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viernes, 5 de agosto de 2016

La Cité du Vin - Burdeos

El proyecto de La Ciudad del Vino nació en 2009, en que Alain Juppé (alcalde de Burdeos) y el Ayuntamiento en pleno decidieron lanzar la iniciativa de que la ciudad de Burdeos pudiera contar en unos años con una instalación singular, dedicada al mundo y a las culturas en torno al vino, alma económica de la ciudad y su región.
La Cité du Vin, en el quai de Bacalan, Burdeos.
(JMBigas, Julio 2016)

La Cité du Vin, que así se bautizó el proyecto desde un principio, siguió sus pasos burocráticos tradicionales, incluyendo un concurso internacional de ideas. Podéis ver detalles interesantes en la Wikipedia.

Se escogió un solar de propiedad municipal junto al río Garona, en el quai de Bacalan. La zona es el barrio de los Bassins à Flot, donde se ubicaban las antiguas instalaciones industriales de los astilleros fluviales y actividades relacionadas. Degradado por el progresivo abandono de esas actividades, lleva unos años regenerándose con nuevas construcciones (vivienda y oficinas). La población de la ciudad de Burdeos ha crecido en los últimos años, y la oferta adicional de vivienda es necesaria.

La financiación del proyecto es mixta, aunque prioritariamente pública. Muchos de los grandes nombres de la viticultura bordelesa han hecho aportaciones como patrocinadores o mecenas de La Cité du Vin.

El resultado, abierto al público el pasado 1º de Junio de 2016, es un edificio muy singular junto al río. De formas curvas, evoca los propios meandros del Garona, así como las cepas que crecen hacia el cielo, o la copa de vino agitada para liberar los aromas, que genera como un halo curvo. La imaginación es libre.
El cuerpo principal está recubierto de láminas de cristal
serigrafiado en tres colores.
(JMBigas, Julio 2016)

El coste total de la construcción ha sido de algo más de 80 millones de Euros, y se calcula que el presupuesto anual para su funcionamiento será de unos 12M€. Si bien el edificio es propiedad del Ayuntamiento de Burdeos, toda su gestión y explotación está en manos de una Fundación privada, declarada de interés público. Se prevé que su funcionamiento no requiera de dinero público, y se pueda financiar a partir de la venta de entradas (se esperan unos 450.000 visitantes anuales) y de las diversas actividades comerciales que se desarrollan en La Cité du Vin.

El edificio se sostiene sobre 300 pilotes de hormigón que han tenido que ir hasta 30 metros de profundidad para apoyarse en roca firme. El cuerpo principal está recubierto de paneles de cristal serigrafiado en tres colores, mientras que la segunda planta (el halo) está constituido por grandes arcos internos de madera de roble y recubrimiento exterior de paneles de aluminio.

Una triquiñuela arquitectural (dos grandes rampas exteriores, que convierten, a efectos de emergencias, la segunda planta en el nivel del suelo) ha permitido esquivar la muy estricta normativa para los edificios de gran altura, a pesar de que el Belvedere, en la octava planta, se encuentra unos 35 metros por encima del nivel del suelo. En el río se ha construido un embarcadero que permite que el Batcub (un barco que forma parte del transporte público de la ciudad, junto con las diversas líneas de tranvía y autobuses), tenga una parada en La Cité du Vin, o puedan recalar directamente allí los barcos que recorren el río en circuitos o cruceros enológicos.
El "Halo" está formado internamente por grandes arcos de
madera de roble, y recubierto exteriormente por
paneles de aluminio.
(JMBigas, Julio 2016)

La planta baja es de acceso libre (salvo un mínimo control de seguridad, que revisa bolsas y mochilas). Allí se encuentra la Boutique (donde comprar recuerdos y artículos relacionados con el mundo del vino), un Bar à Vins (el Latitude 20, donde comer pequeños platos, acompañados de copas de vino de una amplia selección) y la gran cava-biblioteca, para exposición y venta de Vinos del Mundo, con más de 9.000 referencias de hasta 88 países. También hay un mostrador que gestiona las actividades enoturísticas por la región (rutas del vino, visitas a bodegas, etc.).

