Cuando planifiqué mi ruta por varias ciudades europeas en el inicio de la primavera, empezando por Londres, tenía pensado enlazar en París, via el Eurostar, hacia Frankfurt. Pero ya pensaba visitar París al final del viaje (antes de la vuelta a España por el nuevo enlace de -casi- Alta Velocidad en Figueres-Vilafant) y el camino, aburrido, hubiera sido de ida y vuelta.
Uno de los edificios de la Grand Place (Grote Markt), el centro neurálgico y monumental de Bruselas. (JMBigas, Marzo 2013) |
Por el contrario, opté por hacer una escala en Bruselas. El Eurostar, tren de alta velocidad que une Londres con el Continente, cruzando bajo el Canal de la Mancha por el Eurotúnel, sirve principalmente a París y a Bruselas. Varias veces ya he viajado entre Londres y París (y viceversa), pero esta fue mi primera vez viajando desde Londres a Bruselas.
He visitado varias veces Bruselas (en las últimas tres décadas), la que pasa por ser la capital de la Unión Europea, y siempre me ha parecido que, para mí, tiene atractivos bastante limitados. Más allá de la Grand Place (Grote Markt en neerlandés, lengua cooficial con el francés en toda la zona de Bruselas), que es la apoteosis de los estilos arquitectónicos recargados, y del Atomium, casi simplemente una atracción infantil, más allá de sus formas rotundas e inconfundibles, la ciudad no tiene mucho que ofrecer al visitante. Al menos, esa es mi opinión.
Por eso planifiqué una corta estancia (sólo estuve una tarde y noche). Por la mañana de ese jueves 21 de Marzo, tomé un Eurostar en la estación de Saint Pancras en Londres y tras dos horas de viaje y perder una hora por el horario insular, llegué a Bruselas al mediodía. Mientras que, a menudo, el trayecto entre Londres y París es directo (en algunos horarios, hay paradas adicionales en Ebbsfleet International, Ashford International o Calais-Fréthun) el viaje a Bruselas siempre tiene una parada en la estación de Lille-Europe. Además, buena parte del pasaje abandonó el tren en esa estación. La explicación es muy sencilla. Cualquier viajero que deba ir a algún lugar de Francia diferente de París, siempre va a preferir el enlace en Lille (sin salir de la estación) a los trayectos en Metro entre las diferentes estaciones terminales de París. O, para el caso, quien viaje con los niños a Disneyland París tomará muy probablemente la misma decisión.
La Basílica de Koekelberg, que ofrece una excelente terraza panorámica sobre Bruselas. (JMBigas, Marzo 2013) |
Sólo pensaba quedarme una noche en Bruselas, porque a la mañana siguiente tomaría otro tren para viajar a Frankfurt. Por ello, reservé habitación en el Hotel Ibis Gare du Midi, junto a la principal estación ferroviaria de Bruselas, que era mi punto de llegada y de salida de la ciudad. Cómodo y conveniente.
Bruselas, como Bélgica y Holanda en general, es una ciudad muy llana, donde no hay elevaciones naturales que faciliten al visitante una vista panorámica de la ciudad. Buceando por Internet, llegué a la conclusión de que el mejor mirador panorámico público en Bruselas es la terraza de la Basílica de Koekelberg que, desde sus 50 metros de altura, facilita una de las mejores vistas de pájaro de la ciudad.
Esta basílica es, por superficie, la quinta iglesia católica más grande del mundo (tras el delirio de Yamoussokro en Costa de Marfil, San Pedro en Roma, Saint Paul en Londres y Santa Maria dei Fiori en Florencia). Su nombre completo es Basilique Nationale du Sacré Coeur (o Nationale Basiliek van Heilig Hart, en neerlandés), y se encuentra en el extremo occidental del Parc Elisabeth, en el distrito de Koekelberg, al oeste de la ciudad. Cualquiera que haya visitado Bruselas en coche, seguramente habrá pasado por sus proximidades. El Boulevard Leopold II es una arteria de circulación principal, de salida de Bruselas hacia el oeste (en dirección a Gante, Brujas,...). Discurre en túnel bajo el Parc Elisabeth, y la vuelta a la superficie se produce frente a la Basílica.
Por curiosidad, aunque ya me había informado ampliamente en Internet, planteé en la recepción del hotel mi interés por la Basilique du Sacré Coeur, para que me informaran sobre el mejor modo de llegar hasta allí en transporte público. La sorpresa fue comprobar el estupor de la chica de recepción, que sólo atinó a preguntarme: Pero eso, ¿no está en París?. Luego alguno de sus compañeros ya le comentó sotto voce sobre la Basílica de Koekelberg. Lo que me confirmó que la Basílica no solamente es muy poco conocida por los visitantes de Bruselas, sino también por sus propios habitantes.
