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miércoles, 27 de enero de 2016

El Asedio a Pedro Sánchez

Dicen las Escrituras que Pedro negó a Jesús hasta tres veces antes de que cantara el gallo. Da la sensación de que Pedro Sánchez podría batir ese récord de su santo tocayo.
Estos son los líderes de los cuatro partidos que se reparten el 90% de
los escaños del Congreso de los Diputados.
(AFP, EFE. Fuente: nacion)

Cuando fue nombrado Secretario General del PSOE en Julio de 2014, los dirigentes del partido estaban convencidos de que elegían a alguien nuevo, que debería reconducir la regeneración del partido tras los sucesivos descalabros electorales, y que deberçia guiarlo en la travesía del desierto que, muy probablemente, supondría el resto de esa legislatura y otra completa. Hasta 2019 no se planteaban que el PSOE tuviera de nuevo alguna opción de ocupar la Moncloa.

Sin embargo, los acontecimientos se han ido precipitando. El desgaste del PP ha sido más rápido y mayor de lo que se podía imaginar. A ello han contribuido diversos factores. De una parte, los sucesivos episodios de corrupción rampante, y la aparente abulia de Mariano Rajoy y su equipo en ponerles coto. De otra, la situación económica general ha mejorado, por lo menos en las cifras macro, y muchos ciudadanos han empezado a pensar seriamente que ya va siendo hora de repartir mejor las rentas, mucho más de lo que es capaz de hacer un partido de la derecha tradicional.

Y no conviene olvidar otro factor exógeno de gran trascendencia, como ha sido la aparición, con mucho ímpetu, de una nueva fuerza en la izquierda política, Podemos, que ha generado nuevas ilusiones en muchos votantes tradicionalmente abstencionistas.

La realidad, pues, es que la situación parlamentaria tras las Elecciones Generales del 20-D es de una complejidad nunca conocida hasta ahora. Cuatro partidos se reparten el 90% de los escaños del Congreso de los Diputados. Dos de ellos en el entorno de la derecha (PP con 123 diputados y Ciudadanos con 40), y otros dos en la izquierda (PSOE con 90 diputados y Podemos - incluyendo todas sus confluencias o coaliciones - con 69). Prácticamente un empate técnico entre las dos grandes tendencias, lo que ha vuelto totalmente imprevisible quién podrá encabezar un Gobierno con los suficientes apoyos para que sea razonablemente estable.

Durante la precampaña y la propia campaña electoral, todos los partidos han lanzado pestes contra los demás, como ya es tradición y probablemente hasta sea su obligación. Todos intentan convencer a los ciudadanos de que les voten a ellos y no a otros que podrían resultar más o menos parecidos. Creo que todo lo que se ha dicho en esa fase sería mejor olvidarlo, porque ya cumplió su función, y el único resultado que vale es el reparto que dieron las urnas, es decir, todos los ciudadanos.

La última parte de la legislatura, en que Pedro Sánchez ejerció de jefe de la oposición, la bronca parlamentaria ha estado servida, y el tono ha sido muy poco comedido tanto por parte de Pedro Sánchez como del propio Mariano Rajoy. Hay que tener en cuenta que Rajoy, encastillado y engolado en su mayoría absoluta, ha tratado al Parlamento en su conjunto con infinito desprecio. Ha acudido cuando le tocaba hacerlo, pero no se ha preocupado lo más mínimo de tender la mano al resto de fuerzas políticas, más allá de ofrecer en algunas ocasiones la posibilidad de adhesiones incondicionales, que nada tienen que ver con el pacto o la negociación.

El tono bronco de estas sesiones en el Congreso se exportó a los debates televisados durante la campaña. De modo especial al que enfrentó directamente a Rajoy con Pedro Sánchez. Se intercambiaron acusaciones muy graves, y su relación personal ha quedado definitivamente rota, al límite de que ninguno de los dos ni siquiera respeta al otro.

Las cinco semanas que ya han pasado desde el 20D han sido seriamente mermadas por el período navideño, donde la prioridad es para los turrones, las uvas, el cava y los regalos.

Pero ya después de Reyes todos los partidos se han empeñado en las sumas y restas, para evaluar las posibilidades reales que puede haber de pactos o coaliciones para formar el nuevo Gobierno de España. Bueno, los políticos, los periodistas y los cientos de tertulianos que pueblan la galaxia mediática.

