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miércoles, 23 de diciembre de 2015

Las (delgadas) Líneas Rojas.

Decía esta mañana Susanna Griso en Espejo Público de Antena 3, al hilo de la complicada aritmética parlamentaria que han arrojado las recientes Elecciones Generales, "me agota el cortejo".
Susanna Griso.
(Foto de Luis Gaspar. Fuente: finanzas)

Tiene su explicación. Todos los partidos políticos que, de una u otra forma, van a ser necesarios para generar un escenario de estabilidad política en España, se están apresurando a dejar claras las líneas rojas que no están dispuestos a cruzar en los próximos procesos de negociación. Rajoy habla de la soberanía nacional, la unidad de España, la igualdad de todos los españoles (por cierto, como si se pudiera preservar algo que ya no existe desde la propia Constitución). El PSOE exige deshacer las reformas laboral y educativa del PP, y no acepta el referéndum en Catalunya, que es una de las exigencias sine qua non de Podemos. Ciudadanos son los más tibios en sus líneas rojas, porque dicen primar la gobernabilidad y estabilidad de España, para poder empezar a trabajar cuanto antes, dicen, en la regeneración política del país.

Para preservar las negociaciones que deberán producirse en las próximas semanas y meses, es vital, en cada partido, que el mensaje sea único. Todos procuran cumplir este requisito, aunque el PSOE parece tener más problemas que los demás, pues se han escuchado ya voces algo discordantes, como las de Susana Díaz, Fernández Vara o García Page. Pedro Sánchez tiene su fortaleza asediada por el fuego amigo, especialmente por parte de los barones territoriales.

Dicen de un diplomático que cuando dice No, quiere realmente decir que podría ser, bajo determinadas condiciones. Cuando dice que quizá, significa realmente que muy probablemente sí. Y cuando dice que , es que no es diplomático. Para los políticos se aplica un escenario muy parecido.

Todos se apresuran a hablar de líneas rojas, para dejar claro qué es lo que más caro van a vender en un proceso de negociación. Por eso todos están cuidando hasta el más mínimo detalle el lenguaje que utilizan, para poder justificar que no se desdicen de lo que prometieron, cuando acaben aceptando determinadas condiciones en las negociaciones de las próximas semanas.

Antonio y María son una pareja ficticia, que se sienta para negociar la forma en que van a gastar el dinero excedente del que esperan disponer este próximo año. Las líneas rojas iniciales de Antonio son que nada de tostarse al Sol en la playa en verano, alguna excursión obligatoria para esquiar y un coche nuevo. Las líneas rojas de María pasan por renovar las cortinas y el sofá del salón, pintar la casa, dos semanas de playa en verano, sin excusas. Y nada de nieve, que hace mucho frío.

Tras el proceso de negociación, las decisiones que acuerdan son las siguientes: realizar una revisión a fondo del coche, para aguantarlo un par de años más. Tendrán un coche como nuevo. Renovarán el sofá, porque es verdad que está hecho unos zorros, con quemaduras y manchas, pero las cortinas y el pintado deberán esperar a otro año. María no ceja en su empeño, pero acepta retrasar el gasto. En verano, irán dos semanas a la playa, en la Costa del Sol, porque la región ofrece muchos alicientes gastronómicos y culturales, aparte de tostarse al Sol. Los dos ganan, o por lo menos de eso se convencen. Lo de la nieve es complicado, hasta que descubren que a María le gustaría irse un fin de semana a una casa rural con sus amigos del Instituto, y Antonio lo acepta, a cambio de que ese u otro fin de semana él se irá a la nieve para esquiar con sus amigos.

Los dos han cruzado alguna de las líneas rojas iniciales y han matizado otras, pero se autoconvencen de haber conseguido a cambio compensaciones suficientes.

