Creo que a Pablo Iglesias y a la organización, partido o lo que sea, Podemos, les ha hecho mucho daño su entrevista en El Objetivo de Ana Pastor, en La Sexta, el domingo de la pasada semana. Seguramente, fue demasiado prematura. Ana Pastor quería que Pablo Iglesias le contara el programa político de gobierno de Podemos. Y quedó claro que este (¿todavía?) no existe.
Pablo Iglesias con Ana Pastor, en El Objetivo de La Sexta (domingo, 16 de Noviembre de 2014) (Fuente: laSexta) |
Ana Pastor, en su línea inquisitiva habitual, buscaba respuestas, lo más claras posible, a sus múltiples preguntas. Y Pablo Iglesias, en general, no las dio. Se extravió en dudas y circunloquios, que en nada refuerzan su imagen pública de líder político con posibilidades de llegar a Moncloa.
Cuando el puesto de pipas y golosinas de la entrada al parque se enfrenta a su evolución a multinacional de la patata frita e imperio de las cortezas, debe abordar con seriedad un cambio significativo de su modelo de negocio. Los métodos de gestión y dirección que eran válidos para el puestecito, deben cambiar y evolucionar de modo muy significativo, o el fracaso más estrepitoso está servido.
Podemos, que, de alguna forma, es un spin-off de los movimientos ciudadanos del 15-M, se está enfrentando a un cambio muy significativo de su identidad y de sus modelos de gestión y de negocio, digámoslo así.
Al éxito, que nadie debería dudar, de su propuesta para las Elecciones Europeas, han seguido las sucesivas encuestas que sitúan a Podemos entre las primeras fuerzas políticas del país, amenazando con claridad al bipartidismo imperante en toda la última etapa democrática. Según algunas de ellas, sería la fuerza política con mayor intención directa de voto.
Podemos, y su ya líder elegido, Pablo Iglesias, están actualmente inmersos en el proceso de definición de su identidad, organización y programa políticos. Este proceso es inevitable para estar en condiciones de disputar el poder en unas Elecciones Generales, que están, salvo adelantos no previstos, a un año de celebrarse.
Sin embargo, el proceso no es gratuito. Entre muchos otros aspectos, porque obliga a empezar a comunicar en positivo. Ya no basta presentarse como una alternativa a la casta política que ha estado gobernando España en los últimos cuarenta años. Ya no bastan las soflamas incendiarias con eslóganes que a muchos ciudadanos, castigados por la crisis y hastiados del cenagal, les resultan atractivos. Ya es tiempo de empezar a hablar en positivo. De contar con claridad a los ciudadanos qué piensan hacer en cuanto alcancen, supuestamente, el poder. Y, sobre todo, cómo piensan hacerlo.
Es tiempo ya en que resulta obligatorio que todas las iniciativas vayan acompañadas de una cierta memoria económica. Porque los ciudadanos tenemos el derecho a saber lo que sucedería si, algún día, otorgamos de forma mayoritaria nuestra confianza a esta formación política.
El desafío mayor para Podemos es si van a conseguir cambiar el chip a estos nuevos tiempos, sin convertirse, ellos también, de algún modo, en casta.
La aritmética del gobierno es aburrida, pero tozuda por encima de todo. El gasto público, la prometida renta universal, etc. etc., requiere de los suficientes ingresos para poder sufragarlo. Porque el déficit permanente y creciente no es ni una respuesta ni una solución. El déficit público, como los préstamos personales o las hipotecas, tiene sentido cuando se dedica a financiar inversiones que mejoren la competitividad del país en su conjunto. Pero no lo tiene si se destina a pagar los gastos corrientes.
La Deuda Pública, si queremos seguir siendo un país serio, no puede impagarse sin más. Para estar en condiciones de mejorar la vida de los ciudadanos, España debe ser un país fiable, donde reine la seguridad jurídica.
Claro que es posible un camino alternativo. Situándose al margen del contexto internacional y de los mercados de capital, abordando colectivizaciones que, inevitablemente, nos recuerdan al fracaso soviético, creando una moneda nacional que se pueda manejar con total libertad y que esté sujeta, por supuesto, a inacabables devaluaciones. Retirándose de la Unión Europea y del Euro. Instalándose en un estado de autarquía que nos recuerda, inevitablemente, al período de posguerra.
Con esos mimbres, cualquier utopía podría ser posible. Pero, sospecho, pocos ciudadanos españoles estarían dispuestos a abordar ese camino, si se les cuenta con suficiente claridad.
Su propio éxito les puede asfixiar. No es evidente cuál debería ser el mejor camino para descender de los grandes principios y los eslóganes atractivos, a la realidad de los presupuestos y las prioridades políticas; a la definición de cómo se va a reformar el esquema de tributación y los impuestos; a la realidad de qué es lo que va a suceder con los autónomos o con los pequeños rentistas, que viven del rendimiento de sus ahorros. Y así con todos los pequeños y aburridos detalles del día a día que supone gobernar.
De la lírica hay que descender a las matemáticas, a la aritmética, a las sumas y las restas. Y esa evolución no está exenta de gravísimos riesgos, en los que Podemos podría estrangularse con su propio cordón umbilical.
