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lunes, 20 de junio de 2011

¿Devaluación del Euro?

Me preocupa ver la frivolidad con que se manejan ciertos eslóganes y consignas por parte de los indignados y, por contagio, de los propios medios de comunicación. Creo que hay que ser especialmente cuidadosos (todos) con las expresiones de máximos, con las descalificaciones totales, con las enmiendas a la totalidad, con los órdagos a la grande. Nunca nada es absolutamente blanco ni absolutamente negro. Todo el mundo y su economía son tan total y absolutamente interdependientes, que no podemos modificar cualquier cosa, pensando que no tendrá efecto sobre el resto, porque es falso.
(Fuente: Voltaire.net)

Se carga contra el llamado Pacto del Euro, un acuerdo en el marco de la Unión Europea para asegurar la estabilidad económica y del euro que, estoy convencido, nadie conoce en profundidad (bueno, casi ni en la superficie). Como si fuera el origen de todos los males, cuando es más bien la consecuencia de algunas cosas mal hechas.

La Historia no debe ser solamente pasto de iluminados, ni una disciplina árida que a veces nos ha tocado estudiar. La Historia ha diseñado lo que somos hoy. Solamente eso, pero nada menos que eso.

Por no remontarnos más, que se podría, vayamos solamente a 1992, año en el que se firmó el Tratado de Maastricht, también conocido como el Tratado de la Unión Europea. En el Tratado, entre muchas otras cosas, se definían los llamados criterios de convergencia, que debían cumplir los países miembros para poderse integrar en la UEM (Unión Económica y Monetaria). Se preveía también la aparición de la divisa única europea (inicialmente llamada ECU, por European Currency Unit, y que luego se rebautizó como Euro), para el 1 de Enero de 1999. Físicamente, la nueva moneda se implantó en los países que lo desearon y que cumplían los criterios de convergencia, el 1 de Enero de 2002 (con un año de retraso respecto a la fecha prevista, por diversos problemas principalmente de índole logística).

Los criterios de convergencia que se especificaban eran más o menos como sigue:

- Una inflación que no sobrepase la media de los tres mejores (con más baja inflación), más 1,5 puntos.
- Tipos de interés a largo plazo que no superen en más de 2 puntos la media de los tres países con menor inflación.
- Déficit del Estado inferior al 3% (la precisión se definió con posterioridad al propio Tratado)
- Deuda Pública inferior al 60% del PIB

Recuerdo una intervención (que he sido incapaz de localizar) en Televisión Española del eminente economista palentino Don Enrique Fuentes Quintana (fallecido en 2007), en algún momento de la segunda mitad de los 90, donde definía los desafíos que tenía la economía española para poder cumplir esos criterios de convergencia. Hablaba Fuentes Quintana de tres treses: un 3% de inflación, un 3% de déficit, tipos de interés a largo plazo del 3%. La Deuda Pública no era un problema para la época, pues el ratio en España era bastante inferior al objetivo.

Se consiguió cumplir todos los criterios, y España se integró en la UEM, y el Euro pasó a ser nuestra moneda corriente el 1º de Enero de 2002. El tipo fijo e inamovible de cambio entre las respectivas divisas nacionales y el Euro se había fijado con anterioridad, en 1997. Para la peseta, la tasa de cambio resultó ser de 166,386 Pesetas/Euro. Para el Marco alemán, que era la divisa de referencia, estaba ya definido un cambio de 2 por 1.
(Fuente: venetubo)

Existe un debate no resuelto todavía (los expertos no han llegado a ponerse de acuerdo en su volumen) sobre la inflación cuasi automática sobrevenida por la introducción del Euro, mayor en unos países que en otros. Lo que nadie discute, en España, es que hubo una cierta inflación casi inmediata en los precios pequeños de las cosas cotidianas. Como simple efecto, recuerdo que, con el cambio, los periódicos pasaron de costar 150 pesetas a 0,90 Euros (lo que era la aplicación fiel de la tasa de cambio). Pero sólo unos meses después, pasaron a valer 1 Euro. O podríamos citar el precio del café o refresco en los bares, etc.

Pero lo cierto y oficial es que, de hecho ya desde 1997, no ha habido ninguna modificación relativa del valor de las diferentes monedas nacionales integradas en la UEM. Es decir, nunca han existido Euros españoles, o Euros alemanes. Existe el Euro como moneda única para toda la llamada Zona Euro, y punto.

