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domingo, 28 de julio de 2013

El Factor Humano

La seguridad absoluta, simplemente no existe.

Nos ha golpeado estos días la terrible tragedia del tren ALVIA, en las cercanías de Santiago de Compostela. Casi ochenta fallecidos, y más de cien heridos, algunos de ellos todavía hoy, varios días después, en estado crítico.

Por primera vez se ha visto un vídeo del accidente, tomado por una de las cámaras de seguridad del recorrido. Sólo dura algo más de diez segundos, y se ha pasado por todas las televisiones, y está disponible, por supuesto, en Internet. Viéndolo, la conclusión es clara. Dos segundos antes de la desgracia, el ambiente olía muy mal, y se anticipaba la tragedia. Parece evidente que una de las causas principales del descarrilamiento es la velocidad excesiva (muy excesiva, diría yo, casi 2,5 veces la permitida en ese tramo).

Las diversas investigaciones en curso deberán determinar las causas de esa velocidad excesiva, y conviene no arrojar responsabilidades sobre nadie, antes de que se llegue a conclusiones incontrovertibles.

Veintiún años después de la inauguración de la primera línea del AVE Madrid-Sevilla (1992), no había habido ningún incidente con víctimas en este servicio puntero de Alta Velocidad. Millones de viajeros han recorrido el país sin novedad, utilizando este medio que es muy rápido, eficiente y muy cómodo.

De ninguna forma debemos echar ni la más mínima sombra sobre el ferrocarril, ya que es uno de los medios de transporte más seguros que existe, y a las estadísticas me remito.

Sin embargo, repito, la seguridad absoluta no existe.

En el automóvil, la responsabilidad de lo que suceda recae casi íntegramente en el conductor. Poca tecnología de ayuda a la conducción existe, si exceptuamos el GPS o las cámaras traseras `para aparcar con más seguridad. Hay otros factores que intervienen en la seguridad de la conducción, como el estado de las carreteras o el tiempo meteorológico, pero es responsabilidad del conductor tenerlos en cuenta, para adecuar su conducción al entorno.

En los aviones, existe el piloto automático, que sabe realizar las tareas rutinarias durante el trayecto de crucero. Pero siguen existiendo los pilotos, que tienen la responsabilidad de tomar ciertas decisiones, especialmente en situaciones críticas, y asumen el mando en las operaciones más arriesgadas, como el despegue y el aterrizaje.

En el ferrocarril, especialmente, en la alta Velocidad, existe tecnología instalada que facilita y ayuda al trabajo de pilotar el tren. Pero no sustituye a los maquinistas, que siguen ocupando su lugar a la cabecera del tren, porque son necesarios para llevar a los pasajeros sanos y salvos a su destino. Sólo en algunos recorridos relativamente cortos y perfectamente delimitados, la tecnología es capaz por sí sola de llevar los convoyes, como en algunas líneas de ferrocarril metropolitano (la línea 14 del Metro, o el Orlyval y el CDGVal en París, o el DLR en Londres). Esos trenes circulan sin conductor físico.

Si los maquinistas o los pilotos fueran innecesarios, ya habrían dejado vacío su lugar, pues ello representaría un ahorro importante al que ninguna empresa se resistiría.

Sin embargo, por ejemplo, en los aviones, a veces la pericia (o su ausencia) de los pilotos genera la diferencia entre un incidente engorroso con su correspondiente susto, y una tragedia.

En algún momento, siempre chocamos con el factor humano. Con alguien que se distrae pensando en sus cosas, o que siente excitación por sobrepasar los límites, o que desfallece, o a quien le entran tentaciones suicidas. Si nos gobernara por completo la tecnología, o las máquinas, ¿qué sucedería con un pantallazo azul o con un crash por stack overflow?. En cierto modo, la tecnología también tiene sentimientos.  

Pero, de todas formas, y hasta que se concluyan las investigaciones en curso, no debemos echar las culpas del accidente de Santiago al maquinista. Sin duda, tiene una parte de la responsabilidad, pero hay que determinar si todas las tecnologías disponibles funcionaron como debían. Y tampoco, por supuesto, a ADIF o al Ministerio de Fomento, porque en ese tramo de vía no esté instalada la tecnología más puntera y avanzada (y también más cara). Cientos ( o miles) de trenes han circulado por ese tramo sin ningún incidente. Y lo del miércoles fue un desgraciado accidente, una tragedia, que ya resulta irreversible para todos los fallecidos, y para los heridos que sufran lesiones irreversibles. Pero la vida continúa, y seguiremos viajando en los ferrocarriles de Alta Velocidad con total confianza, en la seguridad de que, quien corresponda, sabrá obtener alguna lección de esa desgracia, para mejorar la capacidad de evitar su repetición en el futuro. 