El problema con los partidos políticos en España y, por cierto, con la opinión pública, es que nadie está habituado a ver negociaciones de verdad entre ellos, donde todos deberán aceptar cruzar alguna línea roja, matizar otras y convencer a su electorado de haber conseguido a cambio compensaciones suficientes. Nos hemos acostumbrado a pensar que la única estabilidad posible es la mayoría absoluta de un partido, con su correspondiente rodillo parlamentario. Y eso es falso, como saben muy bien la mayoría de países europeos avanzados.

Por lo tanto, no deberíamos alarmarnos al evaluar las líneas rojas iniciales de cada parte, pensando que harán imposible cualquier acuerdo, porque eso forma parte, típicamente, de la fase previa a la negociación, del inicio del cortejo, como le llamaba Susanna. Es la fijación inicial de postura. Es definir con claridad el precio que se pondrá a cada renuncia.

Parece claro que la soberanía nacional y la unidad de España son principios a respetar, aunque no necesariamente por encima de cualquier otra consideración. Acordar un referéndum no vinculante para que todos los catalanes puedan manifestar libremente su posición respecto de su continuidad en el marco de España o su deseo de independencia, no atenta, de entrada, a ninguno de esos principios. Habrá que tener claro, en el caso improbable de que el resultado arroje una mayoría cualificada a favor de la independencia, cuál debería ser el siguiente paso. Posiblemente otro referéndum a nivel de todo el Estado, con una pregunta parecida, partiendo del deseo expresado previamente por los catalanes. En algún punto de ese proceso, seguramente el soufflé se habrá deshinchado.

Pero lo que parece claro, es que en Catalunya hay un problema al que hay que buscar, entre todos, una solución conveniente. En torno a dos millones de catalanes, por lo que parece, se sienten muy incómodos con su actual encaje en España. Y ese no es un hecho baladí, que se pueda ignorar impunemente.

Un proceso de este tipo tendría inicialmente, por supuesto, la oposición frontal de la mayoría de los votantes de PP y de Ciudadanos, y de una buena parte de los del PSOE. Y también tendría la simpatía de la mayoría de votantes de Podemos y de Izquierda Unida. Poner encima de la mesa la alternativa de que los independentistas pudieran acabar echándose al monte con una hipotética DUI (Declaración Unilateral de Independencia) y generar un escenario potencialmente prebélico, quizá podría convencer a muchos de que ese referéndum sería muy probablemente una solución menos mala.

Negociar es conseguir que una parte de tus principios sean aceptados, aunque a lo mejor algo matizados, a cambio de aceptar, aunque sea de forma muy matizada, los principio de los demás. El espacio de acuerdo, inevitablemente, está un poco más allá de las líneas rojas iniciales de cada uno de los actores.

Sólo hay que tener claro que tener un coche como nuevo no es exactamente lo mismo que tenerlo nuevo, pero se le parece lo suficiente. Y que la región de la Costa del Sol, a pesar de sus playas y Sol, ofrece muchas alternativas gastronómicas y culturales. Todos deben tener una forma de justificar sus renuncias en base a que todos deben estar convencidos de haber conseguido más cosas de aquellas a las que han renunciado. Es el famoso escenario Win-Win, en que todos terminen convencidos, y con capacidad de convencer a sus votantes, de que han ganado en la negociación.

Tengamos, pues, en cuenta, que las líneas rojas de que hablan los políticos estos días son como el despliegue inicial de la cola multicolor del pavo real: la etapa inicial del cortejo. Parece razonable pensar que cualquier negociador empiece por definir sus líneas rojas (aquello a lo que sólo estará dispuesto a renunciar a cambio de enormes compensaciones) y a tener preparada su zona de confort, donde, utilizando al principio un lenguaje inevitablemente ambiguo, pueda al final justificar, ante sus electores, socios o accionistas, que la negociación les ha sido muy positiva, y que el escenario ha sido claramente de ganancia propia.

Sería, pues, muy recomendable, que los periodistas y tertulianos refrenen su ansiedad, para evitar que alguno de los actores pueda salirse en algún momento del guión, y eso le acabe pasando factura ante sus contrapartes en la negociación, debilitando su posición, o ante sus propias bases para justificar los acuerdos finales.