El PP, que ha sufrido un revés electoral de primera magnitud, ha conseguido, sin embargo, seguir siendo la fuerza más votada, pero aterradoramente lejos de la mayoría absoluta. El partido, hoy por hoy, se muestra razonablemente unido en torno a la figura de Rajoy, y todos sus portavoces aseguran que Rajoy es su único candidato y que no hay más que hablar. Aunque seguro que en alguna habitación oscura se están desarrollando las ecuaciones necesarias de un Plan B, para el caso de que mantener a Rajoy pueda afectar a la cuota de poder que mantenga el propio partido. En caso de necesidad, Rajoy podría ser sacrificado en beneficio de otro candidato o candidata que pudiera tener más fácil el llegar a pactos y acuerdos con otras fuerzas. De hecho, Soraya ya figuró en algunos de los carteles electorales de su partido, como si fuera la cara B de esa candidatura.

Por su parte, que Pedro Sánchez pueda tener alguna opción de presidir el nuevo Gobierno ha desbordado las previsiones del aparato del PSOE. Y ha sembrado la desconfianza en su propio partido, donde la mayoría de barones territoriales, que han recuperado poder tras las últimas elecciones municipales y autonómicas de la primavera de 2015, están dictando el comportamiento que debería mantener el PSOE y su líder, al menos nominal. La situación es parecida a la de cualquier asociación que nombra a un encargado de la tesorería, para gestionar las modestas cuotas de los asociados. Pero cuando un golpe de suerte, un premio de la Lotería, provoca una afluencia masiva de dinero a la caja, parece que quien era bueno para gestionar la miseria ya no lo es tanto para liderar la riqueza.

Tras semanas de dimes y diretes, parece que sólo hay dos opciones razonables para un nuevo Gobierno estable. De una parte, la gran coalición, al estilo alemán, donde el Gobierno pudiera ser presidido por Rajoy (o alguna otra persona propuesta por el PP), con la participación y/o el apoyo (por activa o por pasiva) de Ciudadanos y el propio PSOE. Sin embargo, tanto Pedro Sánchez como todas las voces del PSOE han negado reiteradamente la posibilidad de que pudieran avalar un gobierno presidido por Mariano Rajoy y por el PP. Sánchez ha negado a Rajoy en todos los tonos posibles.

Y la otra alternativa posible sería un gran pacto de izquierdas, con PSOE, Podemos y los 2 diputados de Unidad Popular (Izquierda Unida). También necesitarían el apoyo, o al menos la abstención, de alguna de las restantes fuerzas, básicamente los nacionalistas (independentistas) catalanes y el PNV. Pero eso provocaría cruzar varias líneas rojas para el PSOE, en particular la consideración de España como nación y su unidad como bien superior.

Ciudadanos, de su parte, con sus 40 diputados, ha manifestado desde siempre que nunca van a votar a favor de un gobierno del PP o del PSOE. Siendo su espacio natural el centro-derecha, les diferencia del PP que exigen fuertes medidas de regeneración democrática y contra la corrupción, grandes pactos para los temas trascendentes de Estado (como la Educación, por ejemplo). Previa negociación y acuerdo en ese tipo de medidas, podrían llegar a abstenerse en una investidura de Rajoy. También podrían hacerlo en una de Pedro Sánchez, pero ahí la línea roja es que el PSOE debería contar también con Podemos para tener alguna opción. Ciudadanos y Podemos son como agua y aceite, que nunca se mezclarán de buen grado, más allá de acuerdos puntuales en temas de regeneración democrática.

A todo ello se suma que nuestros políticos parecen carecer del hábito de la negociación y el pacto, porque la historia reciente no les ha obligado a ello. Lo que fue posible al principio de la Transición, hoy parece ciencia-ficción. Los dos grandes partidos se han acostumbrado a que o bien gobiernan o bien lideran la oposición, intentando ganarse al electorado para gobernar en la siguiente legislatura. De hecho, por lo que vamos sabiendo, en las más de dos semanas desde que finalizó el ciclo navideño, no parece que haya habido conversaciones serias entre los cuatro partidos.

Es cierto que Rajoy recibió a los líderes de los tres otros grandes partidos. Pero las reuniones fueron cortas, prácticamente de pura cortesía. y parece que lo que quedó en el ánimo del Presidente (en funciones) es que no había opción de llegar a acuerdo alguno, más allá, quizá, de conseguir una abstención de Ciudadanos, como colofón a prolongadas negociaciones. Insuficiente para asegurar una investidura y la formación de un Gobierno estable. La conclusión de Rajoy es que obtendría una mayoría absoluta de votos en contra de su candidatura.

El sainete que se desarrolló el pasado viernes, al final de la ronda de contactos del Jefe del Estado con los líderes de las diversas formaciones, ha sembrado el desconcierto entre nuestros políticos.

