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martes, 27 de mayo de 2014

¿Votamos diferente en las Europeas?

El domingo pasado, día de elecciones, en el espacio que denominan El Patio, dentro del programa Te doy mi palabra, que conduce Isabel Gemio en Onda Cero, llamaron al azar, como es su costumbre, a algunos teléfonos fijos dispersos por España. La escasa media docena de oyentes con los que consiguieron contactar y que aceptaron contestar a algunas preguntas, respondieron unánimamente a la pregunta de si iban a votar ese domingo, que sí y que votarían a su partido de siempre (fuera este el que fuera, que, lógicamente, ni se lo preguntaron ni lo desvelaron).
Pablo Iglesias y su formación Podemos, se ha convertido
en el gran protagonista de estas Elecciones Europeas.
(Fuente: ecoteuve)

Está claro que una parte de los votantes tienen este comportamiento de fe y lealtad ciega a un determinado partido político, pase lo que pase (aunque el resultado abrumador que consiguieron en la radio fue, sin duda, fruto de la casualidad). Posiblemente, este colectivo es el que ha sumado los resultados de PP y PSOE en estas Elecciones europeas. Globalmente, 4,1 millones de votos para el PP, y 3,6 millones de votos para el PSOE. De un total de 15,6 millones de votos válidos emitidos (excluyendo los votos nulos), esto representa, conjuntamente, que un 49% de los votantes han elegido uno de los dos grandes partidos. Menos de la mitad, lo que ha llevado a muchos de los innumerables tertulianos a hablar abiertamente, aunque creo que de forma excesivamente precipitada, de la muerte del bipartidismo.

La primera característica que hace que unas Elecciones Europeas sean diferentes de, por ejemplo, las Generales, es la elevada abstención. Esta vez, casi calcando el resultado de las anteriores, las abstenciones han alcanzado más del 54%. Es decir, más de un votante potencial de cada dos no tuvo ningún interés en acercarse a las urnas el domingo 25 de Mayo. Parece claro que la pedagogía que han intentado aplicar los políticos, para convencer al electorado de la importancia que tienen estas elecciones, ha fracasado.

No deja de ser curioso que se haya mantenido la misma desgana incluso tras un período donde Bruselas, genéricamente hablando, ha sido el demonio malo para muchos, y el origen de todos nuestros males. Que se haya mantenido el mismo nivel de desafección sólo puede explicarse por la sensación de impotencia que siente el ciudadano ante la implacable maquinaria (más burocrática que política, dicho sea de paso) de la Unión Europea. De una parte, el ciudadano medio no tiene nada claro ni el poder ni la función que tiene el Parlamento Europeo. De otra parte, España sólo contribuye con 54 eurodiputados a un Parlamento de más de 700. Aunque la acumulación de eurodiputados de una u otra tendencia acaba configurando unos pocos grupos políticos en el Parlamento Europeo, que son los que, finalmente, articulan el balance de poder e influencia de unos y otros. Algo parecido, en definitiva, a lo que sucede en cualquier otro Parlamento.

Pero si nos centramos en el comportamiento electoral de la (casi) mitad de los ciudadanos que sí han decidido votar en estas Elecciones Europeas, quizá podamos extraer alguna conclusión.

Da la sensación de que prácticamente la mitad han votado en clave de lealtad a su formación política de cabecera. Pase lo que pase. Resulta más interesante analizar el comportamiento de la otra mitad, esos más de siete millones de ciudadanos que han votado a fuerzas diferentes de los dos grandes partidos nacionales.

De una parte, el voto nacionalista de mayor o menor intensidad. En Catalunya, en particular, la abstención esta vez ha sido dos puntos menor que la media nacional. Y es que las urnas se han convertido allí, para muchos, en un obscuro objeto de deseo. Globalmente, las candidaturas de tintes nacionalistas que han obtenido algún eurodiputado han recaudado un total de 1,8 millones de votos y 6 eurodiputados:

- Coalición por Europa (CiU, PNV,...), 850.690 votos y 3 eurodiputados.
- L'Esquerra pel dret a decidir (ERC,...), 629.071 votos y 2 eurodiputados.
- Los pueblos deciden (EH-Bildu,...), 324.534 votos y 1 eurodiputado.

Los Verdes agrupados en la candidatura Primavera Europea han conseguido 299.884 votos y 1 eurodiputado.

Los dos partidos minoritarios ya tradicionales (UPyD y Ciudadanos), han conseguido globalmente 1,5 millones de votos y 6 eurodiputados. Que no se hayan unido, o confederado de alguna forma, o que no se hayan presentado en coalición, sólo se explica por el personalismo enfermizo de Rosa Díez, experta en certezas innegociables.

Para el votante con corazoncito situado más bien a la izquierda, pero sin lealtad inquebrantable al PSOE (sumido, por otra parte, en profundas crisis internas; visto por muchos como cómplice o culpable primigenio de la crisis económica y los posteriores recortes sangrantes; sumido en un ambiente asfixiante de corrupción y corruptelas galopantes), esos votantes tenían dos opciones principales: la tradicional Izquierda Unida y la novedosa candidatura de Podemos. IU ha vivido un incremento espectacular de sus resultados: 1.562.567 votos y 6 eurodiputados (frente a los 588.248 votos y 2 eurodiputados). Casi un millón de votos más, muy probablemente procedentes de votantes desencantados con el PSOE. Pero la sorpresa absoluta ha sido el resultado de Podemos, una formación política con solamente cuatro meses de vida. Han recaudado 1.245.948 votos y 5 eurodiputados. Ninguna encuesta o sondeo les asignaba más allá de un eurodiputado, e incluso este, dudoso. Y, por ejemplo, en la Comunidad de Madrid, se han situado como tercera fuerza política.

