Querido Paseante, siempre eres bienvenido. Intenta escribir algún comentario a lo que leas, que eso me ayuda a conocerte mejor. He creado para ti un Libro de Visitas (La Opinión del Paseante) para que puedas firmar y añadir tus comentarios generales a este blog. Lo que te gusta, y lo que no. Lo que te gustaría ver comentado, y todo lo que tú quieras.


Pincha en el botón de la izquierda "Click Here - Sign my Guestbook" y el sistema te enlazará a otra ventana, donde introducir tus comentarios. Para volver al blog, utiliza la flecha "Atrás" (o equivalente) de tu navegador.


Recibo muchas visitas de países latinoamericanos (Chile, Argentina, México, Perú,...) pero no sé quiénes sois, ni lo que buscáis, ni si lo habéis encontrado. Un comentario (o una entrada en el Libro de Visitas) me ayudará a conoceros mejor.



viernes, 18 de junio de 2010

París-Londres 1977

He estado muchas veces en París, tanto por motivos de trabajo como de turismo. Es una ciudad maravillosa, que resulta en la práctica inagotable.

La primera vez que estuve en París fue en Julio de 1977, hace la friolera de 33 años. Con otros tres amigos, estudiantes universitarios en la época, nos embarcamos en un viaje en tren (Inter-Rail mandaba) a París, Londres y Escocia.

A la ida, fuimos desde Barcelona (cuatro de la tarde) hasta Cerbère en el Cataluña Expres. Allí nos montamos en el Corail Côte Vermeille-Paris, que salió de Cerbère a las ocho de la tarde. Tras cruzar Francia de noche (Narbonne, Carcasonne, Toulouse, Limoges, Orléans,...), llegamos a Paris-Austerlitz a las 7,47 horas (exacto) de la mañana. La puntualidad y la relativa rapidez fue una sorpresa para nosotros, acostumbrados en esa época a las informalidades de la RENFE, y a las limitaciones de un país como la España de la época.

Llegando ya a París, nos resultaba extraordinario el despliegue de vias y de trenes en todas direcciones, incluso en paralelo. Tomamos en un Tabac junto a la estación un café au lait y un croissant, tras toda la noche de traqueteo en los asientos de segunda clase, durmiendo casi nada. Como los amigos íbamos hablando en catalán, recuerdo que unos compañeros de departamento nos tomaron por rumanos. Bueno, de polacos a rumanos tampoco hay tanta diferencia.

Yo, por entonces, no sabía prácticamente nada de francés (del idioma, digo). Yo pertenezco a las primeras generaciones españolas que en el colegio ya estudiamos inglés. En mi ignorancia, me llevé un susto cuando al comprar una postal me pedían quatre-vingt (ochenta céntimos de franco), porque entendía que la broma era de cuatro francos con veinte céntimos, lo que resultaba carísimo por aquel entonces.

A la ida, el plan era ir directamente a Londres. Para ello tomamos el Metro en Austerlitz, la línea que entonces era Place d'Italie-Église de Pantin (hoy bastante prolongada), hasta la Gare du Nord. Allí abordamos un tren combinado con ferry, hacia Boulogne-Maritime. Salimos de Gare du Nord en torno a las 10 de la mañana, y llegamos al puerto de Boulogne pasadas las dos de la tarde.

Con todo el equipaje a cuestas, abordamos el ferry a pie desde la estación del ferrocarril. Una vez en el ferry, y ya en ruta hacia Folkestone, había que pasar el control de pasaportes y de aduana a bordo. Creo que llegamos a Folkestone en torno a las cuatro y media de la tarde, hora británica.

Allí, de nuevo con todo el equipaje a cuestas, descendimos del ferry y abordamos un tren inglés (de los que tiene puertas directas de acceso a los diversos departamentos, con manecilla de acción manual). Finalmente, nos dejó en London Victoria en torno a las seis de la tarde (siete de la tarde para el horario continental).

Desde que salimos de Barcelona, nos costó llegar a Londres un total de 27 horas, cuatro trenes y un barco.

Claro que Londres en 1977, para unos veinteañeros españoles, era directamente otro mundo. A título de ejemplo, no existía el agua embotellada como producto comercial en Gran Bretaña, y además conducían por la izquierda (bueno, esto tan raro lo siguen haciendo hoy).

Estuvimos unos días en Londres, y luego fuimos en tren nocturno a Inverness, pero todo ello ya lo contaré en otra ocasión.

A la vuelta, repetimos el enlace tren-ferry-tren, para llegar de nuevo a París. Allí nos quedamos unos días, en una especie de residencia para estudiantes en la rue Jean-Jacques Rousseau (cerca del Louvre), que la recuerdo como más bien piojosa. Intentamos visitar el Louvre, pero nuestro primer contacto con "Europa" nos deparó una huelga de los funcionarios del Ministère de la Culture, y el Louvre estaba cerrado. Bueno, tuvimos que dejarlo para mejor ocasión.

Hicimos, lógicamente, alguna de las clásicas visitas de los primerizos en París (Tour Eiffel, Sacré Coeur, Montmartre, Pigalle, Quartier Latin). Y luego deshicimos el camino, de vuelta a casa.

Hasta la introducción del euro en 2002, en mis visitas a Francia he soportado tasas de cambio del franco francés entre las 12 pesetas y las 25. Claro, las cosas te sonaban al doble de caras, según las ocasiones.

De las siete horas que nos costó llegar de París a Londres, hoy el trayecto se ha reducido a dos horas y media en la comodidad del Eurostar, cruzando el Túnel bajo la Mancha. Llegando a Londres por la superrenovada Saint Pancras Station.

Y hoy, por supuesto, no hay ningún problema en comprar agua embotellada en toda Gran Bretaña. Es más, las aguas más apreciadas (y caras) son algunas de las de procedencia artesiana en Escocia, por ejemplo.

El progreso nos ha hecho a todos más iguales. Para realmente sorprenderse hay que ir cada vez más lejos. Si no fuera porque los británicos se empeñan en mantener su Libra Esterlina, y no están en Schengen (por lo que sigue habiendo control de pasaportes), hoy en día un viaje París-Londres es prácticamente un desplazamiento doméstico.

Pero en 1977 era una auténtica aventura, un viaje de descubrimiento de lo relativas que son las cosas según los lugares. Una terapia de inmersión en un mundo que por entonces nos resultaba ajeno.

No hay tontería, fanatismo, nacionalismo, papanatismo que no se cure (o al menos se mitigue) con un viaje a tiempo. Claro que también he tenido que asistir a la humillante convivencia con algunos paisanos que, ante las Montañas Rocosas en Canadá, su única reacción fue: "Si, pero como Montserrat...".

Viajar requiere tener los ojos y la mente en blanco, listos para dejarse impresionar por cosas nuevas y diferentes.

JMBA

No hay comentarios:

Publicar un comentario