Ese sábado 23 de Marzo amaneció bastante soleado, aunque fresquito, en Frankfurt. Había previsto para ese día realizar una excursión en tren hasta Heidelberg (pop. 147.312), una ciudad bastante más pequeñita que Frankfurt (pop. 691.518). Heidelberg está situada unos 90 kilómetros al sur de Frankfurt.
Como en este viaje no llevaba coche, había reservado ida y vuelta en tren (EC = EuroCity) entre las dos ciudades. La primera sorpresa en la web, cuando compré los billetes, es que me dejaba comprar el billete para trenes a horas específicas sin reservar plaza. Es más, si quería reservar plaza, me cobraba unos pocos euros de suplemento. Pese a todo, para mayor tranquilidad, reservé plaza tanto en el tren de ida como en el de vuelta. Al final pagué 46€ por los billetes de ida y de vuelta, con sus correspondientes reservas.
A las ocho y pico de la mañana, me encaminé a la estación (que tenía a un par de minutos andando desde el hotel). La siguiente sorpresa fue que mi flamante EC (EuroCity) me pareció (casi) un tren del Oeste o, por lo menos, me recordó a los expresos españoles de los años 60 ó 70. Su recorrido se iniciaba en Frankfurt, pero luego seguía hacia Munich y Austria. Mi vagón era, en realidad, de los Ferrocarriles Austríacos, y consistía en departamentos de seis asientos con un pasillo a lo largo del lateral del coche.
Eurocity en la estación de Frankfurt HBF, antes de partir hacia Heidelberg (Munich, Austria,...). (JMBigas, Marzo 2013) |
Como muchos viajeros tenían billete, pero no reserva, en la puerta de cada departamento había un casillero donde alguien se había preocupado de colocar notitas indicando los trayectos para los que estaba reservado cada asiento.
Encontré mi asiento sin problema. En mi departamento, junto a la ventanilla, ya estaban instaladas una madre y una hija de dos o tres años, rubita de ojos azules y preciosa, que creo (por las notitas de la puerta) que iban hacia Munich.
Tanto en Frankfurt como en las paradas que realizó el tren antes de llegar a Heidelberg, se vieron las clásicas escenas que se producen en trenes sin reserva obligatoria: parejas y familias enteras con equipajes voluminosos, que ocupan temporalmente el espacio de un departamento (para no bloquear el pasillo) mientras alguno de los miembros del grupo se recorre el coche y los aledaños, buscando algunos asientos convenientes que no estén reservados. Los gritos de "aquí, aquí, venid aquí delante que hay sitio" (en alemán y otros idiomas) se volvieron compañeros habituales del viaje.
El trayecto no duró más de 50 minutos. Hacia las nueve y cuarto llegamos a Heidelberg HBF, y me bajé del tren. A diferencia de Frankfurt, la mañana estaba nublada y directamente fría. La estación central de Heidelberg está un poquito retirada del centro histórico de la ciudad, por lo que había previsto coger un autobús o tranvía hasta la zona del Kornmarkt, para empezar tomando el funicular hasta la cumbre de la montaña.
Para evitarme problemas con el transporte público, compré, en lo que parecía una parada de tranvía frente a la estación, un billete para todo el día (Tageskarte Erwachsene) por 6€, que me daba derecho a todos los viajes que necesitara, sin preocuparme de más.
Por la información y los mapas que me había descargado previamente desde la web del transporte público de Heidelberg, sabía que debía tomar el 33 hasta la parada de Rathaus/Bergbahn. Me aposté en la presunta parada de tranvía, hasta que llegó un autobús con el número 33, y monté en él sin más. Tras un trayecto relativamente largo por la ciudad, me apeé como tenía previsto, en las proximidades del Kornmarkt y frente a la entrada a la estación inferior del funicular.
La ciudad de Heidelberg se extiende a las orillas del río Neckar, a solamente un centenar de metros sobre el nivel del mar.