La Caverna mediática, por supuesto, se ha cebado con la candidatura del chaval con la coleta. Pasaron de la mofa impresentable a la alerta sobre su personalidad asamblearia, su proclividad al chavismo o al castrismo (los dos grandes demonios de la derecha rancia) y su presunto carácter antisistema. Y es que la Caverna se ha habituado a tolerar a los partidos de izquierda acomodados en el sistema (¿o debemos decir, del Régimen?), pero se siente tremendamente inquieta ante fenómenos que no comprenden.

Al final os daré mi interpretación del fenómeno. Pero antes conviene poner en negro sobre blanco la singularidad que tienen las Elecciones Europeas, que provoca que cualquier extrapolación sea muy arriesgada y siempre discutible.

Desde el punto de vista del detalle de la maquinaria electoral, lo que hace singulares las Elecciones Europeas es que son las únicas donde toda España es una circunscripción única. Esto provoca que los famosos restos de la Ley d'Hondt sólo se pierden una vez a nivel nacional, y no en cada una de las provincias como es el caso de las Elecciones Generales. En la práctica, esto significa que el coste en votos de cada eurodiputado es mucho más homogéneo en estas Elecciones Europeas, entre las grandes formaciones y las más pequeñas. Para PP o PSOE, el coste es de unos 250.000 votos por eurodiputado; mientras que para las formaciones pequeñas el coste ha llegado a ser, en algún caso, algo superior a los 300.000 votos.

Hasta 30 candidaturas han conseguido algunos votos, pero insuficientes para convertirlos en un eurodiputado. Entre estas, hay de todo. Desde algunas (pocas) de la ultraderecha (Falange y similares), hasta algunas puramente testimoniales o de implantación muy local o incluso localista. También se han quedado fuera tres nuevas formaciones que confiaban en el tirón mediático de sus cabezas de lista: Vox, con Alejo Vidal Cuadras, que renegó del PP y se ha quedado sin silla en Estrasburgo, pese a sus 244.929 votos; el juez Elpidio José Silva y su Movimiento Red, con sus 105.183 votos; y el Partido X, con el delator financiero Hervé Falciani al frente, que ha obtenido 100.115 votos.

En conjunto, un total de 1.179.068 votos han sido inútiles, es decir, que se emitieron para candidaturas que no han obtenido ni un solo eurodiputado.

Curiosamente, el número total de votantes efectivos ha sido prácticamente calcado que en las últimas Elecciones Europeas de 2009: 15.920.815 votos emitidos en 2014, frente a los 15.935.147 en 2009. Por ello, todas las interpretaciones que algunos se han apresurado a dar respecto a la desmovilización de cierto tipo de votantes, resultan extremadamente dudosas y plenamente discutibles. El PP ha intentado enmascarar su descalabro (han perdido 2,6 millones de votos y 8 eurodiputados) remarcando que han ganado las elecciones. Si bien es cierto que han sido la fuerza más votada (medio millón de votos por encima del PSOE), hablar de que han ganado, ignorando el evidente desastre, es una licencia muy pobre. Según el PP, esos 2,6 millones de votos corresponderían a votantes que, esta vez, se han quedado en casa. Esto no encaja mucho con que el total de votantes se haya mantenido prácticamente idéntico.

El PSOE ha sido, esta vez, mucho más realista, y ha reconocido una derrota sin paliativos. Posiblemente ha jugado un papel importante en esta asunción del desastre las muchas fuerzas internas que hace tiempo están por la renovación de la cúpula. Un desastre electoral de este calibre es una ocasión que ni pintada para mandar a Rubalcaba a su casa.

Pero entonces, ¿qué ha ocurrido en realidad?. Aunque sea una obviedad, conviene no olvidar el ciclo vital de los propios votantes. Desde 2009, muchos adolescentes de la generación Tuenti o Twitter, de los que han crecido con sus deditos pegados a la pantalla de un smartphone, han alcanzado edad para votar. Su experiencia política consciente está ligada a la crisis económica aguda, a las corruptelas de los partidos políticos mayoritarios, y a los inaceptables privilegios intocables de la casta de los políticos. Además, ya no sienten ninguna vinculación sentimental con la Constitución de 1978, y la Dictadura, para ellos, no es otra cosa que un tema más de sus clases de Historia. La democracia forma parte de forma natural de sus vidas y, por ello, suelen ser bastante más críticos con su escasa calidad. No es una sorpresa, pues, que muchos de ellos sean incapaces de votar a alguno de los partidos políticos tradicionales.

De otra parte, algunos votantes de edad avanzada en 2009, desgraciadamente habrán fallecido en este período, o quizá hayan caído en una situación de incapacitación que no les permite acudir ya a votar.

A diferencia de otros países de nuestro entorno (Francia, sin ir más lejos), la presencia de fuerzas de ultraderecha es prácticamente inexistentes o meramente testimoniales en España. En la práctica, esto significa que, en España, el PP aglutina un amplio espectro que incluye desde un centro derecha moderado, hasta posiciones bastante más extremas. Por ello, la fuga de votos por la derecha no tiene ningún sentido.

Las fugas por el centro (tanto para PP como para PSOE) han provocado aumentos espectaculares en los resultados de formaciones como UPyD y Ciudadanos.

Pero, a diferencia de la derecha, el voto de izquierda está bastante fragmentado. Las fugas por la izquierda han favorecido, evidentemente, a Izquierda Unida (prácticamente un millón de votos más). Pero, personalmente, creo que su resultado se ha visto lastrado, a pesar de la importante progresión, por el comportamiento que están teniendo en el Gobierno de Andalucía (misteriosamente complacientes con los escandalosos episodios de corrupción), o el inexplicable apoyo al Gobierno del PP en Extremadura.

