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jueves, 16 de diciembre de 2010

Y llega la Navidad

Este año, la Navidad llega protegida por un Estado de Alarma que parece garantizar la movilidad de todos los ciudadanos en estas fechas en que la gente viaja por toda clase de motivos: familiares, de compras, para ir a pasar frío de verdad en algún otro lugar, para esquiar, para esquivar el frío en el Caribe o incluso para ir a pasar la Nochevieja con desconocidos en cualquier parte de la geografía, con la extraña idea de conocer a alguien especial.
(Fuente: El Geeky)

Las celebraciones de este período responden al arcano universal del solsticio de invierno, es decir, del día más corto y la noche más larga. Igual que en el solsticio de verano (en torno a San Juan), todas las civilizaciones y religiones tienen celebraciones de bienvenida al verano, de purificación (las hogueras), o de renovación.

Los primeros síntomas de que va llegando la Navidad aparecen ya en Noviembre, con las primeras luces callejeras, las promociones y publicidades de los Centros Comerciales, la avalancha de correos electrónicos de vendedores de todo tipo que sugieren adelantar las compras, para evitar problemas de última hora.

Pero se sabe que ya está cerca cuando de un día para otro, las temperaturas bajan diez grados, y se nos congelan hasta las cejas. El martes, en Madrid, a las diez de la noche, teníamos siete grados positivos. Ayer, a la misma hora, ya estábamos a un grado bajo cero. ¿Por qué?. No entiendo bien qué sentido tienen esas variaciones, especialmente porque tanto ayer como hoy está haciendo días soleados de cielo azul, pero con un frío pelón. Miras por la ventana, y saldrías a la calle en manga corta, pero durarías un par de minutos antes de congelarte vivo.

La campaña de Navidad ya está en su máximo calor cuando nos asaltan por todas partes con los décimos de Navidad. Todos los amigos quisieran intercambiar Lotería de Navidad, la de su trabajo, o la de la escuela de los niños, o la de su parroquia, o un décimo que compraron en las Quimbambas, cuando estuvimos en una casa rural en Septiembre. Siempre hacemos votos de que este año no compraré más de X Euros, pero nos desborda la demanda, y no tenemos más remedio que seguir ese flujo. No fuera a ser, por cierto, que el número que nunca tocó de la empresa donde trabajamos muchos años, fuera a tocar este año, estaría bonito.

Nos toca vivir esas colas monstruosas que se montan en los sitios que pasan por ser los elegidos por la suerte. La Bruixa d'Or, en Sort (por cierto, suerte en catalán), o en las Administraciones de Lotería junto a la Puerta del Sol de Madrid, Doña Manolita entre otras. El sábado pasado había varias colas kilométricas por esa zona. Y los vendedores ambulantes de décimos que, por una comisión, ahorran las colas al personal, pero no es lo mismo. Este es un fenómeno social que ignora las normas estadísticas más básicas. Lógicamente, es más probable que toque el Gordo en una Administración que haya vendido muchos números. Pero, en ese caso, la probabilidad de que toque en el número que compramos allí es pequeña. La única realidad incontrovertible es que hay 85.000 números, y a uno le tocará el Gordo. El resto, es lírica, sentimientos y sensaciones.

 Viene la época de las cenas de Navidad: de los compañeros de trabajo (eso, quien lo tenga), de los ex-compañeros de algún ex-trabajo, de los antiguos alumnos de alguna institución, de los de la promoción de algo, o los campistas del 92, o lo que sea. Los Restaurantes hacen su Agosto, porque con grupos numerosos, todos los gatos son pardos. Las facturas se dividen por el número de comensales, y todos tienen la sensación de que están pagando un sobreprecio, pero no pueden discutirlo. Se paga a regañadientes y, si acaso, se riñe al organizador. A menudo se suma alguno a última hora, con lo que se comprimen los platos y los cubiertos, y hay que ponerse de acuerdo con el vecino para cortar la carne o el pescado por turnos.