De momento, lo que Pablo Iglesias le contó a Ana Pastor no creo que convenza a nadie. Necesitan tiempo, pero no tienen mucho.
Este domingo, César Molinas, en El País, titulaba su columna "Los Gansos del Capitolio", y la subtitulaba con "Regeneración Forzada". Reproduzco aquí su último párrafo (la cursiva es aportación mía), muy ilustrativo, agradeciéndole a mi buen amigo Paco Reverte que la pusiera bajo mis ojos:
"En el año 390 a. C. los galos destruyeron Roma y los romanos se refugiaron en las fortificaciones del Capitolio. Por la noche y en sigilo, los bárbaros intentaron escalar los parapetos, lo que provocó una gran algarabía de graznidos de los gansos sagrados que moraban en las laderas de la colina. Esto despertó a los romanos que consiguieron repeler el ataque. España está sitiada por la corrupción, el desempleo, la crisis territorial, la falta de un proyecto solvente de futuro y un régimen político inoperante. En este símil los de Podemos son los gansos, no los bárbaros.".
Podemos todavía está en condiciones de convertirse en la horda de asaltantes del Capitolio. Pero deben superar un desafío de resultado incierto: descender de la poesía a las matemáticas. Y que la aritmética convenza a una mayoría de ciudadanos.
Aunque se resisten a identificarse como una fuerza de izquierdas, para la mayoría es bastante evidente que Podemos es una formación que podríamos situar en la izquierda bastante extrema. El Partido Popular lo tiene claro, y por eso vive con regocijo, y también cierta inconsciencia, la creciente fragmentación aparente de las fuerzas de izquierda. Aunque en estos temas delicados, lo importante no es reír, sino ser el último en hacerlo.
Y muy torpes deberían ser PSOE e Izquierda Unida, o muy adormilados deberían estar, para no darse cuenta a tiempo del graznido de los gansos. Y reaccionar, por consiguiente, con claridad y energía a la absoluta necesidad de una regeneración en profundidad de esta democracia enferma.
La creciente inquietud de los ciudadanos y su progresiva exaltación y cabreo, no supone que puedan estar dispuestos a apoyar con sus votos iniciativas que se vean como suicidas.
Podemos se enfrenta a un proceso muy delicado, en el que se arriesgan a convertirse ellos también en casta, o a declinar propuestas que estén lejos de lo que una mayoría de ciudadanos puedan aceptar. El éxito en ese camino es posible, pero no está de ningún modo asegurado, sino que tendrán que ganárselo con humildad y esfuerzo.
En el espejo de la realidad, Podemos se ha visto con posibilidades reales, en un plazo bastante corto (un año a contar desde hoy), de convertirse en la fuerza política responsable del Gobierno de España. Y eso supone gobernar para todos los ciudadanos, no solamente para los indignados antisistema o los mal llamados perroflautas. Necesitan desarrollar a toda prisa un programa político de gobierno que resulte creíble y sea seductor para una mayoría de los ciudadanos.
Porque creo que ya no vale invocar un eventual voto a Podemos como parte de un desespero ciudadano, del hecho de estar convencidos de que nada tenemos que perder. En España, un país razonablemente próspero, integrado en Europa y en el primer mundo, un estado de derecho con un sistema democrático, mejorable pero democrático al fin y al cabo, hay muchas cosas que podríamos perder. Nunca las cosas están tan mal como para que no puedan empeorar.
Hay que tener en cuenta, además, que la sensación de libertad de cualquier ciudadano que responde a una encuesta no tiene nada que ver con la responsabilidad que siente cuando deposita su voto en una urna. Y todos estamos muy cansados del sectarismo mostrado por los últimos gobiernos, que a menudo parece que sólo gobiernan para sus amiguetes o sus simpatizantes.
No creo que a ningún ciudadano medio de este país pueda seducirle la idea de convertir a España en la Venezuela de Chaves. Un suponer.
Podemos se enfrenta ahora a una tarea titánica. A toda prisa debe desarrollar un programa político de gobierno que nos convenza de que están dispuestos a gobernar para todos los españoles. Un programa que nos seduzca con sus propuestas y que no nos inquiete con sus inconcreciones.
Y, para mí, el argumento principal debe ser que el compromiso de todo gobernante debe ser el de erradicar la pobreza, no la riqueza. Conseguir que cada vez haya menos pobres, no que haya menos ricos.
Del éxito de esa reválida a la que se enfrenta Podemos va a depender que se convierta en una fuerza política fiable para asumir el Gobierno de España, o sólo hayan sido esos gansos del Capitolio, que con su aleteo desenfrenado alertó a los defensores de la fortaleza sobre el ataque de los bárbaros. Una banda que disipó el sopor que afectaba a los guardianes.
Está claro que contra la casta vivían mejor, o por lo menos, más cómodos. Pero ese tiempo ya pasó, y deben asumir con rapidez su nuevo papel.
En cualquier caso, que se conviertan o no en parte de la casta que tanto han denostado, dependerá básicamente de su actitud.
JMBA
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