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martes, 28 de julio de 2015

Catalunya como problema (político)

Ni Catalunya ni los catalanes tienen ningún tipo de problema (real) con el resto de España y el resto de los españoles. Está claro que en todos los bandos hay cerriles, estultos y maleducados. Pero dejando de lado todos los tópicos de uso exprés, no existe ningún problema real de relación.

Sin embargo, Catalunya sí es en la actualidad un problema político que hay que resolver.

El inicio de esta última etapa del independentismo catalán lo podríamos situar en esa promesa incumplible que hizo Zapatero, sobre un eventual Estatuto emanado del Parlament. Los siguientes pasos se dieron al judicializar el conflicto, fruto de un persistente (si no directamente tozudo) rechazo por parte del Gobierno de España de afrontar el conflicto desde un punto de vista político.

El siguiente escalón es de origen sociológico o de psicología colectiva. El proyecto de país que es España (todos los países necesitan tener un proyecto, una idea de lo que quieren ser de mayores) se ha deshinchado de forma alarmante. Actualmente, ser español no es nada de lo que nos sintamos especialmente orgullosos. Parecía que alcanzábamos el pelotón de cabeza de los países del mundo, pero eso ya es solamente una ilusión. El peso político de España en la Unión Europea es lamentable y bastante alejada de la que debería correspondernos por PIB y población.

La crisis gestionada por el PP nos ha llevado a ser un país de servicios de bajo valor añadido, sin ningún tipo de liderazgo reconocido en el mundo científico, técnico o industrial. Los salarios se han deteriorado de forma alarmante, y nuestra juventud mejor preparada no ha tenido otra solución que buscarse un futuro en otros países. Eufemísticamente, la Ministra de Trabajo le llamaba a este fenómeno movilidad internacional. Pero no nos engañemos, la mayoría de jóvenes que se van a Alemania, al Reino Unido, a Estados Unidos o al Sudeste Asiático no tienen en sus planes de futuro volver a España para que se les reconozcan sus muchos méritos. Es emigración pura y dura.

La mayoría de los españoles no tenemos mucho más remedio que resignarnos a esa realidad, sin dejar de trabajar para intentar salir de ese pozo, y confiando en que un liderazgo político de más altas miras y que genere un mayor entusiasmo nos pueda acompañar y liderar en ese camino.

En Catalunya, sin embargo, un político listo (al menos eso hay que reconocérselo a Mas) identificó esa debilidad como una oportunidad política. Añadiéndole un elemento de tipo práctico, como es la pésima definición e implementación de la financiación autonómica, tuvo todos los ases en la mano para asumir un papel mesiánico, entregado a la tarea de llevar a su pueblo a la Tierra Prometida.

En todos los territorios con una identidad histórica bien definida, hay una parte de la población que se siente visceral y emocionalmente independentista. Una minoría que no puede concebir cómo su tierra no tiene un estado propio, a pesar de que el propio concepto de estado es ya del siglo pasado. El siglo XXI es más bien el mundo de la globalización, los temas se resuelven en otros ámbitos y parte de la soberanía se delega a organizaciones supranacionales.

Yo estimo que esa parte de la población, en Catalunya, puede rondar el 20%. Igual, por cierto, que puede suceder en el País Vasco, en Bretaña, en Baviera o en Escocia. Desde un punto de vista estrictamente político, el papel de esa minoría es, habitualmente, puramente testimonial.

Sin embargo, los fenómenos coincidentes de crisis de proyecto de país y del España nos roba (para hacer corta una larga historia, aunque sea profundamente injusto decirlo así), permitió a Mas y sus socios de ERC (los tradicionales separatistas testimoniales) atraer a una parte bastante más importante de la población. Muchos ciudadanos que piensan que España no tiene remedio (especialmente mientras siga gobernando el PP), que perciben al país como demasiado casposo y con el que no sienten ninguna ilusión en identificarse.

El proyecto de construir un estado nuevo desde cero hay que reconocer que destila una cierta ilusión colectiva. Facilitada, por supuesto, con la idea de que España no tiene remedio. Un bote salvavidas que navega alejándose de un paquebote que zozobra.

