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jueves, 20 de septiembre de 2012

El Sentido del Humor

Existe una regla no escrita para los peluqueros y tertulianos, que aconseja que si se quiere tener la fiesta en paz, mejor no hablar ni de política, ni de religión ni de fútbol. El motivo es muy simple: para la mayoría de las personas (desgraciadamente) esos temas forman parte de sus convicciones inalienables y no están dispuestos ni siquiera a debatir sobre ellas. A un hombre que se considera católico, del PP y del Real Madrid (un decir, por supuesto), le saldrán ronchas sólo de estar cerca de alguien que no considere a alguna de esas tres adicciones como la única realmente válida, realmente cierta, en su campo.
Imágenes de una manifestación en Australia.
(Fuente: alianzacivilizaciones

La razón para este sinsentido es que esta civilización actual parece haber guardado el sentido del humor en el baúl de los recuerdos. La manifestación más perversa que existe del sentido del humor es el reírse del mal ajeno, y esa es la única que subsiste con gran placer de muchos. Pero es su manifestación más torpe.

El verdadero sentido del humor tiene que ver con la capacidad de reírnos, lo primero, de nosotros mismos. Cuando, recién levantados, nos miramos al espejo (esa mirada lánguida, esa barba incipiente, esa legaña pegada, esos pelos en guerrilla indómita, esa barriga cervecera, esos gayumbos caídos...) y somos capaces de reírnos de nosotros mismos, de encontrarnos ridículos y patéticos, estamos practicando realmente el ejercicio de desdramatizarnos y desdramatizar el mundo en general.

Luego, cuando salgamos a la calle, no nos molestará que otros (también) nos vean patéticos, con nuestra corbatita impostada de esclavo laboral. Y si sonríen, sentiremos una curiosa sintonía con ellos.

En esta vida, que sepamos, lo único que no tiene remedio es la muerte. Todo lo demás admite diversos caminos, que podemos forzar o andar llevados de la mano o por la fuerza de la corriente. Si somos capaces de desdramatizar (al final, reírnos) de todos los problemas, estaremos en condiciones de ocuparnos en su solución, y no estaremos bloqueados en la preocupación por los problemas mismos.

Si salgo a la calle con el jersey azul, jamás debería pensar que esa es la mejor (la única) elección posible para un día como hoy. Podría haberme puesto cualquier otro (suponiendo que tenga más de uno, con la que está cayendo) y el mundo seguiría funcionando de igual forma (bien o mal, que esa es otra conversación) aunque yo llevara el jersey verde.

Viene esta disquisición al hilo de los gravísimos problemas que estamos viviendo estos días, debido al nulo sentido del humor que presentan las grandes religiones corporativas. Los islamistas (cuidado, que también existen catolicistas o cristianistas, aunque no nos refiramos a ellos por esos nombres) consideran una burla y un desprecio a su religión (por supuesto, como todas, como la de cada cual que tenga, la única verdadera) la publicación de ciertas diversiones (más o menos torpes, que esa también es otra conversación) al hilo del Islam y de su profeta Mahoma. Frente a un vídeo malo, hecho por aficionados, o a algunas viñetas de dibujantes de variada inspiración y maestría, se despliegan algarabías y disturbios gigantes, con muertos y muchos heridos. De la monstruosa desproporción de estas reacciones da fe una de las muchas pancartas que se ha visto en ellas: Decapitad al que insulte al Profeta.

Jamás una palabra, una sonrisa, un dibujo, un pensamiento, ha matado a nadie.

Todo ello constituye una manifestación perentoria de la dramática ausencia de sentido del humor en la vida pública del mundo actual. Cuando una palabra, o una viñeta, hay que vengarla con la violencia, mi único pensamiento es que estamos asistiendo a una manifestación interesada de un rencor atávico. Y a la total incapacidad de desdramatizarse a sí mismos y a sus circunstancias, una enfermedad que afecta a una parte que no cesa de crecer de la población mundial. En todos los campos y en todos los ámbitos.