De todos esos caladeros (los jóvenes y los votantes desencantados de la izquierda convencional acomodada) ha conseguido la formación Podemos su espectacular resultado.

La pregunta del millón es hasta qué punto estos resultados marcan una tendencia sostenible en el tiempo, y de qué forma pueden ser extrapolables a otras elecciones (Municipales, Autonómicas o Generales). Podemos se va a enfrentar a un desafío colosal, que es su consolidación como alternativa viable a otras opciones. Ahora les toca honrar a ese millón y cuarto de votos que han conseguido (calculo que un cuarto de millón de votos propios, y un millón de votos prestados).

Personalmente creo imprescindible abordar con seriedad un cambio de Régimen político, en otras palabras, un cierto proceso constituyente de gran calado, como he manifestado ya recientemente. Mientras que los partidos políticos convencionales parecen estar instalados con comodidad en el statu quo vigente y en los privilegios que les confiere, sólo Podemos parece ofrecer la esperanza de una visión nueva y diferente.

Está ahora en las manos de los componentes de esa formación que este voto prestado de la esperanza en el cambio profundo les convierta en una fuerza política consolidada y de creciente implantación. Porque la alternativa es que acaben siendo una flor aislada que brilló en esta primavera de 2014, destinada a marchitarse. Si me permitís utilizar términos empresariales, Podemos se enfrenta ahora a un cambio de modelo de negocio, que siempre es un paso muy delicado, abocado casi necesariamente al éxito o al fracaso, sin muchas posibilidades intermedias.

Porque la respuesta al título de este artículo es claramente positiva. Sí votamos diferente en las Elecciones Europeas. Incluso nos podemos permitir algunos experimentos. Salvo, por supuesto, los de la lealtad inquebrantable a unos u otros partidos políticos, pase lo que pase.

JMBA

miércoles, 21 de mayo de 2014

Volando sobre las Docklands de Londres

El London City Airport (LCY) es, con diferencia, el aeropuerto más cómodo para cualquiera que llegue a la ciudad de Londres. Es el único situado dentro de la ciudad, es pequeño y manejable, de modo que sólo unos minutos después de desembarcar se puede haber recogido el equipaje y estar ya a bordo de uno de los trenes del DLR (Docklands Light Railway), el metro ligero que recorre esta zona y te deja en plena City (Bank) a sólo unas pocas estaciones de distancia.
Viviendas privilegiadas junto a los Royal Docks.
(JMBigas, Abril 2014)

Aunque también tiene algunos inconvenientes, claro. Su tamaño no permite el movimiento de grandes aviones, por lo que todos los vuelos que llegan allí son de pequeño o medio rango, con aviones medianos o incluso pequeños, y la oferta es muy escasa. Como ejemplo, de las docenas de vuelos que unen diariamente Madrid con Londres, sólo uno o dos vuelan al London City Airport. Además, acostumbran a ser algo más caros que los que vuelan a Heathrow, Gatwick, Luton o Stansted.

Lo cierto es que cualquier visitante neófito de Londres raramente visitará las Docklands. Salvo que vuele al LCY, o asista a algún evento (deportivo, musical,...) en el O2 o en el ExCeL London, o haya estado en los Juegos Olímpicos London 2012 (o haya visitado el recientemente inaugurado Queen Elizabeth Olympic Park, en las instalaciones olímpicas de Stratford), o haya viajado por trabajo a algunas de las oficinas de Canary Wharf, las Docklands no van a estar en la agenda de alguien que visite la ciudad por primera vez.

Las Docklands, al este de Londres, son la recuperación de un territorio tradicionalmente dedicado a actividades portuarias, y progresivamente caído en desuso y olvido. Su recuperación empezó con la creación, hace un par de décadas, del barrio de negocios en Canary Wharf (con una buena oferta de oficinas, hoteles, restaurantes,...) con el aliciente del agua que lo rodea todo. Su reválida fue la creación de las instalaciones olímpicas para 2012 en Stratford, un poco más al noreste de las Docklands propiamente dichas.
Terminal Emirates Greenwich Peninsula, del
teleférico Emirates Air Line.
(JMBigas, Abril 2014)

Con el objetivo de que estuviera en funcionamiento para la inauguración de los Juegos Olímpicos de 2012, la ciudad decidió la construcción de un teleférico que cruzara el Támesis por esa zona, con recorrido más o menos sur-norte. Su objetivo inicial era doble: integrarse de una parte con el modelo de transporte público de la ciudad (Metro - Underground o Tube -, DLR, London Overground,...) como una oferta más para cruzar el río por el este; y, de otra parte, llegar a ser un atractivo turístico para los visitantes.

Como ya hizo la ciudad de Londres con otras instalaciones singulares (como el London Eye o la Millenium Dome), se buscó un sponsor que financiara al menos una parte del teleférico, de modo que no supusiera un desembolso importante para los presupuestos municipales. Así nació, con el patrocinio de la línea aérea Emirates, el hoy llamado Emirates Air Line.

El presupuesto de construcción se dice que fue del entorno de los 60 millones de libras, de los que una parte provienen del patrocinio de Emirates, debiendo financiarse el resto a través de las tarifas de uso. Actualmente está integrado dentro de Transport for London, la compañía que gestiona todo el transporte público de la ciudad.
Cifras significativas del teleférico.
(JMBigas, Abril 2014)

El teleférico está actualmente en funcionamiento, salvo una semana al año (habitualmente en la segunda quincena de marzo) en que se detiene para el necesario mantenimiento. Mi visita a Londres en 2013 coincidió justamente con esa parada, pero en mi última visita, a primeros de Abril de 2014, he podido quitarme la espinita de volar sobre las Docklands en el Emirates Air Line.