La primera planta tiene varios espacios para usos diversos, algunos de los cuales se pueden alquilar para eventos de empresa y similares. Hay un Salón de Lectura, con un amplio abanico de literatura relacionada con el mundo del vino, el Auditorio Thomas Jefferson con 250 plazas sentadas, y diversas salas para cata y degustación. Hay también un gran espacio dedicado a las exposiciones temporales.
El Belvedere, en la 8ª planta, donde se ofrece la
degustación de una copa de vino.
(JMBigas, Julio 2016)

La segunda planta (la más extensa, pues incluye el gran halo) contiene el llamado Recorrido Permanente (podéis ver el detalle en su propia web, disponible en francés e inglés, aunque el castellano es el tercer idioma oficial, y toda la señalización interior está también en castellano). El Recorrido Permanente es lo más parecido a un Museo que contiene La Cité du Vin.

Las plantas de la tercera a la sexta no están abiertas al público, y albergan oficinas y locales técnicos.

En la 7ª planta hay un restaurante panorámico (Le 7), mientras que en la 8ª está el Belvedere, con una terraza semiexterior, desde la que se tienen grandes vistas de la ciudad, el río y el muy próximo puente levadizo Chaban-Delmas, inaugurado hace un par de años, cuya plataforma central puede elevarse por los cuatro pilares, para dejar paso a grandes barcos de crucero, por ejemplo.


* * *


El pasado mes de Abril visité Burdeos, con ocasión de las Jornadas de Puertas Abiertas en el Médoc, pero La Cité du Vin no estaba todavía abierta al público. A finales de Julio he aprovechado un viaje de Barcelona a Madrid para realizar un pequeño desvío por el Sur de Francia, y el jueves 28 pude, por fin, visitar, La Cité du Vin.
Maqueta de La Cité du Vin de Burdeos.
(JMBigas, Julio 2016)

La entrada básica (20€) incluye el acceso al Recorrido Permanente (incluyendo un dispositivo electrónico de guía y ayuda en 8 idiomas), a la exposición temporal actual (una exhibición fotográfica de Isabelle Rozenbaum, sobre las diversas fases y detalles de la construcción del edificio), así como al Belvedere de la 8ª planta, con derecho a la degustación de una copa de vino, a elegir entre la veintena de caldos de todo el mundo que constituyan la selección del día.

Hay otras actividades (de pago). Yo fui, la verdad, demasiado ambicioso, y finalmente no pude realizar el Recorrido Permanente (me ha quedado para una futura ocasión).

Compré las entradas con antelación por Internet, aprovechando algunas ofertas y promociones de precios ventajosos para actividades conjuntas. Así, contraté (por 6€) una visita guiada del edificio (zoom archi), de una hora de duración, con especial énfasis en los aspectos arquitecturales del mismo. Y también la participación en un taller multisensorial Tomar una copa en los mercados del mundo, de una hora y media de duración. Este taller cuesta 35€, pero se puede comprar conjuntamente con el Recorrido Permanente por un total de 48€. En total, pues, contribuí con 54€ al presupuesto anual 2016 de La Cité du Vin.

Por la mañana tenía que realizar algunas gestiones en la zona de Blaye, en la orilla opuesta del Garona. Las terminé a mediodía y, con el coche en el aparcamiento del hotel, tomé el tranvía para dirigirme a La Cité du Vin, que tiene parada con su nombre en la Línea B, a unos 100 metros de la entrada. Unas cuantas copas de vino en pocas horas aconsejan utilizar el transporte público. Además, La Cité du Vin no dispone de aparcamiento público, aunque sí hay algunos en las proximidades. Pero el consejo es dejar el coche y utilizar el tranvía, que vino y volante no se llevan nada bien. El billete sencillo cuesta 1,50€, e incluye enlaces durante 1 hora, pero hay una amplia oferta de billetes para viajar todo un día, sólo por la tarde/noche (a partir de las 19h), etc., que podéis ver en detalle en la web de la empresa municipal de transportes.
La Cave, con miles de vinos de todo el mundo.
(JMBigas, Julio 2016)

Acabé llegando pasada la una de la tarde, y con hambre. Por ello me dirigí lo primero al Bar à Vins Latitude 20. Este tiene dos secciones. En la primera se pueden comprar algunos bocadillos o aperitivos, mientras que en la segunda te atienden en mesas altas o bajas, o incluso en la terraza exterior. Me dieron una cartita minúscula, que no me convenció. Entre otras cosas, para degustar un tinto por copas, solamente ofrecía un Crozes-Hermitage, de la zona del Ródano, en el otro extremo de Francia.

