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martes, 21 de diciembre de 2010

La Sociedad (Civil) Multicultural

El concepto de Sociedad Multicultural es una de las entelequias clásicas de una cierta izquierda progresista. Pero da la sensación de que ese deseo se está desmoronando por varios frentes. De hecho, algunos políticos muy principales, como Angela Merkel, ya han extendido su acta de defunción.
(Fuente: spanish.safe-democracy)

Creo que el concepto realmente progresista (y viable) es el de sociedad integradora. De alguna forma, la sociedad civil (esa olvidada, sustituida siempre por la sociedad política o religiosa) debe desplegar sus características y su escala de valores, que es lo que la define. Lo importante en esa definición, para ser realmente progresista, es que se garantice la libertad individual y el imperio de la Ley como valores supremos. A esa sociedad civil, realmente integradora, cualquiera respetuoso de esas normas básicas, puede sumarse, puede integrarse.

Con los fenómenos que hemos vivido en los últimos años de migraciones bastante masivas en España, por primera vez nos enfrentamos a un porcentaje de población inmigrante (especialmente procedente del Magreb, de algunos países de Sudamérica, del Este de Europa y de China) realmente significativa. Evidentemente, las personas que se desplazan a vivir a otro país, buscando mejores oportunidades, siempre viajan con todos sus enseres físicos, culturales, sociales y religiosos. Pero creo que lo primero que cualquier emigrante debe tener absolutamente claro, es su voluntad de integrarse en la sociedad civil a la que se mueve, sin renunciar por ello a sus tradiciones culturales o a sus creencias religiosas.

Con la moda de lo políticamente correcto, hemos ido desarmando a nuestra sociedad de todas las cosas que la caracterizaban, para no ofender a los nuevos llegados. Para intentar no incurrir en ningún caso de racismo, ni de discriminación por ningún motivo relacionado con la raza, el sexo, la religión, o lo que sea.

Se trata, simplemente de evitar, por una parte, la creación de ghetos, que siempre acaban resultando negativos en el largo plazo. Las numerosas emigraciones chinas en distintas épocas han creado Chinatowns en muchos lugares. Especialmente conocidas son las de Nueva York o San Francisco. En la práctica, esos ghetos están articulados para proteger a sus ciudadanos en una (postiza) sociedad china inserta en el seno de, en ese caso, la sociedad norteamericana. Todos los servicios inmediatos son ofrecidos por los propios chinos, y muchos inmigrantes nunca llegan ni siquiera a aprender correctamente el idioma de la sociedad en la que están insertos. Esas ciudades chinas en medio de las poblaciones norteamericanas se acaban convirtiendo en atracciones turísticas, pero muy poco hacen en favor de la integración de los inmigrantes en la sociedad que les ha acogido.
(Fuente: El Eco de Jumilla)

En España, que a menudo somos más papistas que el Papa, y tenemos una tendencia irrefrenable al papanatismo, se ha optado, en general, por un modelo diametralmente opuesto. Con ello quiero decir que les concedemos a los inmigrantes la capacidad de alterar y modificar nuestra sociedad, en lugar de facilitar su integración en una sociedad que existe desde muchos siglos antes de su venida. De hecho, los territorios de España tienen presencia histórica desde hace casi veinte siglos, y España como país unido (a veces) tiene existencia política y social desde hace más de quinientos años.

Para mí, el problema es que al no existir con claridad el concepto de sociedad civil, se (sobre)entiende que las raíces sociales de España están ligadas al catolicismo como religión predominante de sus habitantes. Es decir, estamos tiñendo a la sociedad de un montón de matices que realmente forman parte de las libertades individuales, pero que no deberían definirse como características de la propia sociedad.

Desde la proclamación de la Constitución de 1978, España se define como un Estado laico, pero ese camino sólo se ha recorrido muy parcialmente. La separación efectiva del Estado y de la Iglesia es un tema permanentemente pendiente.

Es por ello que los inmigrantes, especialmente los practicantes de otras religiones (los musulmanes muy especialmente), tienen problemas para integrarse en una sociedad que está teñida de muchos elementos religiosos, que son, por definición, contrarios a los que ellos aportan desde la práctica de su propia religión. Si mantuviéramos estas opciones dentro de los derechos individuales de cada persona, y no los embutiéramos en la propia sociedad, el tema sería de digestión mucho más simple.