El teleférico, construido por los expertos centroeuropeos Doppelmayr, tiene una longitud de algo más de un kilómetro (1.100 metros) y se eleva, en el cruce del Támesis, hasta los 90 metros de altura. Las cabinas, en número de 34, pueden acoger hasta 10 pasajeros cada una (incluyendo la posibilidad del transporte de bicicletas). Podría llegar a transportar hasta 2500 pasajeros por hora, pero su utilización, hasta el momento, raramente ha superado el entorno de los 20.000 viajeros por semana.

El teleférico tiene dos terminales: al sur, la Emirates Greenwich Peninsula, muy cercana al O2 y a la estación de Metro North Greenwich (Jubilee Line, zona 2 de tarificación); al norte, la Emirates Royal Docks, muy próxima a la estación Royal Victoria Docks (DLR, zona 3) y relativamente cercana al ExCeL London.
El O2 (ex Millenium Dome), con los rascacielos de
Canary Wharf al fondo.
(JMBigas, Abril 2014)

Las tarifas me parecen relativamente caras. El viaje en un sentido cuesta 4.30GBP (Great Britain Pounds, las libras esterlinas habituales), y exactamente el doble el viaje de ida y vuelta (8.60GBP). Para los que dispongan de la tarjeta Oyster, o una Day Travelcard, se obtiene un descuento del orden del 25% (3.20GBP para el viaje en una dirección; 6.40GBP para la ida y vuelta). Hay precios reducidos para niños y para usuarios regulares. Una tarjeta para 10 viajes cuesta 16GBP (a 1.60GBP el trayecto), y el mismo precio aplica a los usuarios de Oyster que realicen 5 ó más viajes a la semana. Se dice que solamente hay 4 (cuatro) usuarios que se beneficien de esta reducción.

Para el usuario habitual del transporte público londinense, el Emirates Air Line no resulta competitivo (salvo que se deba realizar explícitamente, y sólo, el trayecto que realiza el teleférico). Si hay que enlazar con otros medios, es mucho mejor (y más económico) abordar directamente la Jubilee Line o el DLR (según se esté a una u otra parte del río).

Y su proyección como atracción turística es muy limitada. Entre otros motivos, porque las Docklands en sí, como ya he explicado, raramente forma parte de la agenda del visitante ocasional. Muy distinto sería, por supuesto, que el teleférico cruzara el Támesis por la zona del Parlamento o de la Torre de Londres.
El ExCel London, escenario de eventos deportivos
y musicales.
(JMBigas, Abril 2014)

En mi caso, soy un visitante reiterado de Londres. Procuro, cada año, por lo menos dedicarle un par de días a la ciudad. Ello me lleva a perseguir las novedades, pues ya he visitado en alguna ocasión lo más habitual. Y, por otra parte, siempre me gusta cualquier cosa que suponga elevarse sobre el entorno y tener una vista diferente de la ciudad. Desgraciadamente para la ciudad de Londres, para Transport for London y para la propia Emirates, mi perfil de visitante es claramente muy minoritario.

Este año, diseñé un viaje ferroviario entre finales de Marzo y primeros de Abril, que incluyó (entre otros destinos) París y Londres. Llegué a Londres a bordo de un Eurostar procedente de París, antes de las nueve de la mañana del martes 1º de Abril. Había escogido un hotel bastante económico en la zona de King's Cross/St. Pancras (el Eurostar llega a Londres por la estación de St. Pancras). A poco más de 200 metros a pie de la estación, el Hotel Montana Excel (en Argyle Square) me ofreció una tarifa de 105GBP por dos noches, con el desayuno incluido. Un precio que, para Londres, es más que apañado.

Euston Road, la gran avenida que circula frente a las dos estaciones, es la frontera de la zona de Congestion Charge, el impuesto municipal especial que pagan los vehículos que circulan por el núcleo central de la ciudad. Esto supone que, cruzándola, las calles laterales son extremadamente tranquilas, con muy escasa circulación de coches. Tomando por Crestfield Street, a un centenar de metros se llega a Argyle Square, un remanso de paz con su parque central, y rodeada por casas tradicionales que, en su mayoría, han sido reconvertidas en hoteles de diversas categorías y precios.
Llegando a la Terminal Emirates Greenwich Peninsula
(JMBigas, Abril 2014)

Tras dejar el equipaje en el hotel (a esa hora no pude ocupar todavía la habitación), esperé hasta las nueve y media para poder comprar una Day Travelcard off peak para las zonas 1 á 6 por 8.90GBP. Antes de esa hora, esa misma tarjeta cuesta 17GBP, aunque por 9GBP se puede conseguir una que cubre solamente las zonas 1 y 2, las más habituales, dicho sea de paso, por las que se mueve un visitante de la ciudad.

Me dirigí directamente, en el Metro, a North Greenwich en la Jubilee Line. Allí salí a la superficie muy cerca del O2 (ya he comentado en otra ocasión mi visita a ese lugar). Tras un breve paseo, hacia la derecha del O2 y siguiendo las indicaciones, llegué hasta la terminal Emirates Greenwich Peninsula, que se sitúa al final de una extensa zona de aparcamiento de superficie.

Me sentí ciertamente excepcional, pues los viajeros brillaban por su ausencia. En taquilla pedí un billete de ida y vuelta. Me ofrecieron, por algo más de una libra adicional, la posibilidad de visitar lo que denominan Aviation Experience, un anexo a la propia terminal, dedicado al mundo de la aviación comercial. Al final, pagué 7.80GBP por el billete de ida y vuelta en el teleférico, más la extensión de ese minimuseo.
Una de las cabinas, llegando a la terminal
(JMBigas, Abril 2014)

Directamente y sin ningún tipo de cola ni aglomeración, por supuesto, abordé en solitario una de las cabinas (con capacidad para 10 pasajeros, recuerdo), para realizar el viaje de ida. La velocidad del teleférico es de unos 6 m/s, por lo que el trayecto entre las dos terminales dura algo más de tres minutos. Se eleva primero hasta los 90 metros de altura, para cruzar el Támesis. Las vistas son muy interesantes, porque toda la zona está en desarrollo, hay bastantes obras de construcción y el paisaje cambia con cierta frecuencia. La vista aérea del O2 es excepcional, así como la Thames Barrier, que regula el flujo del río.