Es en este entorno en el que se han desarrollado las movilizaciones ciudadanas masivas para los 11-S de estos últimos años, y todas las iniciativas políticas de los últimos tiempos, de forma muy especial el truncado (a medias) referéndum del 9-N.

El núcleo separatista de Mas y Junqueras (con la colaboración, si no directamente el liderazgo) de organizaciones de la llamada sociedad civil como la Assemblea Nacional Catalana u Òmnium Cultural, ha atraído a una parte ya políticamente significativa de la población catalana.

Mientras tanto, en el otro bando (asumamos que la situación ya tiene dos bandos bastante bien definidos) no ha habido una reacción política a la altura del desafío planteado. Rajoy y su Gobierno se han enrocado en el Imperio de la Ley y en la Constitución, y siguen empecinados en tratar judicialmente lo que son iniciativas políticas. Una medicina que no cura la enfermedad que sufrimos.

Posiblemente hoy, si se planteara un referéndum de verdad en que votaran todos los ciudadanos de Catalunya, el bloque independentista sumaría en torno al 40%.

Hay una parte importante de la población de Catalunya que no es ni se siente independentista. Pero este grupo ha estado prácticamente callado, quizá sojuzgado por un entorno que tiende a ser asfixiante de pensamiento único. Y las únicas voces que se han oído se han alineado, prácticamente, con el nacionalismo españolista tradicional del PP. Lo que es más grave todavía, es que a un porcentaje nada despreciable de los ciudadanos de Catalunya les da absolutamente igual.

No he visto a nadie, en todo el espectro político nacional, que haya intentado suministrar un remedio, una medicina, para el problema de fondo que ha convertido un sentimiento testimonial en un desafío político. Por parte del Gobierno de España no he visto la más mínima iniciativa encaminada a revisar y hacer más justo el sistema de financiación autonómica. Y tampoco ayuda el triunfalismo dialéctico respecto a la situación económica, sin que se adivinen visos de inquietud por mejorar la posición internacional de España, de dignificar la Marca España y de avanzar en un proyecto ilusionante de país.

Dicho sea de paso, la situación en el País Vasco no tiene nada que ver. Desde un punto de vista práctico, su Concierto Económico les garantiza una razonable financiación autonómica. Y su cuota de separatistas viscerales no es que estén resignados, pero son conscientes de que el aliciente de un Estado Vasco, en estas condiciones, es muy limitado. Saben y conocen las ventajas de estar integrados en la Unión Europea y en la zona euro, y su industria saca conveniente partido de ellas. Un Estado Vasco, hoy, no tendría mucho más sentido que el puramente emocional o sentimental.

Mientras tanto, Rajoy ni está ni se le espera. Su Gobierno no hace más que denigrar a Mas y a sus seguidores, amenazar con el Tribunal Constitucional y hablar del artículo 155. Intentar bajar la fiebre a gritos. Absurdo, si no fuera lamentable y patético.

Ahora se plantean unas elecciones autonómicas para el 27-S (que todavía no están convocadas) que Mas y Cia. insisten en calificar de elecciones plebiscitarias. Han elaborado una (curiosa) lista a la que han llamado Junts per el Sí, aunque la CUP no ha querido integrarse. Confío en que acabe habiendo otras listas, de derechas, de centro, de izquierda, que sean capaces de insuflar en el electorado una ilusión diferente de la independencia. Si no fuera así, podríamos estar encarando un episodio que, como mínimo, resultará muy enojoso.

Sólo si fructifican esas listas alternativas podría movilizarse el electorado hasta el techo técnico del 80% (un decir) y que de esas elecciones salga una radiografía razonablemente completa del estado actual de la sociedad catalana.

Y confiemos en que las Elecciones Generales de fin de año nos traigan un Gobierno con mucho más talante de diálogo, y con la idea clara de conseguir que el proyecto de España como país nos vuelva a generar ilusión a todos.

JMBA 

lunes, 27 de julio de 2015

Trainstation. Historia de una adicción.