En cualquier caso, insisto, la seguridad absoluta no existe. Quien no quiera asumir riesgos, no tiene lugar en este mundo. Porque, hasta si decide, en su irrefrenable temor, no salir de casa para no enfrentarse a los riesgos que tiene el mundo exterior, un patinazo en la ducha le puede desnucar.

La vida, sin duda, es la capacidad que debemos tener para gestionar los riesgos.

JMBA

martes, 16 de julio de 2013

Excursión a Heidelberg

Ese sábado 23 de Marzo amaneció bastante soleado, aunque fresquito, en Frankfurt. Había previsto para ese día realizar una excursión en tren hasta Heidelberg (pop. 147.312), una ciudad bastante más pequeñita que Frankfurt (pop. 691.518). Heidelberg está situada unos 90 kilómetros al sur de Frankfurt.
Vista de la ciudad de Heidelberg, desde el Castillo.
(JMBigas, Marzo 2013)

Como en este viaje no llevaba coche, había reservado ida y vuelta en tren (EC = EuroCity) entre las dos ciudades. La primera sorpresa en la web, cuando compré los billetes, es que me dejaba comprar el billete para trenes a horas específicas sin reservar plaza. Es más, si quería reservar plaza, me cobraba unos pocos euros de suplemento. Pese a todo, para mayor tranquilidad, reservé plaza tanto en el tren de ida como en el de vuelta. Al final pagué 46€ por los billetes de ida y de vuelta, con sus correspondientes reservas.

A las ocho y pico de la mañana, me encaminé a la estación (que tenía a un par de minutos andando desde el hotel). La siguiente sorpresa fue que mi flamante EC (EuroCity) me pareció (casi) un tren del Oeste o, por lo menos, me recordó a los expresos españoles de los años 60 ó 70. Su recorrido se iniciaba en Frankfurt, pero luego seguía hacia Munich y Austria. Mi vagón era, en realidad, de los Ferrocarriles Austríacos, y consistía en departamentos de seis asientos con un pasillo a lo largo del lateral del coche.
Eurocity en la estación de Frankfurt HBF, antes de partir
hacia Heidelberg (Munich, Austria,...).
(JMBigas, Marzo 2013)

Como muchos viajeros tenían billete, pero no reserva, en la puerta de cada departamento había un casillero donde alguien se había preocupado de colocar notitas indicando los trayectos para los que estaba reservado cada asiento.

Encontré mi asiento sin problema. En mi departamento, junto a la ventanilla, ya estaban instaladas una madre y una hija de dos o tres años, rubita de ojos azules y preciosa, que creo (por las notitas de la puerta) que iban hacia Munich.

Tanto en Frankfurt como en las paradas que realizó el tren antes de llegar a Heidelberg, se vieron las clásicas escenas que se producen en trenes sin reserva obligatoria: parejas y familias enteras con equipajes voluminosos, que ocupan temporalmente el espacio de un departamento (para no bloquear el pasillo) mientras alguno de los miembros del grupo se recorre el coche y los aledaños, buscando algunos asientos convenientes que no estén reservados. Los gritos de "aquí, aquí, venid aquí delante que hay sitio" (en alemán y otros idiomas) se volvieron compañeros habituales del viaje.
Cabina moderna en el Molkenkurbahn.
(JMBigas, Marzo 2013)


El trayecto no duró más de 50 minutos. Hacia las nueve y cuarto llegamos a Heidelberg HBF, y me bajé del tren. A diferencia de Frankfurt, la mañana estaba nublada y directamente fría. La estación central de Heidelberg está un poquito retirada del centro histórico de la ciudad, por lo que había previsto coger un autobús o tranvía hasta la zona del Kornmarkt, para empezar tomando el funicular hasta la cumbre de la montaña.

Para evitarme problemas con el transporte público, compré, en lo que parecía una parada de tranvía frente a la estación, un billete para todo el día (Tageskarte Erwachsene) por 6€, que me daba derecho a todos los viajes que necesitara, sin preocuparme de más.

Por la información y los mapas que me había descargado previamente desde la web del transporte público de Heidelberg, sabía que debía tomar el 33 hasta la parada de Rathaus/Bergbahn. Me aposté en la presunta parada de tranvía, hasta que llegó un autobús con el número 33, y monté en él sin más. Tras un trayecto relativamente largo por la ciudad, me apeé como tenía previsto, en las proximidades del Kornmarkt y frente a la entrada a la estación inferior del funicular.
Mirador en la cumbre de Königstuhl.
(JMBigas, Marzo 2013)

La ciudad de Heidelberg se extiende a las orillas del río Neckar, a solamente un centenar de metros sobre el nivel del mar. 