Más adelante, se cruza el brazo de agua de los Royal Docks, con el London City Airport en la lejanía. La cabina va bajando, hasta recalar en la terminal norte, la Emirates Royal Docks. A esa hora de media mañana, la zona estaba prácticamente desierta. Hay allí bastantes oficinas y hoteles, así como algunos edificios residenciales de entorno privilegiado, y bares y restaurantes que ofrecen comidas más o menos rápidas, principalmente para los que trabajan por allí. También se estaban preparando varios camiones y furgonetas con oferta de bocadillos, hamburguesas, helados, etc.
Simulador de la cabina de un A380, en el anexo
Aviation Experience.
(JMBigas, Abril 2014)

Como había madrugado mucho esa misma mañana en París, ya tenía algo de hambre, por lo que, en uno de los cafés abiertos (desiertos a esa hora), pedí un bagel (una especie de panecillo de tamaño mediano), con muy abundante dosis de jamón y queso, y caliente. Con un refresco, pagué poco más de 4GBP, un precio en nada parecido a los que se practican en las zonas más turísticas de Londres. El día estaba soleado y era casi veraniego, por lo que comí tranquilamente en una mesita en la terraza exterior.

Supongo que si hay algún evento multitudinario en el ExCeL London, habrá incluso aglomeraciones por allí. Pero si no hay ninguna atracción especial, se respira una paz y tranquilidad total y absoluta.

Tras el aperitivo, abordé de nuevo el teleférico para el viaje de vuelta. A pesar de una temperatura excelente y lo despejado del día, el horizonte presentaba la tradicional calima de Londres, que difumina los perfiles de todo lo que no está bastante próximo. Los rascacielos de Canary Wharf, bastante cercanos, sí se veían con cierta nitidez, como fondo del O2. Pero, hacia el centro de Londres, el único perfil distinguible eran las cuatro chimeneas más famosas de Inglaterra, las de la Battersea Power Station, junto al Támesis, al oeste de la ciudad.

De vuelta a la terminal Emirates Greenwich Peninsula, dediqué un rato a visitar el anexo de la Aviation Experience. Allí te dan una pulsera activa, con la que se puede acceder a algunos de los vídeos disponibles o de los juegos habilitados para el visitante. En algunas pantallas, incluso se puede subir directamente a Facebook, por ejemplo, la experiencia de la visita. Quizá lo más interesante de visitar allí es un enorme motor de avión y la cabina simulada de un reactor comercial, en la que uno puede hacerse un selfie (mediante la pulserita de marras y una cámara instalada al efecto), a los mandos del avión.
Uno de los pilares centrales del teleférico, a su
máxima altura.
(JMBigas, Abril 2014)

En el piso superior también hay algunos simuladores reales de modelos comerciales como el A380. Se puede practicar un rato con ellos, previo pago de una tarifa que, creo recordar, rondaba las 50GBP por media hora, o algo así.

Hay también una pequeña tienda de recuerdos y un café.

Como era ya, más o menos, la una de la tarde, el área próxima al O2 estaba atestada de trabajadores de la zona comiendo por el césped (ya que el día era casi veraniego). Hay allí un supermercado TESCO, que ofrece almuerzos rápidos para comer por ahí.

Me dirigí de nuevo a la estación Norh Greenwich y seguí mi jornada por Londres.

Desde mi punto de vista, el atractivo que ofrece el trayecto en el teleférico es limitado. Como visitante, SI te interesa la zona de las Docklands, y SI te gusta todo lo que suponga elevarse por encima del entorno, entonces una visita al Emirates Air Line debería estar en tu agenda. Desgraciadamente, me temo que estas restricciones acaban en una muy pequeña minoría de los visitantes de Londres. Insuficiente para garantizar la rentabilidad necesaria de la instalación. Como tampoco tiene ningún interés especial para los usuarios habituales del transporte público de la ciudad, el resumen es que el Emirates Air Line, muy probablemente, acabe siendo, como ya se han oído voces de la opinión pública en esa dirección, un costoso elefante blanco.

Si sientes curiosidad por este teleférico, mi recomendación es que lo visites pronto. Porque no me extrañaría que, con el tiempo, deje de funcionar regularmente todos los días, y se limite, por ejemplo, a las horas punta, o a los días en que haya eventos significativos en el O2 o en el ExCeL London.

A mí me gustó la visita. Pero, en los próximos años, casi seguro que no la repetiré.

Aparte de las fotografías que he seleccionado para ilustrar este artículo, podéis acceder a una colección de 30 imágenes sobre esta visita, pinchando en la siguiente fotografía.


También podéis ver este vídeo, que ilustra (casi mejor que las fotografías), lo que supone el vuelo en el Emirates Air Line sobre las Docklands.



PD. Para ver bien el vídeo (y completa la imagen), podéis hacerlo directamente en YouTube.

JMBA

viernes, 16 de mayo de 2014

El ya imprescindible Proceso Constituyente

En 1978 lo pagábamos todo con las pesetas, sólo hacía dos años y pico que había fallecido (en la cama) el Dictador que gobernó España durante casi cuarenta años y viajar de Madrid a Zaragoza (y Barcelona) suponía recorrer cientos de kilómetros por una carretera de una sola calzada, con un carril por sentido, atestada de camiones. O viajar de Madrid a Burgos (o a París, para el caso) suponía coronar el Puerto de Somosierra (1.444 metros de altitud) por una carreterita de calzada única, frecuentemente afectada por la nieve, durante el período invernal.