Debo empezar diciendo que soy aficionado a los ferrocarriles en general. En el mundo del ordenador, he probado diversos simuladores ferroviarios, pero siempre me he acabado aburriendo. En los simuladores propiamente dichos, el atractivo de viajar a bordo de la cabina de un tren durante un par de horas es muy limitado. Y en los juegos de estrategia del mundo del ferrocarril, a menudo las reglas son tan complejas, que un jugador puramente lúdico como yo, se aburre, o incluso a veces se agobia sin saber muy bien si construir una nueva línea va a ser rentable o me llevará a la ruina.

Trainstation es un juego que parte de un principio diferente. Es uno de los miles que es accesible, por ejemplo, desde Facebook. Las reglas son relativamente sencillas, y eso hace que al empezar a jugar, en los niveles iniciales, muy probablemente un jugador normal puede hastiarse y abandonarlo.

Pero al progresar en el juego, el atractivo aumenta y se convierte en peligrosamente adictivo. Os contaré un poco todo el proceso.

Al empezar, el jugador tiene una pequeña estación, con vía única. Dispone de una pequeña cantidad de oro (la moneda virtual con que se pueden comprar nuevos elementos que añadir a la dotación del jugador) y unas pocas gemas (con las que comprar los elementos más nobles del juego).

Para acumular oro, hay que hacer viajar los trenes propios. Para ello, primero hay que comprar una locomotora y algunos vagones, y echarlo a andar.

Hay tres tipos de material que pueden viajar en los trenes: pasajeros, correo y carga. A su vez, la carga se divide en dieciséis categorías (madera, clavos, ladrillos, cristal, combustible, acero, grava, uranio, cemento, caucho, carbono, titanio, mármol, cables, plásticos, silicio). Al principio, sólo los más elementales están desbloqueados, mientras que los demás se van desbloqueando al avanzar por los diversos niveles.

La mecánica es muy simple. Para mover pasajeros o correo hacen falta vagones de pasajeros, de correo o mixtos de pasajeros y correo. Para mover mercancías hacen falta vagones especiales para cada tipo de carga. Y para mover un tren hace falta una locomotora y algunos vagones. No se puede mezclar en el mismo tren pasajeros/correo y carga, y tampoco pueden viajar en un solo tren más de cuatro tipos de carga diferentes.

La disponibilidad de mercancías es teóricamente ilimitada. El jugador envía un tren de carga a uno de los destinos previstos, con duración de recorrido entre los 6 minutos y una semana completa. De vez en cuando aparece algún destino temporal con rendimiento bastante superior al habitual. Tras ese tiempo, el tren vuelve a la estación del jugador, cargado. Cuanto más largo es el recorrido, mayor es la carga. Al descargarlo, los materiales transportados se acumulan en el almacén de la estación del jugador, de tamaño no limitado.

La disponibilidad de pasajeros y de correo siguen unas reglas distintas. De acuerdo a la configuración de la estación (número y tipo de edificios y/o decoraciones) hay un límite máximo de pasajeros que pueden esperar en la estación. Cuando se envía un tren de pasajeros, disminuye el número de pasajeros en espera en la estación. Los pasajeros en espera van aumentando con el paso del tiempo, a una velocidad igualmente definida por la configuración de la estación. Tanto el límite como la velocidad de regeneración pueden aumentarse temporalmente mediante las banderas. Estas se pueden recibir periódicamente como regalo, o bien pueden comprarse en la tienda (gastando oro, gemas o alguna cantidad de algún tipo de materiales).

El correo hay que cazarlo. En la estación, continuamente aparecen pequeños sobres volantes. Clicando en ellos, se acumula una pequeña cantidad de correo al almacén. De vez en cuando, aparecen paquetes de correo, de mayor capacidad, que descienden a la estación con paracaídas.

Las locomotoras se caracterizan por su tecnología y su potencia. Al principio sólo están disponibles las de vapor. Al avanzar en los diversos niveles, empiezan a estar disponibles las Diesel, eléctricas y, finalmente, las de levitación magnética (MagLev). Cuando están disponibles, para poderlas comprar y utilizar, hay que realizar el correspondiente gasto en la tienda.

