribuye a que las negociaciones puedan desarrollarse con los mínimos contratiempos posibles. Hernando, que ha sido azote del Gobierno y del PP desde su posición de portavoz del PSOE en el Congreso de los Diputados, acudió al plató con su piel de cordero (y sus nuevas gafas de color, por cierto), propia del nuevo tiempo de negociación y pactos. Y Ana Pastor intentó forzarle, sin éxito, a que reconociera que hoy ya no comparte las descalificaciones a otras fuerzas que vertió en tiempo de campaña.

El negociador no tiene por qué cambiar de opiniones. Sólo que está obligado a olvidarlas, para facilitar la labor de identificar aquellas áreas y aquellos temas en los que puede haber cierta coincidencia, y tratar de elaborar una propuesta común, que provoque la parcial satisfacción de todas las partes.  
Ana Pastor, directora de El Objetivo, en La Sexta.
(Fuente: vertele)

En política, cada tiempo tiene sus propias reglas, que conviene no alterar. Por eso me parecen necesarias esas áreas de penumbra que evocaba Miguel Ángel Aguilar. En la privacidad de una mesa de negociación se pueden verter descalificaciones o incluso insultos de unos hacia otros. Pero lo que realmente importa es que esa situación pueda superarse, para contribuir al bien superior del país y sus ciudadanos.

Durante unos días, las próximas semanas, deberíamos dejar tranquilos a nuestros políticos, para que puedan desarrollar de la mejor manera posible la labor por la que les pagamos un buen sueldo.

Aunque hay que reconocer que hay un elemento distorsionador de esta situación. Da la sensación de que algunas fuerzas políticas están apostando a que el proceso descarrile y resulte inevitable convocar unas nuevas Elecciones Generales. Es muy complicada la gestión de un ambiente político en que algunos están en el tiempo de la negociación, mientras que otros parecen moverse en las arenas de una nueva campaña electoral.

Personalmente, creo que debería resultar posible llegar a un acuerdo que, por activa o por pasiva, permitiera que Pedro Sánchez sea investido Presidente del Gobierno. Con un programa de gobierno que debería incluir elementos del PSOE, de Ciudadanos y de Podemos, y con la aquiescencia del PP, al menos en lo que a los grandes temas de Estado se refiera.

Claro que para llegar a ese estadio, a lo mejor es necesario que algunos líderes den un paso al lado, para que un posible recambio haga más fáciles las cosas.

JMBA

martes, 2 de febrero de 2016

El Día de la Marmota

Este 2 de Febrero es la Candelaria, que marca la equidistancia entre el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera. El punto medio de la estación invernal.

Dice un refrán catalán lo siguiente:

Quan la Candelera plora, el fred és fora; quan la Candelera riu, el fred és viu; però tant si riu com si plora, mig hivern fora

En una traducción libre, podríamos decir que: Cuando la Candelaria llora, el frío está fuera; cuando la Candelaria ríe, el frío está vivo; pero tanto si ríe como si llora, medio invierno fuera.

Por cierto, Candelaria es también un municipio de la isla de Tenerife.
(Fuente: editando)

Hoy se celebra en la Norteamérica rural el Día de la Marmota, en que, dependiendo del comportamiento de una marmota al salir de su madriguera, se predice si la primavera se va a avanzar, o tendremos un invierno largo. La más famosa es la que se celebra en el pueblo de Punxsutawney (Pennsylvania), que fue inmortalizada en la película Groundhog Day (Atrapado en el Tiempo) (1993) dirigida por Harold Ramis y protagonizada por Bill Murray y Andie MacDowell. En ella, un reportero que cubre esa celebración, se ve condenado a repetir la misma jornada una y otra vez, lo que genera giros muy interesantes en el guión.

Popularmente, la expresión Día de la Marmota tiende a tener el significado asociado a esa película: una situación que se repite cansinamente una y otra vez, sin modificaciones ni evoluciones aparentes.

Curiosamente, muchas de las cosas que rodean nuestra vida cotidiana nos sugieren al Día de la Marmota. Y a su segunda interpretación: que es una insensatez esperar obtener un resultado diferente haciendo siempre lo mismo.

Hay cosas (y personas) que resultan graciosas en pequeñas dosis. Pero su reiteración acaba resultando estomagante.

En política estamos asistiendo a nuestro particular Día de la Marmota. La segunda ronda de contactos de los líderes de las diversas formaciones con el Rey parece producirse en circunstancias prácticamente idénticas a la de hace un par de semanas, sin avances de ningún tipo. En resumen, sin que hayan hecho los deberes.