Cualquier negociación es como el puchero. Hay que dejar que el chup-chup vaya haciendo su efecto, y que el tiempo atempere todos los ingredientes, para conseguir, al final del proceso, un cocido para chuparse los dedos.

No creo que estemos abocados a otras Elecciones que, además, de poco servirían para aclarar el escenario. Estoy convencido de que un acuerdo razonable es posible. Pero hay que dejarles tiempo a los políticos y confiar que estarán a la altura que los ciudadanos les requieren.

Dejadme creer que eso es posible.

JMBA

lunes, 21 de diciembre de 2015

El Laberinto Español. La (improbable) Solución S2.

Ya estamos en el día después. Este domingo los ciudadanos han acudido a las urnas para depositar sus votos, y ya tenemos los resultados. Confusos, para empezar a hablar.
Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta del Gobierno.

Analizaba hace unos días el laberinto al que se enfrentaba el votante. Estas Elecciones han exportado al país entero el laberinto en el que se debatía cada votante. Al final, frente a las urnas, ha primado un poco más el voto del temor que el de la esperanza. De este modo, Ciudadanos ha quedado claramente muy por debajo de las expectativas que se le asignaban y que ellos mismos esperaban. Y Podemos, habiendo alcanzado un excelente resultado, se queda lejos del sorpasso anhelado al PSOE. Me temo que, en las circunstancias actuales, ambos partidos emergentes han alcanzado su techo electoral.

El bipartidismo sufre, pero ha resistido el embate de las nuevas fuerzas. Ha sufrido un descalabro monumental, bajando del 77% de los votos conjuntos de PP más PSOE en 2011, al 51% que obtuvieron este domingo. Pero algo más de un votante de cada dos sigue confiando en el bipartidismo tradicional como la fórmula para gobernar España. El PP ha perdido más de 60 escaños, y el PSOE otros 20 más.

Y, por cierto, estas Elecciones han dejado fuera del Congreso a algunos históricos, como Duran i Lleida o Eduardo Madina. El soldado Mas, además, yace exangüe en una cuneta cualquiera, y su investidura como President ya es un tema de política-ficción de serie B.

En las próximas semanas veremos los diferentes intentos para formar un gobierno estable. Un empeño que parece extremadamente complicado, dada la aritmética parlamentaria que han arrojado las urnas.

En primer lugar, como fuerza más votada, Mariano Rajoy debe intentarlo. Podría conseguir la abstención de Ciudadanos, pero poco más. Tendrá en contra a la práctica totalidad del resto del Parlamento. Su empeño no puede conseguir ningún resultado.

A continuación, Pedro Sánchez debería intentarlo. Para salir adelante en una primera votación, debería conseguir un pacto, al menos de investidura, que le diera la mayoría absoluta en el Parlamento. Para ello debería conseguir un acuerdo contra natura con fuerzas muy contrarias, incluyendo, por ejemplo, a ERC y a Democràcia i Llibertat (ex Convergencia). Además, de, por supuesto, el apoyo de todos los diversos aromas de Podemos. En estas condiciones imposibles, quizá podría conseguir la investidura. Pero con ello cruzaría todas las líneas rojas que se habían trazado hasta ahora en el PSOE.

En una segunda votación, persiguiendo la mayoría simple, debería conseguir más votos positivos que los negativos que obtendría, con seguridad, de todos los diputados del PP. Y, para asegurar la abstención de Ciudadanos, no podría llegar a ningún tipo de acuerdo con fuerzas que preconicen un referéndum para Catalunya. Otra ecuación imposible.

Si ese fuera el curso de los acontecimientos en los próximos meses, la única solución sería convocar nuevas Elecciones Generales que serían, en la práctica, como una segunda vuelta. En estas condiciones, el voto tendería sin duda a polarizarse en torno a los que tengan opción efectiva de formar Gobierno. Esto podría perjudicar a Ciudadanos y a Podemos, pero llevaría, muy probablemente, a otro escenario imposible. En el límite, imposible por diversas razones, de que todos los votantes de Ciudadanos decidieran votar al PP, y todos los de Podemos decidieran dar respaldo al PSOE, veríamos de nuevo a dos partidos en el entorno de los 160 diputados, sin posibilidad alguna de negociar pactos, incluso sólo de investidura, con otras fuerzas.
Susana Díaz, Presidenta de Andalucía.