El funicular (Bergbahn = ferrocarril de montaña) es histórico, pues su primera edición se inauguró en 1890. Tiene dos tramos diferenciados, por lo que a menudo se les llama de modo diferente (Molkenkurbahn el tramo inferior; Königstuhlbahn el tramo superior). En total, tiene cuatro estaciones. La segunda es la que permite subir con comodidad hasta el castillo (Schloss) que domina la ciudad. La estación inferior (Kornmarkt) está a 113,2m s.n.m., mientras que la del castillo está unos ochenta metros por encima, a 192m s.n.m. El funicular para en esa estación (tanto a la subida como a la bajada), y sigue camino hasta la siguiente estación, la de Molkenkur, a 289,3m. s.n.m., es decir, un centenar de metros por encima del Castillo. Esta parada es el final del tramo inferior, que fue completamente restaurado en 2005, por lo que las cabinas son de apariencia moderna y muy confortables.
Maquinaria del funicular histórico, visible junto a la
estación de Königstuhl.
(JMBigas, Marzo 2013)

El tramo superior sigue manteniendo la misma apariencia histórica que tenía en 1907, cuando se evolucionó al clásico sistema de tracción eléctrica (en lugar del inicial método hidráulico de 1890). Aunque las cabinas se rehicieron en 2005, siguen manteniendo el mismo diseño en madera del original. Este tramo permite subir desde Molkenkur hasta Königstuhl (Sillón del Rey) a 549.8m s.n.m., es decir, a casi 450 metros por encima del nivel de la ciudad y el río.

Compré un billete de ida y vuelta hasta Königstuhl, por 12€. Subí primero hasta Molkenkur en el funicular moderno, y allí transbordé al histórico para seguir el camino hasta la cumbre. Si abajo en la ciudad la mañana estaba muy fría, en la cumbre estaba directamente gélida. Además, una cierta neblina dificultaba tener unas buenas vistas de Heidelberg, ya que parecía que la ciudad estuviera empañada.
Look de protección polar, en lo alto de Königstuhl.
(JMBigas, Marzo 2013)

En los amplios bolsillos de la parka que llevaba tenía guardado el kit de frío, del que tuve que tirar por necesidad: guantes, bufanda y gorro cubreorejas. Así conseguí sobrevivir a una temperatura próxima a los cero grados, con bastante viento helado. Un entorno que no me esperaba para los primeros días de la primavera.

Junto a la estación de Königstuhl hay un mirador desde el que se domina la ciudad y el río Neckar. Y también es posible acceder a una zona desde la que se puede ver la maquinaria del funicular, en funcionamiento real. Podéis verlo en un vídeo que tomé en la zona: resulta bastante aleccionador.

También hay alguna edificación por encima de la estación (no sé si hay un albergue o algo así) y multitud de caminos y senderos, utilizados tanto por caminantes como por ciclistas para hacer ejercicio por la montaña.
Preparando el cruce de las cabinas de madera del
Königstuhlbahn.
(JMBigas, Marzo 2013)

Coincidí en el mirador con un par de chicas que también estaban peladitas de frío (menos mal: no era un problema sólo mío), y conseguí que me hicieran una foto para inmortalizar el look de protección polar.

El tramo superior funciona con una frecuencia aproximada de 20 minutos. Bajé de nuevo hacia Molkenkur en el segundo funicular que salió, por lo que colijo que estuve en la cumbre, aproximadamente, unos 40 minutos.

Junto a la estación de Molkenkur hay una terracita con vistas sobre la ciudad y el río, y un modesto barecito con dos o tres mesas en el exterior que estaban esa mañana, por supuestísimo, absolutamente desiertas.

Tomé de nuevo el funicular moderno, y me apeé en la estación Schloss, para visitar el Castillo. El Castillo, realmente, es una semiruina, con algunas zonas salvaguardadas y otras en total decadencia. Sin embargo, se trata de la estructura renacentista más importante al norte de los Alpes. Desde 1214 en que se tiene la primera noticia de un castillo en ese emplazamiento, ha sufrido toda clase de desgracias, entre las que destacan los rayos, los incendios y las destrucciones deliberadas como táctica bélica. A lo largo de la historia, se ha destruido y reconstruido infinidad de veces.
Complejo del Schloss (Castillo) de Heidelberg.
(JMBigas, Marzo 2013)

La restauración de ciertas partes realizada a finales del siglo XIX, ha convertido el Castillo de Heidelberg en una de las principales atracciones turísticas de la ciudad. Su singularidad, el hecho de que desde alguna de sus terrazas se domina la ciudad y que dispone de una capilla restaurada y un comedor interior, ha provocado que sea habitualmente el escenario de hasta 100 celebraciones de boda por año. El sábado de mi visita, por supuesto, pude ver el cortejo completo, incluidos los contrayentes, de una boda.