Entré a dialogar con el camarero. Se nota que todavía son bastante novatos y que a la marcha en general del local le falta algo de rodaje. En el panel del fondo del local tienen una veintena de botellas de vino abiertas, preparadas (y tarifadas) para servirlo por copas, en las mejores condiciones. Tras echarle un vistazo, me enamoré de un Pessac-Léognan (del sur de Burdeos), el Château La Louvière 2009, obra de uno de los popes de la región, André Lurton. Le pedí una copa de ese vino, pero el camarero me dijo que no, que los vinos eran para la tarde. Le convencí de que la una y media ya es la tarde y, tras evacuar consultas, me sirvió una copa generosa (por 9€, eso sí). Para acompañar le pedí un platito pequeño de algo, y él ahí sí aportó una buena solución, un pequeño surtido de quesos.

El día había amanecido algo lluvioso, y de vez en cuando caían algunas gotas, por lo que descarté la terraza, y me aposenté en una mesa alta, sentado en un taburete, donde me di el pequeño festín, que me acabó costando 15,50€.

Lo de sacar previamente las entradas por Internet no fue una mala idea, pues todo el tiempo había colas frente al mostrador de compra de entradas. Ese proceso no parece tampoco que esté ya funcionando a velocidad de crucero. Me dirigí al mostrador de información con mis entradas, y me enteré de los detalles. Allí me di cuenta de que había sido demasiado ambicioso. El Recorrido Permanente hay que realizarlo del tirón, y toma unas dos horas. Algo más o algo menos dependiendo del interés y el nivel de detalle al que se quiera llegar.
Auditorio Thomas Jefferson.
(JMBigas, Julio 2016)

Pero tenía reservada la visita guiada (zoom archi) para las tres de la tarde, y dura como una hora. Y para las cinco de la tarde había reservado el taller de los Mercados del Mundo, que ocupa una hora y media. Y, en verano, La Cité du Vin cierra sus puertas a las 19.30 horas. En resumen, no me quedaba una franja continua de un par de horas, y tuve que renunciar al Recorrido Permanente (espero hacerlo en el futuro, en alguna próxima visita).

Ya eran las dos y media, y, para hacer tiempo, hice una breve visita a La Cave, subtitulada bodega-biblioteca. Es un espacio circular, donde están expuestos, también para su venta, más de 9.000 vinos de hasta 88 países de todo el mundo. Como curiosidad, valga decir que, a pesar de considerarme bastante entendido en el mundo del vino, sólo reconocí una media docena de los más de treinta vinos españoles expuestos.

Comprar vino en La Cave no me parece muy buena idea, más allá de un recuerdo de 1, 2 o máximo tres botellas. Tienes que acarrear lo que compres, y, si has seguido mi consejo, has venido en el tranvía. No sé si ofrecen, pero deberían hacerlo por el bien del negocio, el servicio de hacerte llegar lo que compres a tu hotel ese mismo día, donde se supone que tienes el coche, y eso ya sería otra cosa.

Minutos antes de las tres me acerqué al punto de cita que me habían indicado, junto a la gran escalera circular, para la visita guiada. Allí se identificó la mediadora (esta es la terminología muy francesa utilizada en La Cité du Vin) que sería nuestra guía, Émilie. Los asistentes sólo éramos cuatro: una pareja ya mayor de Toulouse, un oriental que no hablaba una palabra de francés (por el momento, la visita sólo se ofrece en francés), aunque decía llevar 30 años viviendo en Barcelona, y yo. Del oriental no pude ni verificar su control del castellano (o del catalán, para el caso), porque le perdimos en el primer recodo, haciendo fotos como un loco.
Fotografía de Isabelle Rozenbaum, que ilustra la
construcción del "Halo", con los grandes arcos de
madera de roble.

Émilie nos llevó a la zona exterior, y allí nos contó la génesis e historia del proyecto, así como los principios y soluciones arquitecturales aplicados en La Cité du Vin. Muy interesante (si se tiene un buen dominio del francés, por supuesto). Nos explicó todos los diferentes espacios, nos mostró el Auditorio Thomas Jefferson, que tiene, según parece, una excelente sonoridad gracias a unos cilindros de cartón que cuelgan a cientos del techo. También nos acompañó al Belvedere, en la 8ª planta.

