Uno siempre espera que la mirada de los niños sea diáfana, transparente, infinitamente curiosa y, a menudo, obsesivamente traviesa.
(Sharbat Gula, una niña afgana, en la portada del National Geographic en 1985. Fuente: http://www.solarnavigator.net/national_geographic_society.htm).
Sin embargo, la vida nunca es tan de color de rosa. Hay muchos niños en el mundo que mueren de hambre todos los días, y los niños son, sin duda, los más perjudicados por todas las desgracias que asolan los cuatro rincones de la Tierra. Terremotos, inundaciones, sequías extremas, guerras, campamentos de refugiados, todo eso forma ya parte de cualquier noticiario. Este año 2010 está siendo especialmente prolífico en este tipo de catástrofes. En medio de esos ambientes, la mirada de los niños se vuelve opaca, entre sorprendida, cansada y triste. Pero siguen siendo niños, que sobreviven mal en circunstancias adversas, que lo tienen todo en contra, pero niños, al fin y al cabo.
Todos recordamos, sin duda, la mirada inquietante de ojos claros que nos miraba desde la portada del National Geographic en 1985. Se trataba de una niña afgana (Sharbat Gula) de unos trece años a la sazón, que ya había vivido la experiencia de ser una refugiada. Desde su mirada, triste y cansada, se insinuaba una pregunta desesperada: ¿Por qué?.
Pero lo que a mi me sorprende y desconcierta a la vez, es la mirada de algunos niños de nuestro Primer Mundo. Todos los días vemos niños con miradas translúcidas, más propias de adultos, o incluso de ancianos. Miradas nada traviesas, sino más bien tristes y cansadas. Cuando la mayoría de los niños todavía están investigando cómo son las cosas, cómo es el mundo, parece que algunos ya han ido más allá y se están preguntando el por qué. Y quizá, lo que es peor, algunos de esos niños incluso ya se han respondido a esa pregunta.
(Judith Vittet -9 años-, como Miette en la película La Ciudad de los Niños Perdidos -1995- de Jean-Pierre Jeunet y Marc Cabo. Fuente: http://vat69.wordpress.com/2007/12/10/la-ciudad-de-los-ninos-perdidos/).
Niños que viven en familias perfectamente estructuradas y sin ninguna carencia material significativa. Puede que algunos sufran de carencia emocional, de unos padres obsesionados con el progreso material, que olvidan quizá las emociones más básicas y nunca reparan en manifestar el cariño hacia los niños a todas horas. Quizá algunos han tenido que vivir experiencias de las que hacen envejecer de repente, malos tratos o abusos de cualquier género.
Puede que otros estén sufriendo frustaciones escolares, absolutamente inapropiadas para su edad, o incluso episodios de acoso. O quizá sufren de alguna enfermedad rara, de las que pueden llegar a generar, incluso, tendencias autodestructivas.
Recuerdo una vez en que, comiendo en un restaurante en cierto lugar, junto a mi se sentó una familia perfectamente normal. Unos padres de menos de cuarenta años, con tres niños de entre cuatro y ocho años. Dos de los niños eran perfectamente normales, digamos que previsibles en sus inquietudes y acciones. Pero una niña, de unos cuatro o cinco años, muñequita preciosa de pelo rubio y ojos azules, tenía una mirada inquietante, adulta, de exagerada profundidad. Como de quien mira no para saber, sino para confirmar. Un toque triste, casi de desesperanza. No estoy seguro de si esa mirada era el resultado de alguna experiencia en el entorno familiar o escolar, ni siquiera estoy seguro de que sus padres o hermanos fueran conscientes de ello. Pero, desde luego, algo en esa niña la había hecho sobremadurar de modo extraordinariamente precoz.
Me produce desconcierto y desasosiego a la vez esa mirada en los niños. Porque me parece algo absolutamente fuera de lugar, algo que podría esconder alguna cosa totalmente inesperada e imprevisible. Habitualmente, no llega a producirme miedo, pero ronda ese vecindario.
Los niños no son una especie diferente, sino que solamente son hombres y mujeres de corta edad, en etapa de elaboración. Pero igual que alguna vez, contra toda probabilidad, el vino se avinagra en las cubas, cuando no le tocaría, quizá algunos niños circulan a tal velocidad por la vida, que su mirada se vuelve adulta muy pronto, y evoluciona fácilmente hacia la mirada de un anciano. La mirada de alguien que ya se respondió al por qué, y sabe que nada puede hacer para cambiar las cosas.
Esos niños son pequeños monstruos que nos brinda el progreso. Me gustaría entender por qué.
JMBA
Un post interesante, mon ami. Lo de los niños te puedo ayudar un poco, pues soy padre y tengo experiencias propias y ajenas.
ResponderEliminarHoy día los niños del primer mundo tienen la suerte de tener casi todo y de tener una libertad de la nosotros no disfrutamos. Aparecen personalidades interesantes, e incluso la posibilidad de que algunos niños maduren por sí mismos a un ritmo diferente al del resto de niños. Esto no es un problema preocupante. Tengo dos sobrinas así, libres de los tapujos de una sociedad machista que vetaba al sexo femenino y lo limitaba. Ahora son ellas, por su propia voluntad, las que deciden ser analíticas, autosuperarse y destacar con sacrificio propio en materias de su gusto.
También es cierto que la sociedad actual nos hace más competitivos, y esa competitividad es manifiesta desde el parvulario (o la guardería). También surgen grandes frustraciones y depresiones a muy tierna edad. Algunos se levantan de nuevo y luchan. Dejan de ser niños muy pronto, cosa que por otro lado está bien, pues llegan mejor preparados a la madurez, en lugar de vivir en un limbo y, de repente, encontrarse con la triste realidad.
Los extremos son nefastos, y un punto medio también debería ser necesario, equilibrando la educación de todos los niños. Eso deberían impartirlo en las escuelas y en el propio hogar.