La solución, que sería muy novedosa en España, porque nunca hasta ahora se ha producido, ni siquiera ha habido escenarios electorales que la preconizaran, sería la Gran Alianza de PP y PSOE por el bien común del país. En otras palabras, sería la investidura de Rajoy con la abstención, entre otros, del propio PSOE. Un escenario imposible con Rajoy y Sánchez al frente de los dos partidos, después de los muchos insultos que se han cruzado, tanto en el Parlamento como en el Cara a Cara en la televisión.

La solución podría ser la S2. Me explicaré. Consistiría en sustituir a los líderes de los dos grandes partidos por Soraya Sáenz de Santamaría en el PP y por Susana Díaz en el PSOE. Soraya puede alegar estar limpia de los episodios conocidos de corrupción. Y Susana puede exhibir sus resultados electorales en Andalucía como primera fuerza, mientras que Pedro Sánchez, en su feudo de Madrid, sólo ha alcanzado el cuarto lugar.

La S2 podría escenificarse sin convocar nuevas elecciones, si los dos grandes partidos decidieran primar los intereses globales del país frente a los de su propio partido o a los de sus líderes actuales. O podría escenificarse como un cataclismo previo a unas nuevas Elecciones Generales.

Si no hubiera nuevas Elecciones, el Gobierno debería ser del PP con la abstención del PSOE en la investidura, con pactos de Estado previamente negociados para muchos de los grandes temas de país que hay que afrontar en el corto plazo. Y si hubiera una segunda vuelta, habría que ver los nuevos resultados obtenidos por cada uno de ellos, para decidir quién debería liderar la formación del nuevo Gobierno.

Con las votaciones del 20-D nos hemos asomado, colectivamente, al abismo del caos. Y el Caos, hermoso de contemplar en su propio desorden, no es un hábitat agradable para instalarse en él.
Gerald Brenan, en Yegen (Alpujarra granadina) en 1920.
(Fotografo: Carlos Pranger. Archivo Español de
Gerald Brenan. Fuente: revistaentrelineas)

Está claro que el bipartidismo de las últimas décadas está dando boqueadas, pero el bipartidismo en sí no es una mala opción para cualquier país. Avanzar en ese sentido supondría una completa refundación de los dos grandes partidos. Debería consistir en convertir al PP en el PDL (Partido Demócrata Liberal) y al PSOE en el PSD (Partido Social Demócrata). Unos nuevos partidos en los que podrían encontrar acomodo, o quizá incluso liderazgo, respectivamente Albert Rivera y Pablo Iglesias. Y sus primeros líderes podrían ser Soraya y Susana (la entente S2).

Espero que hayáis disfrutado durante un rato, como lo he hecho yo mismo, acompañándome en el desarrollo de este escenario de política-ficción.

Cualquier otra opción pasa por que casi todos tengan que tragarse un buen montón de sapos indigestos. Lo que no descarto que hagan, por cierto, a cambio de conservar (o conseguir) cuotas de poder.

Gerald Brenan, ese gran hispanista británico que se enamoró de la Alpujarra granadina, al que incluso Carlos Cano dedicó un pasodoble, publicó en 1943 un ensayo histórico que tituló El Laberinto Español. La obra tenía como subtítulo, antecedentes sociales y políticos de la Guerra Civil española.

Afortunadamente, no todos los laberintos tienen la misma salida.

JMBA

viernes, 18 de diciembre de 2015

El Votante en su Laberinto

Estamos a un par de días solamente de una de las Elecciones Generales más decisivas de las últimas décadas, y, sin embargo, las encuestas, sondeos y sensaciones de los entendidos parecen indicar que hay, todavía, un elevado número de votantes indecisos. Según algunas fuentes, incluso por encima del 20% de los que están seguros de que irán a votar, todavía no saben muy bien por quién.