A pesar de los escasos 80 metros de altura, se tienen desde el Castillo unas buenas vistas de la ciudad vieja (Altstadt) y el río, incluso en días nublados o neblinosos, como era el caso ese sábado.

Una zona interior, donde hay algunos toneles de vino enormes y uno directamente gigante, al que se puede subir por una escalera que recorre su parte exterior hasta un balconcito directamente encima, está habilitada para celebraciones de todo tipo. Ese sábado, en la zona del comedor, estaban agasajando a toda una expedición de japoneses, con los diversos vinos de la zona. En un mostrador específico, el mesonero ofrecía vino caliente como reclamo estrella (bastante asqueroso, pero reconfortante en ese clima helado) y algunas cosas para comer, como bocadillos de salchicha o pretzels. Tomé los sorbos que aguanté de vino caliente y un bocata de bockwurst bastante sabroso, como tentempié de mediodía.
Iglesia del Espíritu Santo, con puestos de mercado.
(JMBigas, Marzo 2013)

Tras una rato por la zona, tomé de nuevo el funicular, para bajar al nivel de la ciudad, en la estación de Kornmarkt. Allí inicié un paseo por toda la parte antigua de la ciudad, protegiéndome del frío como pude. En el centro de la Plaza del Mercado está la Iglesia del Espíritu Santo (Heilig Geist Kirche), que ese sábado por la mañana servía de respaldo a diversos puestos del mercado ambulante. Paseé por todo el eje de la calle Mayor (Hauptstrasse), que discurre paralela al río. Me acerqué hasta el Neckar por la zona del puente (brücke) Karl-Theodor (conocido habitualmente como Puente Viejo o Alte Brücke), con sus características dos torres blancas de acceso.

Había reservado un tren de vuelta a Frankfurt para un poco antes de las tres de la tarde. Si no fuera por el frío agudo, a gusto me hubiera quedado a pasar la tarde callejeando por Heidelberg.
Karl-Theodor Brücke (Alte Brücke), cruzando el
río Neckar.
(JMBigas, Marzo 2013)

En la zona comercial de Bismarckplatz tomé de nuevo un autobús hacia la Estación Central (HBF = HauptBahnHof). Allí, esperando el tren en un andén al aire libre (eso sí, con su correspondiente zona delimitada para fumadores), intenté esquivar el frío como pude. El tren resultó ser más moderno que el de la ida, de nave corrida con un pasillo central. Para las cuatro menos cuarto estaba de vuelta en Frankfurt, cansadito de una mañana movida y calado de frío, que también se había agudizado allí, desde la mañana fresquita que había abandonado a primera hora.

En resumen, Heidelberg es una ciudad pequeñita (por lo menos su parte central), que a veces parece salida de un cuento de hadas. Importante centro universitario, el visitante haría bien en dedicarle, por lo menos, un día entero. O, incluso mejor, alojarse en alguno de sus múltiples hoteles y realizar, en su caso, la excursión de un día a Frankfurt, que tiene menor atractivo turístico, a pesar de su mayor tamaño.

Es decir, justo lo contrario de lo que esta vez hice yo.

Aparte de las fotografías que he seleccionado para ilustrar este artículo, podéis acceder a una colección más completa de 46 fotografías (geoposicionadas y comentadas), pinchando en la vista de la ciudad.

Excursión a Heidelberg


JMBA

viernes, 12 de julio de 2013

"La Verdad sobre el Caso Harry Quebert" de Joël Dicker

Este libro está siendo el fenómeno editorial de este verano. Y no es para menos.

Para empezar, es la primera novela de un jovencísimo suizo francófono (nacido en 1985), con derechos ya vendidos de traducción a 33 idiomas.

Para seguir, es fenomenal hablar de un tocho de 660 páginas cuya lectura no se puede abandonar una vez se empieza.

Y para terminar, se trata de una novela negra muy sui generis. Bien escrita y fantásticamente engarzada, como una delicada obra de orfebrería.

Se trata de una novela de escritores. Porque el tal Harry Quebert es escritor, de edad ya avanzada, que conoció el triunfo, la fama y el dinero con su segundo libro. Y el protagonista, Marcus Goldman, es un joven escritor de unos treinta años, intentando digerir el éxito fulgurante de su primer libro publicado, y enfrentándose al fenómeno de la página en blanco, incapaz de crear la que debería ser su segunda novela.