Por su parte, la potencia de las locomotoras se expresa únicamente por el número de vagones que pueden mover. Mientras que las primeras sólo pueden acarrear cuatro o seis vagones, al avanzar en el juego pasan a estar disponibles las grandes locomotoras para varias decenas de vagones. Cada locomotora tiene asociado el impuesto para moverla. Cada vez que se moviliza, con sus correspondientes vagones, se produce un pequeño gasto de oro, de combustible o de uranio, independientemente de que el movimiento sea para un recorrido corto o largo. Este gasto está asociado a cada modelo de locomotora.

Las locomotoras y vagones no sufren deterioro por el uso y por ello no precisan de mantenimiento. Esto hace que el juego pueda manejarse con bastante sencillez.

La mayoría de elementos pueden ampliarse durante el juego, mediante la correspondiente compra en la tienda. Así, las poquitas posiciones locales (el número de trenes simultáneos que se pueden manejar), pueden aumentar a 4, 6, 8, 10, 15,... O la vía única de la estación puede ampliarse a doble, triple, cuádruple,... de modo que se puedan manejar varios trenes simultáneamente.

Cada movimiento de un tren, así como su descarga, producen una cierta cantidad de puntos de experiencia (XP). Su acumulación es la que define el paso al nivel siguiente. Cada paso de nivel produce una recompensa (en oro, en gemas, en algún tipo de material o en correo). Un nuevo nivel puede suponer que ya estén disponibles algunos elementos previamente bloqueados.

Con los primeros niveles, el jugador se habitúa con facilidad a la mecánica del juego. Pero los trenes son pocos y cortos y los rendimientos escasos. Esto provoca que jugar sea aburrido y es más que probable que el jugador decida abandonar el juego.

Al jugarse desde Facebook, se abren nuevas posibilidades. Si hay algunos amigos que también son jugadores, puede haber nuevas interacciones y recompensas mutuas. La verdad, las desconozco porque nunca me he atrevido a intentar convencer a ninguno de mis amigos de Facebook a jugar a Trainstation. Yo descubrí el juego al ver que un amigo jugaba, pero sólo lo hizo hasta el nivel 5, y luego lo abandonó.

Hay dos elementos fundamentales que son los que aportan atractivo al juego, y lo pueden convertir en adictivo. Aunque, a menudo, suponen un cierto coste (en euros reales).

El primero son las líneas internacionales. Hay un cierto número de jugadores virtuales, que ofrecen contratos al jugador. Algunos de ellos están bloqueados hasta que el jugador alcanza un cierto nivel. Un contrato consiste en que el jugador envíe una cierta cantidad de recursos (oro o mercancías) mediante los correspondientes trenes. Cuando se ha realizado, el jugador virtual paga una recompensa. Esta puede ser un cierto número de gemas, algún edificio o decoración que nos permita aumentar el límite de pasajeros de nuestra estación, alguna locomotora o vagón que habitualmente no está disponible en la tienda, o un cierto número de silbatos. Un silbato nos permite atraer a nuestra estación un tren llamado express. Asistir a su descarga nos da una cierta comisión (oro, materiales y puntos XP).

Cada jugador virtual tiene definidos un cierto número de contratos (10, 40, 80, 100,...) que hay que ir cumpliendo en su orden. Normalmente, el último de ellos tiene una recompensa importante en gemas. Si se cumplen todos, el jugador pasa a tomar control de la estación de ese jugador virtual. Eso significa que se absorben todos sus recursos y se integran en los de la estación del jugador. En particular, su límite de pasajeros y su velocidad de regeneración se suman a los de la estación del jugador.

Todas las líneas internacionales tienen un recorrido de cuatro horas, que se puede reducir a tres horas con el desembolso de unas pocas gemas.