Y es que el escenario político, esta vez, es complicado y, a la vez, apasionante. Hay dos formaciones emergentes, que no están presentes en el Parlamento actual y que, según todos los indicios, pueden alcanzar una posición importante, incluso por encima de los cincuenta escaños cada una de ellas. Ciudadanos y Podemos son los grandes protagonistas. Y parece que podrían barrer a otras dos fuerzas que ocupan espacios parecidos, pero que nunca han sabido ser algo más que fuerzas testimoniales. Estas elecciones podrían ser el final de UPyD y de Izquierda Unida. O no, que sorpresas habrá el domingo, con seguridad.

El bipartidismo de PP y PSOE, que han tenido la total hegemonía de la escena política los últimos casi cuarenta años, está muy seriamente amenazado. Las previsiones indican que podrían estar, conjuntamente, claramente por debajo del 50% de los votos. Este bipartidismo que ha venido perpetuándose a sí mismo es víctima de la esclerotización de la política, de la tiranía de la partitocracia y del aparato de los propios partidos, y de un sistema político que ha facilitado hasta límites irrespirables la construcción de auténticas maquinarias de corrupción, latrocinio y saqueo de lo público. No lo tienen todo perdido, pero deben apuntarse con premura y decisión al carro de la regeneración política. Lo que, hasta ahora y por cierto, no se ha visto con nitidez.

Ha llegado el momento de un cierto cambio de régimen, que sustituya al statu quo creado por el proceso constituyente que culminó en 1978, y que ha prestado grandes servicios a España desde entonces, pero que se ha ido agotando y quedando sin fuelle. Ciudadanos y Podemos, desde posiciones reconocibles como neoliberales a la derecha y socialdemócratas a la izquierda, representan muy bien esa esperanza de cambio, no sólo de Gobierno, sino también de régimen y de práctica política. Cabe la posibilidad de que, en unos años, puedan constituir el nuevo escenario de bipartidismo que nos acompañe las próximas décadas.

Pero el voto, que es un acto de tremenda intimidad, se mueve a menudo por emociones no siempre perfectamente identificables. En el voto del 20D reconoceremos, por lo menos, el temor y la esperanza. Algunos sienten el temor de que los nuevos actores no estén capacitados para gobernar España. Es cierto que son formaciones muy jóvenes, casi sin historia (por lo menos a nivel nacional, en el caso de Ciudadanos) y que han crecido mucho y con mucha rapidez. Esto ha provocado, inevitablemente, crisis de crecimiento, ya que han tenido que incorporar cuadros a gran velocidad y no siempre con los necesarios filtros. De otra parte, el mensaje de Podemos se ha ido atemperando, desde la dinámica prácticamente antisistema, heredera de los movimientos populares del 15M, hasta una posición mucho más asimilable a una socialdemocracia del centro o norte de Europa. Esto también ha creado confusión en algunos de sus seguidores tempranos, aunque ha atraído a muchos votantes tradicionales del PSOE. El mensaje de Ciudadanos, por su parte, resulta a menudo algo ambiguo, y difícilmente situable en el espectro tradicional español derecha-izquierda. Y las declaraciones poco contenidas y nada disciplinadas de algunos de sus representantes han creado fuegos donde no los había. Parece que los españoles tenemos ciertas dificultades para poner derecha y moderna en la misma frase.
Los cuatro líderes políticos que, muy probablemente, van a tener
protagonismo tras el 20-D.
(Fuente: elperiodico)

De otra parte, Mariano Rajoy no creo que despierte entusiasmo, ni siquiera entre muchos del fondo de armario de los votantes tradicionales del PP. Pero hay que reconocer que es un estadista veterano y, a estas alturas, bastante predecible. Para muchos puede representar una tabla de salvación ante lo desconocido. Pero, a su vez, tiene algunas sombras graves que le persiguen. De una parte, la mentira. Porque, al poco de llegar al Gobierno, empezó a hacer todo lo contrario de lo que decía el Programa electoral del PP en 2011. Claro que el PP culpa de ello a la herencia recibida de la última etapa de Zapatero. Una excusa que no convence a los que no somos hooligans del PP. Además, en estos cuatro años, el Gobierno del PP se ha instalado en la permanente invención de neologismos y perífrasis para disimular una situación económica que, desde luego, no es ni mucho menos buena para una parte importante de la población. Ocultando las falacias bajo una retórica barroca.