En 1978 no existían los teléfonos móviles, Internet era (todavía) una entelequia a nivel popular y, por supuesto, no existía ni WhatsApp ni las redes sociales como las conocemos hoy, ni los GPS que hoy nos llevan de la mano a donde queramos ir.

En 1947 Franco había promulgado la llamada Ley de la Sucesión en la Jefatura del Estado que establecía, en su artículo 1 que "España, como unidad política, es un Estado católico, social y representativo que, de acuerdo con su tradición, se declara constituido en Reino". En su artículo 2 establecía que el Jefe del Estado era el propio Franco, y en el artículo 6 que Franco, en cualquier momento, podría proponer a las Cortes, para su ratificación, su sucesor, a título de Rey o de Regente.

El 22 de Julio de 1969, a propuesta de Franco, las Cortes ratificaron a Juan Carlos de Borbón (nieto del último Rey de España, Alfonso XIII, que se exilió en Roma con el advenimiento de la II República en 1931) como sucesor de Franco. El mismo día, el ya Príncipe de España juró guardar y hacer guardar las Leyes Fundamentales del Reino y los Principios del Movimiento Nacional. Aunque nunca se llamó así, el Príncipe juró, de hecho, la Constitución franquista.

A la muerte del Dictador, el 20 de Noviembre de 1975, Don Juan Carlos asumió la Jefatura del Estado a título de Rey. En los años siguientes, utilizó los poderes que le conferían esas leyes franquistas para facilitar el cambio de régimen y el advenimiento de la democracia a España. En Julio de 1976 nombró Presidente del Gobierno a Adolfo Suárez, un joven político de 43 años formado en el Movimiento Nacional (prácticamente el único lugar donde se desarrollaba política legalmente por esos tiempos). Suárez, un estadista de altos vuelos, hábil y sagaz, recientemente fallecido, supo rodearse de algunas figuras de la oposición democrática y de otros conversos del falangismo y del Movimiento, y consiguió cambiar el régimen de España. Pagó un precio muy alto, ya que su trayectoria política resultó incinerada al final de ese proceso.

Obviamente, algunas figuras prominentes del Estado, especialmente gerifaltes del franquismo y buena parte de la cúpula militar, eran especialmente reticentes a la evolución (reforma) política impulsada por Suárez. Como también lo eran, por su tibieza, la mayoría de líderes democráticos que habían vivido en la oposición (interior y exterior) al franquismo.

Un consenso muy infrecuente en la reciente Historia de España consiguió que las propias Cortes franquistas ratificaran su disolución y que se pudiera redactar una nueva Constitución para la España democrática, que fue proclamada finalmente el 6 de Diciembre de 1978. Lógicamente, una Constitución que tuvo que aceptar bastantes renuncias de unos y otros, para no pisar más callos de los imprescindibles. La Constitución ratificó la Monarquía instaurada por el Dictador, y permitió que la Transición Política en España fuera modélica, y se ponga de hecho como ejemplo en muchas Escuelas de Ciencias Políticas. Hubo que superar, en los años siguientes, algunas intentonas involucionistas, protagonizadas principalmente (pero no sólo) por militares descontentos, de los que el más conocido fue el llamado Golpe de Tejero, el 23 de Febrero de 1981, que tomó el Congreso de los Diputados, con el Gobierno al completo dentro, durante unas horas. Un triste episodio, hasta hoy nunca suficientemente aclarado.

En 1978, la Unión Soviética estaba en todo su esplendor, y la llamada Guerra Fría oponía a los dos grandes imperios que había en el mundo. Berlín era una ciudad dividida por un Muro (que no cayó hasta 1989) y la propia Alemania estaba dividida en dos Estados, uno de ellos tutelado por la Unión Soviética. El terrorismo islamista no se conocía, aunque había focos locales con fuerte presencia de terrorismo, a veces vagamente político, pero siempre sectario, por ejemplo en el País Vasco o Irlanda del Norte. La Europa de hoy ya poco se parece a la de 1978.

En 1978, España vivía prácticamente aislada al sur de Europa, y no era miembro ni de la OTAN ni de la entonces llamada Comisión Económica Europea, hoy Unión Europea.

Aunque la Constitución de 1978, con escasísimas modificaciones de detalle, sigue siendo la Carta Magna que rige la convivencia de los españoles, la España de 1978 es irreconocible si la comparamos con la que vivimos todos los días.

El PIB per cápita ha pasado de un equivalente a 4.227€ en 1980, a los 21.948€ de 2013 (tras descender, por la actual crisis económica, desde los 23.900€ de 2008). Nuestros jóvenes ya no conciben un mundo sin móviles, Internet, WhatsApp, Facebook o Twitter. Viajamos por todo el país en coches (bastante) modernos, a menudo con la ayuda de sofisticados dispositivos GPS, por autovías de calzadas separadas y varios carriles por sentido, o en trenes AVE de Alta Velocidad  que han puesto, por ejemplo, Barcelona a sólo dos horas y media de Madrid, sin tener que volar.

Todo lo pagamos en Euros, y podemos viajar por buena parte de Europa Occidental sin tener que pasar ni fronteras ni aduanas ni cambiar de moneda. Pese a algunas sombras, nuestros jóvenes están muy bien formados y hablan otros idiomas. La mala noticia es que muchos de ellos, por culpa de la profunda crisis económica que estamos viviendo, tienen  que irse a otros países para desarrollar sus vidas y sus carreras profesionales.

Hoy la televisión es en color y se puede acceder a cientos de canales. Y el acceso y la difusión de información es inmediato, gracias a las nuevas tecnologías.