El segundo elemento es la barrera que define si el jugador se ha vuelto adictivo o no. Permanentemente hay una oferta especial en la tienda, que a menudo incluye locomotoras realmente potentes, para 35 ó 65 vagones, por ejemplo, o vagones de carga con una capacidad mucho mayor de la habitual. Pero su compra, a menudo, supone un desembolso importante de gemas. En un número tal que el jugador no confía poderlas reunir con el desarrollo habitual del juego. Y aquí aparece el dilema. ¿Cómo se pueden conseguir gemas en cantidades apreciables, fuera del juego?.

El primer método es como recompensa de alguna transacción de comercio electrónico, en un cierto número de proveedores autorizados. Yo, por ejemplo, conseguí una recompensa de 100 gemas mediante una reserva de hotel en Booking, que tenía que realizar de cualquier forma.

El segundo método es la compra directa de gemas, mediante su pago en euros, con cargo a la cuenta de Paypal o a una tarjeta de crédito. Cada gema puede costar poco más de un par de céntimos de euro, pero hay que comprarlas en paquetes predefinidos. A título de ejemplo, una locomotora con potencia para 65 vagones puede costar unas tres o cuatrocientas gemas. Reunir una flota importante de locomotoras y vagones puede costar unos cuantos miles de gemas, que representan algunos cientos de euros.

Cuando todos estos elementos están disponibles para el jugador, la adicción ya está instalada. Hay una cierta dependencia del juego cada cuatro horas, en que regresan los trenes de los últimos envíos internacionales y es el momento de recoger las recompensas, si se ha completado algún contrato, y de configurar los trenes para el siguiente envío. A su vez, hay que asegurarse de que los trenes locales nos aportan la suficiente cantidad de materiales para que no se vacíe nuestro almacén, al enviarlas a los jugadores virtuales. Al principio sólo hay dos posiciones internacionales, es decir, sólo se pueden mover dos trenes en cada turno. Pronto se queda corto, y el jugador se ve impulsado a un nuevo desembolso en la tienda, para aumentar ese número a 3, 4, 5,...

En fin, este es el mecanismo del juego, simple como el mecanismo de una boina para un jugador habitual, pero adictivo en el sentido de que genera cierta esclavitud.

Personalmente, estoy ahora en el Nivel 161, y he acumulado más de 16 millones de puntos de experiencia (XP). He absorbido ya dos jugadores virtuales, y mi estación permite hasta unos 37.000 pasajeros en espera, con velocidad de regeneración de unos 8.000 por hora. Dispongo de cuatro vías convencionales, más una MagLev, quince posiciones locales y ocho internacionales.

En mi flota tengo 7 locomotoras de potencia 65, 1 de potencia 64, 1 de potencia 56, 5 de potencia 35 y una de potencia 28, así como un elevado número de locomotoras de potencias menores (14, 10, 8, 4,...). Más de 900 vagones para el transporte de materiales, y varios cientos de vagones para pasajeros y correo. Y una composición de MagLev Centurion, con 25 vagones de mercancías de muy elevada capacidad. Y todo eso sin contar unas cuantas docenas de vagones especiales, que transportan materiales que no tienen valor para el juego, pero aportan vistosidad y aumentan los puntos XP que se obtienen moviendo trenes que incluyan alguno de esos vagones. Entre ellos, a destacar el vagón de cerdos, el de transporte de canguros o el que moviliza hojas de té.

En unos minutos, el último envío internacional habrá llegado a su destino. Habré completado algunos contratos, por lo que recogeré las recompensas, y verificaré las condiciones para el siguiente contrato con esos jugadores virtuales. Luego reconfiguraré los trenes para que lleven a cada uno de ellos el material que esperan. En un par de horas, el envío anterior habrá vuelto a mi estación, y podré enviar el siguiente.

Así sigo pegado a Trainstation.

JMBA

(31/8/15) - Y la adicción sigue. Ya he alcanzado el Nivel 199 (con más de 40 millones de puntos XP). En mi flota hay casi 1600 vagones de carga de materiales, y he tomado el control de la estación de cinco usuarios virtuales. Dispongo de dos composiciones de trenes Maglev de 25 vagones de carga de alta capacidad. En mi estación puede llegar a haber más de 100.000 viajeros en espera. He descubierto que las locomotoras eléctricas son las ideales para los vagones de pasajeros y de correo. Una sola composición de 66 vagones me genera casi dos millones de Oro tras el viaje de un día. En fin, continuará.