En el Tratado, además, se especificaba la existencia de Fondos de la Unión Europea para ayudar a las economías menos desarrolladas a alcanzar los necesarios niveles de convergencia. Entre otros países, España ha sido receptor neto de Fondos Europeos en cantidades ingentes durante bastantes años. Fondos que contribuyeron, por ejemplo, a la dramática modernización de las infraestructuras del transporte (carreteras, ferrocarriles, aeropuertos).

Desde mi punto de vista, el defecto del TUE (Tratado de la Unión Europea), desde el punto de vista económico, es que NO trasladaba la soberanía económica de los diversos países a la UE. Es decir, la política monetaria (liquidez, tipos de cambio,...) sí pasaba a ser responsabilidad de la UE, en particular con la creación del BCE (Banco Central Europeo). Pero el resto de patas de la política económica (en particular las políticas presupuestaria y fiscal) seguía siendo responsabilidad plena de los Gobiernos Nacionales. Por ello resultó necesario seguir velando para que se cumplieran (en todo momento) los principios de armonización (los criterios de convergencia) más allá del momento de la introducción del Euro. En lugar de dirigir la política económica de todos los países, el Tratado intentó ser menos invasivo, y limitarse a que la UE supervisara que esas políticas implantadas en los estados no alteraran los equilibrios buscados y los criterios de convergencia.

Tenemos que reconocer que el importante crecimiento de la economía española en este siglo XXI se ha debido, en buena parte, a las muchas bondades de la introducción de la moneda única. Claro que en tiempos de bonanza, raramente hay tribulaciones. Porque, además, las voces críticas que pudieran alertar sobre posibles problemas futuros son sistemáticamente silenciadas, para no aguar la felicidad y prosperidad reinantes.

Es justo reconocer que hemos vivido bastantes años con una prosperidad superior a la que puramente nos hubiera correspondido por la economía de nuestro país. Es cierto que desigualmente repartida, pero esa es otra conversación.

Vinieron luego los desafueros provocados por la codicia de personas e instituciones (especialmente en Estados Unidos, un mercado casi absolutamente desregulado), que dieron lugar a lo que hoy conocemos como Crisis Financiera. Si no la habéis visto, os recomiendo vivamente la película documental Inside Job, que detalla el origen y desarrollo de esa Crisis Financiera, con entrevistas a algunos de sus principales causantes, y a otros cuyas voces fueron silenciadas por la prosperidad obscena de los que mandaban. Lo más duro de la película es que muchos de los causantes de esa Crisis Financiera siguen ocupando lugares determinantes en los organismos económicos a nivel mundial. Si no lo estáis todavía, la película os indignará.
(Fuente: Europa Press)

Un desarrollo brutal de la liquidez (y del crédito), que fue devorando su calidad hasta que se rompió la burbuja. Una vez más, de eso se aprovecharon mucho unos pocos (los Bancos de Inversión, los insaciables brokers), mientras que el resto éramos puros sufridores en casa. Disponer de crédito para poderse comprar, por ejemplo, viviendas por las que había que pagar hasta varias veces lo que podría ser su valor real, fue un flaco favor. Pero la mayoría sucumbió a ese espejismo. La mayoría, alentada por sus propios bancos, se creyó que el crecimiento de las economías podía mantenerse in aeternum, contra toda lógica. Como se suele decir popularmente, estiramos más el brazo que la manga, vivimos por encima de nuestras posibilidades reales, y lo estamos pagando ahora muy amargamente.

Y luego ya es hoy, donde nos encontramos (limitándonos a la Zona Euro), con economías estructuralmente más robustas que han resistido mejor los envites de la crisis, y han empezado a recuperarse antes, mientras que otras economías (las que hoy a menudo se llaman periféricas) están (estamos) sufriendo un deterioro mucho mayor. Aunque hay muchos factores para explicar estas diferencias, habitualmente se define la competitividad de cada economía como elemento determinante. Entendiendo por competitividad la capacidad que tiene un país de producir bienes o servicios que puede situar en el mercado a un precio (coste más margen) que suficientes demandantes están dispuestos a pagar. Y ello de un modo sostenible en el tiempo.

Una situación tan clara de diferentes niveles de competitividad entre las diversas economías de la Unión Europea, en otro tiempo se hubiera resuelto con devaluaciones relativas de las respectivas monedas nacionales. Pero ese mecanismo, desde la implantación de la Unión Económica y Monetaria, ya no está a disposición de las autoridades económicas. Por eso la Unión Europea ha tenido que reaccionar improvisando los famosos Planes de Rescate o el propio Pacto del Euro.