La visita terminó pasadas las cuatro de la tarde, en la exposición fotográfica de Isabelle Rozenbaum, la exposición temporal actual, que ya había visto por encima en el tiempo libre antes de la visita guiada. Aparte de una maqueta del edificio, se recoge allí una curiosa selección de fotografías, centradas en las diversas fases de construcción del edificio, con énfasis en detalles poco habituales. Allí nos dejó Émilie. Aproveché para realizar una visita más detallada de la exposición, haciendo tiempo para el taller de las cinco.

Como tenía todavía una media hora de tiempo libre, aproveché para subir de nuevo al Belvedere, hacer algunas fotos con más tranquilidad, y escoger la copa de vino incluida en la entrada básica. En el mostrador principal estaban expuestos los más de veinte vinos que constituían la selección del día, cualquiera de los cuales podía escoger para una degustación gratuita (bueno, incluida en la entrada básica). Supongo que esa selección la deben ir renovando un poquito cada día. Cada vino estaba identificado con la bandera del país de origen, y alguna explicación sobre el mismo.

En el mostrador, donde se acumulaba bastante gente, me acabó atendiendo Lolita, una española de origen murciano. Al pedirle un vino blanco, me habló de los diversos incluidos en la selección. Me acabé inclinando por un blanco seco Sylvaner de Alsacia.
Detalle de la selección de vinos para degustar
en el Belvedere.
(JMBigas, Julio 2016)

Faltaban pocos minutos para las cinco, y bajé a la primera planta, para atender al taller multisensorial que había contratado. Al comprar las entradas para Prende un verre aux marchés du monde, vi que se ofrecen tres sesiones diarias (a las 11 de la mañana, a las dos de la tarde, y a las cinco, que era la mía). En cada una, también sólo disponible en francés, se ofrecen hasta 48 plazas. A las cinco en punto, la que sería nuestra nueva mediadora, Gaëlle (de nombre bretón, aunque ella dijo ser bordelesa), nos introdujo al Espacio Polisensorial a los cinco participantes que habíamos pagado nuestra inscripción.

El Espacio Polisensorial es circular, con asientos a lo largo de todo el perímetro, y mesitas bajas. En el centro hay un mostrador o pupitre, donde se sirven los diferentes vinos y desde donde Gaëlle iba controlando la evolución de la sesión.

Al inicio de la sesión nos presentamos someramente los asistentes. Había una pareja de mediana edad, en que el hombre pertenecía a ese selecto grupo de los presuntos enterados que descubren en su copa los aromas que nadie más notó. La segunda pareja era una madre de unos setenta años, que hablaba un francés algo atormentado, parecía de origen alemán o así, y un hijo trentón o algo más, extremadamente reservado. Yo me presenté como español y residente en Madrid, amante del mundo del vino. El comentario fue el buen francés que hablaba (quizá no debería haber escrito esto, que suena a demasiado soberbio).

Gaëlle nos preguntó si ya habíamos asistido a alguna sesión de cata o degustación (al final, de lo que se trata en el taller multisensorial), y todos dijimos tener ya algo de experiencia. La verdad, no sé muy bien cómo podría desarrollarse una sesión así con 48 asistentes. Me parece que la docena es prácticamente el límite razonable.
Detalle del Pont Chaban-Delmas, desde el Belvedere.
(JMBigas, Julio 2016)

En una copa negra nos entregó el primer vino. Por el aroma, bastante agresivo, con trazas hasta de resina, parecía blanco. Al probarlo, además era espumoso, o al menos, con cierta aguja. Todos aventuramos algo sobre el origen del vino, y concluimos que era mediterráneo, de Italia o de Grecia. Gaëlle proyectó imágenes a 360º, en todo el perímetro, primero genéricas, que luego se fueron concretando en mercados típicamente italianos. Pensamos si sería vino de alguna de las islas (Cerdeña o Sicilia). Por uno de los cuatro agujeros del mostrador central también se emitió algún aroma asociado al vino y al escenario, pero había que acercarse para notarlo con cierta nitidez.

