Yo nunca he tenido una relación especial (litúrgica, lúdica o lúbrica) con los objetos cinta de video, CD, o DVD. Siempre me han resultado un engorro para guardarlos, y todavía hoy tengo varias cajas llenas de antiguas cintas de video en el trastero. Esperando el momento mágico de ser trasladadas a un Punto Verde para su reciclaje en otras cosas más útiles hoy en día.
Aparte de que la tecnología y su avance contribuyen a convertir ciertos soportes en obsoletos y perfectamente inútiles, estoy seguro de que de todas esas cintas de video, hay bastantes que contienen películas que nunca he visualizado desde ese soporte. En fin, una contribución más a las toneladas de basura que el progreso nos hace producir.
Cuando compro CD,s de música, lo primero que hago es pasarlo a formato MP3, para tenerlo accesible desde el ordenador a tiro de clic de ratón. Toda mi colección de música (cientos - seguramente más de mil - de CD,s que ocupan diversos espacios de los armarios y estanterías de la habitación que utilizo como despacho en mi casa) cabe en un solo disco externo que ocupa el espacio equivalente a una novela de Ken Follett. Por supuesto, también tengo bastante música bajada de algún lugar inconcreto de la Red. Toda en formato MP3, y accesible desde la consola de algún reproductor en el PC. Tengo una tarjeta de sonido y unos altavoces conectados al PC, que me dan una calidad suficiente (al menos para el volumen al que la puedo escuchar, sin molestar, en un piso de una casa de vecinos). Y, claro, me la puedo copiar a un dispositivo móvil, y llevarme bastantes Gigas de música en el bolsillo de la camisa, a dondequiera que vaya.
También tengo algunos cientos de DVD,s con películas. Muchas no las he visto nunca desde ese soporte. La mayoría proceden de promociones de los periódicos, en que "total por..." algún eurito más te haces con un flamante DVD. En fin, los tiempos nos llevan a utilizar metros lineales de estantes para almacenar esas joyas, a menudo en doble fila contra la pared.
Para mí los CD y DVD tienen importancia únicamente por su contenido (las películas, las canciones, las sinfonías, lo que sea). Quizá tuve en su momento alguna fascinación por los vinilos, pero el avance de la tecnología no me permitió desarrollarla.
Sin embargo, mi relación con el objeto libro es muy distinta, mucho más sensual. Y el acto de leer un libro sobre una mesa (mi posición habitual) se convierte en un evento repleto de ciertas liturgias. Tengo vicio de coleccionista, y tengo en casa varios cientos de libros que he ido comprando y que (todavía) no he tenido tiempo para leer. Ocupan mucho espacio en las diversas estanterías, a doble fondo, de pie, tumbados, inclinados, yacentes. Pero de vez en cuando los hojeo, me leo la contraportada, y me relamo a la espera del día en que les toque ser leídos. Algunos gastan papel basto, que te hace sentir ecológico. Otros utilizan un papel blanco resplandeciente que es un lujo. Los hay de bolsillo, compactos, o lujuriosos con encuadernaciones duras. Y hay algunos (¿muchos?) que, por supuesto, jamás leeré.
Visitar una librería es para mi un vicio al que no me sé resistir, y siempre salgo con (al menos) un par de libros en la bolsa. Objetos que me han enamorado por su título, por los colores, por las imágenes de la portada, por lo que prometen en su interior, porque había un montón enorme y, por un momento, me sentí tribal. Muchos motivos que siempre conducen al mismo lugar: la Caja donde hay que pagarlos.
Cuando viajo a Francia o Inglaterra (me manejo con cierta soltura en sus respectivos idiomas) no sé renunciar al reclamo sensual de sus librerías, y siempre acabo buscando rincones inexistentes de la maleta donde alojarlos para la vuelta a casa. Y si viajo en coche, entonces ya puede ser el aquelarre.
Con todo ello, ya os habréis hecho una idea de que en lo del libro electrónico no soy muy partidario. A pesar de ello, supongo que la tecnología me acabará obligando a aceptarlos como una cosa más. Primar el contenido sobre el objeto que lo contiene. Pero, desde luego, no seré un early adopter, sino que esperaré a que el tema esté ya en lo que se llama el mainstream.
