Mientras en Europa y en Estados Unidos estamos temblando de pavor, como colegiales ante un examen sorpresa, la serenidad con que el pueblo japonés está afrontando los últimos acontecimientos es digna de mención y encomio.
Logo a la entrada de la EXPO90, en Osaka (Japón) (JMBigas, Agosto 1990) |
Están trabajando duro, como ya es habitual en ellos, para limitar al máximo los inevitables daños provocados por el terrible terremoto y posterior tsunami que han sufrido en los últimos días. Un país con una deuda que alcanza el 200% de su PIB, tendrá que endeudarse todavía más para poder afrontar la reconstrucción de las zonas devastadas. Pero posiblemente buena parte de esta deuda será comprada por los propios japoneses, gracias a su envidiable capacidad de ahorro, y a la profunda confianza que tienen en su propio país.
Por el contrario, las reacciones en Occidente en general, y en la Unión Europea en particular, han sido agitadas y temerosas. Se han volcado palabras muy fuertes, como apocalipsis, que no contribuyen para nada a mejorar ni a resolver la situación.
Por otra parte, el debate sobre la energía nuclear entre nosotros está definitivamente ideologizado. En la práctica sólo hay favorables a tope (con argumentos diversos y, muchas veces, intereses bastante evidentes) y detractores de todo lo que suene, de cerca o de lejos, a nuclear. Insisto en lo que decía hace unos días, que lo nuclear tiene muy mala prensa porque su primera aparición pública fue en la forma de las bombas más destructivas jamás utilizadas. Es cierto que la energía nuclear tiene riesgos importantes, pero nada que no sea posible controlar y limitar. Todas las actividades de la humanidad tienen algún riesgo.
No creo que sea para nada bueno la sobreprotección que parece que cierta izquierda (especialmente) pretende imponer. No nos dejan fumar en lugares públicos, porque el tabaco tiene algunos riesgos para la salud; nos obligan a conducir a velocidades reducidas, porque la velocidad tiene riesgos; los niños están tan sobreprotegidos, que el primer contacto con el campo seguro que les provoca alguna alergia, o diarrea, o lo que sea. Tenemos que aprender a convivr con los riesgos, o nunca sabremos controlarlos, limitarlos, dominarlos.
Barrio de Ginza, en Tokyo, paradigma del consumismo (Fuente: taringa.net) |
Creo que se está siendo injusto con la energía nuclear. Tiene riesgos evidentes (la posibilidad de liberar radiaciones potencialmente peligrosas para la salud, o incluso la vida, parece ser la mayor, en sus diversas formas). Cuando se produce un desastre como el de estos días en Japón, se descubre, además, que hay factores de codicia, desidia o corrupción, que acrecientan el riesgo real. La tecnología avanza cada minuto, y ciertas centrales nucleares construidas ya hace muchos años, posiblemente no tengan los niveles de seguridad exigibles, y que hoy la tecnología puede proporcionar.
Pero incluso siendo así, me parece fuera de lugar plantear el cierre de una central nuclear. Creo que, dentro de su ciclo de vida, debe haber hitos diversos que pasan por un mantenimiento preventivo y por una reconstrucción -total o parcial- pasados un cierto número de años en funcionamiento. Todo ello, por supuesto, redunda en un encarecimiento de la energía producida por este medio. Pero, la comparación de costes debe hacerse con nobleza y sin dobleces. Estimar el coste de producción de un kilovatio-hora debe hacerse considerando todos los costes. Entre ellos, de forma importante, el tiempo de vida útil de los activos, y el coste de su reconstrucción o adecuación a los nuevos estándares de seguridad y otros.
Bueno, el debate está servido de nuevo.
Pero os hablaba de Japón, y me gustaría desarrollar un poco más el argumento. Yo estuve en Japón unos días en 1990, el año de la EXPO90 de Osaka. Me gustó visitarlo, pero si un día desaparezco, no me busquéis por allí. No tengo claro el por qué, pero no me resultó un lugar donde me sintiera a gusto. En ello influye muy decisivamente el idioma, absolutamente críptico para un occidental, pero de forma quizá más definitiva, una filosofía de vida que está muy alejada de lo que estamos acostumbrados por estos lares.
