El domingo pasado, día de elecciones, en el espacio que denominan El Patio, dentro del programa Te doy mi palabra, que conduce Isabel Gemio en Onda Cero, llamaron al azar, como es su costumbre, a algunos teléfonos fijos dispersos por España. La escasa media docena de oyentes con los que consiguieron contactar y que aceptaron contestar a algunas preguntas, respondieron unánimamente a la pregunta de si iban a votar ese domingo, que sí y que votarían a su partido de siempre (fuera este el que fuera, que, lógicamente, ni se lo preguntaron ni lo desvelaron).
Pablo Iglesias y su formación Podemos, se ha convertido en el gran protagonista de estas Elecciones Europeas. (Fuente: ecoteuve) |
Está claro que una parte de los votantes tienen este comportamiento de fe y lealtad ciega a un determinado partido político, pase lo que pase (aunque el resultado abrumador que consiguieron en la radio fue, sin duda, fruto de la casualidad). Posiblemente, este colectivo es el que ha sumado los resultados de PP y PSOE en estas Elecciones europeas. Globalmente, 4,1 millones de votos para el PP, y 3,6 millones de votos para el PSOE. De un total de 15,6 millones de votos válidos emitidos (excluyendo los votos nulos), esto representa, conjuntamente, que un 49% de los votantes han elegido uno de los dos grandes partidos. Menos de la mitad, lo que ha llevado a muchos de los innumerables tertulianos a hablar abiertamente, aunque creo que de forma excesivamente precipitada, de la muerte del bipartidismo.
La primera característica que hace que unas Elecciones Europeas sean diferentes de, por ejemplo, las Generales, es la elevada abstención. Esta vez, casi calcando el resultado de las anteriores, las abstenciones han alcanzado más del 54%. Es decir, más de un votante potencial de cada dos no tuvo ningún interés en acercarse a las urnas el domingo 25 de Mayo. Parece claro que la pedagogía que han intentado aplicar los políticos, para convencer al electorado de la importancia que tienen estas elecciones, ha fracasado.
No deja de ser curioso que se haya mantenido la misma desgana incluso tras un período donde Bruselas, genéricamente hablando, ha sido el demonio malo para muchos, y el origen de todos nuestros males. Que se haya mantenido el mismo nivel de desafección sólo puede explicarse por la sensación de impotencia que siente el ciudadano ante la implacable maquinaria (más burocrática que política, dicho sea de paso) de la Unión Europea. De una parte, el ciudadano medio no tiene nada claro ni el poder ni la función que tiene el Parlamento Europeo. De otra parte, España sólo contribuye con 54 eurodiputados a un Parlamento de más de 700. Aunque la acumulación de eurodiputados de una u otra tendencia acaba configurando unos pocos grupos políticos en el Parlamento Europeo, que son los que, finalmente, articulan el balance de poder e influencia de unos y otros. Algo parecido, en definitiva, a lo que sucede en cualquier otro Parlamento.
Pero si nos centramos en el comportamiento electoral de la (casi) mitad de los ciudadanos que sí han decidido votar en estas Elecciones Europeas, quizá podamos extraer alguna conclusión.
Da la sensación de que prácticamente la mitad han votado en clave de lealtad a su formación política de cabecera. Pase lo que pase. Resulta más interesante analizar el comportamiento de la otra mitad, esos más de siete millones de ciudadanos que han votado a fuerzas diferentes de los dos grandes partidos nacionales.
De una parte, el voto nacionalista de mayor o menor intensidad. En Catalunya, en particular, la abstención esta vez ha sido dos puntos menor que la media nacional. Y es que las urnas se han convertido allí, para muchos, en un obscuro objeto de deseo. Globalmente, las candidaturas de tintes nacionalistas que han obtenido algún eurodiputado han recaudado un total de 1,8 millones de votos y 6 eurodiputados:
- Coalición por Europa (CiU, PNV,...), 850.690 votos y 3 eurodiputados.
- L'Esquerra pel dret a decidir (ERC,...), 629.071 votos y 2 eurodiputados.
- Los pueblos deciden (EH-Bildu,...), 324.534 votos y 1 eurodiputado.
Los Verdes agrupados en la candidatura Primavera Europea han conseguido 299.884 votos y 1 eurodiputado.
