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viernes, 23 de agosto de 2013

Italia (Turín): Prólogo

Cualquier viaje se puede contar en un Diario de Viaje con varios capítulos. En cada capítulo, el autor cuenta lo que hizo, lo que vio, lo que vivió, lo que le gustó y lo que no, etc. etc.
La Mole Antonelliana es el perfil más característico
del skyline de Turín.
(JMBigas, Julio 2013)

Pero un viaje a Italia bien merece, además, un Prólogo, Epílogo o Anexo, donde se cuenten otras sensaciones, otras situaciones y ciertas sorpresas. La explicación es que Italia es el único país que conozco en el que siento una cierta incomodidad al llegar, pero sólo 24 horas después ya me siento como en mi propia casa. Y esto, sin duda, requiere una cierta explicación.

Aprovechando que tenía que estar en Barcelona, para una celebración familiar, a finales de Julio, planifiqué un viaje en coche hasta el noroeste de Italia.

Tras algunas dudas, finalmente escogí Turín como mi base de operaciones durante cinco días. Evalué Génova, pero para mi gusto es una ciudad excesivamente atormentada por las montañas, y viajando en coche es una de las zonas de Europa Occidental (junto con Lyon y Amberes/Anvers/Antwerpen) que cualquier automovilista con criterio debería intentar evitar. En la zona urbana de Génova, los atascos en las autopistas pueden llegar a ser terribles, ya que son el único camino para esquivar (a base de túneles, viaductos y peajes) la topografía extremadamente ondulada del terreno.
Hotel Gran Mogol, en el centro de Turín. Al fondo, el
Garage o Autorimessa.
(JMBigas, Julio 2013)

El caso de Lyon es diferente. Es un extenso núcleo urbano en medio del Valle del Ródano, que es el camino natural para los desplazamientos entre el sur de Europa y París, Benelux, Alemania y el norte y este del continente. A un tráfico pesado muy intenso habitualmente, en períodos vacacionales se suman los cientos de miles de automovilistas que van o vienen de las playas de España, Portugal, Italia o la Provenza. Lo de Amberes no lo tengo tan claro, pero siempre que he pasado por esa zona he sufrido retenciones de diversos tipos. Me da la sensación de que debe ser el único camino natural que une París (el resto de Francia y el sur de Europa), con Holanda y los países nórdicos.

Por otra parte, tengo una relación sentimental con Turín, ya que residí allí durante cinco semanas en 1978, con ocasión de un stage que tuve ocasión de realizar en la fábrica de FIAT, siendo yo un estudiante de Ingeniería Mecánica, como ya he contado en alguna ocasión. En esa época, la vida de la ciudad dependía en gran medida de la actividad de FIAT. Llegamos allí algunos días antes de que la fábrica abriera de nuevo tras las vacaciones estivales (hacia finales de Agosto), y la ciudad estaba casi desierta.

Para el viaje del verano de 2013, localicé un hotel razonable a precio conveniente en el centro de la ciudad, a una manzana de la Piazza Carlo Felice, y a menos de cinco minutos de la principal estación ferroviaria de Torino, Porta Nuova. Se trata del Hotel Gran Mogol (curioso nombre, ¿que no?), un tres estrellas relativamente añejo pero correcto, en la Via Guarino Guarini.
Basílica di Superga, en las cercanías de Turín.
(JMBigas, Julio 2013)

El lunes 29 de Julio me enfrentaba a una etapa prolongada de coche, pues debía ir desde Barcelona, directamente hasta Turín (algo más de 850Km), cruzando primero los Pirineos y luego los Alpes. En esa jornada no podía permitirme demasiada diversión, ni desvíos con fines turísticos, pues quería llegar a Turín a media tarde.

Le pedí al GPS que me llevara por la ruta más rápida, y el aparato cumplió su función, ya que finalmente llegué a Turín en torno a las seis de la tarde. Claro que la factura resultó gravosa, pues el coste total de los peajes (incluyendo los monstruosos 40€ que tuve que pagar para cruzar el Túnel de Fréjus, de 13 km. de longitud bajo los Alpes), fue de 125€.

La ruta me llevó por Montpellier, Valence, Grenoble, Chambéry, por la Autoroute Maurienne hasta Modane, de allí por el Túnel de Fréjus hasta Bardonecchia, y directo a Turín. Hay un par de rutas mucho más bonitas para el cruce alpino, pero hace falta disponer de tiempo e ir relajado, que no era mi caso ese día. La primera sería desde Grenoble un poco hacia el Sur, a Briançon, y cruzar a Italia por Montgenèvre y Claviere, para juntarse luego con la Autostrada Bardonecchia-Torino. La otra significa un desvío bastante mayor. Desde Chambéry hacia Albertville y Bourg Saint Maurice, para cruzar los Alpes hacia el Valle de Aosta. En ambos casos se ahorra uno el peaje de los túneles alpinos, pero necesita dedicarle al viaje unas cuantas horas adicionales. Eso sí, se disfruta de unos paisajes maravillosos, como he tenido ocasión de verificar en alguna otra ocasión.