El vino resultó ser un Prosecco del Friuli, la región del noreste de Italia, limítrofe con Austria y Eslovenia, con capital en Trieste. Aunque también se produce Prosecco en ciertas áreas del Veneto.

El segundo vino de la sesión no tenía sorpresa, ya que Gaëlle lo sirvió en copas blancas desde una botella visible. Se trataba de un típico rosado de la Provenza, de color pétalo de rosa. La sorpresa fue que las proyecciones nos llevaban a los mercados flotantes de Thailandia y a un entorno claro de Extremo Oriente. El aroma a especias completaba el cuadro. Según nos contó, este tipo de rosado es ideal para maridar con las comidas orientales muy especiadas, ya que prevalece a los sabores y aromas agresivos de estas.

Como sólo éramos cinco asistentes, la mayor parte del tiempo estábamos de pie y deambulando por la sala, mirando las proyecciones desde todos los ángulos, y acercándonos al mostrador para oler los aromas difundidos.
Espacio polisensorial, antes de empezar el taller.
(JMBigas, Julio 2016)

El tercer vino era un tinto. Las imágenes nos llevaban a la América Latina, con escenas del Machu Pichu, del desierto de sal de Bolivia, o de grandes rebaños de ganado bovino, que sugeriría la Pampa. Los mercados que se presentaban eran los típicos mayas o incas, de vivos coloridos. Tanto el aroma como el sabor me evocaban muy directamente a un Malbec argentino, como uno de los que habíamos degustado sólo unas semanas antes, en una sesión entre amigos. Lo repetí en voz alta, y le fastidié a Gaëlle la sorpresa, porque yo tenía razón. Dejamos un resto en la copa, para otra comprobación. Tras diez o quince minutos, el aroma había evolucionado muy claramente a la ciruela, que al principio sólo estaba sugerida.

Para el cuarto y último vino, otro tinto, las imágenes sugerían mercados africanos, especialmente del Magreb. Resultó tratarse de un Pinotage sudafricano.

Y así nos entretuvimos durante hora y media. El taller multisensorial resultó finalmente ser, básicamente, una sesión de cata y degustación de cuatro vinos, con cierta guarnición multimedia, de imágenes, luces y aromas.

No sé con qué frecuencia cambian la selección de vinos degustados. Es posible que lo que os he contado acabe siendo un spoiler, o quizá os he dado munición para que os marquéis un farol de entendidos.

Salimos de allí pasadas las seis y media. Al poco la megafonía empezó a avisar de que La Cité du Vin cerraría sus puertas a las 19.30 horas. Aproveché para realizar una visita a La Boutique, llena de artículos relacionados con el mundo del vino, y de souvenirs , algunos, por cierto, bastante originales. Compré alguna cosita, que me entregaron en una bolsa negra de papel, sin inscripciones ni marcas exteriores, como las habituales en un sex shop. Para evitar que nadie pensara que llevaba alguna muñeca hinchable o así en la bolsa, le pedí a la chica de caja que me pusiera una etiqueta de La Cité du Vin en la bolsa.

Y hacia las siete y cuarto de la tarde terminó mi primera visita a La Cité du Vin de Burdeos. En el tranvía me fui hasta Gambetta. Cené por allí y me fui al hotel prontito, que al día siguiente tocaba el viaje completo hasta Madrid, con el agravante de que era viernes 29 de Julio, declarado rojo para el tráfico en Francia, por la coincidencia de los que terminaban vacaciones en Julio y los que las empezaban en Agosto. Lo cierto es que pillé muchos atascos entre Burdeos y San Sebastián, que me provocaron hora y media de retardo. Entre San Sebastián y Burgos, circulación muy densa, con algún parón en el peaje de Armiñón, para tomar la AP-1. De Burgos a Madrid, circulación muy fluida y bastante escasa. Misterios del tráfico. En total, 688Kms.

Espero que os haya gustado esta visita virtual a La Cité du Vin de Burdeos y que os resulte de utilidad si planificáis una visita a la misma.

Aparte de las imágenes que he seleccionado para ilustrar esta crónica, podéis acceder a una colección completa de 43 fotografías de La Cité du Vin, almacenada en Google+. Cada fotografía tiene un comentario explicativo, que podéis activar mediante el icono de Información.

También podéis ver este vídeo de 4', que he editado para ilustrar mi visita a La Cité du Vin.



JMBA

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