(10/11/16) - Ya voy por el Nivel 366, y he acumulado más de 650 millones de puntos de experiencia (XP). Dispongo de cuatro estaciones propias, de 41 líneas locales y de 13 internacionales. He absorbido casi todos los usuarios virtuales (sólo me quedan por terminar Giovanni y Cornelius). He acumulado más de 30.000 millones en oro y más de 20 millones de cada material. Ahora estoy intentando terminar los virtuales que me quedan, ir cumpliendo logros e ir completando mi colección de material para el Museo. Continuará.

(1/7/17) - Ya voy por el nivel 432, y he acumulado casi 1400 millones de puntos de experiencia. Tengo cinco estaciones propias (que me aportan más de 2 millones de pasajeros, sin añadir banderas), 51 líneas locales y 15 internacionales. He absorbido infinidad de usuarios virtuales, y ya sólo me quedan Christopher y Ling, a los que debo atender con composiciones Hyperloop. Por cierto, ya tengo más de 150 vagones Hyperloop, aunque voy escasito en materiales. De los materiales clásicos tengo más de 100 millones en muchos de ellos, y más de 50 millones en el resto. Mis reservas de oro son del orden de los 60.000 millones. En mi almacén caben 4.600 elementos, y en mi depósito hasta 67 composiciones. Estoy intentando completar los diversos logros, para ir cosechando las correspondientes recompensas. Continuará.

(8/12/17) - He alcanzado el nivel 470 y he acumulado casi 2.000 millones de puntos de experiencia. Mis líneas locales ya son 56 y las internacionales 16. Mi próximo objetivo es recaudar gemas a base de servir los contratos de Richard y conseguir algunas composiciones "potentes" en tecnología Hyperloop, la única que permite transportar "nuevos materiales". El inventario de materiales clásicos supera en todos los 100 millones, y en algunos ya alcanza casi los 200 millones. Pero en nuevos materiales sigo yendo a la pata coja. Mis recursos en oro ya superan los 100.000 millones. Mi almacén ya da cabida a 4.900 elementos y mi depósito permite hasta 69 composiciones. Continuará.

martes, 7 de julio de 2015

Grecia. Reset o Game Over.

Grecia ha sido muchas cosas maravillosas en la Historia. Fue la cuna de la democracia occidental, hace ya varios milenios. Fue el faro de lo que, evolucionando, ha venido a ser la cultura que nos resulta más próxima. En su época, Atenas y Esparta encarnaron las dos grandes aproximaciones al poder: sabiduría y fuerza. Su mitología fue reproducida por los romanos y se extendió con su Imperio por buena parte del mundo conocido.
(Fuente: iniciativadebate)

Pero hoy Grecia es, básicamente, un problema.

Un problema, es cierto, que tiene muchas causas y muchos culpables. Los equivalentes griegos del PP y PSOE han gobernado de modo alternado durante muchas décadas, y han alumbrado un sistema político y económico básicamente clientelar y corrupto. Un país donde los ciudadanos desconfían por completo del Estado, y le engañan todo lo que pueden. Un país donde pagar impuestos sólo se hace si no hay más remedio, y defraudar es muestra de poderío.

Un país donde hasta las reglas más básicas de un estado moderno son desafiadas continuamente por los ciudadanos. Sin ir más lejos, hemos visto al ya dimitido Ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, llevando en su moto a pasajeros y pasajeras sin el casco reglamentario. Según parece, la prohibición de fumar en lugares cerrados es sistemáticamente violada, ante la pasividad de ciudadanos y autoridades. Si no se respetan ni siquiera estas reglas simples, ¿cómo podemos esperar que su sistema fiscal sea capaz de alimentar las arcas del Estado de forma legal, justa y progresiva?.

