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viernes, 10 de septiembre de 2010

La Torre de Babel

Muy a menudo se invoca la maldición divina que supuso la expulsión de Adán y Eva del Paraíso: "Al hombre le dijo: «Por haber escuchado a tu mujer y haber comido del árbol del que Yo te había prohibido comer, maldita sea la tierra por tu causa. Con fatiga sacarás de ella el alimento por todos los días de tu vida. Espinas y cardos te dará, mientras le pides las hortalizas que comes. Con el sudor de tu frente comerás tu pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste sacado. Porque eres polvo y al polvo volverás.» (Génesis, 3, 17-19; catholic.net). De golpe, nos hizo mortales y nos condenó a trabajar para ganarnos el pan (bueno, y el jamón ibérico y demás). Aunque en estos días, casi la peor maldición es "Vendrá una Gran Crisis, y te quedarás en el paro, y se te acabará el Subsidio de Desempleo".

(La Torre de Babel, de Pieter Brueghel c. 1563. Fuente: Wikipedia).

Siendo dura esta maldición, hay otra más sutil (el episodio de la Torre de Babel) que sucede un poco más adelante en el mismo Génesis: "Yavé bajó para ver la ciudad y la torre que los hombres estaban levantando, y dijo Yavé: «Veo que todos forman un solo pueblo y tienen una misma lengua. Si esto va adelante, nada les impedirá desde ahora que consigan todo lo que se propongan. Pues bien, bajemos y confundamos ahí mismo su lengua, de modo que no se entiendan los unos a los otros.»" (Génesis, 11, 5-7 - la cursiva es mía -;  catholic.net).

Como se reconoce en el primer versículo de ese mismo capítulo: "Todo el mundo tenía un mismo idioma y usaba las mismas expresiones.". Vaya jugadita con más mala leche nos gastó Yavé.

De un plumazo creó las Academias de Idiomas, miles de puestos de trabajo para traductores, inauguró la industria del doblaje cinematográfico, le dió sentido al Fórum, creó contenido para las Agencias de Viajes, nos robó mucho tiempo (el que dedicamos a intentar chapurrear algunos idiomas, para podernos entender con más personas en todo el mundo). Nos condenó asimismo al ceño fruncido que se nos queda cuando pensamos: Qué c... debe poner ahí. Inventó de golpe los viajes a Londres para comprar libros en inglés en Blackwell o Waterstones; o a París para comprar libros en francés en Gibert Jeune.

Pero quizá el peor efecto de esta dispersión fue que le dió a los políticos un activo manipulable, un juguete explosivo. Y de eso en España sabemos bastante.

Hay otros países con dos lenguas oficiales (como Bélgica; bueno, ese no es un buen ejemplo). O incluso con cuatro como Suiza. En Francia todos los ciudadanos hablan francés (bueno, quizá no todos; que entre los gitanos que está expulsando Sarkozy alguno habrá que sólo lo chapurree), pero existen, como poco, el bretón, el corso y el euskera, que son banderolas para definir fronteras donde no las había. En China han tenido que inventar el chino mandarín para intentar entenderse todos, a partir de cientos de idiomas o dialectos por todo el país.

Algunos idiomas se han desarrollado mucho, por razones históricas (o imperiales, vamos). El castellano es lengua oficial o al menos cooficial en muchos países de centro y sudamérica, aunque en Filipinas ya casi nadie se acuerda. O el inglés, que se habla en muchos países en todo el mundo, y que los imperialismos de los siglos XIX y XX lo han convertido en un comodín para el mundo científico y el de los negocios.

Ha habido algún intento, absolutamente fracasado, de crear un idioma universal (el esperanto; ¿quién se acuerda de él? ¿quién lo sabe? ¿quién lo habla todos los días?). Porque a estas alturas, o capitalizamos lo que ya existe, o crear algo ex novo es un delirio.

En Estados Unidos, por ejemplo, quien habla otro idioma además del inglés, o es inmigrante reciente o es Filólogo. El resto nunca ha sentido la necesidad de perder tiempo aprendiendo otra cosa. En cambio, casi todos los suecos hablan correctamente inglés, además de su propio idioma.

Los que hablan inglés nativo están acostumbrados a moverse por todo el mundo (los que lo hacen, que son una minoría) hablando su propia lengua, y esperando que cualquiera en cualquier lugar les entienda. Claro que también asistí a una escena en la Torre Eiffel, donde un americano intentaba que uno de los guardas le entendiera, en inglés (a voz en grito, eso sí). Y la cara del guarda era algo así como: "Quizá podría esforzarme, e intentar entenderte. Pero te vas a c....".

Un americano medio envidia a menudo a algunos europeos, porque podemos hablar nuestra propia lengua, y también la suya. Cuando realmente deberían compadecernos, por tener que dedicar mucho tiempo a eso, en lugar de a otras actividades de mayor valor añadido.

Hablan de seis mil idiomas en todo el mundo, y seguro que se quedan cortos. Que hay infinidad de lenguajes de germanía o argots, inventados para que ellos no nos entiendan. Y seguro que todos los días se crea alguno nuevo.

