Este período prenavideño es abundante en citas para celebrar almuerzos o cenas de hermandad con toda clase de colectivos con los que nos relacionamos habitualmente, o nos hemos relacionado en el pasado.
Imagen añeja de una cena de hermandad (Fuente: vn-62-64) |
Hace años, cuando las empresas podían disponer de presupuestos boyantes para remunerar a sus empleados, era habitual que se celebraran cenas de empresa, que cada vez van siendo más raras e inhabituales. En esas cenas (pagadas por la empresa, repito; los más jóvenes igual no me creerán), se invitaba a todos los empleados y, muy a menudo, también a sus cónyuges, parejas, novi@s, amig@s; en resumen, a los que los anglosajones llaman muy cucamente "relevant others". El Lote de Navidad ya se había recogido o recibido unos días antes, pero en esas cenas era habitual que hubiera obsequios para los empleados y sus parejas, especialmente cuando se celebraba algún aniversario significativo de la empresa. Recuerdo haber asistido a alguna en la que se gastó un presupuesto que hoy todo el mundo consideraría obsceno.
Prácticamente condenadas esas celebraciones a habitar solamente en el recuerdo, los empleados se han ido espabilando para celebrar comidas ya no de empresa, sino más bien de departamento o sección; es decir, en más petit comité. Donde cada cual paga su parte; se paga a escote. Muchos de estos almuerzos (más que cenas) acaban languideciendo. Sólo asisten los empleados (sin relevant others) y muchos están acostumbrados a comer juntos durante todo el año algún Menú del Día a precio fijo y económico, y un día al año se multiplica el presupuesto diario por cuatro o por cinco, a cambio de un almuerzo presuntamente festivo, que raramente ofrece de verdad lo que promete. Y donde siempre acostumbra a haber algun@ que bebe más de la cuenta, y empieza a desbarrar.
Pero la tradición de las comilonas navideñas desborda el ámbito de la empresa y de los compañeros de trabajo. Muchos otros colectivos, formales o informales, organizan también sus celebraciones anuales aprovechando la proximidad de la Navidad, como hito que obliga a todo el mundo a la alegría (aunque sea forzada) y al dispendio con retorno limitado. Celebran comidas o cenas los antiguos colegas de trabajo de uno u otro departamento de cierta empresa, por ejemplo. Con el paso del tiempo, los asistentes van acumulando años de edad, y las cenas se convierten en consultorios médicos, donde se rivaliza por contar y recontar las operaciones quirúrgicas más arriesgadas, y se compite por los fármacos que hay que ingerir con regularidad.
Por estas fechas se celebran también muchas comilonas de compañeros de promoción en la Universidad, o de quinta en la mili; o también del club de los que les gusta mirar el cielo de noche en Zamora (un suponer).
Los comensales asisten impávidos, año tras año, al progresivo deterioro físico de sus compañeros, que se ve reflejado en el propio, siempre ignorado salvo en estas ocasiones señaladas. Si se realizan fotografías que luego circulan, las críticas (más o menos públicas o privadas) abundan, en el sentido de que Fulano está ya muy mayor, Zutano ya es abuelo y se le nota, o Menganita hay que ver lo que fue y a lo que ha llegado.
En las cenas de ex-colegas, los primeros años se rivaliza por intentar demostrar que a uno le ha ido mucho mejor que a los demás, que ha conseguido un puestazo y gana dinero a raudales. Los que son conscientes de que no les ha ido especialmente bien, a menudo ni asisten a la cena, y dan cualquier excusa, citándose, eso sí, para el año siguiente. Con el paso del tiempo, la única rivalidad que va quedando es por ver quién consiguió un mejor paquete de indemnización para pasar al paro a los taytantos, o quién conserva mejor el pelo, y si no es cano quién utiliza el mejor tinte; queda constancia de quién ha engordado por dejadez, o quién ha adelgazado y presenta un aspecto enfermizo. Porque con los años, nadie conserva su peso habitual. O se engorda (que es lo natural, si la dieta, el ejercicio o la enfermedad no lo trunca), o se adelgaza (por una dieta motivada por un susto de los médicos, o por enfermedad), pero ya no por motivos estéticos.
Imagen de una de esas cenas de empresa que hacían furor a finales de los 80. El bigote me lo afeité en Agosto de 2002. (Fototeca de JMBigas) |
Todas estas celebraciones forman parte de lo que los medios denominan gasto navideño, y es un balón de oxígeno para la hostelería en general, que a menudo se excede en la fijación de precios abusivos.
Afortunadamente, acaba llegando la Navidad y se interrumpe este ciclo de celebraciones y reencuentros, no siempre deseados o anhelados. En las semanas entre Navidad y Año Nuevo, y luego hasta Reyes, todavía menudean algunas comidas entre amigos, amiguetes, coleguitas o ex-colegas, que frecuentemente sólo se ven una vez al año. Los temas de conversación se centran en recordar lo bien que lo pasábamos, y se ignora deliberadamente que los caminos cimbreantes de la vida nos han puesto a cada uno en posiciones familiares, laborales, económicas y/o sociales discordantes.
Esas ya casi desaparecidas cenas de empresa eran, ciertamente, compromisos sociales, y el que las esquivaba habitualmente era mal visto por los demás y por la dirección. También se estaba obligado a escuchar algún discurso, no siempre atrayente; y a menudo se vivían escenas de tensión si la empresa hacía algún regalo valioso, especialmente para los que habían invitado a la cena a una amiga que intentaban promocionar a novieta (María, ya te estás quitando el reloj, que es para mi madre).
(Fuente: 20minutos) |
Pero todas estas celebraciones de hermandad son absolutamente voluntarias, y cada cual sólo paga su parte si asiste. Mi recomendación es que os limitéis a asistir a las comidas o cenas que realmente os hagan ilusión; a aquellas en las que podréis compartir mesa y mantel con gente que os importa. Y prescindid del resto; buscad una excusa, o ninguna, pero no perdáis el tiempo.
Además, cuando se reúnen más de seis personas en torno a una mesa, no hay intercambio de todos con todos. Se establecen conversaciones separadas y acabas con la sensación de que sólo has hablado con tres o cuatro (los que tenías al lado en la mesa), y la promesa para el año siguiente de llegar con más antelación para poder escoger al lado de quién nos apetece sentarnos.
Hace años, cuando todos éramos más jóvenes, tras la cena siempre quedaba un núcleo duro que proseguía la fiesta hasta la madrugada, muy habitualmente con una visita de rigor al karaoke (ese lugar donde siempre se pasa vergüenza -propia y ajena- y que sólo se visita en estado etílico). Pero el paso del tiempo, la responsabilidad, los problemas económicos y los crecientes controles de alcoholemia provocan que, durante la cena, se beba vino con moderación y, tras la cena, cada cual se vuelve a su casa como ánima perseguida por el diablo.
Pero, cuando se acerca Navidad, los almuerzos y cenas de hermandad son una tradición tan enraizada como el Sorteo de Lotería, o las luces en las calles, o los árboles engalanados, o los belenes de todo tipo.
Hay que celebrarlas para comprobar que seguimos vivos.
JMBA
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