Da la sensación de que el Estado no dispone de un sistema eficiente para la necesaria recaudación de impuestos. Y, en el pasado reciente, han tenido modos, modas y vicios de país ultrarico, estando en el vagón de cola entre los países europeos. Jubilaciones anticipadas o sobredosis de funcionarios sin una labor clara y definida son sólo algunos de los síntomas de una disfunción que se ha vuelto endémica. 

Ninguno de los gobiernos de las últimas décadas parece haber hecho nada consistente para modernizar el país, y ponerlo al nivel que debería estar, de acuerdo a su gran pasado y destacable historia.

Si no fuera un país europeo e integrado, por el momento, en la Unión Europea, Grecia correría un riesgo cierto de ser un estado fallido.

Su entrada en la Unión Europea y su incorporación a la moneda única fue una operación en que demasiados actores se pusieron una venda en los ojos, para conseguir lo que parecía interesarles. Se aceptaron como ciertas unas cuentas que luego se demostró que habían sido falseadas (o convenientemente maquilladas) con la colaboración inestimable de Goldman Sachs.

Alemania y muchos otros países de la Unión tenían (y tienen) un gran interés en que Grecia forme parte del club. Entre otras cosas, conviene no olvidar que Grecia es un país con una situación geoestratégica particularmente delicada. Forma parte de la incendiaria región de los Balcanes y es la frontera sur de Europa con Asia. Su vecino (y tradicional enemigo o, al menos, rival) es Turquía, un aliado militar de la OTAN, pero a su vez el país musulmán más poblado del área. Grecia tiene un presupuesto militar que dobla o triplica (en % del PIB) al de la mayoría de otros países desarrollados. Mucho material militar (de origen alemán, francés,...) ha sido comprado por Grecia en los últimos años.

Europa y, para el caso, la Unión Europea, no pueden permitirse que Grecia no esté en su órbita política, económica y militar. Simplemente no es posible.

El problema de fondo es que un país en la situación en que está Grecia sólo puede evolucionar, progresar y modernizarse a partir de la fuerza interna que puedan tener sus propios gobiernos y sus ciudadanos.

Pero, y este es un gran pero, Grecia ya está metida en una trampa de la que es prácticamente imposible escapar, al menos sin violar las reglas que la Unión Europea y el resto de instituciones quieren que todos los países cumplan. La adopción del euro provocó, sin duda, un ímpetu, público y privado, que acabó conduciendo al despilfarro y al descontrol. Ante la imposibilidad de la devaluación recurrente de su moneda nacional, la única solución ha sido la de aumentar desenfrenadamente la Deuda.

Si nada cambiara, el único remedio es que la propia Unión Europea tuviera un capítulo enorme de su presupuesto destinado a financiar, a fondo perdido y para siempre, a Grecia. Evidentemente, esa opción no es viable. La única posibilidad es intentar lo que están forzando las instituciones europeas, con más voluntad que éxito. Los millonarios paquetes de ayuda y rescates no han llegado, de verdad, al Estado griego y a sus ciudadanos, para financiar la modernización del país. Sólo han sido maniobras casi puramente financieras, para convertir la deuda en manos de bancos privados en deuda pública, es decir, financiada (pagada) por el resto de ciudadanos de la Unión Europea. Entre los que estamos, por cierto, los españoles.

Si vamos a creer al arrogante de Varoufakis, sólo un 9% de los enormes capitales destinados al rescate de Grecia han llegado al estado griego. El resto sólo sirvió para cambiar la deuda de manos.

El problema gravísimo de estos días es que la situación real de Grecia a día de hoy, si nos atenemos a la pura aritmética financiera, es la de un estado inviable. Condenado, simplemente para malvivir, a ver cómo su deuda pública siga aumentando día a día, confiando en que la inevitable explosión de ese globo gigantesco no les pille a los ciudadanos de hoy. Pero, lógicamente, los griegos están inquietos por el país que les podrían dejar a sus hijos y nietos. Esa burbuja reventaría, sin duda, en un momento u otro.

La única solución para Grecia es un reset completo, una puesta a cero. Hay varias fórmulas para ello, pero todas tienen un prerrequisito imprescindible: el Gobierno y el pueblo griegos deben tener absolutamente claro lo que deben empezar a hacer, sin falta, al día siguiente de darle al botón del reset. Entre muchos otros deberes, deberían poner la primera piedra (y todas las siguientes) para convertir a Grecia en un estado moderno y viable.