La trama se desarrolla en Nueva Inglaterra. El escenario principal es Aurora, New Hampshire, una pequeña población costera al norte de Boston. Y también hay partes del libro que suceden en Concord (la capital del estado), Boston o incluso Nueva York.

Harry es profesor de literatura en la Universidad de Burrows, Massachussets, y vive aislado en una casa frente al mar en Aurora. Marcus, que fue su alumno y con el que desarrolló una buena amistad,  se refugia en esa casa, intentando huir de su absoluta esterilidad creativa. Y tiene que aguantar, en la distancia, las presiones de su editor, con el que firmó un contrato millonario, que le tiene atado a publicar con regularidad.

El 30 de Agosto de 1975, en Aurora desapareció una jovencita de 15 años, Nola, hija de un pastor evangélico. La familia se trasladó al norte desde Jackson, Alabama en 1969. Para una población pacífica y provinciana como Aurora, esa desaparición sembró el pánico y, sobre todo, el desconcierto. Los hechos no se aclararon nunca y ya han pasado a formar parte del pasado colectivo.

Pero en 2008 una intervención ocasional de los jardineros descubre un esqueleto enterrado en el jardín de la casa de Harry, que se identifica inequívocamente como el de Nola, que habría muerto en el mismo momento de su desaparición. Se desvela que Harry, a la sazón de 34 años, tuvo una bonita historia de amor con Nola, y las apariencias le acusan del asesinato. De hecho, es detenido, e ingresa en prisión, y tiene que ver cómo incluso su exitoso libro es retirado de las librerías y bibliotecas del país, debido a la vergüenza colectiva por tan impropia relación.

Marcus se empeña en investigar los hechos, para demostrar la inocencia de su amigo, en la que cree a pies juntillas.

Pero en Aurora, lugar apacible donde los haya, nada es lo que parece, y nadie cuenta toda la verdad cuando le preguntan. Por eso la novela, que es un libro anidado dentro de otros, da nuevas vueltas de tuerca al lector en cada página.

Iniciando cada capítulo, se van desgranando los 31 consejos de un escritor consagrado (Harry), pero también escéptico y hasta cínico, para otro escritor novel con aparente futuro (Marcus).

No desvelo más detalles de la trama, que resulta apasionante, e imposible de abandonar, porque el autor sabe crear en el lector el ansia viva por conocer cuanto antes el siguiente vuelco. Marcus acaba publicando un libro ("La verdad sobre el caso Harry Quebert") que se convierte en un superventas. Pero poco después se descubre que a esa verdad todavía le faltan varios hervores y muchos aderezos.

Una obra maestra en la que Joël Dicker va construyendo, poco a poco, una compleja maquinaria que intenta explicar los hechos acaecidos en 1975. Pero sólo en la última página el lector oye el clic final que indica que todo está en su lugar, y la máquina echa por fin a andar. Y todo ello en el mundo más bien solitario de los escritores, con muchos libros dentro de la propia novela.

Una lectura muy recomendable y bastante fácil. De hecho, no está al alcance de muchas novelas el forzar al lector a avanzar por 660 páginas casi de un tirón, anhelante todo el tiempo por descubrir lo que se esconde tras la siguiente esquina.

Esta novela se publicó originalmente en francés (2012). Aparte de un gran éxito de ventas, obtuvo el Prix Goncourt des Lycéens, el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa y el Premio Lire a la mejor novela en lengua francesa. Alfaguara lo ha publicado en castellano en Junio de 2013, en traducción bastante correcta de Juan Carlos Durán Romero. Mi ejemplar es ya de la cuarta edición.

Si buscáis una novela apasionante para leer este verano, La verdad sobre el caso Harry Quebert es una excelente elección.

Pero, ojo, es adictiva. Os puede provocar el abandono de cervecitas, tumbonas, playa y siestas hasta que lo hayáis terminado.

JMBA

viernes, 5 de julio de 2013

Panorámica de Frankfurt

A finales de Marzo de 2013, tras viajar a Londres (ya os comenté mis visitas a The Shard y a la Pequeña Venecia) y luego a Bruselas (también os comenté mi estancia allí), la siguiente etapa fue Frankfurt, en Alemania, a las orillas del río Main.
El Dom (o catedral oficiosa) de Francfort, junto al
río Main. Vista desde la terraza panorámica de la
Main Tower.
(JMBigas, Marzo 2013)


Había comprado por Internet un billete de ferrocarril ICE Bruselas-Frankfurt (unas tres horas de recorrido). Para ello, utilicé la web de los ferrocarriles belgas. Resultó relativamente caro, ya que pagué 83€. Los precios, como ya viene siendo habitual, varían con la temporada y el horario.