Los que tenemos algunos años, hemos vivido varias experiencias de devaluaciones de la peseta (especialmente en los años 60 y 70, pero también más tarde). Por no citar al marco alemán, de mi recuerdo he conocido el franco francés con un valor entre las 10 y las 25 pesetas. Bonito margen para poder ajustar la competitividad relativa de las respectivas economías.

Pero, ¿cómo funcionaba una de esas devaluaciones?. Pues muy fácil. Habitualmente sin preaviso, en la medianoche del día D, decidido por el Gobierno, el valor de la peseta respecto al resto de divisas disminuía en una cierta proporción, por ejemplo, el 10%. En principio, no cambiaba ni la cantidad (en pesetas) que cobrábamos de salario o de pensión, ni tampoco los precios (en pesetas) que pagábamos por los bienes y servicios en España. Pero, claro, había muchas cosas de las que consumíamos habitualmente que había que importar, es decir, pagarlo en divisas, pagar un precio definido en dólares, francos franceses o marcos alemanes, para lo que hacía falta un 10% más de pesetas desde el día D. En particular, el coste del petróleo, que afecta al precio de todos los productos (por el aumento del coste del transporte). Por lo tanto, una devaluación venía seguida de una etapa inflacionaria, en que los precios, de modo casi automático, tendían a subir, para reequilibrar los intercambios internacionales en un nuevo punto.
(Fuente: Alejandro Martínez)

En resumen, tras una devaluación de la peseta, todos los españoles éramos más pobres. Teníamos que renunciar a ciertos consumos, aplicar un reajuste a nuestras economías domésticas, porque por algunas cosas debíamos pagar más pesetas, mientras que nuestro salario seguía siendo el mismo. Nos costaba más dinero llenar el depósito de combustible y, por supuesto, nos salía más caro cualquier viaje al extranjero.

Por otra parte, en esa época la interrelación global entre todas las economías era mucho menor de lo que es hoy. El impacto principal de una devaluación era sobre el puro Comercio Exterior, es decir, sobre las importaciones que debíamos pagar más caras (en pesetas) y sobre las exportaciones (que a otros países les resultaban más baratas, cuando pagaban con dólares, francos o marcos). Es decir, de alguna forma se había reajustado de un plumazo la competitividad de las respectivas economías.

La globalización nos ha traído, además de ese comercio físico y real, el libre flujo de los capitales y, lo que es todavía más potencialmente maligno, las posiciones cortas, o apuestas por el deterioro. Esto ha contribuido de forma determinante a amplificar las oscilaciones de las economías y, por lo tanto, a hacer más profundas las crisis.

Para mejor comprender todos estos efectos, recomiendo vivamente la lectura del libro El malestar en la globalización, del Premio Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz.

Si intentamos reproducir los efectos de una devaluación en el entorno económico actual, deberíamos imaginar que existen Euros españoles, Euros alemanes, y demás. Algún experto ha llegado a sugerir la posibilidad de salir del Euro a las 23.59 del día D-1 (cambiando todo a pesetas al cambio oficial de las famosas 166,386 Pesetas/Euro). A medianoche se cambiaría esa tasa de cambio a, por ejemplo, 183,025 Pesetas/Euros. A las 0.01 del día D se entraría de nuevo en el Euro con esa nueva tasa de cambio.

Una devaluación del 10% de los Euros españoles frente a los Euros alemanes tendría el siguiente efecto en la medianoche del día D:

- Todos los activos y pasivos denominados en Euros españoles disminuirían automáticamente su valor en el 10%. Los balances de todas las empresas seguirían cuadrados, pero con un 10% menos de valor.
- En particular, todos los salarios, pensiones o prestaciones por desempleo disminuirían su valor en el 10%
- Todos los depósitos bancarios (en particular, los ahorros de todos los ciudadanos) verían mermado su valor en un 10%
- Todas las acciones cotizadas en la Bolsa española verían su valor disminuido en un 10%
- El precio de todas las cosas, por el momento, disminuiría en ese 10%. Por ejemplo, los pepinos producidos en Almería por trabajadores que hoy cobrarían un 10% menos que ayer, bajarían en origen un 10% (o casi, porque los fertilizantes no habrían bajado en la misma proporción), pero en el mercado bajarían menos, porque el coste del transporte (por el impacto del petróleo importado) no habría bajado en la misma proporción. Pero aquellos productos que hubiera que seguir comprando al exterior en Euros alemanes, nos costaría un mayor esfuerzo, el mismo número de unos Euros de los que tendríamos menos.
- Todo lo que debiéramos a otros países (o instituciones o particulares de otros países), y todo lo que quisiéramos comprar a otros países, seguiría denominado en Euros alemanes, y no se habría alterado su valor en número de Euros, pero sí en el esfuerzo relativo que nos costaría.
- No tengo claro lo que debería suceder con los Euros en efectivo. Con el dinero en el bolsillo de los ciudadanos o bajo el colchón de ciertos especuladores. ¿Serían Euros españoles o alemanes?.
(Fuente: Mexicanoemprendedor)