Al mediodía, tras su reunión con el Rey, Pablo Iglesias se rodeó de su corte de colaboradores más próximos en la rueda de prensa en el Congreso, y soltó su bomba, con toda la arrogancia y la soberbia que le caracterizan. Dijo haber comunicado al Rey su voluntad de formar un Gobierno con el PSOE y Unidad Popular, siempre que formara parte de él como vicepresidente y con varios ministros. En declaraciones posteriores, ha aclarado (para ampliar el efecto de la bomba) que lo de formar parte del Gobierno es necesario porque no se fían de que el PSOE cumpla lo que prometa si no hay miembros de Podemos en el nuevo Ejecutivo.

Pedro Sánchez quedó descolocado, porque fue el propio monarca el que le informó de esa iniciativa de Podemos, de la que, parece, no tenía noticia alguna hasta ese momento.

Vista esa avalancha de novedades de las que no se había hablado para nada hasta ese viernes, Rajoy decidió, en el último momento, dar un paso atrás y declinar la invitación (natural, por ser el líder de la fuerza más votada) de Felipe VI para presentarse como candidato a la Presidencia del Gobierno en un debate de investidura. Alegó no disponer, en ese momento, de los apoyos suficientes para ello. En rueda de prensa posterior, desde Moncloa, añadió que no quería presentarse a una investidura sin tener posibilidades de obtenerla, ya que eso pondría en marcha el reloj de los dos meses, tras los cuales se convocarían nuevas Elecciones Generales si no se hubiera conseguido la formación de ningún Gobierno. Pero también aclaró que sigue considerándose candidato.

Esos movimientos depositaron en los frágiles hombros de Pedro Sánchez la iniciativa de establecer los pactos necesarios para poder presentarse (y ganar) un debate de investidura.

Este miércoles empieza la segunda ronda de consultas del Rey con los líderes de las diversas formaciones políticas. El próximo martes, una vez concluidas, el Rey deberá proponer a un candidato a la investidura, que podría ser Rajoy (aunque no creo), o más probablemente Pedro Sánchez, si le transmite al monarca que cree disponer de los suficientes apoyos para ganar un debate de investidura.

Lo que ninguno de los líderes quiere de ninguna forma es enfrentarse a un debate de investidura sin tener razonables garantías de que lo va a ganar. Presentarse y perder es una losa demasiado pesada, que probablemente terminaría con la carrera política de su protagonista. A base de capotazos aquí y allá, Pablo Iglesias y Mariano Rajoy han puesto a Pedro Sánchez cuadrado para la suerte de varas, solo ante el picador.

Sánchez ha negado repetidas veces a Podemos, aunque no citándolo explícitamente. A preguntas insistentes de Gloria Lomana, en una entrevista televisada, sólo acabó diciendo que "Nunca pactaré con el populismo". Porque tanto Sánchez como el Comité Federal del PSOE saben que un gobierno de coalición con Podemos podría ser una amenaza mortal para, incluso, la propia supervivencia del partido.

El próximo sábado se reunirá el Comité Federal del PSOE, y el siguiente martes se producirá la nueva reunión de Pedro Sánchez con el Rey. El Comité Federal, previsiblemente, definirá con nitidez los grados de libertad que pueda tener Sánchez para negociar posibles pactos, con Podemos y otros.

Por su parte, Pedro Sánchez sabe que esta es su oportunidad de oro. Si después de obtener el peor resultado de su historia en términos de votos y escaños, acabara de Presidente del Gobierno, sería una carambola totalmente inesperada. Si no consigue ocupar la Moncloa, casi al precio que sea, su propia carrera política posiblemente quede finiquitada. Personalmente, sin embargo, no consigo imaginarme que pudiera funcionar un Gobierno con Sánchez de presidente e Iglesias de vicepresidente. Dos egos de tal tamaño no caben en un solo Ejecutivo.

En resumen, la situación parece muy estancada. Rajoy y Sánchez se odian políticamente, lo que es normal, pero también se odian y se desprecian a nivel personal. No es imaginable que el PSOE pueda ni siquiera abstenerse ante una investidura de Rajoy.

Una posible alternativa podría ser la sustitución de líderes, o la aparición de algún personaje más o menos independiente que pudiera encabezar un Gobierno de concentración nacional, con aportaciones del PP, del PSOE y de Ciudadanos. Podría ser, quizá, el turno para que Soraya Sáenz de Santamaría diera el salto a la primera línea, y que Susana Díaz accediera al nivel nacional. O podría ser un nuevo encargo para el pacífico y paciente Ángel Gabilondo (un decir), actualmente sumido en la oposición de la Comunidad de Madrid.

Más de 11 millones de votantes eligieron opciones de cambio respecto al PP, sea PSOE, Podemos o Unidad Popular, frente a los algo más de 10 millones que votaron al PP o a su alter ego Ciudadanos. Parecería, pues, razonable, que el nuevo Gobierno de España fuera de cambio, y no incluyera de ninguna forma al PP, que se instalaría en la oposición parlamentaria, e incluso podría utilizar de forma torticera su mayoría absoluta en el Senado, para lo que quiera que valga eso.