La salida estaba prevista desde la estación Bruxelles-Midi para las 10.25 horas de la mañana del viernes 22 de Marzo. Recién inaugurada la primavera, pero todavía con fríos bastante glaciales por el centro de Europa. La mañana estaba soleada, pero fresquita.

Como había pernoctado en el Hotel Ibis Brussels Centre Gare Midi, me bastó cruzar con el equipaje la Avenue de Fonsny para entrar directamente en la gran Estación del Sur de Bruselas.

Nunca había viajado en un tren alemán ICE, el material más moderno para la alta velocidad. Si bien son muy confortables, me sorprendió la total carencia de espacio destinado específicamente para el equipaje voluminoso, en el extremo de los vagones. Ello provoca situaciones un poco bufas, como la pretensión de depositar en la repisa sobre los asientos bultos claramente demasiado grandes y pesados para esa zona, o la acumulación de maletas y bolsas por los pasillos, dificultando la movilidad de los propios pasajeros.
El momento mágico en que se ve la maravillosa Catedral
gótica de Colonia, justo a la salida en el tren de
Köln HBF.
(JMBigas, Mayo 2013)

El trayecto entre Bruselas y Frankfurt tiene un momento mágico, tras la parada en la Estación Central de Colonia (Köln HBF). Justo cuando el tren se pone en movimiento para seguir viaje, hacia atrás y a la derecha en el sentido de la marcha, se tiene una vista maravillosa de la conocidísima y preciosa Catedral gótica de Colonia. Un momento después, se cruza el Rhin por el gran puente ferroviario.

Llegamos a Frankfurt HBF (la gigantesca Estación Central de Frankfurt, Hauptbanhof) a la hora prevista (las 13.25). La primera sorpresa fue que en el propio andén (realmente, en todos los andenes de la estación), por donde el pasaje que acaba de abandonar el tren se dirige hacia el bloque principal de la estación y la calle, había una zona delimitada, sin más, en el suelo, para los fumadores. Hasta ese momento, todos los terminales de aeropuerto y estaciones ferroviarias que había visitado eran integralmente espacios sin humo. En fin, aproveché la ocasión para fumar un cigarrito tras más de tres horas de abstinencia.

Había previsto una estancia en Frankfurt de unas 48 horas. Para el domingo al mediodía tenía billete para un tren con el que viajaría hacia París. Era consciente de que Frankfurt-am-Main, a pesar de ser la capital económica de Europa, ya que ahí reside el Banco Central Europeo, el Bundesbank y la poderosa Bolsa de Frankfurt, sus alicientes para el turista son más bien limitados. Frankfurt es una ciudad de unos 700.000 habitantes, pero su talante es el de una capital de provincia grande. Tras la Segunda Guerra Mundial, cuando fue finalmente escogida Bonn como capital de la República Federal de Alemania, Frankfurt podría haberse convertido en la capital del país, pero eso nunca sucedió.
Sin Comentarios.
(JMBigas, Mayo 2013)

Por ello, había preparado una excursión en tren para el sábado que me llevaría a visitar la próxima ciudad de Heidelberg (ya os contaré los detalles en otra ocasión). Mi estancia en Frankfurt iba a radicar, pues, en las proximidades de la Estación Central. Por ello, y creo que con buen criterio, escogí un hotel muy próximo, al que poder llegar sin más que un breve paseo. Escogí el Leonardo Hotel Frankfurt City Center, un hotel de gama media, ubicado en Münchener Strasse, que es una de las calles principales que desembocan en la explanada frente a la HBF. Desde que bajé del tren, un paseíto de escasamente cinco minutos. Había estado unos años antes en un hotel de la misma cadena en Charleroi (Bélgica) y me pareció que ofrecen una buena relación calidad-precio.

Incluyendo el desayuno (un buffet más que correcto), conseguí una reserva por dos noches por muy poco más de 100€. El único inconveniente del hotel es que la conexión WiFi es de pago aparte y no está incluida en la tarifa del hotel. Eso sí, para urgencias puntuales, hay en la primera planta un Business Corner con un par de ordenadores conectados a libre disposición de los huéspedes.
Rascacielos junto a Taunusanlage. La torre negra con
la antena es la Main Tower.
(JMBigas, Marzo 2013)

Para facilitar la movilidad (y también la comodidad) por la ciudad, compré un billete de 24 horas (Tageskarte Erwachsene - Adulto -) por 6.40€. Con ese billete se puede utilizar libremente durante todo el día la red completa de tranvías, autobuses, metro (U-Bahn) y trenes de cercanías (S-Bahn), dentro de los límites de la ciudad de Frankfurt.