Es cierto que se ha empezado a crear empleo en los últimos dos años. Pero también es cierto que la economía, incluso la globalizada, es cíclica, y ahora toca un ciclo de cierta expansión, que no es, por lo menos no en su totalidad, obra o resultado del Gobierno del PP. Sin descontar otros factores que coadyuvan a una imagen económica algo menos apocalíptica, como la depreciación del euro (que facilita ciertas exportaciones) o la bajada del precio del petróleo. Las cifras no engañan, y al final de la legislatura hay algunos ocupados cotizando menos que al principio de la misma, ahora hace cuatro años. Y los salarios se han degradado, lo que tira a la baja de las cotizaciones sociales que deberían hacer sostenible, por ejemplo, el sistema de pensiones.

La tibia recuperación económica está siendo injusta, porque los salarios se han despeñado y el riesgo de exclusión social ya no es sólo patrimonio de los desempleados, porque ha nacido una nueva clase social, la de los trabajadores que no ganan lo suficiente como para poder vivir dignamente. Esto está creando fuertes tensiones sobre los sistemas de solidaridad, Y conviene no olvidar que la caridad y la solidaridad son valores que contribuyen a hacer frente a emergencias sociales, pero no son un sustituto para compensar desequilibrios estructurales.

Además, muchos ciudadanos recriminan al PP su uso torticero de la palabra, que ha ido sembrando la actualidad de agravios absurdos y perfectamente evitables, si hubieran utilizado el lenguaje de un modo mucho menos agresivo y partidista. En este catálogo tendríamos desde el Que se jodan (dirigido a los desempleados) de esa diputada (hija del impresentable Carlos Fabra), a la movilidad exterior de la Ministra de Empleo, tratando de disimular el fenómeno migratorio que estamos viviendo, o la indemnización en diferido con la que tuvo que lidiar María Dolores de Cospedal o lo de españolizar a los alumnos catalanes del ex ministro Wert. Las palabras pueden herir tanto como las armas más afiladas. Y hacen sangre.

Personalmente, además de todos estos temas, mi principal reproche al Gobierno del PP es que para nada ha trabajado para desarrollar las bases necesarias para que, en dos o tres décadas, España se parezca al país que nos gustaría que fuera. Nada se ha hecho para modificar el modelo económico español, a fin de poder ser más competitivos con los países más avanzados de nuestro entorno, y no con los países de mano de obra más barata, que es uno de los efectos secundarios de su famosa Reforma Laboral. Estamos intentando remontar la crisis subiendo por la misma pendiente por la que nos despeñamos a partir del 2007. Y eso deja atrás a los enfermos y heridos, y nos condena a repetir la historia. Se ha descapitalizado, todavía más, la investigación, y muchos jóvenes de la generación mejor formada de nuestra historia reciente se han visto obligados a buscarse la vida lejos de nuestras fronteras, contribuyendo al desarrollo de otros países. Una ruina para España.

Para explicar el descenso de las cifras del paro, hay cuatro razones posibles, de las que el Gobierno sólo quiere utilizar una. El paro puede bajar porque más gente encuentra empleo. Pero hay menos cotizantes en la Seguridad Social, lo que desmiente este argumento. Puede bajar también si hay gente que se marcha del país y deja de constar como parado. O también por la gente que ha abandonado toda esperanza de volver a trabajar, y se ha borrado como buscador de empleo. Y, finalmente, también puede bajar porque más gente se dedica a actividades de economía sumergida. Me temo que de todo hay, pero el Gobierno insiste en sólo aceptar y declinar la primera, la que más cree que le favorece.