Sin embargo, la formación de un Gobierno de ese tipo me temo que está fuera del alcance de Pedro Sánchez, que podría acabar esta fase como un juguete roto.

Puede que las próximas semanas aporten algún nuevo salto mortal. Pero si no ocurre algo muy sonado, mi augurio es que estaremos abocados a nuevas Elecciones Generales. El problema es que, mientras no se produzca ningún debate de investidura, no empieza a contar el plazo de los dos meses para convocar Elecciones. Nadie apunta maneras para jugarse el pescuezo exponiéndose a un debate de investidura. Igual acabe habiendo nuevas Elecciones, pero no ya en la primavera, sino quizá en el otoño.

¿Qué resultado arrojarían las urnas en esas supuestas nuevas Elecciones Generales?. Seguramente crecería la abstención, pero los resultados en número de escaños daría un panorama parecido al actual. Muy probablemente el PP aumentaría algún diputado, a costa de Ciudadanos, y Podemos haría lo mismo a costa del PSOE. Como el 20D hubo una diferencia de sólo 300.000 votos en favor del PSOE frente a Podemos, un cambio ligero podría situar a Podemos como primera fuerza de la izquierda. Y eso generaría un panorama completamente diferente, a pesar de una aritmética relativamente parecida.

Pedro Sánchez, en su encrucijada política, ha negado repetidas veces al PP y a Rajoy; ha negado al populismo y, por extensión, a Podemos; y también ha negado, aunque con la boca pequeña (a menudo a través de César Luena, su alter ego), las recomendaciones de su propio Comité Federal, de los barones territoriales y hasta de los grandes popes del socialismo español, como Felipe González o Rubalcaba. Sánchez está asediado y sólo tiene dos posibles salidas: o bien su retirada de la primera línea o bien tiene que empezar a tragarse sapos envenenados y negar que negó. En otras palabras, aceptar llegar a la Moncloa al precio que sea, a pesar del aparato de su propio partido.

De todas formas, resulta chusco que el mayor motivo por el que el aparato del PSOE se opone a cualquier acuerdo con Podemos pasa por el tema de Catalunya. Podemos, cuya confluencia catalana obtuvo el primer lugar el 20D, es consciente de que hay que arbitrar una solución para Catalunya, que seguir ignorando el problema, como ha venido haciendo el Gobierno de Rajoy, no aporta nada y sólo alimenta al independentismo. Sugieren que debería reconocerse en la Constitución que España es un país plurinacional (lo que sería elevar a la ley lo que es una realidad práctica), y hablan de un posible referéndum en Catalunya, donde Podemos haría campaña por el NO a la independencia. Estas propuestas erizan los vellos de Susana Díaz y otros barones, así como los de Felipe González, que ha sugerido sin ambages la Gran Coalición como solución recomendable. Con este tipo de iniciativas creen ver amenazada la igualdad de todos los españoles.

Francamente, este tipo de argumentos me produce estupor, porque nunca he visto que se esmeren con tanto esfuerzo en defender la igualdad de todos los ciudadanos de la Unión Europea. Quiero pensar que, seguramente, porque saben que los alemanes no son iguales que los españoles, y sospechan que los rumanos, por ejemplo, tampoco son iguales que los españoles. Personalmente, me repele mucho ese igualitarismo buenista, que es un eslógan tradicional de cierta progresía, pero que, a mi juicio, no se sostiene. Una democracia madura debe garantizar que todos los ciudadanos sean iguales ante la Ley, y que tienen igualdad de oportunidades. Pero más allá de eso, cada ciudadano es diferente y único.

En fin, veremos por dónde rompen aguas tantos desacuerdos y líneas rojas. Me gustaría que nuestros políticos fueran capaces de llegar a acuerdos suficientes para abordar esta legislatura con un Gobierno para todos los españoles, suficientemente estable para actuar con determinación los próximos cuatro años.

Pero a Pedro Sánchez no le arriendo la ganancia. Mal si hace (los tirios le denostarán), pero mal también si no hace (los troyanos le vapulearán). Vencer al asedio al que está sometido por unos y otros no le será nada fácil.

Por salida heroica no me viene nada.

JMBA

1 comentario:

  1. Amigo Bigas, sigues siendo tan noble como siempre, especialmente cuando hablas de los demás. Mi augurio es que no iremos a nuevas elecciones debido al miedo que tienen a perder lo conseguido, 'su escaño'. Les puede más su egoísmo (su cuota de poder, sus ideas, sus líneas rojas, sus votantes, su futuro,...) que la conciliación y gobernar para todos los ciudadanos.
    Saludos

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