En la práctica, casi las únicas cosas que no han cambiado en España desde 1978 son los tópicos (paella, sangría, siesta,...) y la Constitución. Y esto ya va siendo una anomalía histórica.

En los últimos tiempos estamos viendo de forma continua manifestaciones de descontento popular con diversos aspectos de nuestra realidad política. La clase política está muy desprestigiada frente a la opinión pública. Los episodios de corrupción entre (algunos) políticos son permanentes y afectan a todos los colores del arco parlamentario. Sólo son excepciones aquellos partidos pequeños que (todavía) no han tocado poder. Las formas electorales son puestas continuamente en entredicho desde todos los frentes, y los (presuntos) privilegios de los políticos son fuente de disensión pública. Los cargos electos no tienen que responder ante sus electores, sino ante los que mandan dentro de su partido, que lo han colocado en las listas, en un buen lugar.

El Estado Autonómico, desarrollado a partir de la Constitución, ha sido muy beneficioso en muchos aspectos, pero ha generado vicios y defectos que ya resultan inadmisibles. En muchos casos, han contribuido al gigantismo de la Administración Pública, con solapamiento, a menudo, de competencias. Y hay conflictos territoriales en diversas partes del Estado. Hoy en Catalunya de forma muy evidente, con un claro desafío separatista; pero de forma algo durmiente también en el País Vasco; y larvados en otras partes de España.

La única reacción a todas estas disfunciones que aporta el Gobierno de Rajoy es apelar al Imperio de la Ley, con la Constitución (inamovible) como losa eterna, como si la Constitución de 1978, tal cual es, tuviera alguna posibilidad de ser la Carta Magna de España todo lo que nos queda por vivir, y de regir la vida de nuestros hijos y de nuestros nietos hasta el final de los tiempos. Parece que entienden la democracia como si fuera binaria (se tiene o no se tiene). Olvidando, por ejemplo, que calificamos a ciertos países de democracias imperfectas que podrían, en el límite, convertirse en estados fallidos. Parece que ven la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio.

Pero la democracia no es binaria, sino que tiene grados. Y este país no se merece quedar estancado en la democracia que se supo (y se pudo) implantar con la Constitución de 1978. No podemos (ni debemos) renunciar a luchar por una democracia mejor, menos imperfecta. La Constitución de 1978 fue el marco legal encomiable, dadas las circunstancias, para la Transición Política de España. Pero la propia Transición tuvo un ámbito temporal que, de forma arbitraria, podríamos definir como 1975-1996. Tomando como final la vuelta al poder de la derecha del Partido Popular, tras los catorce años del gobierno socialista de Felipe González. La conclusión es que ya no estamos en la Transición.

Estoy convencido de que la Constitución de 1978 fue un trabajo brillante e inteligente, de fino encaje, generoso por parte de muchos, que permitió cambiarle la piel a este país de forma totalmente pacífica. Lejos de mí la más mínima crítica a la Constitución. Sólo que, en casi todos los aspectos, no ha evolucionado en paralelo a la evolución de España y de los propios españoles; y que hoy debemos ambicionar dar un paso adelante, con el fin de conseguir un funcionamiento democrático del Estado de mayor calidad. Lo que en 1978 resultaba prácticamente imposible, hoy debe ser nuestro objetivo para los próximos tiempos.

Si tomamos como ejemplo a nuestro vecino del Norte (Francia), veremos que su sistema político actual es la V República. Esto significa que ha habido otras cuatro, que han cedido el paso a la siguiente, con una nueva Constitución. Tras la Segunda Guerra Mundial, en Francia se proclamó la IV República, siguiendo el modelo de la Tercera, que regía antes de la guerra. Pero su forma de definición y distribución de poderes provocó una elevada inestabilidad de los sucesivos gobiernos (hasta 21 primeros ministros en el período 1946-1958). La IV República entró en agonía con la revuelta de los militares de Argel, que exigieron que Charles de Gaulle (el héroe bélico de la Francia Libre) fuera nombrado primer ministro. Este aceptó, con la exigencia de reformar el estatus político, con una nueva Constitución.

René Coty, el último Presidente de la IV República, siguió en su cargo hasta la proclamación de la V República, y la elección de Charles de Gaulle como nuevo Presidente de la República (8 de Enero de 1959), ahora dotado de los máximos poderes ejecutivos por la nueva Constitución. De Gaulle mantuvo ese cargo hasta 1969 y, de hecho, fue el primer Presidente de la República elegido por sufragio universal en 1965.

Hoy, en Francia, hay muchas voces que claman por una nueva vuelta de tuerca en el perfeccionamiento democrático y el advenimiento de una (hipotética) VI República. Este tipo de evoluciones es obligatoriamente muy lenta, pero es muy probable que esa nueva República acabe siendo una realidad en una o dos décadas.

Mientras, en España, estamos viviendo una época de muchas tensiones. A las que el Gobierno, como respuesta, sólo esgrime la Constitución como una ley inamovible, paradigma de la Democracia en mayúsculas. Sin atender al hecho de que, con los ojos de hoy, la España de 1978 que dio a luz a esa Constitución (que, repito, fue una obra casi perfecta para su época), resulta un anacronismo ampliamente superado y forma parte (casi) de la Edad de Piedra.

Recientemente hemos podido oír a Ramón Jáuregui (un veterano y sesudo político del PSOE) hablar de un (improbable) acuerdo al final de esta legislatura en 2015, para abordar una modesta renovación constitucional en la siguiente. Con el (casi único) objetivo de sofocar las tensiones territoriales, hoy manifestadas de forma muy evidente en Catalunya.