La visita que no quería perderme era la terraza panorámica en lo alto de la Main Tower. Este rascacielos, completado en 1999, ya forma parte del skyline de la ciudad de Frankfurt. Tiene una altura de 200 metros (56 pisos sobre el terreno, más cinco pisos subterráneos) y hasta 240 metros, incluyendo la colosal antena que surge de su tejado. Es un edificio de oficinas (la sede de varios bancos y hasta de una cadena de televisión), que tiene una terraza panorámica de acceso público.

La torre está situada en una zona de oficinas (Neue Mainzer Strasse, 52-58), muy próxima a la estación S-Bahn de Taunusanlage. Desde la HBF, basta tomar cualquier línea (S1-9) en dirección a Innenstadt y bajar en la primera estación.

Para acceder a la terraza, hay que comprar un ticket (5€) en la recepción de la planta baja. Se pasa un control de seguridad y se accede a los ascensores que, viajando a una velocidad de hasta 18 Km/h, te suben al nivel de la terraza panorámica. El mirador, al aire libre, aporta visibilidad de 360º sobre toda la ciudad de Frankfurt y sus alrededores. El eje de la ciudad es el río Main, en torno al que se articula. En la orilla norte está la pequeña zona del casco antiguo (conocida genéricamente como Römer - Romanos -) donde está el Dom, la catedral de Frankfurt.
Rascacielos de Francfort. Al fondo, en pico, la
Messeturm (Torre de la Feria).
(JMBigas, Marzo 2013)

Alrededor de la terraza hay múltiples paneles fotográficos, en los que se identifican al detalle la mayoría de los edificios singulares que se divisan desde ella. En la tarde de viernes que subí a la Torre, el día estaba bastante claro, a pesar de ser más bien fresquito, con lo que las vistas (y las tomas fotográficas que pude conseguir) fueron bastante completas.

De entre todo lo que se divisa desde ese mirador, yo destacaría el entorno del río Main (especialmente el casco antiguo de la ciudad), el conjunto de rascacielos (sede de Bancos y grandes compañías), las lejanas Fernsehturm (Torre de la Televisión) y Messeturm (Torre de la Feria). Y, muy especialmente, el complejo de la Estación Central, con sus múltiples bóvedas y la impresionante playa de raíles de aproximación.

La Main Tower ofrece algunos arreglos muy convenientes para celebrar bodas en ella. Cuando terminaba mi visita a la terraza, apareció todo un cortejo nupcial, con la novia de blanco y una cohorte de invitados endomingados. Todos con muchas ganas de fiesta.
Impresionante playa de raíles de aproximación a la
enorme Francfort HBF.
(JMBigas, Marzo 2013)

La Main Tower no tiene propiamente una tienda de souvenirs, aunque en la planta baja hay un expositor con varios objetos alusivos a la Torre, que supongo se podrán comprar en la propia Recepción.

De nuevo al nivel de la calle, anduve dos o tres cuadras hasta Willy-Brandt Platz, donde tomé un tranvía hacia el centro (Dom/Römer), que está bastante próximo.

El núcleo histórico de Frankfurt es una estrecha franja (peatonal), entre la Berliner Strasse y el río Main. Llegando allí, me entró un poco de hambre. Localicé un barecito (el Alten Limpurg am Römer) que ofrecía diversos tipos de salchichas y demás. Me metí y allí encontré la segunda sorpresa: en el local se podía fumar libremente. Pedí un bocadillo de Bockwurst  (un tipo de salchicha bastante gruesa y nutritiva) con una cerveza, amenizando la espera con un cigarrito. La cuenta fue más que modesta: 5,70€.
Römer es el centro antiguo de Francfort.
(JMBigas, Marzo 2013)

Paseé por toda la zona, hasta el río y luego hacia el Dom. El Dom es realmente la Iglesia de San Bartolomé, aunque se tiene como la catedral oficiosa de Frankfurt. Realmente, Frankfurt nunca ha sido una diócesis con derecho a Catedral. En cualquier caso, nada que resulte artísticamente impresionante.

Desde esa zona del Römer me dirigí hacia la principal arteria comercial de Frankfurt: el Zeil. En el camino, tuve la ocasión de realizar una visita muy interesante a un mercado popular (el KleinMarktHalle), con una variada y selecta oferta de toda clase de alimentos. Con especial énfasis, claro, en carnes y salchichas de todos los formatos, tamaños y colores.