Especialmente viajando en coche, la primera impresión al entrar a Italia es de un cierto desconcierto. Francia, con todos sus defectos, es un país que transmite la sensación de orden, mientras que Italia es prácticamente el polo opuesto. La primera sensación es parecida a cuando uno va de visita a la casa de unos meros conocidos, y se siente incómodo porque las toallas no cuelgan de su lugar habitual, en el lugar del jabón encuentra un osito de peluche, o en lugar de los vasos, en ese armario de la cocina, hay una vieja máquina de escribir. Para un latino, en cualquier caso, basta un día para sentirse allí como en casa. Lo que se tarda en descubrir que todo en Italia tiene su lógica, sólo que es una lógica diferente.
El río Po cruza la ciudad, pero en una posición algo
excéntrica respecto al Centro Storico.
(JMBigas, Julio 2013)

Turín se caracteriza por tener algunas grandes avenidas (Corsos) rectilíneas y muy largas, que cruzan la ciudad entera. Se venga de donde se venga, es fácil que el acceso natural a la ciudad sea por una de ellas. Conduciendo, uno se lleva al principio algunas sorpresas. La primera es la velocidad. En zona urbana, yo intento respetar la limitación, que me parece natural, de los 50Km/h. Pero rápidamente me di cuenta de que, así, estorbaba al resto del tráfico. Salvo en algunas zonas concretas, donde la circulación, inexplicablemente, se ralentiza, y es que es públicamente conocido que hay allí instalado un radar o algún mecanismo de control de la velocidad. Ese es el caso, por ejemplo, en el Corso Unità d'Italia, donde vi publicado en el periódico que se había instalado y puesto en funcionamiento recientemente un radar de control de la velocidad. Por lo demás, conviene adecuarse en cuanto a la velocidad al resto de la circulación.

La segunda sorpresa es la permanente invención de carriles. Yo circulaba por el carril izquierdo de una de esas grandes avenidas, cuando descubrí que, a mi izquierda, llevaba otro coche en paralelo, que acababa de inventarse un tercer carril. Quizá anticipaba un futuro giro a la izquierda, o simplemente consideraba indigno moverse con lentitud tras un coche turista. A partir del segundo día, esta situación ya me resultaba absolutamente familiar.

La tercera sorpresa son las prohibiciones. Descubres con rapidez que cuando realmente no quieren que pases, ponen un muro. Y cuando realmente no quieren que aparques, ponen una valla. Las señales limitadoras (de circulación, de aparcamiento) acostumbran a tener debajo un panel grande con la lista de excepciones. Al segundo día de estar por Italia, el pensamiento natural es que muy mal tendrían que darse las cosas para que yo no pueda ser considerado una de esas excepciones.

Otra cosa es que la pertenencia a la Unión Europea, y la necesidad de establecer normas comunes, va poniendo coto, progresivamente, a ese individualismo ciertamente anárquico (utilizan una lógica diferente), que caracteriza a los italianos.
Via Roma, la arteria más comercial del centro de Turín,
con sus característicos soportales.
(JMBigas, Julio 2013)

Mi consejo es que al viajar a Italia en coche, conviene activar el switch de latino plus, o estaremos condenados a que se nos quede con frecuencia carita de pazguato, y a recibir más de una imprecación malsonante.

Turín nunca ha sido un gran centro turístico. Nada que ver con Venezia, Firenze o Roma. Pero su fisonomía y atractivo dio un giro espectacular con motivo de la celebración allí, en 2006, de los Juegos Olímpicos de Invierno. Actualmente, buena parte del llamado Centro Storico es peatonal, o ZTL (Zona de Tráfico Limitado, con sus correspondientes excepciones, por supuesto). También dispone de una línea de ferrocarril metropolitano subterráneo (automatizado, sin conductor), con 13 paradas, que une las dos estaciones ferroviarias principales (Porta Nuova y Porta Susa) con algunos de los barrios de la ciudad. Y, en la superficie, hay autobuses y tranvías. También algunos barrios que llegaron a ser zonas muy deprimidas, han sido recuperados para la vida ciudadana normal.

En resumen, Turín es una gran ciudad de algo más de 900.000 habitantes, con una estructura urbana muy cuadriculada, herencia de su origen como castro romano (Castra Taurinorum). Cuando estuve en 1978, no se veía ningún turista por la ciudad. Por el contrario, en la actualidad, sí se ven bastantes visitantes extranjeros (e italianos, más difíciles de identificar), especialmente por toda la zona del Centro Histórico. Residí, esta vez, en Turín hasta el sábado 3 de Agosto (con algunas excursiones a otras zonas más o menos próximas, que ya os iré contando).

