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lunes, 10 de octubre de 2011

En globo sobre el desierto de Alice Springs (1994)

En Agosto de 1994 tuve ocasión de realizar un viaje bastante completito por Australia y Nueva Zelanda. La primera (relativa) sorpresa, fue el frío que encontramos en lugares como Sydney y, especialmente Melbourne. Nos obligó a visitar, de urgencia, un mercadillo para comprar unas cazadoras cutres para abrigarse un poco (lo más barato que encontramos).
Uno de los globos del grupo, volando contra el cielo
del amanecer.
(JMBigas, Agosto 1994)

El frío no nos abandonó. Más adelante, en la isla sur de Nueva Zelanda, estuvimos un par de días en Queenstown. Por la mañana, el lobby del hotel estaba plagado de esquiadores perfectamente equipados para subir a las pistas, mientras nosotros íbamos vestidos de turistas bastante pardillos. En el teleférico que sube a una colina, de hecho nos empezó a nevar a mitad de camino. Incluso tuvimos que cambiar la planificada visita a Milford Sound por otra, porque había habido una avalancha, y la carretera estaba cortada.

Pero en Australia pasamos también varios días de calor, tanto en el desierto del centro como en Cairns, sobre la costa tropical de la Barrera de Coral. En particular, hoy os quería hablar de la escala que hicimos en el centro de la gigantesca isla, en Alice Springs. Allí contratamos una excursión que consistía en volar en globo (al amanecer) sobre el desierto circundante.
Nuestra pastora de canguros particular, dirigiendo la operación
de desembarque del globo y su cesta.
(JMBigas, Agosto 1994)



Preparación para el vuelo. Desembarque del globo, para luego desplegarlo
e hincharlo. Embarque de algunos pasajeros con la cesta volcada.
(JMBigas, Agosto 1994)

Nos recogieron en el hotel en torno a las cinco de la mañana (noche cerrada, por supuesto). A esa hora, hacía todavía bastante frío. El vehículo era una especie de todoterreno algo más grande de lo habitual, con un remolque en el que iba cargado el globo (perfectamente plegado) con su cesta. La conductora era una australiana que podía haber sido perfectamente pastora de canguros, pues más parecía un cowboy hombruno que cualquier otra cosa.

A bordo del globo, en pleno vuelo.
(JMBigas, Agosto 1994)


Salimos de la zona urbana, y la conductora no paraba de hablar por la radio con los conductores de otros vehículos parecidos (que habían recogido turistas en otros hoteles de la zona). Mientras, el resto de ocupantes dábamos botes de un lado para otro del interior del vehículo, que eso se movía más que garbanzo en boca de viejo. El objetivo de los diversos conductores era identificar, de acuerdo a las condiciones meteorológicas (de viento y demás) de esa madrugada, cuál podía ser el mejor punto de lanzamiento, y la ruta a realizar. Finalmente se pusieron de acuerdo, y convergimos en una zona del desierto (seguía siendo noche cerrada) varos vehículos, cada uno con su propio globo y sus pasajeros.

Ahí se nos pidió la colaboración a todos, para desplegar los globos, e iniciar su hinchado con unos potentes quemadores. La cesta, bastante grande, estaba compartimentada (creo que había ocho compartimientos). En cada compartimiento podían estar un par de personas de pie (mejor si estaban bien avenidas), y uno de ellos estaba reservado para el operador del globo. Inicialmente, la cesta estaba tumbada en el suelo, y se pidió a los primeros viajeros que subieran a la cesta en esa posición (para actuar de lastre). Luego, al irse hinchando el globo, llegó un momento en que la cesta se empezó a enderezar y se acabó poniendo de pie. Todo el conjunto seguía amarrado a tierra, claro.
Ya en vuelo, el Sol empezó a asomar por el horizonte
(JMBigas, Agosto 1994)

Varios de los globos del grupo, volando ya bajo el cielo de primera
hora de la mañana.
(JMBigas, Agosto 1994)

Fuimos subiendo los demás pasajeros, hasta completar la carga. Luego (el cielo ya estaba empezando a clarear) se soltaron las amarras, se dio potencia a los quemadores (con un sonido muy intenso), y el globo empezó a elevarse por encima del desierto. Llegaríamos a alcanzar una altura de varios cientos de metros.