Los dos partidos minoritarios ya tradicionales (UPyD y Ciudadanos), han conseguido globalmente 1,5 millones de votos y 6 eurodiputados. Que no se hayan unido, o confederado de alguna forma, o que no se hayan presentado en coalición, sólo se explica por el personalismo enfermizo de Rosa Díez, experta en certezas innegociables.
Para el votante con corazoncito situado más bien a la izquierda, pero sin lealtad inquebrantable al PSOE (sumido, por otra parte, en profundas crisis internas; visto por muchos como cómplice o culpable primigenio de la crisis económica y los posteriores recortes sangrantes; sumido en un ambiente asfixiante de corrupción y corruptelas galopantes), esos votantes tenían dos opciones principales: la tradicional Izquierda Unida y la novedosa candidatura de Podemos. IU ha vivido un incremento espectacular de sus resultados: 1.562.567 votos y 6 eurodiputados (frente a los 588.248 votos y 2 eurodiputados). Casi un millón de votos más, muy probablemente procedentes de votantes desencantados con el PSOE. Pero la sorpresa absoluta ha sido el resultado de Podemos, una formación política con solamente cuatro meses de vida. Han recaudado 1.245.948 votos y 5 eurodiputados. Ninguna encuesta o sondeo les asignaba más allá de un eurodiputado, e incluso este, dudoso. Y, por ejemplo, en la Comunidad de Madrid, se han situado como tercera fuerza política.
La Caverna mediática, por supuesto, se ha cebado con la candidatura del chaval con la coleta. Pasaron de la mofa impresentable a la alerta sobre su personalidad asamblearia, su proclividad al chavismo o al castrismo (los dos grandes demonios de la derecha rancia) y su presunto carácter antisistema. Y es que la Caverna se ha habituado a tolerar a los partidos de izquierda acomodados en el sistema (¿o debemos decir, del Régimen?), pero se siente tremendamente inquieta ante fenómenos que no comprenden.
Al final os daré mi interpretación del fenómeno. Pero antes conviene poner en negro sobre blanco la singularidad que tienen las Elecciones Europeas, que provoca que cualquier extrapolación sea muy arriesgada y siempre discutible.
Desde el punto de vista del detalle de la maquinaria electoral, lo que hace singulares las Elecciones Europeas es que son las únicas donde toda España es una circunscripción única. Esto provoca que los famosos restos de la Ley d'Hondt sólo se pierden una vez a nivel nacional, y no en cada una de las provincias como es el caso de las Elecciones Generales. En la práctica, esto significa que el coste en votos de cada eurodiputado es mucho más homogéneo en estas Elecciones Europeas, entre las grandes formaciones y las más pequeñas. Para PP o PSOE, el coste es de unos 250.000 votos por eurodiputado; mientras que para las formaciones pequeñas el coste ha llegado a ser, en algún caso, algo superior a los 300.000 votos.
Hasta 30 candidaturas han conseguido algunos votos, pero insuficientes para convertirlos en un eurodiputado. Entre estas, hay de todo. Desde algunas (pocas) de la ultraderecha (Falange y similares), hasta algunas puramente testimoniales o de implantación muy local o incluso localista. También se han quedado fuera tres nuevas formaciones que confiaban en el tirón mediático de sus cabezas de lista: Vox, con Alejo Vidal Cuadras, que renegó del PP y se ha quedado sin silla en Estrasburgo, pese a sus 244.929 votos; el juez Elpidio José Silva y su Movimiento Red, con sus 105.183 votos; y el Partido X, con el delator financiero Hervé Falciani al frente, que ha obtenido 100.115 votos.
En conjunto, un total de 1.179.068 votos han sido inútiles, es decir, que se emitieron para candidaturas que no han obtenido ni un solo eurodiputado.
Curiosamente, el número total de votantes efectivos ha sido prácticamente calcado que en las últimas Elecciones Europeas de 2009: 15.920.815 votos emitidos en 2014, frente a los 15.935.147 en 2009. Por ello, todas las interpretaciones que algunos se han apresurado a dar respecto a la desmovilización de cierto tipo de votantes, resultan extremadamente dudosas y plenamente discutibles. El PP ha intentado enmascarar su descalabro (han perdido 2,6 millones de votos y 8 eurodiputados) remarcando que han ganado las elecciones. Si bien es cierto que han sido la fuerza más votada (medio millón de votos por encima del PSOE), hablar de que han ganado, ignorando el evidente desastre, es una licencia muy pobre. Según el PP, esos 2,6 millones de votos corresponderían a votantes que, esta vez, se han quedado en casa. Esto no encaja mucho con que el total de votantes se haya mantenido prácticamente idéntico.