Todos los políticos son reticentes a abrir el melón constitucional. Algunas veces por motivos genuinos (este es un proceso complicado y delicado, que requiere de muy amplios consensos, que suponen renuncias de todas las partes), y otras por motivos espúreos (cualquier cambio constitucional se convertirá en un ataque frontal a muchos de los privilegios de los políticos, a los que tanto y tan rápido se han acostumbrado).

Pero ya hay demasiadas cosas en la realidad actual de España que no encajan en la Constitución de 1978. En estos casos no se puede forzar la realidad para que se ajuste a la Ley, sino que hay que trabajar para adaptar la Ley a la realidad del país y de sus ciudadanos. Con mucho cuidado y grandes acuerdos, pero con cierta premura. Hay que empezar a definir la tarea, aunque quizá no convenga llevarla a cabo hasta que hayamos superado la grave crisis económica y de desempleo que nos asola. Pero hay que definir una hoja de ruta y un calendario tentativo, cuanto antes.

Desde mi punto de vista, es ya imprescindible que la Constitución defina con claridad todos los derechos de los ciudadanos (obligando así a todos los gobernantes, sean de la tendencia que sean), Creo que conviene reconocer en la Carta Magna el carácter plurinacional de España, y ajustar el Estado a un modelo autonómico más perfecto, o a un modelo de corte federal homologable con otros países (como Alemania, en nuestro entorno más próximo). Creo imprescindible definir con claridad (y desarrollar de acuerdo a eso) que España es un estado laico y, por ello, ya no tiene sentido la existencia del Concordato ni que los actos oficiales del Estado sean ceremonias católicas. Sin perjuicio, por supuesto, de que todos los ciudadanos (incluyendo a los políticos, claro) tienen el derecho personal de tener sus propias creencias religiosas.

Yo no soy especialmente monárquico, pero tampoco soy antimonárquico. Sí creo, sin embargo, que hay que revisar el modo de Estado, porque una Monarquía instaurada por el anterior dictador ya no tiene mucho sentido en el siglo XXI. Que España pueda convertirse en una República Federal (por ejemplo) no debería asustar a nadie. Muchos de los países de nuestro entorno más próximo son Repúblicas, si bien es cierto que, en Europa, también hay algunos países, con democracias de mucha calidad, que siguen siendo, formalmente, Monarquías hereditarias de corte tradicional. Todo ello sin perjuicio de reconocer que Don Juan Carlos ha prestado a este país muchos y excelentes servicios, aunque oscuros episodios de corrupción salpican su entorno más inmediato, y sin empacho en aceptar que el Príncipe Felipe es un estadista excelentemente formado y un magnífico representante de España ante todo el Mundo. No me turbaría lo más mínimo, por ejemplo, pensar en una III República Española cuyo primer Presidente pudiera ser Felipe de Borbón, pero desprovista del carácter hereditario.

Comprendo que el concepto de República Española, en la vivencia, recuerdo e imaginario de muchos ciudadanos, está asociada a episodios muy tristes. Porque es cierto que, tras la victoria del Frente Popular en Febrero de 1936 y, muy especialmente, tras el Alzamiento y durante toda la Guerra Civil, la II República se convirtió en la práctica en un estado fallido, y el poder cayó, en muchas zonas, en las manos sectarias de comunistas y anarquistas. Pero conocer la historia es el mejor antídoto conocido para no estar condenados a repetirla.

En una reciente cena con unos amigos en Barcelona, uno de los comensales, que nunca había estado emocionalmente próximo a los principios soberanistas o separatistas, hoy se ha pasado a ese frente, con un argumento que me parece necesario que todos los españoles conozcan: la situación actual obliga, en cierto modo, a hacer un "reset" del país y empezar de cero; y eso no creo que sea posible en el entorno del Estado español. Pero tengo la confianza de que sí sepamos hacerlo con un perímetro mucho más reducido.

Parece inevitable que en territorios con fuerte carácter propio (como Catalunya o el País Vasco) haya un cierto porcentaje de la población (que yo estimo en el entorno del 20-25%) que se sientan emocionalmente separatistas, sin más consideraciones. El drama actual en Catalunya es que hay otra capa importante de la población (otro 25% como mínimo, estimo yo) que ya desesperan de conseguir que España (que los políticos españoles) sea capaz de evolucionar legal y constitucionalmente como ya es necesario e imprescindible para adecuar las leyes fundamentales a la realidad del país. Para ellos, el soberanismo o separatismo es una esperanza que les da cierta confianza en el futuro. Una esperanza que España parece negarles.

Por todas estas consideraciones, pienso y creo que un proceso constituyente (un cambio de régimen, en cierto sentido) es absolutamente necesario e imprescindible en España. Y cuanto antes, mejor. No hace falta que se produzca mañana, pero sí es necesario que mañana se empiece a hablar de ello, se empiece a definir una hoja de ruta y se empiecen a construir los acuerdos necesarios y a aceptar las renuncias exigibles.

De ninguna forma podemos aceptar que un número creciente de ciudadanos de hoy (y del mañana) no se sientan identificados con su Constitución y con su país.

Lo que me genera más desconfianza es darme cuenta de que en 1978 había muchos estadistas, en todos los frentes, dispuestos a trabajar por y para España. Y entre los políticos de hoy (en el gobierno y en la oposición de todos los colores) no veo más que profesionales de la política, funcionarios de alto nivel hábiles en la gestión del día a día, pero carentes de la visión de conjunto, de la noción del largo plazo (más allá de las próximas elecciones) y de los altos vuelos necesarios para que a un político le podamos llamar estadista.

Ojalá me equivoque, y este imprescindible proceso constituyente pueda empezar a ser una perspectiva viable desde el próximo lunes. Por el bien de todos.

JMBA

P.S. En este artículo he optado por no incluir imágenes, para no desviar la atención del tema principal.