El funicular (Bergbahn = ferrocarril de montaña) es histórico, pues su primera edición se inauguró en 1890. Tiene dos tramos diferenciados, por lo que a menudo se les llama de modo diferente (Molkenkurbahn el tramo inferior; Königstuhlbahn el tramo superior). En total, tiene cuatro estaciones. La segunda es la que permite subir con comodidad hasta el castillo (Schloss) que domina la ciudad. La estación inferior (Kornmarkt) está a 113,2m s.n.m., mientras que la del castillo está unos ochenta metros por encima, a 192m s.n.m. El funicular para en esa estación (tanto a la subida como a la bajada), y sigue camino hasta la siguiente estación, la de Molkenkur, a 289,3m. s.n.m., es decir, un centenar de metros por encima del Castillo. Esta parada es el final del tramo inferior, que fue completamente restaurado en 2005, por lo que las cabinas son de apariencia moderna y muy confortables.
El tramo superior sigue manteniendo la misma apariencia histórica que tenía en 1907, cuando se evolucionó al clásico sistema de tracción eléctrica (en lugar del inicial método hidráulico de 1890). Aunque las cabinas se rehicieron en 2005, siguen manteniendo el mismo diseño en madera del original. Este tramo permite subir desde Molkenkur hasta Königstuhl (Sillón del Rey) a 549.8m s.n.m., es decir, a casi 450 metros por encima del nivel de la ciudad y el río.
Compré un billete de ida y vuelta hasta Königstuhl, por 12€. Subí primero hasta Molkenkur en el funicular moderno, y allí transbordé al histórico para seguir el camino hasta la cumbre. Si abajo en la ciudad la mañana estaba muy fría, en la cumbre estaba directamente gélida. Además, una cierta neblina dificultaba tener unas buenas vistas de Heidelberg, ya que parecía que la ciudad estuviera empañada.
En los amplios bolsillos de la parka que llevaba tenía guardado el kit de frío, del que tuve que tirar por necesidad: guantes, bufanda y gorro cubreorejas. Así conseguí sobrevivir a una temperatura próxima a los cero grados, con bastante viento helado. Un entorno que no me esperaba para los primeros días de la primavera.
Junto a la estación de Königstuhl hay un mirador desde el que se domina la ciudad y el río Neckar. Y también es posible acceder a una zona desde la que se puede ver la maquinaria del funicular, en funcionamiento real. Podéis verlo en un vídeo que tomé en la zona: resulta bastante aleccionador.
También hay alguna edificación por encima de la estación (no sé si hay un albergue o algo así) y multitud de caminos y senderos, utilizados tanto por caminantes como por ciclistas para hacer ejercicio por la montaña.
Coincidí en el mirador con un par de chicas que también estaban peladitas de frío (menos mal: no era un problema sólo mío), y conseguí que me hicieran una foto para inmortalizar el look de protección polar.
El tramo superior funciona con una frecuencia aproximada de 20 minutos. Bajé de nuevo hacia Molkenkur en el segundo funicular que salió, por lo que colijo que estuve en la cumbre, aproximadamente, unos 40 minutos.
Junto a la estación de Molkenkur hay una terracita con vistas sobre la ciudad y el río, y un modesto barecito con dos o tres mesas en el exterior que estaban esa mañana, por supuestísimo, absolutamente desiertas.
Tomé de nuevo el funicular moderno, y me apeé en la estación Schloss, para visitar el Castillo. El Castillo, realmente, es una semiruina, con algunas zonas salvaguardadas y otras en total decadencia. Sin embargo, se trata de la estructura renacentista más importante al norte de los Alpes. Desde 1214 en que se tiene la primera noticia de un castillo en ese emplazamiento, ha sufrido toda clase de desgracias, entre las que destacan los rayos, los incendios y las destrucciones deliberadas como táctica bélica. A lo largo de la historia, se ha destruido y reconstruido infinidad de veces.