Y es que las palabras nunca son inocentes. Cuando nuestra reacción al que sonríe al vernos salir de casa absurdamente pronto por la mañana es pensar que se burla de nosotros, estamos tirando el sentido del humor por la borda. Por el contrario, si antes que ellos ya nos hemos reído nosotros mismos, sentiremos más bien un sentimiento de sintonía y hasta de empatía con ese desconocido que sonríe al vernos.

Y ¿por qué las religiones en general (y sus fieles adictos) carecen tan por completo de cualquier brizna de sentido del humor?. Yo voy a dar mi propia explicación, con la que seguro que me ganaré algunos enemigos (espero que puramente verbales). El encaje de las religiones en general es tremendamente frágil y vulnerable, y su supervivencia está ligada a la capacidad de mantener adhesiones inquebrantables y masas sólidas de fieles (de creyentes) que creen lo que su Iglesia les dice. La sonrisa, la desdramatización, el sentido del humor en general, es el enemigo a batir, porque atenta a sus mismos cimientos. El que sonríe, piensa y disfruta, y ese es el embrión que puede crear una diversión del camino correcto trazado.
Todas las liturgias resultan ridículas, si las tomamos con
sentido del humor (reciente apertura del año judicial)
(Fuente: ser)

Si queremos verlo así, desdramatizándolo, todas las liturgias resultan ridículas. Las togas de los jueces en los actos solemnes; los trajes de gala de los militares en los desfiles; los fieles católicos, ahora de pie, ahora sentados, ahora de rodillas; los fieles musulmanes, tumbados por el suelo, descalzos, para sus rezos varias veces al día;... Reconocer este hecho no significa, en absoluto y para nada, burlarse de ellos, sólo desdramatizarlo, convertirlo en una anécdota, en algo que mañana se podría decidir que se desarrollara de modo diferente, y no se pararía el Sol en el cielo.

Recordemos la trama de la maravillosa novela (y película, por cierto) El Nombre de la Rosa, de Umberto Eco. La gran amenaza para la Iglesia, que conlleva numerosos asesinatos, es que podría ser que Aristóteles hubiera dedicado un volumen a la Comedia, a la risa, a la sonrisa. Si eso trascendiera, ya no colaría el argumento de que el humor y la risa son manifestaciones torpes y zafias a evitar por los auténticos creyentes.

El que sale a la calle convencido de que el jersey azul era la única elección válida y seria para un día como hoy, inevitablemente sentirá odio hacia el que sonríe al verlo. Y ya dependerá sólo de su carácter, de su temperamento y de otras circunstancias (agravantes o atenuantes) que le dé la espalda sin más, que le espete un ¿y tú de que te ríes, c.....? o que le suelte una guantá con la mano abierta. Ponerme el jersey azul fue una elección, resultado de una decisión que tomé, como podría haber elegido el verde, que ya dudé, ya. Si hubiera elegido el verde, seguro que ese g........ también sonreía como un tontaina, que es lo que es, vamos.

El sentido del humor nos protege frente a nuestra propia insignificancia. Si no somos capaces de reírnos ante el espejo antes de salir de casa, durante todo el día estaremos expuestos a multitud de hdp,s que nos odiarán, nos despreciarán o se burlarán de nosotros. A los que, por cierto, habría que darles una buena lección.

En resumen, este mundo anda tan tremendamente enloquecido (entre otras importantes cosas) porque hemos aparcado el sentido del humor y lo hemos hecho desaparecer de la vida pública. Parece que nos dé vértigo asomarnos a nuestros propios barrancos interiores (y desdramatizarlos, claro) y entonces sólo el sentimiento de pertenencia a una tribu de firmes convicciones nos aporta algún descanso y alguna seguridad.

Es inútil que intentemos huir de nosotros mismos, porque al final del camino (como frente al espejo matinal) es lo que nos espera.

JMBA

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