Porque, en estas condiciones, es hasta cierto punto esperable que los musulmanes cuando se instalan en España, con su sociedad muy teñida de religión católica, quieran desarrollar su propia sociedad teñida de religión musulmana. Un error sobre otro. Y en este choque es cuando aparecen los errores de criterio que saltan a la portada de los periódicos, como el caso del niño de La Línea que denunció que el profesor le estaba ofendiendo por hablar del jamón (de cerdo), un animal que los musulmanes consideran como prohibido por su religión.
Catedral de Sevilla, edificada en el siglo XV sobre
una mezquita anterior
(Fuente: urbesevilla)

El tema es de ópera bufa. Pero, insisto, en la raíz del problema está el hecho de que la sociedad civil no existe como tal. Las leyes de cualquier sociedad deben regular todo lo que tenga relevancia para todos sus ciudadanos. Por supuesto, las leyes deben cumplirse escrupulosamente, por parte de todos los ciudadanos. Pero las leyes no obligan a nadie a hacer aquello que no quiere hacer, o que no le está permitido por sus creencias. Igual que el hecho de que exista una Ley del Aborto no obliga a ningún católico (o católica) a practicarlo (pero sí ampara a tod@s los que decidan recurrir a él) el hecho de que la cría del cerdo sea una actividad económica importante en España, y que el jamón en concreto sea un producto muy apreciado por la mayoría de los ciudadanos, no obliga a nadie a consumirlo, si no lo desea o se lo prohiben sus creencias.

El fracaso de la sociedad multicultural, desde mi punto de vista, pasa por el fracaso en dar carta de naturaleza propia a la sociedad civil. Es la sociedad civil la que debe regular los espacios de convivencia, definir sus propias leyes, y determinar las libertades individuales de cada ciudadano. Es la sociedad civil la que puede prohibir, en su caso, a las mujeres con burka moverse por los espacios públicos (por motivos de convivencia o de seguridad). Pero no obliga a nadie a comer jamón, ni ninguna otra cosa. Dentro de la sociedad civil, los ciudadanos tenemos una serie de derechos individuales, que nos permiten formar parte de aquellos clubs que nos gusten, y practicar la religión que cada cual elija (o ninguna).

Nadie, insisto, nadie, tiene derecho a sentirse ofendido por el hecho de que los usos y costumbres de la sociedad civil estén o no alineados con sus propias creencias religiosas. Porque hablamos de esferas diferentes del desarrollo de cada persona. Sufrimos los efectos de haber vivido durante muchos años en que el Estado (la sociedad civil) ha tenido una práctica religiosa como oficial. Eso, inevitablemente, desvía la atención de los temas básicos e importantes.
Mezquita de Málaga
(Autor: carlos-duaaz-ruiz; Fuente: diariosur)

Los musulmanes que residen en España, como los católicos o los budistas, tienen derecho a tener sus propias mezquitas, como existen catedrales e iglesias, pero no subvencionadas por la sociedad civil. Y si, en algún caso, algún púlpito en algún lugar, o algún imán, transmite ideas o prácticas contrarias a la Ley, es el imperio de la ley el que la sociedad civil debe imponer, sin demonizar a ningún colectivo.

Cualquier inmigrante, venga de donde venga, tiene la obligación de integrarse en la sociedad civil del lugar donde reside, y respetar y cumplir sus leyes. El resto, lo que puede aportar un sano toque de multiculturalidad a la sociedad, forma parte de sus derechos personales e individuales.

El tema, evidentemente, da mucho más de sí. Por ello me gustaría mucho recibir vuestros comentarios de acuerdo o desacuerdo, aportando matices.

Mejor nos iría a todos si fuéramos capaces de distinguir con claridad la sociedad civil, con sus leyes y sus libertades individuales. Y no convirtiéramos en ley las creencias de unos cuantos, aunque sean mayoría.

Nos evitaríamos así ese tipo de conflictos esperpénticos, pero de resultado imprevisible.

JMBA

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