Frente al Templo de Oro de Kyoto (JMBigas, Agosto 1990) |
En esa época, la conclusión que yo saqué del viaje es que el país, muy próspero a partir del final de la Segunda Guerra Mundial y que ha sido la segunda economía mundial durante muchos años, no reinvertía las plusvalías, los rendimientos, los beneficios, en mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. Viví los atascos más colosales que nunca he conocido, porque las infraestructuras de carreteras estaban bastante por debajo de lo que se esperaría de un país rico como Japón. Un japonés medio ganaba mucho dinero, pero se lo gastaba por el hecho de vivir en Tokyo u otras grandes ciudades, donde todo tiende a ser arbitrariamente caro; en particular la vivienda, por ejemplo. Eso generaba la ficción de que ciudadanos ricos de acuerdo a los estándares internacionales, vivían en condiciones relativamente precarias, o por lo menos, nada cómodas para una mentalidad occidental. Pisos muy pequeños y carísimos, a menudo alejados varias horas del lugar de trabajo.
Eso se compensaba con la riqueza que podían desplegar en sus viajes al extranjero. El dinero que ganaban en Japón les daba mucho mayor rendimiento durante sus vacaciones en el extranjero que viviendo en casa. Por eso siempre hemos visto japoneses por los Aeropuertos de medio mundo con varias botellas de Cognac XO de más de cien euros cada una.
Pero ahora los japoneses nos están dando una lección que nos conviene no olvidar. Creen en lo que les dicen o les piden sus gobernantes. Se sienten parte de su país, y no reparan en los esfuerzos y sacrificios personales para contribuir a mejorarlo, a reconstruirlo. No ceden a la desesperación ni al pánico. Sienten, sin duda, las mismas emociones que cualquier persona de otro lugar ante los miles de muertos que ha provocado el terremoto y posterior tsunami. Pero manifestar explosivamente sus emociones obligaría a los demás a compartirlas, o por lo menos, a comprenderlas; y su pudor y conciencia social se lo impide.
No todo, pero sí mucho debemos aprender de los japoneses, que estos días están manifestando sus mejores cualidades. La filosofía oriental es diferente de la nuestra, de raíz judeocristiana, no lo olvidemos. Pero igualmente respetable. Y su inserción en la sociedad en la que viven es digna de envidia para todos los ciudadanos de la Unión Europea, que nos miramos el ombligo sin parar, desviamos la mirada ante lo que no nos gusta, denostamos el país en que vivimos, pero no hacemos mucho para mejorarlo, esquivamos las responsabilidades que nos corresponden y cedemos a la desesperación cuando las cosas se tuercen, y acusamos de ello siempre a otros.
Interior de la EXPO90 de Osaka (JMBigas, Agosto 1990) |
Y nos convendría no olvidar, en nuestros libros de Historia, que cuando en la Edad Media la peste y las guerras sacudían Europa, sumida en una miseria que dejaba a la mayoría de la población totalmente al margen de la cultura y del progreso, en otros lugares del Mundo otras civilizaciones tenían unos niveles culturales y de progreso bastante por delante de lo que se practicaba por estos pagos. Si no fuera, claro, que cada vez más, parece que la Historia se limita a la de nuestra comarca y que no hay más ríos que el que cruza nuestro pueblo, que nace en tierra extraña y que se pierde en la niebla de la terra incognita, camino de su desembocadura.
Nos iría mejor si nos esforzáramos en ser -un poquito más- como los japoneses. Sin sus excesos, que también los tienen (lúdicos, lúbricos, etílicos,...). Y si no sabemos cambiar, por lo menos intentar que la sociedad civil se parezca un poco más a la sociedad japonesa.
Mis mejores deseos para que consigan contener los incidentes nucleares derivados de las catástrofes naturales, y que puedan rehacerse cuanto antes de las cuantiosas pérdidas (humanas, sobre todo, pero también materiales).
Les necesitamos en plena forma.
JMBA
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