Es decir, resumiendo, que todos los españoles seríamos más pobres. Los 1000 Euros que cobrábamos cada mes se habrían convertido en sólo 900. O los 10.000 euros que teníamos ahorrados en una cartilla en la Caja de Ahorros, se habrían convertido de la noche a la mañana en solamente 9.000. Y así con todo lo demás.

Pero, desde la implantación del Euro ya no son posibles estas devaluaciones relativas. Por lo que hay que buscar otro tipo de mecanismos que produzcan los mismos o parecidos efectos. Y de ahí nacen los Planes de Rescate y el llamado Pacto del Euro. Medidas alternativas a la devaluación de la moneda nacional, que produzcan los mismos efectos.

Aquí conviene decir que, si bien está claro que el Gobierno Zapatero ha contribuido, con algunas torpezas, al deterioro de la macro (y micro) economía española, no son ni con mucho los únicos culpables. Las circunstancias difíciles han puesto en evidencia algunas fragilidades de nuestra economía que provienen de mucho tiempo antes, y que nunca hasta ahora han sido convenientemente corregidas.

Creo que no es tampoco ni justo ni conveniente echarle la culpa ahora a Bruselas o a Berlín, que son simples vigilantes (más o menos interesados, eso es cierto) de una situación que todos aceptamos en su momento con alborozo. En otros tiempos, el Gobierno de España ya se habría visto obligado a practicar una devaluación de la peseta. Precedidos, es cierto, por Grecia, Irlanda o Portugal. Y seguidos, posiblemente, por Italia.
(Fuente: Flor y Reflujo)

Con la Unión Europea, las formas han cambiado, pero la Economía es tozuda y, en el límite, son sumas y restas, como las propias economías domésticas de cada una de las familias de este país. Las medidas son necesariamente diferentes, pero los efectos que se buscan son sensiblemente iguales.

Hablaba hace un tiempo de la maldición bíblica de la Torre de Babel y su confusión de lenguas. Desgraciadamente, otra de las maldiciones bíblicas que sigue rabiosamente vigente es el de las vacas gordas y flacas. Ahora que nos toca apretarnos el cinturón a todos, sería el buen momento de reivindicar y trabajar para mejorar el reparto de la prosperidad, cuando llegue. Socialicemos la riqueza, cuando llegue, igual que ahora nos toca, inevitablemente, socializar la miseria.

Una prosperidad que no está, pero se le espera.

JMBA 

3 comentarios:

  1. En resumen, no podemos recurrir al viejo truco de develuar la moneda, pero si podemos conseguir lo mismo haciéndonos más pobres: habrá recortes, gobierne quien gobierne, hasta que estemos en los criterios de inflacción, precio del dinero, nivel de deuda, etc. que nos hagan de nuevo competitivos. Los empresarios lo saben y aprietan la negociación de la reforma laboral. No buscan crear empleo (eso es el señuelo); buscan mejorar sus beneficios. Si hay más contratación es porque no hay demanda. Para crear demanda hay que bajar los precios y/o innovar. La primera vía empobrece, la segunda crea riqueza. ¡Ninguna reforma laboral creó jamás ni un sólo empleo! Pero muchas de ellas sirvieron para facilitar el despido y inventar los contratos basura y debilitar la posición de los trabajadores. Lo dicho, todas las reformas en marcha persiguen el mismo fin: hacernos más pobres. Pero a algunos, seguro, más que a otros. Esto último si que depende de la política y de los políticos... y es eso lo que hay que vigilar de cerca.l

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  2. Si la unión monetaria europea implica una política monetaria común a todos los países de la zona euro, impidiendo que cada uno tome sus propias medida.s No pued e ser que se pretenda mantener un euro claramente sobrevalorado para varias economías europeas por el interés y la lógica económica de las mejor situadas.? ES Podría hacer una devaluación promedio ponderadar? Lo que está claramente es quela fuerza de l euro no correlacionan con la situación de la economía media de la Ue. Por otro lado. Si hubiera algo que exportar una devaluación mejoraría el mercado de exportación.
    Todo esto desde la ignorancia.

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  3. estoy de acuerdo contigo seve. el lugar de devaluar el euro, estan devaluando nuestras economías familiares.

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