Esa puesta a cero podría producirse dentro o fuera de la Unión Europea y del Euro. El reset total supondría la salida del euro y de la Unión Europea, cambiar el nombre al país, para acaso dejar de estar obligado al pago de la monstruosa deuda pública, la creación de la Nueva Dracma (por ejemplo) como moneda nacional. Si hicieran las cosas bien, es probable que en dos o tres décadas pudieran solicitar de nuevo, pero sin trampas, la incorporación a la Unión Europea y al Euro. Claro que tres décadas a la deriva podrían llevar al país a estrellarse contra los arrecifes, o a crear lazos, indeseados por los europeos, con países terceros, como Rusia o China. El riesgo es, desde todo punto de vista, excesivo. Casi con seguridad, nunca volveríamos a conocer a la Grecia que hemos visto en las últimas décadas. Ese reset total, el llamado Grexit, sería en realidad un Game Over.

El reset sin que el estatus político y económico de Grecia cambie significativamente requiere de políticos (en Grecia y en la Unión) que sean auténticos estadistas que sepan ponerse metas para las siguientes décadas y no para el año siguiente. Pero las instituciones están plagadas de funcionarios sin perfil de estadistas, y el Fondo Monetario Internacional, por su parte, no es conocido, precisamente, por sus recetas mágicas sino por su infalibilidad en conseguir el empobrecimiento y la ruina de los ciudadanos que caen en sus manos.

Política y estratégicamente, la mejor solución es que esta puesta a cero se realice en el marco de la Unión Europea, de alguna forma bajo su tutela. La conversión de Grecia en un estado de Europa Occidental viable y moderno es posible, pero es tarea para una o dos generaciones y no menos de 20, 30 ó 40 años. La tutela es imprescindible porque, como para cualquier operación de largo plazo, hay que vigilar desde la proximidad que el día 2 y los sucesivos se esté un pasito más cerca del objetivo final para varias décadas después. La magia no existe, y todo camino hay que recorrerlo paso a paso. Pero ningún día puede el caminante sentarse a contemplar el paisaje sin dar un solo paso. Y cualquier desviación debe corregirse un momento después de que se produzca.

Este proceso debe estar liderado por estadistas con visión de largo plazo. Tanto dentro de Grecia como en la Unión Europea. Las medidas de corto plazo que son la especialidad del FMI (subida del IVA, bajada de pensiones y salarios, etc. etc.) sólo pueden tener sentido en el marco de un proyecto de más largo plazo, cuyo objetivo sea, de verdad, hacer de Grecia un estado europeo viable y competitivo.

Pero es imprescindible que nadie olvide que todos los actores que han intervenido en el tema en los últimos 20 ó 30 años son parcialmente culpables de que la situación haya llegado a donde está hoy. Resultan torticeros, falaces o directamente falsos los intentos de unos y otros de echarle toda la culpa a Syriza (el actual gobierno griego), a Nueva Democracia o al PASOK, a la troika, a las instituciones o al FMI. Los coroneles, los Papandreu y Karamanlis, el tecnócrata Papadimos, Samaras, Tsipras, así como todos los dirigentes de los grandes países de la Unión Europea y de la propia Unión, el Banco Central Europeo o el FMI, todos ellos tienen su parte de culpa en haber cerrado en algún momento los ojos, confiando en que la bomba que estaban cebando acabaría estallando en las narices de otro.

Hay que diseñar entre todos un proyecto viable para convertir a Grecia en un estado moderno, y hay que velar por su correcta implementación, día a día. Habrá sin duda, algunos condicionantes imprescindibles, como la quita de la deuda griega. Todo puede ser válido si se pone al servicio de un proyecto creíble, para las próximas dos o tres décadas. Así podría ser el reset para Grecia.

La alternativa, el llamado Grexit, sería el Game Over para el país tal y como hoy lo conocemos.

JMBA