Decía esta mañana Susanna Griso en Espejo Público de Antena 3, al hilo de la complicada aritmética parlamentaria que han arrojado las recientes Elecciones Generales, "me agota el cortejo".
Susanna Griso. (Foto de Luis Gaspar. Fuente: finanzas) |
Tiene su explicación. Todos los partidos políticos que, de una u otra forma, van a ser necesarios para generar un escenario de estabilidad política en España, se están apresurando a dejar claras las líneas rojas que no están dispuestos a cruzar en los próximos procesos de negociación. Rajoy habla de la soberanía nacional, la unidad de España, la igualdad de todos los españoles (por cierto, como si se pudiera preservar algo que ya no existe desde la propia Constitución). El PSOE exige deshacer las reformas laboral y educativa del PP, y no acepta el referéndum en Catalunya, que es una de las exigencias sine qua non de Podemos. Ciudadanos son los más tibios en sus líneas rojas, porque dicen primar la gobernabilidad y estabilidad de España, para poder empezar a trabajar cuanto antes, dicen, en la regeneración política del país.
Para preservar las negociaciones que deberán producirse en las próximas semanas y meses, es vital, en cada partido, que el mensaje sea único. Todos procuran cumplir este requisito, aunque el PSOE parece tener más problemas que los demás, pues se han escuchado ya voces algo discordantes, como las de Susana Díaz, Fernández Vara o García Page. Pedro Sánchez tiene su fortaleza asediada por el fuego amigo, especialmente por parte de los barones territoriales.
Dicen de un diplomático que cuando dice No, quiere realmente decir que podría ser, bajo determinadas condiciones. Cuando dice que quizá, significa realmente que muy probablemente sí. Y cuando dice que sí, es que no es diplomático. Para los políticos se aplica un escenario muy parecido.
Todos se apresuran a hablar de líneas rojas, para dejar claro qué es lo que más caro van a vender en un proceso de negociación. Por eso todos están cuidando hasta el más mínimo detalle el lenguaje que utilizan, para poder justificar que no se desdicen de lo que prometieron, cuando acaben aceptando determinadas condiciones en las negociaciones de las próximas semanas.
Antonio y María son una pareja ficticia, que se sienta para negociar la forma en que van a gastar el dinero excedente del que esperan disponer este próximo año. Las líneas rojas iniciales de Antonio son que nada de tostarse al Sol en la playa en verano, alguna excursión obligatoria para esquiar y un coche nuevo. Las líneas rojas de María pasan por renovar las cortinas y el sofá del salón, pintar la casa, dos semanas de playa en verano, sin excusas. Y nada de nieve, que hace mucho frío.
Tras el proceso de negociación, las decisiones que acuerdan son las siguientes: realizar una revisión a fondo del coche, para aguantarlo un par de años más. Tendrán un coche como nuevo. Renovarán el sofá, porque es verdad que está hecho unos zorros, con quemaduras y manchas, pero las cortinas y el pintado deberán esperar a otro año. María no ceja en su empeño, pero acepta retrasar el gasto. En verano, irán dos semanas a la playa, en la Costa del Sol, porque la región ofrece muchos alicientes gastronómicos y culturales, aparte de tostarse al Sol. Los dos ganan, o por lo menos de eso se convencen. Lo de la nieve es complicado, hasta que descubren que a María le gustaría irse un fin de semana a una casa rural con sus amigos del Instituto, y Antonio lo acepta, a cambio de que ese u otro fin de semana él se irá a la nieve para esquiar con sus amigos.
Los dos han cruzado alguna de las líneas rojas iniciales y han matizado otras, pero se autoconvencen de haber conseguido a cambio compensaciones suficientes.
El problema con los partidos políticos en España y, por cierto, con la opinión pública, es que nadie está habituado a ver negociaciones de verdad entre ellos, donde todos deberán aceptar cruzar alguna línea roja, matizar otras y convencer a su electorado de haber conseguido a cambio compensaciones suficientes. Nos hemos acostumbrado a pensar que la única estabilidad posible es la mayoría absoluta de un partido, con su correspondiente rodillo parlamentario. Y eso es falso, como saben muy bien la mayoría de países europeos avanzados.