También tenía interés en comprar algunos libros (en francés, claro, que mi dominio del neerlandés es nulo) sobre historia y política de Bélgica. Ese país representa un jeroglífico para mí. Sus dos comunidades muy marcadas, la valona, francófona y muy cercana a Francia en todos los sentidos, y la flamenca, muy próxima a Holanda, no sólo por su idioma, prácticamente idéntico al holandés. Bélgica siempre me ha dado la sensación de un país que sólo es una solución temporal, en el camino hacia la integración de las respectivas comunidades con sus poderosos vecinos. Aproveché para preguntarle a la chica de recepción por una librería que estuviera bien surtida de libros en francés, y sólo supo indicarme la FNAC (cadena francesa de libros, música, vídeos y tecnología) en Rogier, en un centro comercial al norte del cogollo neurálgico de la ciudad. Esperaba que me recomendaran una librería más autóctona y típicamente belga, pero no pudo ser. Da la sensación de que lo típicamente belga se agota en la práctica con el chocolate, las cervezas y los moules frites (mejillones al vapor con patatas fritas).
Zona del Altar Mayor de la Basilique du Sacré Coeur de Bruselas (barrio de Koekelberg). (JMBigas, Marzo 2013) |
Había desayunado en el hotel de Londres antes de partir, y había tomado un tentempié en el Eurostar. Pero tenía algo de hambre, y tomé un sandwich caliente en uno de los múltiples puntos de comida rápida que hay en el interior de la Estación del Sur (Gare du Midi). Para despreocuparme de los billetes de Metro y autobús, compré, por 6,50€, un billete válido para todo el día en la red de transporte público de Bruselas.
Para llegar a la Basílica del Sagrado Corazón, hay que ir en Metro hasta la estación de Simonis. En Bruselas, el Metro y el tranvía, especialmente en toda la zona del centro, prácticamente se confunden. Hay muchos tranvías que circulan subterráneamente y que, para el viajero, son prácticamente equiparables a un Metro, sólo que son vehículos de longitud mucho menor.
Simonis es una estación importante de la red de Metro, uno de sus intercambiadores principales. La Línea 2 del Metro empieza y termina allí, tras dar la vuelta a la ciudad, mientras que la Línea 6 empieza allí también, pero en su recorrido (calcado al de la línea 2) hacia el norte sobrepasa Simonis unas cuantas estaciones más, hasta su término en Roi Baudouin. Para facilitar las cosas (aunque ello supone una complejidad adicional para el visitante ocasional), la estación de Simonis tiene dos subtítulos: Leopold II para el recorrido norte-sur y Elisabeth para el recorrido este-oeste. A pesar de ello, todos los andenes y vías están juntos, en paralelo, en el mismo ámbito físico.
Perfil inconfundible del Atomium, desde la terraza panorámica de la Basílica de Koekelberg. (JMBigas, Marzo 2013) |
En el propio complejo subterráneo de la estación de Simonis se puede transbordar al tranvía 19 (dirección Groot Bijgaarden) que, tras salir a la superficie, en la segunda parada (Bossaert-Basilique) te deja junto a la fachada principal de la Basílica del Sagrado Corazón.
La Basilique du Sacré Coeur es una edificación en estilo art déco, cuya construcción se inició en 1905, pero no se terminó y fue inaugurada hasta 1970. Iglesia católica consagrada, el edificio tiene también una fuerte función cultural, ya que alberga dos Museos (Museo de las Hermanas Negras y Museo del Arte Religioso Moderno) y numerosas exposiciones temporales. Ese jueves a mediodía no se veía por la zona prácticamente ningún visitante. Insisto, a pesar de su singularidad y de encontrarse en una capital en la que no abundan precisamente los atractivos turísticos, la Basílica es una gran desconocida. Por sus alrededores sólo se veían algunos grupitos de colegiales haciendo pellas de la escuela (o quizá entreteniendo el tiempo entre clases) y, más tarde, un pequeño grupo de adultos practicando algún tipo de ejercicio gimnástico en el césped del parque que rodea a la Basílica. Si se viaja en coche, no hay habitualmente problema en aparcar en el interior del recinto de la Basílica.
Accedí al interior por una puerta lateral, que me pareció que era el único acceso practicable. La nave principal es enorme y tiene multitud de extensiones (capillas y demás) en sus laterales. No tiene un atractivo especial, al tratarse de una construcción moderna, pero es, sin ninguna duda, monumental.
