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viernes, 10 de junio de 2011

La Calle también es mía

La movilización llamada de los indignados, o conocida como #15M (por la fecha en que se inició), o de las acampadas, ya ha tenido un recorrido suficiente, y debe terminar de manifestarse tal y como lo ha venido haciendo hasta ahora. Creo que ya es tiempo de que integren sus propuestas alternativas en una movilización política y no callejera.
Este martes, en León, pequeña acampada frente al palacete sede de
Caja España
(JMBigas, Junio 2011)

En un principio, creo que tuvo las simpatías de casi todo el mundo. La indignación es una reacción muy natural de todos los ciudadanos ante una situación terriblemente adversa. Especialmente en lo económico (más de cuatro millones de desempleados es una lacra social insostenible), pero también en lo político. Porque da la sensación de que los políticos viven encerrados en una absoluta endogamia, alejada del sentir y de los sufrimientos de los ciudadanos. A lo que ayuda, por supuesto, la serie de privilegios de los que se han ido dotando. Cuando las cosas van bien para todo el mundo, ciertos privilegios de los políticos pueden ser aceptados o, más bien, nadie repara en ellos. Pero, en las circunstancias actuales, la falta de ningún tipo de gesto solidario con el sufrimiento de la sociedad por parte de los políticos los hace ajenos a la ciudadanía, y los convierte en una de las principales preocupaciones del ciudadano medio.

Como ya ha escrito en alguna otra ocasión, no tengo ninguna confianza en la capacidad que tenga la calle (llámemosle manifestación, revuelta, concentración, acampada, o como queramos) para construir una nueva realidad. La protesta popular en la calle, desde siempre, ha servido para oponerse a algo, para intentar conseguir su anulación o su destrucción. A menudo se utiliza también como el barómetro de un cierto estado de opinión, y de ahí las guerras de cifras habituales para cualquier tipo de manifestación. Desde este punto de vista, revueltas populares con estas características podían tener algún sentido en los países del Norte de África, donde el objetivo inmediato era el derrocamiento de un dirigente, y la destrucción de un cierto sistema político, autoritario y corrupto. Pero, una vez conseguido eso, la calle ya es incapaz de construir una nueva realidad. No se puede construir desde la calle. Hay que recurrir a otras instancias más reguladas, más ordenadas. Hay que dejar paso a los políticos. A la democracia, sin más adjetivos.

En los primeros días, el movimiento respiraba frescura, con sus modos asamblearios de democracia popular, y esos devaneos que siempre tienen un cierto atractivo, aunque a menudo sea sólo romántico (nos recuerdan las asambleas de nuestra época universitaria). Las acampadas constituyeron un soplo de aire fresco en una sociedad ciertamente enrarecida y, hasta cierto punto, narcotizada.

Pero el paso del tiempo todo lo pudre, todo lo corrompe. Es imposible mantener la frescura in aeternum. Por una parte, el movimiento se defiende (con poco éxito) de ser instrumentalizado por unos u otros, para sus propios intereses, genuinos o menos. Por otra parte, la algarada callejera acaba siendo pasto de los de siempre, anarcos de pensamiento, palabra u obra, marginales, antisistema y así para adelante. Por mucho que se pretenda lo contrario, acaba cayendo inevitablemente en las tensiones de la provocación (con la policía, con los comerciantes perjudicados, con el resto de ciudadanos que están convencidos de que la calle también es suya).

El movimiento acaba siendo absolutamente endogámico (su principal crítica contra el sistema político actual), sufre detenciones y luego protesta para conseguir su liberación. Ya no intenta encontrar soluciones a problemas preexistentes, sino que persigue resolver situaciones que ellos mismos han creado. La gente bienpensante que empezó el movimiento con muchas ganas lo va abandonando, y sólo quedan los profesionales de esto.

En este país tenemos una democracia representativa, que nos costó muchos esfuerzos y mucho tiempo de conseguir. Y que, desde luego, no se merece ser reemplazada por una pseudodemocracia real asamblearia que, por lo menos a mí, no me representa para nada. Cuando se concentran frente al Congreso para intentar dificultar su trabajo, o directamente boicotearlo, los que me representan a mí están dentro (me gusten más o me gusten menos, les haya votado o no), y no en la calle.
La detenida en Valencia mira al fotógrafo, invocándole
como notario de la situación
(Biel Aliño - EFE -; Fuente: El País)

Para los políticos, estas movilizaciones tienen que haber sido una lección que les devuelva al pueblo del que nunca debieron alejarse. Y ojalá de las acampadas surja un nuevo proyecto político, un nuevo partido que defienda muchas de las reivindicaciones ciertas y genuinas que surgieron de esas asambleas. Una formación alternativa, mucho más fresca, y a la que podamos votar sin taparnos la nariz.

Pero ya no queda ninguna duda. El tiempo de estas movilizaciones, acampadas y asambleas populares ya ha pasado. O son capaces de evolucionar hacia una organización más reglada, que pueda defender las muy positivas propuestas que han ido elaborando, o se acabará hundiendo en el caos de la marginalidad, de la indolencia, de lo alternativo por pura pereza, de vivir del sistema pero contra el sistema. En fin, contradicciones con las que resulta imposible sobrevivir con éxito.