La restauración de ciertas partes realizada a finales del siglo XIX, ha convertido el Castillo de Heidelberg en una de las principales atracciones turísticas de la ciudad. Su singularidad, el hecho de que desde alguna de sus terrazas se domina la ciudad y que dispone de una capilla restaurada y un comedor interior, ha provocado que sea habitualmente el escenario de hasta 100 celebraciones de boda por año. El sábado de mi visita, por supuesto, pude ver el cortejo completo, incluidos los contrayentes, de una boda.
A pesar de los escasos 80 metros de altura, se tienen desde el Castillo unas buenas vistas de la ciudad vieja (Altstadt) y el río, incluso en días nublados o neblinosos, como era el caso ese sábado.
Una zona interior, donde hay algunos toneles de vino enormes y uno directamente gigante, al que se puede subir por una escalera que recorre su parte exterior hasta un balconcito directamente encima, está habilitada para celebraciones de todo tipo. Ese sábado, en la zona del comedor, estaban agasajando a toda una expedición de japoneses, con los diversos vinos de la zona. En un mostrador específico, el mesonero ofrecía vino caliente como reclamo estrella (bastante asqueroso, pero reconfortante en ese clima helado) y algunas cosas para comer, como bocadillos de salchicha o pretzels. Tomé los sorbos que aguanté de vino caliente y un bocata de bockwurst bastante sabroso, como tentempié de mediodía.
Tras una rato por la zona, tomé de nuevo el funicular, para bajar al nivel de la ciudad, en la estación de Kornmarkt. Allí inicié un paseo por toda la parte antigua de la ciudad, protegiéndome del frío como pude. En el centro de la Plaza del Mercado está la Iglesia del Espíritu Santo (Heilig Geist Kirche), que ese sábado por la mañana servía de respaldo a diversos puestos del mercado ambulante. Paseé por todo el eje de la calle Mayor (Hauptstrasse), que discurre paralela al río. Me acerqué hasta el Neckar por la zona del puente (brücke) Karl-Theodor (conocido habitualmente como Puente Viejo o Alte Brücke), con sus características dos torres blancas de acceso.
Había reservado un tren de vuelta a Frankfurt para un poco antes de las tres de la tarde. Si no fuera por el frío agudo, a gusto me hubiera quedado a pasar la tarde callejeando por Heidelberg.
En la zona comercial de Bismarckplatz tomé de nuevo un autobús hacia la Estación Central (HBF = HauptBahnHof). Allí, esperando el tren en un andén al aire libre (eso sí, con su correspondiente zona delimitada para fumadores), intenté esquivar el frío como pude. El tren resultó ser más moderno que el de la ida, de nave corrida con un pasillo central. Para las cuatro menos cuarto estaba de vuelta en Frankfurt, cansadito de una mañana movida y calado de frío, que también se había agudizado allí, desde la mañana fresquita que había abandonado a primera hora.
En resumen, Heidelberg es una ciudad pequeñita (por lo menos su parte central), que a veces parece salida de un cuento de hadas. Importante centro universitario, el visitante haría bien en dedicarle, por lo menos, un día entero. O, incluso mejor, alojarse en alguno de sus múltiples hoteles y realizar, en su caso, la excursión de un día a Frankfurt, que tiene menor atractivo turístico, a pesar de su mayor tamaño.
Es decir, justo lo contrario de lo que esta vez hice yo.
Aparte de las fotografías que he seleccionado para ilustrar este artículo, podéis acceder a una colección más completa de 46 fotografías (geoposicionadas y comentadas), pinchando en la vista de la ciudad.
JMBA
Aparte de las fotografías que he seleccionado para ilustrar este artículo, podéis acceder a una colección más completa de 46 fotografías (geoposicionadas y comentadas), pinchando en la vista de la ciudad.
Excursión a Heidelberg |
JMBA
Un placer leer este reportaje sobre Heidelberg. Interesante lo que dices sobre la acomodación.
ResponderEliminarUn abrazo.
Fidel.