Sólo espero que el Rey tome, esta vez, una decisión diferente, para salir de un bucle que podría ser infinito. Ya es hora de que los líderes, especialmente Rajoy y Sánchez, salgan de su tacticismo y dontancredismo, y empiecen a hacer los deberes que les hemos dado los ciudadanos en las urnas.

Hasta ahora nunca había habido problemas de este tipo, porque la situación que dejaban las urnas era bastante clara, con un partido claramente destacado, con mayoría absoluta o muy próxima, y no había dudas sobre quién debía asumir la investidura. Pero tras la espantada de Rajoy en la primera ronda, poniéndose de perfil para que se estrelle el siguiente, esta ocasión es diferente de todas las anteriores. Esta vez, me parece que el Rey debe asumir sus funciones de Jefe del Estado y poner firmes a los diversos líderes, forzándoles a que hagan sus deberes, a que lleven adelante las pertinentes negociaciones hasta el final, para validar si sus respectivos proyectos políticos tienen buenas posibilidades de superar una investidura.

Desde mi punto de vista, si yo fuera el Rey (que ya me gustaría, ya) abriría formalmente un período de negociación política (de un par de semanas), y citaría a los líderes a una nueva ronda con todas las posibilidades exploradas a conciencia.
Los cuatro líderes políticos, sumidos en la inacción.
(Fuente: elperiodico)

En esa potencial tercera ronda, podrían darse varios casos. Si ningún líder consiguiera los apoyos necesarios, estaríamos abocados a nuevas elecciones. Si uno de los dos afirma disponer de los apoyos suficientes, debería ser nominado como candidato a la Presidencia del Gobierno, y enfrentarse a un debate de investidura. Si los dos líderes principales afirmaran estar en condiciones de una investidura, sin duda uno de los dos estaría mintiendo. Pero, en ese caso muy improbable, Rajoy como líder de la fuerza más votada, debería ser el (primer) candidato a la investidura.

Lo que no me parece para nada correcto es ir a la audiencia con el Rey con problemas al hombro, en lugar de llevar soluciones. Porque existe la posibilidad de que hubiera soluciones más imaginativas, que hoy no están encima de la mesa. Pero eso sólo se descubrirá tras lijar el culo a base de largas sentadas de trabajo.

En fin, este proceso está siendo muy, muy cansino. Un auténtico Día de la Marmota. Y me temo que lo que, sin ninguna duda, se va a conseguir, es que la desafección de los ciudadanos por la política vaya en aumento, y se manifieste en un crecimiento importante de la abstención en unas hipotéticas nuevas Elecciones Generales.

Desgraciadamente, en la política hay más cosas que también nos sugieren al Día de la Marmota. Como los espectáculos coreográficos de la corrupción, que se repiten una y otra vez. Aunque debo reconocer que las fórmulas imaginativas que algunos desplegaron para implementar sus latrocinios crean una cierta variación en el tono de los colores de la corrupción. Por el contrario, la reacción de los portavoces y líderes del PP ante los diversos episodios escandalosos que les afectan directamente resulta de un cansino que ya fatiga. Da la sensación de que, en alguna parte de la organización, tienen una fábrica de mantras exculpatorios, que luego repiten urbi et orbe en todos los tonos posibles.

Después de que toda la organización del PP valenciano esté sub judice, resulta insostenible la posición de que la corrupción es de las personas y no de las organizaciones, y de que Rajoy y su Gobierno han tomado más iniciativas contra la corrupción que todos los gobiernos anteriores. O de que la corrupción es un tema del pasado.  Después de los Luis, sé fuerte y de la sospecha de los sobres y las cajas de puros con billetes dentro, Rajoy, para muchos ciudadanos, está marcado por una sospecha más que evidente. Pero hace sólo un día que hemos oído al ministro Catalá (y a todo el paquete de portavoces del PP) manifestarse en esos mismos términos.

En fin, hay chistes o situaciones graciosas que nos pueden hacer sonreír las tres o cuatro primeras veces. Pero su repetición y reiteración cansina resulta ya claramente enojosa.

Phil, la marmota de Punxsutawney, no es el responsable del folclore, ciertamente kitsch, que se monta a su alrededor. Pero pudiera ser que la única solución para salir del bucle sea matar a Phil. O cambiar de líderes, que ellos sí son responsables de este particular Día de la Marmota.

Ría o llore la Candelaria, ya nos hemos ventilado la mitad del invierno.

JMBA