Me encontré con que del 2 al 11 de Agosto se celebraban allí los llamados World Master Games, una especie de Juegos Olímpicos para deportistas senior y amateur (de hecho, la noche del día 2 la habitación del hotel me costó prácticamente el doble que el resto de la semana). El viernes por la noche, el centro estaba invadido por grupos numerosos de visitantes extranjeros, como los 26 australian@s que se instalaron en una terraza de Via Mazzini para cenar, junto a mi modesta mesita individual. Fue un claro ejemplo de la capacidad de improvisación de los italianos. Lógicamente, no había lugar previsto para un grupo tan numeroso (la terraza estaba prácticamente completa). Pero el dueño (con la colaboración de los propios australianos, que formaron una cadena humana), fue sacando mesas y sillas del interior del restaurante, para ocupar una zona adicional de la calle montando una mesa larga de banquete donde acomodar a tan numeroso grupo. Ignoro cómo se ventilarían los temas fiscales relacionados con la ocupación de espacios públicos y demás. Y tampoco sé cómo de cansados acabarían los escasos camareros, tras recorrer innumerables veces esos metros adicionales hasta el alejado banquete para suministrar al grupo inacabables cargamentos de vino y cerveza (aparte de las pizzas y otras viandas).
Piazza San Carlo
(JMBigas, Julio 2013)

Llegando a Turín, el GPS me llevó directamente hasta el hotel. Por el Corso Vittorio Emmanuele II (frente a la estación de Porta Nuova, completamente cubierta por andamios este año), giro a la izquierda hacia la Piazza Carlo Felice (esquivando, por supuesto, a los vehículos que circulaban en sentido contrario por la calzada lateral del Corso). La plaza, de forma oval, está completamente porticada. Sin embargo, el GPS me indicaba un giro hacia la derecha, directamente hacia los porches comerciales. Y es que, efectivamente, por allí hay una calle que ya forma parte de la ZTL. Hay que cruzar los porches (evitando, en lo posible, a los peatones que pasean tranquilamente por el lugar), y a unos 100 metros, a la izquierda, está el Hotel Gran Mogol.

Frente al hotel, en esa zona semipeatonal, había una zona vallada móvil, con pedestales y cadenas, que delimitaba tres o cuatro plazas de estacionamiento reservadas para el hotel. Aunque las plazas estaban, lógicamente, ya ocupadas, metí el coche como pude (aprovechando que la circulación por esa calle es prácticamente inexistente), para poder descargar el equipaje con cierta comodidad. Yo me imaginaba que el vallado sería una estructura ligera, y que los pedestales se desplazarían algo si el coche los rozaba. Por el contrario, la estructura era ciertamente pesada, y para mover uno de los pedestales había que arrimarse con las dos manos, y realizar un esfuerzo considerable. El resultado fueron un par de pequeñas cicatrices laterales en el coche.

Estaba claro que en esa zona céntrica, aparcar el coche en la calle era una tarea prácticamente imposible, y debía encontrar una solución estable para los cinco días que iba a estar por allí, ya que algunos días iba a utilizarlo, y otros no. En Recepción me indicaron que podía escoger una de las plazas frente al hotel, en la calle, a cambio de una contribución diaria, creo recordar, de 10 ó 15 Euros. No me pareció una solución suficientemente razonable para mis intenciones, y me acogí a la alternativa que me propusieron.

A la vuelta de la esquina, a menos de 100m. del Hotel, hay un Garage (o Autorimessa, como también le llaman allí). En el Hotel me dijeron que practicaban un precio descontado para los clientes del Hotel. Tras descargar el equipaje y realizar el registro, me fui con el coche hacia ese Parking. En Via Guarini hay una señal que obliga a toda la circulación a girar hacia la derecha por la Via Urbano Rattazzi, hacia el Corso Vittorio Emanuele II. Por supuesto, hay un panel debajo, exceptuando a los vehículos que accedan directamente a la Autorimessa. Y, en este caso, más allá hay unos pilones de cemento en el suelo, que impiden físicamente el paso a los automóviles.

La tal Autorimessa resultó ser un Garage de los clásicos (de los que hay que dejar la llave del vehículo), con un encargado que gestiona los movimientos de los vehículos. Cierra por las noches, entre la una y las siete de la mañana, y durante el día hay hasta tres turnos de encargados. Por su modelo organizativo, hay que prevenir al encargado de nuestros siguientes movimientos, a fin de no encontrarse el vehículo encerrado por otros varios coches, al fondo de algún rincón. Me dijeron que el precio especial que practicaban para los clientes del Hotel Gran Mogol eran 22€ por día. No tenía muchas alternativas, por lo que acepté una factura global de 110€ por los cinco días que iba a permanecer allí. Casi un tercio de lo que pagaba por el hotel en régimen de alojamiento y desayuno.
Piazza Castello, considerada el cogollo del Centro Storico.
(JMBigas, Julio 2013)

El traspaso de instrucciones entre los diversos encargados funcionó como una maquinaria de relojería, pues siempre me encontré el coche listo para partir cuando había indicado que lo necesitaría.