En los últimos tiempos han aparecido en el mercado dispositivos llamados ebook readers (o lectores de libros electrónicos), que son como libros (por su tamaño externo) que pueden contener todos los libros (bueno, exagerando un poco). Creo que por primera vez, al menos para publicaciones en castellano, la edición electrónica del último bestseller de Ken Follett va por delante de la edición en papel, de acuerdo al ranking de Casa del Libro. Bueno, parece que me voy quedando en este tema como laggard tecnológico, algo así como el último romántico.
Estos días se está celebrando la Feria del Libro de Francfort. Allí Google ha aprovechado para anunciar que en unos meses va a salir al mercado el nuevo servicio Google Edition, que propondrá (dicen) casi medio millón de libros electrónicos para su venta. Otro día (quizá) hablaré de la vertiente tecnológica del fenómeno y de la posición progresiva de Google como el Gran Hermano de esta era.
En este punto, sólo destacar que libro electrónico en sí mismo no describe una tecnología específica, sino un concepto. Que, a fecha de hoy, hay todavía diversos estándares. Que el formato clásico de documento PDF (texto pasivo) se utiliza en muchos casos, pero hay otros formatos que reproducen con más fidelidad la relación con un libro físico (permitiendo añadir notas al margen, o post-its para recordar esa frase que nos gustó tanto, y cosas así). Hay algunas tecnologías propietarias, como la del Kindle de Amazon, para intentar evitar copias no deseadas. Francamente, creo que la tecnología del ebook o libro electrónico no ha alcanzado todavía su estado de madurez.
Leyendo un libro en el ordenador (Fuente: blogdaddy) |
Por otra parte, Google tiene en funcionamiento, desde hace unos cuantos años, el servicio Google Books (Libros). Actualmente (Junio 2010), decían tener escaneados y disponibles un total de 12 millones de libros, de los 130 millones de volúmenes únicos que se dice podrían existir en todo el mundo y desde toda la historia. Algunos, que ya están libres de copyright, son accesibles por completo, mientras que de otros, el acuerdo de Google con los correspondientes editores sólo permite visualizar algunas páginas (como reclamo), y hay enlaces a sitios donde se pueden comprar, sea en formato físico o electrónico. Es posible descargarse un fichero PDF con aquellos libros que están libres de derechos, y visualizarlo en el ordenador o donde sea. A título de ejemplo, es posible leerse la edición de 1884 (Boston) de Treasure Island (La Isla del Tesoro) de Robert Louis Stevenson, directamente en el ordenador de casa (o el portátil, o lo que sea).
Por este camino se puede tener acceso a lo que podríamos llamar una edición facsímil electrónica de volúmenes habitualmente antiguos o clásicos. Algunas grandes bibliotecas del mundo (la British Library, o la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, entre otras) tienen disponible un servicio equivalente para sus fondos editoriales (o parte de ellos, por lo menos). También la Biblioteca Nacional de España tiene un servicio público gratuito de acceso electrónico a algunos de sus volúmenes, la llamada Biblioteca Digital Hispánica. La digitalización (escaneado) de fondos editoriales es una forma de poner su contenido a disposición de todo el mundo, y desde cualquier parte del mundo, sin someter los raros volúmenes al desgaste de pasar por muchas manos. A título de ejemplo se puede acceder a las 117 páginas de la Constitutiones Clementis Papae V, un incunable de 1484.
El ereader de Sony (Fuente: masternewmedia) |
Pero no hay que confundir este servicio público que la tecnología permite poner en marcha a diversas instituciones, con la edición de libros electrónicos. Con la edición de nuevos libros en formato papel y en formato electrónico. Vendiendo, en cualquier caso, uno u otro, a cada cliente. Hay todo un mundo detrás de eso, que quizá concrete más en otra ocasión. Y, claro, la industria está temerosa de la extensión de la piratería también a este medio. En cuanto convertimos cualquier cosa en un archivo informático, este se puede reproducir, enviar, dispersar, sin prácticamente coste. Y resulta complicado ponerle puertas a ese campo.
Lo de hoy es un canto casi amoroso al objeto libro de papel, que tantas satisfacciones me ha dado y me sigue dando. Lo de llevar encima un libro que puede contener todos los libros, todavía no me seduce.
De la tecnología del libro electrónico no seré pionero. Pero si contribuye a crear en más gente el hábito de la lectura, bienvenida sea.
Yo, por el momento, seguiré con mis estantes y mis cajones repletos de libros de papel. Y con las cajas llenas de libros leídos en el trastero, claro.
JMBA
No hay comentarios:
Publicar un comentario