Con el PP, la mayoría de españoles parecen condenados a ser los camareros de Europa, con contratos extremadamente volátiles, de cuatro horas, pero trabajando doce a cambio de una pequeña compensación adicional en B. De esta forma no conseguiremos nunca ser un país más avanzado, competitivo y feliz. Sólo repetir periódicamente las caídas y las crisis muy profundas. No deberíamos aceptar que un 12% de paro se considere paro técnico, ni que periódicamente debamos enfrentarnos a cifras de desempleo claramente superiores al 20% (lo que no sucede, por cierto, en ninguno de los países avanzados de nuestro entorno). 

Y, por último, la corrupción, que ha ilustrado día tras día todas las portadas. Dejando al margen la infinidad de escenas impresentables que nos ha tocado vivir, las tramas Gurtel y Púnica ilustran a la perfección cómo el sistema ha permitido diseñar maquinarias perfectamente corruptas, para ejecutar con precisión el saqueo de lo público. Y resultan patéticos cuando intentan convencernos de que el problema de la corrupción es de las personas y no del partido, ni del sistema. Eso, simplemente, es una falacia lamentable. Y lo que ya se ha sabido sobre Bárcenas y sus papeles no tiene nombre. El Gobierno ha sido muy tibio en el reproche y erradicación de ese tipo de corrupción, lo que nos hace sospechar a muchos que los que intentan sofocar el fuego no están lo suficientemente limpios como para poder actuar sin trabas ni compromisos. El tema de los famosos sobresueldos en B, en sobres manila o cajas de puros, sé que seguirá siendo una leyenda urbana, porque esas cosas son prácticamente imposibles de demostrar en sede judicial. El dinero B, por definición, nunca aparece en las contabilidades oficiales ni en las declaraciones a Hacienda. Pero, por lo menos, que no nos tomen por imbéciles.

A mí me resulta francamente sorprendente el prurito de agredido ofendido que adoptó Rajoy cuando Pedro Sánchez, en el Cara a Cara del pasado lunes, le dijo que no era un político decente. No le llamó delincuente, porque sabe, como la gran mayoría de españoles, que eso nunca se podrá demostrar. Pero Rajoy parece haberse olvidado de que el desempeño de la política, aparte de estar sometido a posibles responsabilidades judiciales, en su caso, está permanentemente sujeto a la responsabilidad política, que siempre es inevitablemente subjetiva. La decencia, en política, no es un atributo que sea demostrable que se tiene o no, si no en función de lo que una mayoría de ciudadanos perciban. La respuesta de Rajoy debería haber sido: Bueno, esa es su opinión. Además, me resultó francamente casposa su línea de defensa en el sentido de que lleva 30 años dedicado a la política. ¿No será ya demasiado, señor Rajoy?.

En fin, creo que, en sólo cuatro años, el PP ha hecho méritos más que suficientes para ser apartado del poder, y darles la oportunidad de depurarse en su rincón de todas las toxinas que han ido acumulando. Necesitan como el comer su propia travesía del desierto. Sólo deberían votarle los hooligans.

¿Y qué decir del PSOE?. Acabó absolutamente desarbolado la etapa Zapatero, donde tuvo que traicionarse demasiadas veces a sí mismo. Ya analicé con cierta extensión esa época. Cometieron el error de practicar el sectarismo con demasiada frecuencia, el pecado de gobernar para los suyos y no para todos los españoles. Rubalcaba, político sagaz donde los haya, tenía claro que su única posibilidad era retirarse de la primera línea a su cátedra de Química, y dejar que otros lidiaran con ese toro. Pedro Sánchez es joven y guapo, pero es un líder discutible y discutido del Partido Socialista. Con demasiada frecuencia es bombardeado por el fuego amigo. Me temo que el partido necesita otros cuatro años para regenerarse de nuevo, para depurar sus muchos pecados, cambiar otra vez de líder, y prepararse para un nuevo asalto al poder en 2020. Y eso suponiendo que el escenario político no haya cambiado tanto que ya no tenga cabida un partido histórico como es el PSOE.