El PSOE ha sido, esta vez, mucho más realista, y ha reconocido una derrota sin paliativos. Posiblemente ha jugado un papel importante en esta asunción del desastre las muchas fuerzas internas que hace tiempo están por la renovación de la cúpula. Un desastre electoral de este calibre es una ocasión que ni pintada para mandar a Rubalcaba a su casa.
Pero entonces, ¿qué ha ocurrido en realidad?. Aunque sea una obviedad, conviene no olvidar el ciclo vital de los propios votantes. Desde 2009, muchos adolescentes de la generación Tuenti o Twitter, de los que han crecido con sus deditos pegados a la pantalla de un smartphone, han alcanzado edad para votar. Su experiencia política consciente está ligada a la crisis económica aguda, a las corruptelas de los partidos políticos mayoritarios, y a los inaceptables privilegios intocables de la casta de los políticos. Además, ya no sienten ninguna vinculación sentimental con la Constitución de 1978, y la Dictadura, para ellos, no es otra cosa que un tema más de sus clases de Historia. La democracia forma parte de forma natural de sus vidas y, por ello, suelen ser bastante más críticos con su escasa calidad. No es una sorpresa, pues, que muchos de ellos sean incapaces de votar a alguno de los partidos políticos tradicionales.
De otra parte, algunos votantes de edad avanzada en 2009, desgraciadamente habrán fallecido en este período, o quizá hayan caído en una situación de incapacitación que no les permite acudir ya a votar.
A diferencia de otros países de nuestro entorno (Francia, sin ir más lejos), la presencia de fuerzas de ultraderecha es prácticamente inexistentes o meramente testimoniales en España. En la práctica, esto significa que, en España, el PP aglutina un amplio espectro que incluye desde un centro derecha moderado, hasta posiciones bastante más extremas. Por ello, la fuga de votos por la derecha no tiene ningún sentido.
Las fugas por el centro (tanto para PP como para PSOE) han provocado aumentos espectaculares en los resultados de formaciones como UPyD y Ciudadanos.
Pero, a diferencia de la derecha, el voto de izquierda está bastante fragmentado. Las fugas por la izquierda han favorecido, evidentemente, a Izquierda Unida (prácticamente un millón de votos más). Pero, personalmente, creo que su resultado se ha visto lastrado, a pesar de la importante progresión, por el comportamiento que están teniendo en el Gobierno de Andalucía (misteriosamente complacientes con los escandalosos episodios de corrupción), o el inexplicable apoyo al Gobierno del PP en Extremadura.
De todos esos caladeros (los jóvenes y los votantes desencantados de la izquierda convencional acomodada) ha conseguido la formación Podemos su espectacular resultado.
La pregunta del millón es hasta qué punto estos resultados marcan una tendencia sostenible en el tiempo, y de qué forma pueden ser extrapolables a otras elecciones (Municipales, Autonómicas o Generales). Podemos se va a enfrentar a un desafío colosal, que es su consolidación como alternativa viable a otras opciones. Ahora les toca honrar a ese millón y cuarto de votos que han conseguido (calculo que un cuarto de millón de votos propios, y un millón de votos prestados).
Personalmente creo imprescindible abordar con seriedad un cambio de Régimen político, en otras palabras, un cierto proceso constituyente de gran calado, como he manifestado ya recientemente. Mientras que los partidos políticos convencionales parecen estar instalados con comodidad en el statu quo vigente y en los privilegios que les confiere, sólo Podemos parece ofrecer la esperanza de una visión nueva y diferente.
Está ahora en las manos de los componentes de esa formación que este voto prestado de la esperanza en el cambio profundo les convierta en una fuerza política consolidada y de creciente implantación. Porque la alternativa es que acaben siendo una flor aislada que brilló en esta primavera de 2014, destinada a marchitarse. Si me permitís utilizar términos empresariales, Podemos se enfrenta ahora a un cambio de modelo de negocio, que siempre es un paso muy delicado, abocado casi necesariamente al éxito o al fracaso, sin muchas posibilidades intermedias.
Porque la respuesta al título de este artículo es claramente positiva. Sí votamos diferente en las Elecciones Europeas. Incluso nos podemos permitir algunos experimentos. Salvo, por supuesto, los de la lealtad inquebrantable a unos u otros partidos políticos, pase lo que pase.
JMBA
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