Algunos tienen un organismo regulador (como la Real Academia de la Lengua Española) que prescribe la forma correcta de utilizar el idioma. Claro que con lo de almóndiga, se ve claro que a menudo van a remolque de la inventiva, o la negligencia, popular. Otros se desarrollan en modo viral, como el inglés. Porque hay tanta gente en el mundo para quienes el inglés es su lengua nativa, y sobre todo tantos que intentamos controlarlo lo que podemos, a fin de entendernos con esa ingente población, que es imposible definir una forma canónica del inglés, aceptada por todos. En el mundo de la empresa se habla del Continental English, que es una especie de ruego a los ingleses, estadounidenses, canadienses, australianos, neozelandeses, para que se limiten a un inglés básico y casi infantil, que si no, nos perdemos.

Creo que hay dos cosas básicas que debemos entender sobre lo que significan los idiomas:
 
1) Son meros instrumentos que nos permiten entendernos a las personas. Desde este punto de vista, hay demasiados, y lo ideal sería que hubiera uno solo, y palante. Habríamos burlado la maldición divina.
 
2) Acaban siendo elementos de exclusión. Porque, a menudo, si no hablas nuestro idioma, no eres de los nuestros. Y hay demasiados ejemplos de ello, como para entretenerme aquí a enumerarlos.
 
Los idiomas nos pertenecen por completo a quienes lo hablamos y lo utilizamos habitualmente. Podemos delegar, quizá, algo de esa propiedad en un organismo regulador como la RAE, aunque no tengo claro que no sea mejor la difusión puramente viral del inglés.
 
(Banderas, Países, Idiomas. Fuente: idiomas.cc).
 
Pero, desde luego, lo que no deberíamos aceptar nunca es la tutela del idioma por parte de los políticos, que lo convierten en un activo manipulable. En España hemos tenido y tenemos que asistir a actuaciones que para mí resultan un desperdicio y una pérdida de tiempo. Especialmente en Catalunya, pero no sólo allí. Yo hablo catalán sin problemas, e incluso lo puedo escribir con cierta pulcritud, por lo que creo que puedo hablar con conocimiento de causa. La famosa inmersión es un intento de mantener vivo un idioma con respiración asistida. Llegarse a creer que es un tiempo bien empleado el aprender un idioma con el que podremos entendernos con nueve millones y medio de personas (esa cifra manejan sus defensores), en lugar de aprender y manejar con soltura otros que nos permiten entendernos con cientos, o miles, de millones de personas en todo el mundo, es un delirio del nacionalismo político. Nueve millones y medio con los que, por cierto, tenemos otros métodos para podernos entender. Si no los destruyen, por supuesto.
 
Durante el franquismo (yo era un niño en Barcelona, por entonces), el catalán no se fomentó en absoluto, e incluso se persiguió de alguna forma (otra vez la vieja historia de los nuestros hablan nuestro idioma). Sin embargo, el catalán no desapareció, sino que se siguió utilizando en el ámbito familiar, de amistades, etc. Sólo que no era una obligación.
 
Querer, incluso sólo insinuar, que en la Universidad (que viene de universal, no lo olvidemos), nadie pueda ejercer si no domina el catalán, es de un provincianismo rácano y trasnochado. Y querer que en el Senado haya traductores para las lenguas cooficiales es, simplemente, un despilfarro. Olvidémonos, por favor, de manipular los idiomas, todos los idiomas, como armas políticas. Dejemos que vivan como seres vivos que son, y que pertenezcan a los que lo conocen y lo usan. Y ya está. Punto final.
 
Por lo demás, intentemos mitigar la maldición divina, y no azuzarla.
 
JMBA

2 comentarios:

  1. Fibra sensible tocaste, amigo Bigas. Estoy de acuerdo en casi todos los puntos que has expuesto.

    En un mundo globalizado, es irónico que una minoría pretenda imponer a la mayoría un idioma (respetable y con historia). Que se quiera tener una identidad me parece muy bien, que el idioma es parte de esa identidad, muy bien. Pero la realidad es que incluso los chinos (que son miles de millones de hablantes), como los hispanohablantes, para poder afrontar el día a día han de esforzarse en idiomas mayoritarios, no minoritarios.

    Recientemente estuve en Francia. Chapurreo un poco el francés, pero se me da mucho mejor el inglés. En algunas ocasiones, el propio interlocutor sabía algo de español, y hacía el esfuerzo por entenderse conmigo en mi idioma.

    En Disneyland, pude comprobar la cantidad de catalanes que había (principalmente, porque les gusta exhibir con orgullo la camiseta del Barça (y eso que habría muchos más discretos y anónimos)). Sin embargo, a la hora de entenderse con cualquiera del parque, debían hacerlo en francés, inglés, español o italiano. Por otro lado, sin que muchos de ellos lo supieran, algunos extranjeros (ingleses y franceses), comentaban sobre ellos refiriéndose como "españoles".

    El catalán, el euskera o el galego, son idiomas hermosos y ricos. Hay que sentirse orgulloso de tenerlos y de hablarlos, pero también hay que tener el sentido común de colocarlo en el contexto correcto, y adaptarse a la realidad global.

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  2. Comparto una buena parte de tus puntos de vista, J.M., aunque me distancio en lo que se refiere a la supuesta maldición divina de la multiplicidad de lenguas, que para mí es de una riqueza incalculable- riqueza tímbrica que dirían los músicos. De acuerdo contigo y con el comentario de Rafael, los idiomas nunca deben ser utilizados políticamente. Esa es una aberración muy costosa, y no sólo bajo el punto de vista del coste económico, sino que confunde al personal mucho más que la maldición bíblica.

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