El 20D votar al PSOE significa querer un cierto recambio, pero sentir temor por el cambio. El liderazgo de Pedro Sánchez, por su parte, no creo que sobreviva al fracaso anunciado en estas Elecciones Generales.


Creo llegada la hora de los emergentes que, aparte de otras delicias, aportan aire fresco a un ambiente enrarecido. No hay duda de que, con el poder, tendrán que hacer frente a sus propios episodios de corrupción, pero espero que los sepan lidiar con firmeza y diligencia. Parecen genuinamente animados para llevar adelante la regeneración política de este país, para trabajar por la separación efectiva de poderes, dispuestos a negociar reformas constitucionales que permitan que la mayoría de españoles podamos sentirnos razonablemente felices y queridos en nuestro propio país.

Tendrán que demostrar que son capaces de gobernar para todos y no sólo para sus votantes, y que tienen en la cabeza el país que les gustaría que fuera España en el 2040 y que trabajan todos los días para acercarnos a ello.

Por supuesto que nada será perfecto, porque la perfección no es un atributo humano. Pero, como mínimo, será esperanzador ver renovado el ambiente en el Congreso de los Diputados y espero que también en la Moncloa.

Según la aritmética que salga de las urnas veremos las posibilidades reales que van a existir de articular mayorías para el Gobierno de España. Ahí se pondrá a prueba la flexibilidad de cintura de los nuevos, pero también de los veteranos. Porque cuando el PP habla de estabilidad para la gobernabilidad del país, quiere decir mayoría absoluta del PP. Y los otros tres (PSOE, Ciudadanos y Podemos) hacen ascos a clarificar cuál será su actitud negociadora, porque hasta el domingo su único objetivo es conseguir ser la fuerza más votada, lo que tienen muy, muy complicado.

Claro, también se podrá votar a los dos partidos que están en la UVI (UPyD e Izquierda Unida). Francamente, me cuesta entender, si no fuera por la fuerza de ciertos egos, cómo no ha sido posible que se integren en las nuevas formaciones, que tienen mucho más empuje y mucho mejores perspectivas, y además ocupan espacios sociológicos homologables.

En ciertas regiones, además, se podrá votar a fuerzas nacionalistas. Pero el votante deberá tener en cuenta que su fuerza en la gobernabilidad de España se ha visto seriamente deteriorada por la decrepitud del bipartidismo, que fue su pesebre durante décadas, al actuar de bisagras en favor de unos u otros, a cambio de favores o competencias.

Y en todas partes habrá, también, una docena larga de otras formaciones inevitablemente condenadas a la marginalidad, me temo.

Ah, y que nadie olvide que también deberemos votar por el Senado, aunque nadie tenga muy claro para qué sirve ni si va a sobrevivir a la próxima legislatura. Sugiero que cada cual se lea la relación de nombres que se presentan por su provincia, y decida por personas, en función de su propio conocimiento y al margen de la estructura de listas (abiertas, por cierto) de cada partido. 

Para el próximo domingo, el votante se enfrenta a un laberinto. Podría decidir no entrar, y quedarse como está, porque no vea claro que sabrá salir de él, como el caballo que rehuye saltar una valla. En este caso, y según su sensibilidad, debería votar a PP o a PSOE. Pero, francamente, en las condiciones actuales quedarnos como estamos no me parece que sea una opción. La etapa democrática que se inició en el 78 ha cumplido muy bien su papel, pero se ha ido viciando y está agotada. Los votantes estamos obligados a facilitar que la política del siglo XXI para España la lleven adelante políticos del siglo XXI. Muchas cosas, necesariamente, deberán ir cambiando. Ante un reto de tales dimensiones, no cabe el paso atrás de la cobardía. El valiente no es el que no siente miedo (ese es un temerario), sino el que sabe vencerlo o, al menos, rodearlo.

Espero que en las urnas del 20D haya mucho más de esperanza que de temor.

JMBA