Por recomendación de un buen amigo leí hace unos meses un libro titulado La Doctrina del Shock, de la activista canadiense Naomi Klein. Escribí una reseña del libro en Noviembre pasado.
A raíz de la publicación de ese artículo, una amable lectora ocasional de este blog, Pilar, me recomendó la lectura de otro libro para que pudiera comprender mejor el fenómeno global que Naomi despedaza en su libro. Se trata de El Malestar en la Globalización de Joseph E. Stiglitz, Premio Nobel de Economía de 2001.
Stiglitz es poco sospechoso de ser antisistema, pues fue vicepresidente del Banco Mundial y asesor económico de la Casa Blanca durante la presidencia de Bill Clinton. El libro fue publicado en 2002, por lo que no trata en absoluto el fenómeno de la crisis global en la que llevamos inmersos ya varios años.
De alguna forma, la tesis es que buena parte de la población mundial siente malestar ante el fenómeno de la globalización porque esta beneficia a algunos, perjudica a muchos y ni siquiera toca ni ayuda en nada a otra multitud. Y ello, según Stiglitz, tiene mucho más que ver con la forma, el ritmo y las prioridades en la aplicación de las reformas que en el fondo de las mismas.
En el libro, Stiglitz revisa las actuaciones de los organismos internacionales (especialmente el FMI, al que tiene particularmente enfilado) en algunas de las mayores crisis mundiales de las últimas décadas. Especialmente la crisis de Extremo Oriente desatada en 1997 y la transformación de los países ex-soviéticos en la década de los 90.
Joseph E. Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001 (Fuente: acoriz) |
El origen de las disfunciones proviene del hecho de que el FMI tiende a aplicar ciegamente medidas relacionadas con el Consenso de Washington, que parten de la base de que los mercados (aunque apenas existan o sean extremadamente inmaduros) son capaces de autoregularse, y que cualquier intervención de los Estados es perniciosa por su propia naturaleza.
Rusia fue un excelente alumno del FMI, y por ello desmontó el gobierno soviético con la máxima rapidez, y privatizó todo lo que pudo, incluso antes de que existieran mercados establecidos y en funcionamiento regular. Ello provocó la creación de una nueva oligarquía que, en muchos casos, procede de los que ya ocupaban posiciones preeminentes en el régimen anterior, y que fueron los únicos posicionados para adquirir a precio de ganga los activos del Estado. Se pasó casi sin solución de continuidad de un gobierno autoritario a una sociedad gobernada por entes mafiosos, con una población crecientemente empobrecida. Además, las prioridades en la aplicación de las medidas facilitó la huida de capitales, y ha dificultado en extremo conseguir una economía en crecimiento.
En resumen, lo que sucedió en rusia creó un pequeño número de multimillonarios, unas clases mafiosas que constituyen el nuevo gobierno, y trajo desempleo y carencias a la gran mayoría de la población. Que ha visto, en la práctica, empeorar su calidad de vida respecto a los estándares de la etapa soviética.
Otros países, como Polonia, por ejemplo, fueron alumnos más díscolos, y consiguieron en el medio plazo un crecimiento más sostenido y una situación económica general de mayor estabilidad. Pero tuvieron que enfrentarse al FMI para conseguir aplicar las medidas que les exigían a su propio ritmo.
De alguna forma, la aplicación insensata de una serie de principios (privatizar, subir los impuestos, fijar la tasa de cambio,...) parecen sólo beneficiar a los grandes acreedores internacionales (que aseguran hasta sus inversiones más temerarias, y les abre las puertas para la libre huida de los capitales), pero no facilita para nada reducir al mínimo el dolor de la población por la aplicación de reformas, hace aumentar el paro, lanza al vacío a muchas capas de la sociedad en países que todavía no disponen de redes de seguridad, y estancan el crecimiento.
