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viernes, 8 de abril de 2011

Volar no mola - 3 - Colas y Esperas

Si hemos hecho correctamente los deberes hasta aquí, debemos haber llegado al aeropuerto, con nuestro equipaje y una reserva para volar, con la antelación suficiente.
Grandes multitudes discurren u ocupan los aeropuertos
de medio mundo
(Fuente: vuelosbaratos.es)

Pero, ¿cuánto tiempo es esa antelación suficiente?. Hasta no hace mucho tiempo, para vuelos de corto recorrido (nacionales y dentro del perímetro Schengen), las compañías hablaban de veinte o treinta minutos antes de la hora del vuelo. Pero la progresiva masificación, y las alucinantes medidas de seguridad que se han ido poniendo en práctica en los últimos tiempos ha ido alargando esta antelación como si fuera de goma.

Hoy, la facturación de cualquier vuelo se cierra cuarenta y cinco minutos antes de la hora prevista de salida. Es decir, que tenemos que haber facturado nuestro vuelo con esa antelación como mínimo.

Si hablamos de vuelos de largo recorrido, especialmente si tocan lugares muy sensibles, las compañías ya no se cortan en pedir antelaciones de hasta tres horas. Para los vuelos más habituales, llegar al aeropuerto con una hora de antelación es prácticamente el límite razonable para no sufrir de estrés emocional. Para cubrirnos de posibles incidentes en el viaje hasta el aeropuerto, deberemos, pues, de media, contar con llegar al aeropuerto con hora y media de antelación. De esta forma, tendremos un cierto colchón para cubrirnos de los atascos, o de la interrupción puntual de algún servicio público, con alternativas que siempre nos consumirán más tiempo.

Bien, como estamos describiendo un viaje afortunado, habremos llegado al aeropuerto con más de una hora de antelación respecto a la hora prevista de salida de nuestro vuelo.

Puede que traigamos impresa de casa nuestra tarjeta de embarque (con plaza asignada; en algunos casos, previo pago de un pequeño suplemento), o incluso que la llevemos en nuestro móvil. Pero, en cualquier caso, tendremos que pasar por un mostrador habilitado para facturar la maleta que nos acompaña. Hace un tiempo, la práctica de facturar el vuelo desde casa era poco habitual, y el o los mostradores habilitados para recoger el equipaje estaban siempre desiertos. Pero la práctica, por su comodidad y forzada por la propia actitud de las Compañías Aéreas, se ha extendido mucho. Por ello, ya es habitual que incluso esos mostradores tengan largas colas de espera, como hace poco me encontré (más de cien viajeros delante de mí), en los mostradores habilitados al efecto por Iberia en la T4 de Barajas.

Una operación de un minuto (facturar la maleta que nos acompaña), puede convertirse en una espera, en estas condiciones, de diez, quince o veinte minutos.

Y si hablamos de las compañías más señeras en el low cost, el proceso puede convertirse en una pesadilla. Ryanair quizá sea seguramente la más ávida de recaudaciones adicionales por cualquier concepto, seguida muy de cerca por Easyjet. Con objetivos claramente económicos, limitan muy estrictamente el equipaje que pueden llevar los viajeros. Suponiendo que hayan pagado el suplemento por facturar equipaje, a menudo el límite es un solo bulto de 15Kg de peso que no se puede compensar entre varias personas que viajen juntas. Además, el equipaje de mano se limita estrictamente a un solo bulto por persona, de dimensiones y peso máximos muy exigentes.
Frente a los mostradores de facturación
(Fuente: kuviajes.com)

Debido a estos motivos, frente a los mostradores de facturación de ciertas compañías podemos asistir a escenas kafkianas. Por ejemplo, dos personas con sendas maletas abiertas, trasladando de una a otra jerseys, bragas o bolsas de dudoso contenido, para que ninguna de las dos supere el peso máximo admitido sin tener que pagar nuevos suplementos.

De hecho, en ciertos aeropuertos ya se ha habilitado un rincón con biombos, para dar una cierta intimidad a esta operación de acondicionamiento del equipaje.

Mucha gente disimula varios bultos de equipaje de mano metiendo unas bolsas dentro de otras, o escondiéndolas debajo del jersey, anorak, cazadora o abrigo. Todo un ejemplo de la picaresca popular de este siglo XXI.

Como se puede fácilmente entender, la operación de facturación en estas condiciones puede suponer una cola y una espera de cierta consideración. El que todavía no se haya aburrido, y siga volando con Ryanair, por ejemplo, más vale que cuente con una media hora como demora estándar para el proceso de facturación.