El Zeil es una gran avenida peatonal, jalonada de tiendas y Grandes Almacenes. Ese viernes por la tarde había una multitud de gente por la zona, de compras o, al menos, mirando por los diversos comercios. Yo visité la sección de Librería de una de las grandes tiendas. Pero tantos libros en alemán me acabaron echando para atrás.
Zeil es la gran arteria peatonal comercial de Francfort.
(JMBigas, Marzo 2013)

Desde Hauptwache, un nudo importante en el transporte urbano de Frankfurt, volví a la HBF en un U-Bahn. Como llegué al bloque principal de la estación, una librería gigante (Schmitt und Hahn) me tentó con una amplia oferta de libros en inglés. Entre otros, compré uno escrito por un historiador inglés (Richard Bessel), titulado Germany 1945. From War to Peace. Es decir, la historia de esa Alemania recién salida del delirio nazi, y su espinoso camino hacia la paz y la recuperación (nacional, política y económica).

De vuelta al hotel, para cenar, me apetecía un restaurante italiano. Pregunté por alguno en la recepción del hotel, y me recomendaron la Pizzería Mesina, a un par de manzanas del hotel (Elbestrasse, 14). Resultó ser un típico restaurante italiano fuera de Italia, que se esfuerza en aportar un tipismo ciertamente kitsch. Escogí un Schnitzel Milanese, es decir, una clásica Milanesa, enorme y excelente. Acompañada con una jarra de vino tinto Montepulciano, acabó siendo una cena muy agradable.
El río Main, hacia el Este, desde la pasarela peatonal
(Eiserner Steg).
(JMBigas, Marzo 2013)

Como es habitual en las cercanías de las grandes estaciones ferroviarias, por esas calles hay diversas tiendas de conveniencia, abiertas hasta altas horas de la noche, donde se puede comprar un poco de todo (sandwiches, pan, embutidos, prensa, refrescos, cervezas, botellines de ron o whisky, etc. etc.). Compré lo necesario para poder tomar un Cuba Libre en la habitación del hotel, antes de echarme a dormir.

El sábado por la mañana tomé un tren hacia Heidelberg, pero esa excursión ya os la contaré en otra ocasión. Por la tarde volví a Frankfurt, cansado y con mucha hambre (prácticamente no había comido nada a la hora del almuerzo). Decidí pasearme por las cercanías del hotel (por la Kaiserstrasse, la principal avenida que desemboca en la HBF). Finalmente me metí para cenar en un local de diseño llamado BonaMente (Kaiserstrasse, 51). Se presenta como una SteakHouse y ofrece, principalmente, carnes selectas. Aunque también pretende tener un cierto toque español (steaks, tapas).

Escogí una carne y sucumbí al jamón ibérico que ofrecía la carta, como entrante. Lógicamente, acabó siendo un jamón mediocre, pero bueno, me trajo un cierto recuerdo de casa. Escogí un Merlot chileno, muy correcto. Al final, la cuenta resultó dolorosa, al tener que añadir a un total ya abultado el cargo por servicio que el camarero (muy profesional) alegaba que no estaba incluido en la factura. En esos casos, en general, no me apetece discutir.
Explanada frente a la Estación Central de Francfort
(Frankfurt HBF - Hauptbanhof)
(JMBigas, Marzo 2013)

Para el domingo al mediodía, debía tomar un tren en la HBF a la una de la tarde, en dirección a París. Por la mañana tenía interés en acercarme al río, para ver si había alguna oferta para dar un paseo en barco y ver la ciudad desde el agua.

Me acerqué de nuevo a Römer, y de allí hacia el río Main, por la zona de la pasarela peatonal (Eiserner Steg). La mañana estaba fría, fría, y el viento a esa temperatura te cortaba el aliento. Vi una compañía que publicitaba (sin público alguno, que el tiempo estaba muy desapacible) un paseo por el Main, pero me echó para atrás el frío. Si ya en tierra firme la supervivencia se hacía complicada, imaginarme en medio del río con ese viento frío me desmoralizó, y abandoné la idea original.

Para pasar el tiempo que me sobraba hasta la hora de mi tren, tomé un tranvía hacia la HBF, y seguí en él cruzando a la orilla sur del río, y a los diversos barrios totalmente residenciales en esa zona. Hasta que me bajé y tomé otro en dirección contraria, para pasar por el hotel y recoger el equipaje, y meterme en la HBF para abordar el ICE en dirección a la estación de Paris-Est. Un viaje de casi cuatro horas, por Kaiserslautern y Saarbrücken, hasta cruzar a Francia e integrarse en la red de Alta Velocidad TGV-Est.

En resumen, una breve estancia en Frankfurt, que me permitió hacerme una idea bastante cabal de esa ciudad alemana que siempre está en el centro de todas las polémicas económicas dentro de la Unión Europea.

Aparte de las fotografías que he escogido para ilustrar este artículo, podéis acceder a una colección más completa, de 45 fotografías, que ilustran la panorámica de la ciudad. Basta pinchar en la foto del Dom.

Panorámica de Frankfurt


JMBA