Al mismo tiempo, el viento nos hacía avanzar en una cierta dirección. Al parar los quemadores, nos invadió un silencio beatífico. En el horizonte, desde nuestra altura, ya empezaba a asomarse el Sol naciente, y el desierto iba adquiriendo sus colores diurnos.

Veíamos cómo, en tierra, los vehículos que nos habían llevado se movían a toda velocidad, tratando de adivinar cuál iba a ser finalmente la zona de aterrizaje.

Operación de desembarque y recogida del globo y su cesta.
(JMBigas, Agosto 1994)


Fue una experiencia absolutamente impresionante ese viaje (estaríamos volando quizá una hora). Especialmente cuando todo se quedaba silencioso, porque estamos acostumbrados a volar dentro de un avión, donde siempre hay un elevado nivel de ruido, y el silencio era una novedad absoluta.

En el suelo se veía el desierto, con su muy escasa vegetación de arbustos, y algún animal corriendo de un lado para otro. Bueno, eso decía el operador, que nos iba indicando por dónde se movía algún bicho, pero yo no recuerdo haber visto nítidamente ninguno.

Íbamos volando, más o menos agrupados, pero a bastante distancia unos de otros, media docena de globos, básicamente en la misma dirección.


Desayuno improvisado en el desierto tras el vuelo. Catering y unas mesas,
no hacía falta mucho más.
(JMBigas, Agosto 1994)

Llegó el momento de ir bajando, e intentar un aterrizaje lo menos violento posible. Hubo suerte dispar. Nuestro globo consiguió aterrizar sin volcar la cesta (a velocidad horizontal casi nula), pero varios de los demás arrastraron la cesta volcada varias decenas de metros. En unos minutos, todos habíamos aterrizado, y bajamos de las cestas, de la mejor manera que pudimos.

Nuevamente tuvimos que ayudar en la operación inversa a la del principio: deshinchar y plegar el globo.

Terminadas las operaciones de desmontaje, con los globos y sus cestas de nuevo montados en sus correspondientes remolques, procedimos a tomar un desayuno en pleno desierto. Los organizadores de la excursión habían preparado en la zona de aterrizaje un completo catering casero. Aparecieron algunas tortillas envueltas en papel de plata, seguramente confeccionadas esa misma madrugada en casa de alguno de los miembros de la tripulación. Desplegaron algunas mesas grandes, y nos fuimos sirviendo lo que a cada cual le apetecía. Había café y zumos, y también alguna botella de vino, creo recordar.

Terminado el desayuno, la tripulación recogió todos los restos, plegó las mesas, y los mismos vehículos de la madrugada nos llevaron a los respectivos hoteles. Llegaríamos al hotel algo antes de las diez de la mañana, con la sensación de haber vivido ya una jornada entera, llena de vivencias absolutamente novedosas.

Una experiencia inigualable que todo el mundo debería realizar al menos una vez en la vida. Volar en silencio es la sensación que se te queda en el alma para toda la vida.

Las fotos que incluyo son de bastante mala calidad, porque las obtuve en su momento con una cámara compacta de carrete, y años después las escaneé y mejoré dentro de sus limitadas posibilidades. Pero son el testimonio vivo de esa experiencia que vivimos mi padre y yo en el desierto de Alice Springs, Australia, en Agosto de 1994.

JMBA

4 comentarios:

  1. Que buena aventura en "the land down under". Estoy convencida que ese silencio debía imponer mucho a tanta altura, aunque particularmente no creo que fuera capaz de montar en globo. Espero que tuvieras ocasión de visitar Ayers Rock.
    Saludos.

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  2. Sí visitamos Ayers Rock, claro. La roca, impresionante. Pero lo del cambio de color al caer la tarde, francamente, como todas las montañas del mundo, diría yo.

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  3. Magnífico José María... Yo viví una experiencia similar en un vuelo por el Empordà... el silencio es inexplicable... Saludos.

    Ester de viajeros.com

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  4. Una magnífica experiencia.
    Saludos de xaviercb de viajeros.
    fxaviercontreras.blogspot.com

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