Si hemos tenido suerte, y no hemos vivido ningún incidente que nos haya erosionado el colchón de tiempo que previmos a la salida de casa o del hotel, estaremos en condiciones de pasar a la zona de embarque con más de una hora de antelación.
Control de seguridad en un aeropuerto
(Fuente: tecnicosdemantenimientoaeronautico)

Claro que ahora debemos proceder a cruzar el control de seguridad. Hace tiempo, era bastante fluido. Pero el progresivo endurecimiento de las medidas de seguridad (debido principalmente a la comisión de ciertos actos terroristas, que tienen los aviones como objetivo o como arma), hace que cruzar el control de seguridad según en qué aeropuertos, pueda ser una cuestión que nos consuma bastantes minutos, incluso quince, veinte o treinta, si no más.

Las medidas de seguridad para los viajeros en los aeropuertos son un puro placebo. Es decir, son medidas cuya misión principal es convencer al viajero de que hay medidas de seguridad, para su tranquilidad. El hombre malo jamás intentaría cruzar el control de seguridad con los fusiles, las pistolas o las bombas, sino que utilizaría, normalmente, cómplices internos. Los aeropuertos gigantes son empresas con docenas de miles de empleados. Asegurar la lealtad y fidelidad de todos y cada uno de ellos es una tarea poco menos que imposible.

Por mucho que insistan en negarlo, el ajuste de los aparatos de seguridad es desigual entre los diversos aeropuertos. Y, por supuesto, también es desigual el celo de los agentes. El bolígrafo que cruzó sin problemas, por la mañana, el control de seguridad de un aeropuerto, desata las alarmas por la tarde en otro. El cinturón, o los zapatos, que no generaron alerta en un control, en otro se convierten en armas de destrucción masiva.

Especialmente si en la cola abundan los viajeros no habituales (lo que se da de forma masiva en las operaciones salida de vacaciones), se puede asistir a escenas denigrantes. Gente que requiere pasar tres o cuatro veces por el arco, dejando cada vez algo más en las cintas (las monedillas, el móvil, el mechero, los zapatos, el cinturón,...). Y, al final, tienen que acabar sometiéndose al escrutinio manual de algún agente (masculino o femenino, según el sexo aparente del viajero; como si el agente o el viajero no pudieran tener otras inclinaciones sexuales). Sólo para descubrir que el escáner pita al pasar por la pelvis, porque el viajero lo que lleva es plomo en los huevos.
Forges, siempre exagerando (un poquito sólo)
(Fuente: ponteaereoForges)

El objetivo del control de seguridad es que no salte ninguna alarma de los dispositivos, o del agente que controla visualmente la radiografía del equipaje de mano. Todos los días asistimos a falsos positivos, a que los agentes obliguen a alguien a abrir una bolsa de mano para verificar de qué se trata eso que tiene una forma sospechosa. Yo llevaba una vez un par de latas cilíndricas de foie gras, que parecían, evidentemente, munición pesada para un bazooka. Tuve suerte de que no me las decomisaran. O un pequeño trípode plegable para la cámara fotográfica también despertó otra vez la alarma.

Por el contrario, los falsos negativos son silenciosos, y desconocemos cuántos y con qué frecuencia se producen.

Asistimos con regularidad al decomiso de botellitas de agua (será para ahorrar en el uso de los servicios a bordo), o a gente apurando sin ganas un refresco, para tirar el envase vacío. Otros discuten, inútilmente, con los agentes, para que su error al preparar el equipaje no les cueste desprenderse de esa botellita de colonia que excede el tamaño máximo admitido.

Resulta un atentado a la dignidad humana ver gente descalza, sosteniéndose los pantalones con las manos, intentando cruzar el arco de seguridad sin que aquello pite.

En fin, todo sea por garantizar la seguridad del vuelo. Suponiendo que fuera verdad, claro.

Pasado el control de seguridad, cualquiera puede comprar cualquier cosa que esté a la venta por parte de la organización. ¿Qué control de seguridad han pasado todas las cosas que están a disposición de los viajeros, previo pago de su importe, en las zonas de embarque?. No tengo respuesta para eso.

En el Aeropuerto John Lennon de Liverpool vi que se habían inventado un pasillo para el control de seguridad express, previa compra de un ticket específico, por unas pocas libras. Es decir, una posibilidad de saltarse la cola previo pago de su importe. Como ya se hace en la mayoría de Parques Temáticos, y en algunas atracciones turísticas. Si es que viajando, se aprende.

Tras todos estos obstáculos, cuando llegamos a la zona de embarque pueden pasar dos cosas: o bien las operaciones han sido penosas y hemos consumido todos los colchones de tiempo, y debemos ir directamente a embarcar; o bien todo ha funcionado con suavidad y sin colas, con lo que podemos tener por delante más de una hora de espera antes de embarcar. O cualquier alternativa intermedia, claro.

