En Febrero pasado, con motivo de las primeras concentraciones y revueltas populares en algunos países del Norte de África, publiqué un artículo titulado así: El Poder de la Calle.
Aspecto de la Puerta del Sol a las 22.22 de esta noche (Autora: Céline Gesret; Fuente: La Vanguardia) |
Dejaba allí claro que no me fío nunca de este tipo de movimientos, no considero que me representen, entre otras cosas porque a mí nunca me ha gustado ocupar la calle, tribalizarme con la multitud.
Pero los hechos a los que estamos asistiendo estos últimos días en España (y ya también por parte de españoles emigrantes económicos en otras capitales del mundo) tiene alguna característica muy especial. Porque España (desde hace más de treinta años) es un país que se gobierna por medios democráticos. Periódicamente hay elecciones, donde podemos escoger entre aquellos que han elegido servir al pueblo.
Es cierto que todavía convivimos con algunas imperfecciones y varias anormalidades en nuestra democracia todavía adolescente. Y los concentrados están metiendo el dedo en la llaga de alguna de ellas, aunque no siempre estén sugiriendo buenas soluciones, o por lo menos soluciones practicables.
Es cierto que estamos sufriendo muy severamente un fenómeno de desafección de la ciudadanía por la clase política y por los políticos en general. Ello es básicamente debido a una partitocracia endogámica, que tira del ciudadano cuando hay elecciones, pero se olvida de él luego, hasta las siguientes votaciones.
Hay que forzar la mano de los partidos mayoritarios para abrir el melón de una reforma de la ley electoral que, sin duda, algo les perjudicará. Pero es impresentable la terrible sangría que están sufriendo los partidos minoritarios, entre las circunscripciones pequeñas con pocos cargos a elegir, las listas cerradas y la ley d'Hondt. Aunque proponer listas abiertas en circunscripción única es una animalada impracticable.
Un caso de libro, en estas elecciones autonómicas, de las perversiones a las que puede llevar una cierta declinación de las leyes electorales es la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha. El número total de diputados a elegir es limitado (49). Son cinco provincias en total, y en todas ellas, salvo Ciudad Real, el número de diputados autonómicos a elegir es par (entre 8 y 12 por provincia). En Ciudad Real hay que elegir 11 diputados. Con dos fuerzas mayoritarias y muy igualadas, casi da igual quién obtenga más votos en cualquier provincia (Toledo, Cuenca, Guadalajara, Albacete) porque, salvo que haya diferencias muy abultadas, la mayor probabilidad es un reparto de diputados por igual entre ambos partidos mayoritarios. Por el contrario, en Ciudad Real un solo voto de diferencia puede provocar 6 diputados para un partido y 5 para el otro, y dar así la mayoría absoluta a uno de ellos, en su caso. Para rodear esta perversión, sería bueno que otras fuerzas minoritarias alcancen el umbral necesario para conseguir algún diputado, pero está complicado.
Y, por otra parte, el ciudadano en este país tiene múltiples motivos para estar indignado. Es la reacción al librito de Stéphane Hessel (Indignaos, Indignez-vous) que está siendo todo un best-seller, lo que mejor explica que muchos ciudadanos hayan elegido salir a la calle para protestar de un statu quo que les ignora, y cuando no les ignora les perjudica. Estamos asistiendo a la protesta de la indignación.
Yo no me encuentro a gusto con estas multitudes y aglomeraciones (ya lo he dicho) pero sigo el tema con muchísimo interés. Y, al margen del romanticismo que siempre despiertan movimientos ciudadanos de generación espontánea como este, trato de ser práctico y anticipar cuál puede ser el efecto que estas movilizaciones van a tener sobre el resultado de las elecciones de este domingo. Porque alguna influencia van a tener, seguro, aunque no siempre podamos aislarlas y determinarlas con precisión quirúrgica.
Yo confío que provoque una reducción cierta de la abstención, que provoque a un mayor número de ciudadanos a asistir a votar. Por unos o por otros, que esto ya es un tema de cada cual. Pero la democracia mejora cuando la abstención se reduce. Los ciudadanos que pasan de la política se van quedando al margen, van perdiendo posibilidades hasta de indignarse porque los políticos elegidos hayan traicionado lo que prometieron antes de las elecciones.
Hay que reconocer que es complicado gobernar, porque hay que administrar unos recursos siempre muy limitados, la mayoría de los cuales ya están asignados a gastos corrientes prácticamente imposibles de modificar. Pero ahí hay que valorar la intención y la voluntad de orientar esos gastos y los discrecionales que se puedan permitir con los recursos restantes, en la buena dirección.
Los políticos deben entender que, más allá de las elecciones, estas concentraciones significan que muchos ciudadanos de este país están enojados, están cabreados, se sienten agredidos por el sistema. Porque se les ha engañado, porque un partido de izquierda en el poder ha tenido que aplicar recetas del neoliberalismo más salvaje, y así casi hasta el infinito. El día después de las elecciones, los ciudadanos seguimos aquí, y tenemos que exigir que los políticos lo sepan, lo entiendan y actúen en consecuencia. Tenemos que combatir la desafección del ciudadano hacia la política, la acción política y los propios políticos. Eso no lleva más que al desastre.
Nadie tiene muy claro si hay alguien que pilota, dirige, lidera u orienta las concentraciones en una determinada dirección (política). La calle es buena para destruir, pero es imposible construir en ella. Para eso todos los ciudadanos debemos ejercer nuestro derecho al voto. Porque el voto de cada cual es personal, intransferible, inalienable, y nos pertenece íntegramente a cada uno de nosotros. En política es lo único de lo que debemos estar completamente seguros que es nuestra propiedad.
Ejerzamos honradamente nuestro derecho al voto. Hacia un lado o hacia el otro, según la sensibilidad de cada cual. A los partidos mayoritarios si queremos primar el voto útil. A los partidos minoritarios si pensamos que es mejor intentar que aparezcan otras fuerzas que tercien en un escenario político más bien enrarecido. Y procurad NO votar en blanco, porque ese voto se contabiliza, no favorece a nadie, pero perjudica a los pequeños partidos, ya que eleva el listón del 3 o el 5% necesario para ser tenido en cuenta en la repartición de los escaños. Si hay muchos votos en blanco, dejaremos fuera a más partidos minoritarios, que no tendrán ni siquiera opción de convertir sus votos en algún cargo electo.
Participad en las elecciones de este domingo. Sólo así se gana el derecho real de indignarse contra los que (eventualmente) nos puedan defraudar.
JMBA
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