El resto de los ciudadanos les hemos prestado la calle durante unas semanas. Pero ya va siendo hora de que nos la devuelvan. Que la calle es de todos los ciudadanos, y también mía, por supuesto.

La sociedad no puede avanzar a base de enmiendas a la totalidad.

Sólo espero que todas estas incomodidades (de todos) haya servido para algo en aportar aire fresco a las formas (y fondos) políticos del país. Y que no se quede para la historia como la primavera de España de 2011. Y que no se limite a una anécdota que contar a los nietos, yo estuve en las acampadas del 2011.

Y creo que no deberíamos sobrevalorar la importancia, trascendencia o poder de las redes sociales, como se viene haciendo últimamente. Porque sirven para extender cualquier pensamiento mucho más rápido, mucho más lejos, y a muchas más personas, que subiendo a un cajón y clamando por el fin del mundo en Hyde Park Corner. Tenemos que vencer la tentación de pensar que lo que está en la Red es verdad, y desde luego, que es la verdad. La Red, Internet, las redes sociales, Facebook, Twitter, no son más que medios de comunicación ciertamente nuevos. Pero meros medios. Los fines los seguimos definiendo los humanos.

Las fotografías (o, para el caso) los vídeos, son el reflejo fiel de una situación en un momento, o de unos hechos durante 10 o 20 segundos. Pero las causas se fraguaron antes, y los efectos suceden después. Con las tecnologías actualmente disponibles, es muy fácil recopilar las imágenes sobre las que queramos que se preste atención, y entonar al final el CQD (Como Queríamos Demostrar). Si bien la tecnología es neutral por sí misma, su uso nunca lo es.

Además, estas movilizaciones han despertado en algunos políticos los rincones más negros de sus almas. Ha habido reacciones, ciertamente desproporcionadas, de la Policía en algunos casos. Pero la Policía, siempre, pero de forma muy clara en las sociedades democráticas, obedece órdenes políticas. Y las Hermanitas de la Caridad no están en la calle, en ninguno de los dos bandos. La provocación es un arma política de doble filo, que siempre acaba hiriendo (también) a quien la esgrime. Todo esto me recuerda al chileno que lideraba muchas asambleas cuando yo era estudiante en la Universidad. Sus consignas eran hay que cortar la Diagonal. ¿Para qué? Para provocar a la Policía y que vengan aquí, y ya la tenemos liada.

En fin, que toca ya desmantelar los campamentos y a otra cosa. Que hayan servido, o no, para algo, ya se verá.

Que la Calle también es mía.

JMBA

3 comentarios:

  1. Hola José Mª.
    Ya decía el malogrado M.V.Montalbán que "contra Franco vivíamos mejor". Ahora que tenemos llibertat, amnistía i estatut de autonomía se nos han acabado las causas nobles por las que luchar y hemos tenido que pasar a causas más prosaicas como es la comida. Recuerdo que durante la dictadura y la transición a la democracia nos enseñaron que el fútbol era el opio del pueblo inventado por la oligarquía para alienar al proletariado. El otro día que el Barça ganó la champions, puedes imaginar cómo se pusieron las calles de Barcelona de celebración. Ahora que falta pan, cada vez vamos a tener más circo.Estoy tristemente convencido que con estos jóvenes indignados pasará como con el PSOE, que levantó grandes expectativas de cambio que culminaron en la huelga general del 28D(1988), que por cierto yo estaba en Zaragoza en un proyecto en la CAI con F. Iglesias y nos aburrimos solemnemente por no tener nada que hacer. Afortunadamente, el hotel en el que estábamos no cerró y al menos pudimos comer y dormir.
    Un abrazo, y a seguir con tu blog que es muy interesante.
    Santi

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  2. EL problema es que todas las protestas se acaban ahogando mientras sea "poderoso caballero, Don Dinero". Cualquier posible cambio sólo es posible si antes hay un cambio de paradigma, o sea- se, de la mente (antes se decía, el alma humana) y su escala de valores. Y ésto, al menos, en un número considerable de países o de bloques. Además, aunque el 15M es, en mi opinión, un fenómeno positivo, ¿quién y cómo le pone un cascabel al gato del sistema actualmente rampante, en el que, además creen muchos, unos por intereses y otros por desconocimiento?

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  3. Hola, entré a tu blog siguiendo un artículo sobre Scalextric que me gustó mucho, y luego vine aquí porque me interesa la revolución española. No comprendo en qué te molesta que la gente que está sin empleo o que la gente a la que le están quitando la casa tome las calles? La situación no se reparó, y además las asambleas siguen reflexionando ¿dónde quieres que lo hagan? Les darás tu casa? Apadrinarás a una familia en problemas? Si quieres que dejen de tomar la calle, haz algo para mejorar las cosas. Y además, la calle, como es de todos, puede ser tomada por cualquier grupo en cualquier momento, algo básico de la democracia, te guste o no.

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