Por lo tanto, no deberíamos alarmarnos al evaluar las líneas rojas iniciales de cada parte, pensando que harán imposible cualquier acuerdo, porque eso forma parte, típicamente, de la fase previa a la negociación, del inicio del cortejo, como le llamaba Susanna. Es la fijación inicial de postura. Es definir con claridad el precio que se pondrá a cada renuncia.
Parece claro que la soberanía nacional y la unidad de España son principios a respetar, aunque no necesariamente por encima de cualquier otra consideración. Acordar un referéndum no vinculante para que todos los catalanes puedan manifestar libremente su posición respecto de su continuidad en el marco de España o su deseo de independencia, no atenta, de entrada, a ninguno de esos principios. Habrá que tener claro, en el caso improbable de que el resultado arroje una mayoría cualificada a favor de la independencia, cuál debería ser el siguiente paso. Posiblemente otro referéndum a nivel de todo el Estado, con una pregunta parecida, partiendo del deseo expresado previamente por los catalanes. En algún punto de ese proceso, seguramente el soufflé se habrá deshinchado.
Pero lo que parece claro, es que en Catalunya hay un problema al que hay que buscar, entre todos, una solución conveniente. En torno a dos millones de catalanes, por lo que parece, se sienten muy incómodos con su actual encaje en España. Y ese no es un hecho baladí, que se pueda ignorar impunemente.
Un proceso de este tipo tendría inicialmente, por supuesto, la oposición frontal de la mayoría de los votantes de PP y de Ciudadanos, y de una buena parte de los del PSOE. Y también tendría la simpatía de la mayoría de votantes de Podemos y de Izquierda Unida. Poner encima de la mesa la alternativa de que los independentistas pudieran acabar echándose al monte con una hipotética DUI (Declaración Unilateral de Independencia) y generar un escenario potencialmente prebélico, quizá podría convencer a muchos de que ese referéndum sería muy probablemente una solución menos mala.
Negociar es conseguir que una parte de tus principios sean aceptados, aunque a lo mejor algo matizados, a cambio de aceptar, aunque sea de forma muy matizada, los principio de los demás. El espacio de acuerdo, inevitablemente, está un poco más allá de las líneas rojas iniciales de cada uno de los actores.
Sólo hay que tener claro que tener un coche como nuevo no es exactamente lo mismo que tenerlo nuevo, pero se le parece lo suficiente. Y que la región de la Costa del Sol, a pesar de sus playas y Sol, ofrece muchas alternativas gastronómicas y culturales. Todos deben tener una forma de justificar sus renuncias en base a que todos deben estar convencidos de haber conseguido más cosas de aquellas a las que han renunciado. Es el famoso escenario Win-Win, en que todos terminen convencidos, y con capacidad de convencer a sus votantes, de que han ganado en la negociación.
Tengamos, pues, en cuenta, que las líneas rojas de que hablan los políticos estos días son como el despliegue inicial de la cola multicolor del pavo real: la etapa inicial del cortejo. Parece razonable pensar que cualquier negociador empiece por definir sus líneas rojas (aquello a lo que sólo estará dispuesto a renunciar a cambio de enormes compensaciones) y a tener preparada su zona de confort, donde, utilizando al principio un lenguaje inevitablemente ambiguo, pueda al final justificar, ante sus electores, socios o accionistas, que la negociación les ha sido muy positiva, y que el escenario ha sido claramente de ganancia propia.
Sería, pues, muy recomendable, que los periodistas y tertulianos refrenen su ansiedad, para evitar que alguno de los actores pueda salirse en algún momento del guión, y eso le acabe pasando factura ante sus contrapartes en la negociación, debilitando su posición, o ante sus propias bases para justificar los acuerdos finales.
Cualquier negociación es como el puchero. Hay que dejar que el chup-chup vaya haciendo su efecto, y que el tiempo atempere todos los ingredientes, para conseguir, al final del proceso, un cocido para chuparse los dedos.
No creo que estemos abocados a otras Elecciones que, además, de poco servirían para aclarar el escenario. Estoy convencido de que un acuerdo razonable es posible. Pero hay que dejarles tiempo a los políticos y confiar que estarán a la altura que los ciudadanos les requieren.
Dejadme creer que eso es posible.
JMBA
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