Viene entonces el momento peligroso en que podemos gastar más de lo que teníamos previsto. Algunos aeropuertos se han convertido en gigantescos Centros Comerciales (o Malls), donde, de vez en cuando, aterrizan o despegan aviones.
Tienda Duty Free del Aeropuerto de Kuwait
(Fuente: somecontrast)

Aunque las cafeterías de los aeropuertos acostumbran a ser bastante caras, son la alternativa más económica para esa espera. Un café, un refresco o algo de comer, y el libro que trajimos de casa, es una opción prudente y, seguramente, la más barata. Porque, si no, podemos caer en mil tentaciones. Si salimos de casa, esa botella de whisky puede caer (porque los minibares de los hoteles son muy caros), o podemos cargarnos de planos y mapas que jamás utilizaremos, o de periódicos y revistas que jamás leeremos. O caer en pecados todavía más gordos, o por lo menos más caros. Si volvemos a casa, es el momento para comprar ese recuerdo que se nos pasó, para María o para los niños, o ese producto gastronómico local que acaba valiendo y pesando más de lo que habíamos pensado.

Claro que pasearse por las tiendas alguna vez nos resuelve un problema que no habíamos anticipado. Un ejemplo son los conversores de toma eléctrica. Llevamos en el equipaje varios cargadores para todos los pirulos de los que ya no sabemos prescindir (móvil, cámara fotográfica, MP3,...). Pero, en ciertos países como el Reino Unido o Estados Unidos, la toma es diferente, y requiere de un adaptador. De los que sirven en el Reino Unido debo tener en casa tres o cuatro, que han ido cubriendo los sucesivos olvidos.

Ah, se me olvidada, mucho cuidadito con las tiendas llamadas Duty Free. Por una parte, desde que existe el espacio único europeo (Schengen) ya no se pueden comprar artículos sin impuestos en vuelos Schengen. Y, por otra parte, a menudo el tabaco o el alcohol son más caros que en la tienda de la esquina de casa. Si se han pagado casi ocho libras por un paquete de tabaco en Londres, pagar solamente cinco o seis en el aeropuerto (es un decir) puede parecer un chollo. Sólo que eso es más del 50% más caro que en el estanco cerca de casa. Y si os gusta el brandy o el cognac, huid del XO (más de cien euros la botella) que es sólo para japoneses. Un buen VSOP de treinta o cuarenta euros ya es un producto excelente.

Ahora sólo debemos asegurarnos de que la puerta de embarque que nos corresponde no esté muy alejada de donde estamos. En los grandes Aeropuertos (la T4 de Madrid es un ejemplo), han tenido que poner indicadores del tiempo estimado de llegada andando (o con pasillos móviles u otros medios) a ciertas puertas muy alejadas de donde nos encontramos una vez pasado el control de seguridad. Para intentar evitar otra de las escenas denigrantes a las que asistimos con frecuencia en los aeropuertos: una pareja cargada con bolsas (si no también con un lactante) corriendo desaforadamente por los pasillos, para intentar llegar a tiempo al embarque de su vuelo. Algo se les va a perder por el camino, sin duda. Pero ya sería mala suerte que, superados todos los obstáculos hasta aquí, acabaran perdiendo su vuelo por un despiste.

Hay que tener ciertas precauciones con algunas personas que pierden la noción del tiempo si andan mirando por las tiendas. O con ese apretón impertinente, que nos puede consumir diez preciosos minutos de nuestro tiempo escaso. Y la escena de alguien, con los ojos desencajados, pegado al móvil, junto a la puerta de embarque, viendo cómo se agota la cola, y preguntando ¿pero dónde estás?, ya se ha hecho también habitual.

He supuesto que nuestro vuelo funciona a su hora prevista. Porque también podemos encontrarnos, al facturar o mucho más tarde, de que se nos informe de que el vuelo tiene un retraso estimado de xx minutos. En este caso, lo único que tenemos seguro es que ese retraso será, como máximo, la mitad del retraso real que vamos a sufrir. Retrasos, huelgas u otras catástrofes quedan fuera de esta historia, que pretende ser lineal.

En fin, podremos finalmente sentarnos (si hay sitio libre) junto a la puerta de embarque, y ya sí que lo único que nos queda por hacer es esperar, sin más, hasta que llamen para el embarque. Con suerte, igual ya han pasado un par de horas desde que salimos de casa o del hotel. Tras tanta tensión, nos viene el sopor, que conviene controlar para evitar que acaben embarcando sin nosotros, y nos quedemos roncando como cerdos en la sala de embarque.

El embarque será el acceso real a lo único que, de verdad, vinimos a hacer. El resto sólo han sido obstáculos que había que superar, para conseguir llegar a la meta.

Pero eso ya será objeto de otra historia.

JMBA

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