Hace tiempo ya que estamos conviviendo con un fenómeno relativamente reciente, por lo menos al que se le ha dado nombre y carta de naturaleza no hace tanto.
Vivimos en una economía globalizada (sólo hace falta ver, por ejemplo, lo que provoca las sospechas sobre Hungría en la Bolsa española). Decían, en términos quasi líricos, que un aleteo de mariposa en Tokyo produce un resfriado en Nueva York. O algo así.
Lo que ocurre es que la globalización es radicalmente injusta, porque es imposible de aplicar por igual a todos los recursos y en todos los campos.
Hoy en día, cualquiera puede estar en su casa en zapatillas (o incluso peor, con camiseta de rejilla y chanclas), y decidir sobre la marcha invertir ese capitalito que tiene por ahí en acciones del Santander, o comprar Apple, o tomar posiciones cortas (apuestas a la baja) contra el euro, o infinidad de otras cosas. Desde ese punto de vista, el capital está globalizado, y puede fluir libremente en cuestión de décimas de segundo.
Ciertas industrias pueden deslocalizarse sin demasiados problemas, y llevarse el textil a China, o producir calcetines en Marruecos. Aunque debemos tener en cuenta que el coste reducido de la mano de obra NO es una ventaja competitiva sostenible. Claro que, mientras dure... Desde este punto de vista, la industria está globalizada, y así aparecen periódicamente escándalos sobre la fabricación de zapatillas de deporte de marcas internacionales por niños explotados en India, o donde sea.
Yo ahora mismo estoy escribiendo este articulito desde mi casa (no describiré con qué atuendo), viendo los árboles combarse al viento en la plaza, y mi obra puede estar disponible (potencialmente) desde cualquier lugar del mundo, en cuanto le dé al botón de Publicar. Desde este punto de vista, el conocimiento está globalizado.
Sin embargo, el trabajo, la mano de obra, está profundamente localizada, ligada al lugar donde ciertos trabajos deben desempeñarse. El médico está ligado a su Hospital, el profesor a su escuela, el funcionario a su Ministerio, el obrero a su fábrica y así. Todo el mundo tiene la oportunidad de buscar una mejor oportunidad en otro lugar, incluso en otro país, u otro continente. Pero hacerlo requiere un gran esfuerzo personal y familiar, necesita cierto tiempo para realizar una mudanza física. Por ello no es muy habitual esta deslocalización, más que entre los jóvenes que buscan una oportunidad donde sea que se produzca, y lo toman además como una magnífica aventura para conocer mundo.
Creo haber dicho en otra parte el valor que las clases medias aportan a la sociedad, por su apego al territorio, porque su prosperidad depende de la de su país.
Por eso cuando se requieren sacrificios, todos los Gobiernos recurren a pedírselos a sus clases medias, si no por otros motivos, porque tienen una escapatoria mucho más complicada. Los capitales sometidos a tensión (presión fiscal, por ejemplo), se comportan como el agua que se nos escapa entre los dedos, y jamás se deja apresar. O parte de los profesionales liberales pueden deslocalizarse con un mínimo esfuerzo, en caso de ponerse las cosas difíciles (recordemos a los deportistas de élite empadronados en Andorra o Mónaco, por ejemplo).
No quiero justificar con esto, sino sólo explicarlo, el por qué todos los gobiernos miran al mismo sitio cuando se requieren sacrificios.
No sé si es un consuelo, pero es lo que hay.
JMBA
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Hace 4 meses
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