En esas cenas vemos a gente que raramente vemos en otras ocasiones, y con la que nos une, habitualmente, poco más que el motivo de la cena. Siempre pensamos que los demás han envejecido mal, o que han engordado, o que tienen mala cara. Hasta que el reportero de turno (siempre hay uno; a mi me toca con frecuencia ese papel, que hago con gusto, dicho sea de paso) cuelga por ahí las fotos y comprobamos que todos hemos envejecido malamente.

Hay que comprar alguna cosa excepcional para los diversos ágapes de las fiestas. Ese vino carísimo que nunca habíamos probado, y que luego siempre hay algún cuñado que se lo bebe como si fuera agua. O ese champán que compramos cuando estuvimos en Francia, y que hemos cuidado como oro en paño, hasta que se vierte en el mantel porque otro cuñado ha actuado de maestro abridor sin título.

Por algún motivo, en las comilonas masivas, los cuñados son los que tienen peor fama. Siempre hay alguno que bebe de más, y empiezan a surgir a la superficie las viejas rencillas que se prometió olvidar por este día, para evitar molestar al abuelo. Y algún niño acabará mareado, porque probó el cava o pegó una calada del puro del tío.

Me aterra cuando oigo gente que se enorgullece de ágapes navideños con docenas de familiares. Es imposible no acabar peleados, diciendo nunca más (hasta el año que viene). Afortunadamente, en mi familia nunca nos ha dado por celebraciones tumultuosas, sólo los hermanos y sobrinos, y mi padre hasta que falleció.

Por Nochevieja sale por ahí todo el mundo que nunca sale. Por eso los que podemos salir el día que nos apetezca, por Nochevieja nos preocupamos muy mucho de tener una celebración en algún lugar controlado, sin tener que pisar las calles, a ser posible. Y si no hay otra cosa, un buen champán para ver la retransmisión de las uvas en casita, un poquito de foie, a dormirla pronto, y a disfrutar de la mañana del año en que hay menos gente por las calles, el día de Año Nuevo.

Por Reyes hay que pensar en los regalos (otros lo hacen en Navidad). Hay que pensar en un presupuesto razonable, preparar una carta a los Reyes Magos, en que describimos lo que nos gustaría que nos regalasen. Y los demás hacen lo mismo. Luego nos acaban regalando lo que les apetece (o lo que pueden pagar), y nosotros hacemos lo mismo. Pero siempre es bonito que te regalen alguna cosa, incluso esa cosa que jamás nos hubiéramos comprado.

Y luego ya es el día después, ese período inconcreto que empieza el siete de Enero, llamado genéricamente después de Fiestas. Queda por cruzar todavía por lo peor del invierno, pero los días ya se empiezan a alargar y se nota. Algún día de Febrero es posible que sugiera ya la primavera (pero al siguiente puede nevar). A finales de Marzo tendremos el equinoccio de primavera, y empezará la época en que más apetece viajar. Recuerdo hace años que un cliente de Sevilla (en Febrero) nos dijo que eso lo vamos a lanzar después de Semana Santa, pasado Feria. Claro que luego vino la caló, y lo lanzaron ya en Noviembre. Se les echó el tiempo encima.
(Fuente: gatosperiquitos)

Pasará la primavera y empezará el calor (del que nos quejaremos religiosamente, como todos los años), y luego otra vez el frío, y de nuevo la Navidad. Y todo ello en un círculo virtuoso, que hace que consumamos los años a una velocidad de vértigo.

Claro que este año, pasado Fiestas, tendremos el aliciente de ver qué pasa cuando levanten el Estado de Alarma y cómo se empieza a mover el nuevo Govern en Catalunya, con Artur Mas al frente. Hoy mismo se ha constituido el nuevo Parlament (con lo de los controladores, estas dos semanas desde las elecciones nos hemos olvidado del tema).

En fin, Feliz Navidad a todos, y os deseo un Próspero Año Nuevo 2.011 (parece ayer de lo del Milenio, y ya han pasado once años). Creo que el mejor deseo que puedo postular es que todos consigáis lo que os propongáis.

No os engañéis con los deseos. Que pueden hacerse realidad.

JMBA 

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