Cabina del segundo ascensor, en la terraza panorámica de la Basílica de Koekelberg. (JMBigas, Marzo 2013) |
Seguí los indicadores de Panorama y Terrasse Panoramique, tras dos chicas que parecían ser las únicas visitantes con las que compartía en ese momento la Basílica. Llegué finalmente frente a unas puertas deslizantes cerradas. Para franquearlas, hay que negociar con un autómata, para comprar (por 5€) una entrada que permite el acceso a la terraza. Conseguí el ticket (pagando con una tarjeta de débito con chip, aunque también puede usarse efectivo) y tras adivinar de qué forma debía presentarse al mecanismo de apertura de las puertas, conseguí llegar a un primer ascensor, que me llevó hasta el pasillo superior que recorre el lateral de toda la nave principal. En su otro extremo se accede a un segundo ascensor que te lleva directamente hasta la propia terraza. A pesar de haber buceado bastante en las informaciones disponibles en Internet, iba preparado para remontar los 50 metros de desnivel a pie por una escalera, porque no había conseguido ninguna indicación de que hubiera ascensores para subir hasta la Terraza Panorámica.
La terraza discurre alrededor de la cúpula, y ofrece una visibilidad de 360º en todas direcciones, sobre la ciudad de Bruselas y sus alrededores. Esa tarde el tiempo era relativamente gris y algo fresco, pero no había nieblas ni calimas significativas, por lo que las vistas que conseguí fueron de bastante buena calidad.
Destaca en el horizonte hacia el norte la silueta inconfundible del Atomium, así como numerosos edificios singulares en todas direcciones, pero que, en general, he sido incapaz de identificar sin posibilidad de error. Cualquier ayuda en este sentido será bienvenida.
Hacia el este, entre las dos torres de la Basílica, se tiene la visión del Parc Elisabeth y el bulevar Leopold II, con el centro histórico de la ciudad un poco más allá.
En conjunto, me pareció una visita muy interesante, ya que se consigue una idea panorámica de la ciudad de Bruselas que no es posible desde ningún otro lugar que yo conozca.
Tras deshacer el camino con los dos ascensores, llegué de vuelta al nivel del suelo, y salí de la Basílica, completando el recorrido exterior por su parte sur, hasta que abandoné el parque frente al Collège Sacré-Coeur, donde tomé de vuelta el tranvía 19 (en la parada siguiente a la que había llegado), en sentido contrario, para volver a Simonis.
Fui en el Metro hasta Rogier (línea 2 ó 6, tres estaciones desde Simonis Elisabeth), para visitar la FNAC, de acuerdo a la recomendación de la chica de la recepción del hotel. La tienda es muy grande, y acabé comprando, como era mi intención, un par de libros que espero me ayuden a comprender un poco mejor ese jeroglífico que es Bélgica para mí: La Grande Histoire de la Belgique, de Patrick Weber, y La vie politique en Belgique de 1830 à nos jours, de Pascal Delwit.
Desde allí tomé uno de los tranvías subterráneos que discurren de norte a sur por el centro de la ciudad, hasta la estación de Bourse, que es la más próxima a la Grand Place. El 99% de los visitantes de Bruselas se mueven por esa zona, que es el núcleo histórico y monumental de la ciudad. Hay infinidad de comercios que ofrecen al visitante toda clase de cosas, en particular las que forman parte intrínseca de la tradición belga (cervezas, chocolates) y los inevitables souvenirs Made in China.
La Grand Place (Grote Markt en neerlandés) es de planta rectangular, 110x68 metros. Está rodeada de edificios singulares y monumentales, de estética en general recargada, muy al estilo flamenco, bien sea el gótico brabantino (flamígero) o el barroco más o menos confeso. Destacan los edificios del Ayuntamiento (Hotel de Ville, o Stadthuis), la Maison du Roi y las diversas casas de las Corporaciones.
La tarde de ese jueves de finales de Marzo estaba algo más que fresca. A unos poquitos grados por encima de cero, las ráfagas de viento creaban una sensación polar. Tras tomar unas cuantas fotografías, luchando con los guantes, imprescindibles para proteger las manos del frío punzante, me refugié en el clásico Au Roy d'Espagne, que tiene, en verano, una terraza sobre tarima de madera en la misma Grand Place. Tal y como estaba el día, la terraza estaba desierta y en el interior había una chimenea encendida. Tomé una cerveza (belga, por supuesto) y una tapita de salami belga que no me acabó de convencer.