Eso sí, salir a la calle una vez dejado el coche suponía remontar a pie una rampa espiral de anchos escalones, equivalente a unos tres pisos.

En algún momento quería comprar algunas botellas de los excelentes vinos del norte de Italia. A tres o cuatro manzanas del Hotel, en una calle peatonal, la via Andrea Doria, está una de las Enotecas clásicas más conocidas de Turín: la Casa del Barolo. Pero recorrer esas cuatro manzanas y luego descender a las entrañas de la Autorimessa con una caja de seis botellas al hombro no era una situación que me complaciera demasiado. Por ello había buscado por Internet algunas enotecas en otros barrios de la ciudad, donde pudiera circular y aparcar en las cercanías de la tienda. Así, localicé Il Punto di Vino (un evidente juego de palabras), una tienda/bar con un buen surtido de vinos de la región (que también sirven a los parroquianos en el mostrador).

El viernes, a la vuelta de una excursión por las riberas del lago di Como (que ya os contaré en el capítulo correspondiente), me propuse visitar esa tienda. Encontré sin problemas una plaza legal de aparcamiento en la esquina más próxima a la tienda. Como venía de viaje, me apeteció tomar un café (y visitar el servicio) antes de la visita a la tienda. En la misma esquina había un bar con una terraza exterior en la acera. Los parroquianos que estaban allí sentados parecían tener mucha familiaridad con el dueño, lo que es habitual en los barrios periféricos, fuera del Centro Storico.

Pedí un café y pregunté por el servicio. El dueño le pidió a una niña (de unos 12 años) que estaba tras el mostrador (muy probablemente, su propia hija), que me diera las llaves del servicio. Me encontré en la mano con un llavero con dos llavines y una llave clásica, y el dueño que me echó una mano al hombro para conducirme hacia el exterior. Allí me explicó que visitar el servicio era una pequeña excursión. Con el primer llavín debía abrir la puerta de acceso al portal de vecinos. Debía cruzar el lobby y dejar atrás los buzones y el ascensor, y con el segundo llavín abrir la puerta de acceso al patio interior. Una vez en el patio, donde había varios niños y niñas jugando a alguna cosa, a la izquierda vería una puerta que debía abrir con la llave, y ese era el servicio del bar.

Una vez en el patio, esquivando a los niños llegué a una puerta a la izquierda. La llave funcionaba en ella (yo veía como se corría y descorría el cerrojo), pero la puerta se mantenía impertérritamente cerrada. Tras varios intentos, desistí y acepté volver al bar derrotado, reconociendo mi incapacidad para acceder al servicio. Pero a la vuelta hacia la puerta de acceso al lobby vi otra puerta con un letrero pequeñito indicando que allí estaba el servicio del bar. Efectivamente, la llave también funcionaba en esa puerta, y pude realizar el trabajo que había venido a hacer allí, sin más problemas.
La Mole Antonelliana, en la Via Montebello. Actualmente
acoge el Museo Nazionale del Cinema.
(JMBigas, Julio 2013)

Tras deshacer el camino, usando de nuevo las tres llaves, llegué al bar y el dueño no me había servido todavía el café. Parece que tenía claro que mi excursión podía llevarme un cierto tiempo, y no se arriesgó a que el café se enfriara. Entretanto, los parroquianos de la terraza imprecaban cariñosamente al dueño, pidiéndole que se decidiera de una vez a instalar un servicio dentro del bar.

Y, por cierto, en los servicios públicos en Italia, la toeletta, es muy habitual que la taza sea un plato con una marca para los pies, de los de trabajar agachadito, intentando mantener limpio el calzón quitado

A pesar de la sensación (bastante cierta) de que todo vale en Italia, o precisamente a causa de ella, me tocó pagar una multa de 50€ a bordo de un tren durante la excelente excursión a Cinque Terre que realicé el jueves 1 de Agosto, y que os contaré con todos los detalles en un capítulo específico.

Cabe decir que entiendo bien el italiano, y lo puedo hablar con cierta fluidez y sin demasiadas barbaridades. Entiendo que cualquier visitante que pretenda utilizar allí el inglés (por ejemplo) como lingua franca, podría haber llegado a sentir un cierto nivel de angustia en alguna de las situaciones que he venido describiendo.

Todas estas son las cosas que hacen que cualquier viaje a Italia sea siempre algo diferente. Y es la explicación de por qué me ha hecho falta incluir un Prólogo a este Diario de Viaje.

JMBA

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