En la crisis del Este asiático sucedió algo parecido. Obtuvieron mejores resultados en el medio plazo países como Malasia, más reticentes a la aplicación ciega e inmediata de las recetas del FMI, que Tailandia, por ejemplo, que fueron obedientes en todo.
En fin, asistimos estos últimos meses a varios episodios de rescates de economías nacionales dentro de la Unión Europea. Vimos caer a Grecia, luego a Irlanda, y ahora Portugal ha solicitado también un rescate que se estima en 73.000 millones de euros. ¿No estaremos aplicando en la Unión Europea, ciegamente, las recetas a la FMI?. La sensación que ya está calando en la opinión pública es que estos rescates multimillonarios están encaminados a asegurar las inversiones de los grandes acreedores internacionales, pero no facilitan para nada la salida de ese país de una situación crítica. Son medidas que acaban generando un dolor extremo en la sociedad (recortes sociales, desempleo,...) y no facilitan especialmente, en el corto plazo, que la economía de esos países pueda entrar en crecimiento.
Conviene no olvidar nunca que la riqueza tiene dos estadios absolutamente necesarios, que deben coexistir en el tiempo: su creación y su distribución.
La propia introducción del Euro supuso, en la práctica, una fijación de la tasa de cambio, al estilo de lo que el FMI proponía como primera medida en muchas de las crisis internacionales que analiza Stiglitz, que acabaron con gigantescas fugas de capital y problemas extremos de las empresas de esos países para financiar su crecimiento.
Estos días, los medios están empezando a mirar a Islandia, que tuvo una reacción diferente ante la crisis económica insalvable que tuvo que afrontar hace poco. Claro que Islandia es una pequeña economía (poco más de trescientos mil habitantes) y su proceso puede considerarse, desde cierto punto de vista, un experimento de laboratorio. Pero lo cierto es que la población se rebeló, y se negó a pagar los platos, rotos por la ambición de unos pocos. Están persiguiendo judicialmente a los responsables, y alguno ya está encarcelado.
Nos conviene en estos tiempos revisar la idea de que las recetas económicas ante una crisis son únicas, y son, en el fondo, las preconizadas desde el Consenso de Washington y el FMI, que tanto critica Stiglitz en este libro. Porque la temeridad de ciertos tiburones financieros empieza a explicarse porque siempre han tenido la seguridad de que, al final, vendrá Mamá Unión Europea a recoger (y esconder) todo lo que se rompió.
El Presidente del FMI, de quien se habla como candidato a la Presidencia de Francia en 2012 (Fuente: 7medios.com) |
Da la sensación de que la economía se ha desideologizado y que sólo existe un único conjunto de recetas que todo el mundo da por válido. Porque, ¿alguien tiene alguna duda de que las medidas económicas que ha acabado tomando el gobierno socialista español no son exactamente las mismas que hubiera tomado el PP, de estar en el poder?. Quizá hubiera variado algo el tempo, el ritmo o la intensidad. Pero serían, básicamente, idénticas.
De hecho, parece que Grecia ya está intentando renegociar el rescate. Porque su economía es incapaz de devolver lo prestado en la forma y tiempo que la Unión Europea les exigió. Y porque las medidas no contribuyen a financiar el crecimiento de las empresas, y a conseguir el pleno empleo, o al menos acercarse a él. Que, al final, son los únicos elementos que, de verdad, reflejan una economía saludable.
Nos hemos instalado todos en una especie de economía financiera y especulativa que refleja los males que identificaba Stiglitz con la globalización: benefician a unos pocos, perjudican a muchos, y no ayudan en nada al resto.
En fin, un libro muy recomendable, de lectura obligada para entender un poco más lo que hay detrás de las portadas de los periódicos, y lo que ha sucedido en el mundo en las dos últimas décadas, para conducirnos a la situación en la que hoy estamos.
El Malestar en la Globalización, de Joseph E. Stiglitz. Punto de Lectura, 9,99 Euros.
JMBA
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