Siendo ya hora centroeuropea adecuada para cenar (siete y media u ocho de la tarde), busqué un restaurante por la anexa Rue du Marché aux Fromages. Allí hay sitios de todas las especialidades, pero me acabé inclinando por Aux Pavés de Bruxelles, que ofrece carnaza al estilo (presuntamente) argentino. La camarera, de origen latinoamericano, fue muy amable y me ubicó en una mesa conveniente, abrigada del aire helado que entraba por la puerta cada vez que alguien la abría. Tomé un Pavé de Boeuf (literalmente, adoquín de buey), una pieza de carne limpia, sólo algo menos fina que el filete o solomillo. De guarnición, me ofrecieron un excelente Gratin Dauphinois (láminas de patata con salsa de nata y queso, todo ello gratinado al horno). Como no me apetecía cerveza para cenar, pedí una jarra de vino tinto de Burdeos, aceptable.
Yo sé que soy muy lento comiendo, pero me puso en evidencia un hombre (posiblemente mexicano), conocido de la camarera, que se tomó unos mejillones, un trozo de carne y un postre, en el tiempo en que yo estaba mirando por dónde atacar el adoquín con el cuchillo. Por recomendación suya, pedí una excelente Crême Brulée de postre (muy parecida a la crema catalana o crema mediterránea, como se la conoce en otras latitudes).
En una mesa frente a la mía estuvo cenando un grupito muy curioso, formado por tres hombres. Uno de ellos, el que parecía el anfitrión (el que acabaría pagando la cena, vamos), podía ser belga o, por lo menos, europeo. Bien trajeado, al final de sus cuarenta, tenía la apariencia de un ejecutivo senior de alguna gran empresa. Los otros dos (A y B) eran mucho más jóvenes (escasamente treinta) y eran claramente estadounidenses en viaje de trabajo en Bruselas. Los dos habrían llevado corbata durante toda la jornada, pero se la habían quitado para la cena. B, que parecía mucho más campechano que el estirado A, había tirado de maleta y se había vestido claramente Casual, mientras que A todavía llevaba la camisa propia para ser rematada con una corbata.
El anfitrión tenía una deferencia muy evidente con los dos americanos (seguramente habrían venido a Bruselas para salvarle el culo en algún negocio complicado). A tenía una voz muy grave y penetrante, que era imposible no oír en cualquier parte del comedor. Y, además, se prodigaba, quiero decir que demostraba una y otra vez, con pose reposada, pero ciertamente artificial, que dominaba cualquiera de los temas que fueron saliendo en la conversación. Francamente, me resultó bastante repulsivo. Me recordaba al repelente niño Vicente de nuestros colegios de niños, al enterao del parchís (que siempre sabe la jugada que habría que haber hecho) o al trepa de manual. Muy probablemente no consiga ser nunca feliz del todo, aunque llegue a Presidente de su Compañía. Siempre todo le parecerá poco para los enormes méritos que está seguro de acreditar.
Por el contrario, B se concentraba con fruición en disfrutar de los mejillones y luego de la carne. Trasegaba grandes cantidades de cerveza con deleite y no dejó de aceptar la invitación del anfitrión de pedir otra. Seguramente B resulta mucho más eficiente en su trabajo que A, porque ama el trabajo que tiene, mientras que para A, su trabajo actual no es más que un peldaño más hacia el Olimpo que se cree con derecho a ocupar.
ICE alemán con destino a Frankfurt, estacionado en la Gare du Midi de Bruselas. (JMBigas, Marzo 2013) |
En esa mesa, el anfitrión estaba trabajando. Había abandonado (presuntamente) a su familia, para agasajar a sus huéspedes americanos en un restaurante típico del centro de Bruselas. A estaba trabajando, intentando en todo momento deslumbrar con su altanería y sus aparentes conocimientos. B estaba disfrutando de una cena que, muy probablemente, para él resultaba algo exótica y que no tendría que pagar al final.
Cuando uno está cenando solo, como era mi caso, resulta inevitable fijarse un poco en las demás mesas, y construirse historias probables de las vidas ajenas.
Al salir del restaurante, ya de noche, el frío y el viento arreciaba, por lo que volví directamente al hotel. El viernes por la mañana tomé un ICE (un moderno tren alemán, fabricado por Siemens) en la Gare du Midi de Bruselas con dirección a Frankfurt (tres horas de viaje), a una hora cómoda (10.25). De ese viaje y de la estancia en Frankfurt-am-Main ya os contaré detalles en otra ocasión.
Aparte de las fotografías que he utilizado para ilustrar este artículo, podéis acceder a una completa colección de 63 tomas, pinchando en la imagen de la Basilique du Sacré Coeur.
JMBA
No hay comentarios:
Publicar un comentario