Tras superar todos los obstáculos previos (reflejados en los cuatro artículos previos de esta serie), a estas alturas ya estaremos cómodamente (¡¡??) sentados en el asiento del avión. Claro, si nos caben las piernas en el angosto espacio entre asientos que la codicia de las compañías aéreas no para de reducir. Soy de estatura media (tirando a bajito) y, sin embargo, en la mayoría de asientos de clase turista, llevo las rodillas empotradas en el asiento delantero. Y eso sin contar con que mis poderosas caderas más que sentarse se empotran en el asiento y que, antes de abrocharme el cinturón, debo buscar su máxima longitud para conseguir no cortar la circulación de la sangre de mi barriga.
Listos para despegar, horas después de haber iniciado el viaje (Fuente: viajesyturistas.com) |
Pero bueno, estamos sentados y, por primera vez desde que salimos de casa o del hotel, no tenemos nada que hacer hasta que el avión llegue a su destino. En la espera para el embarque, corríamos el riesgo de dormirnos y perder el vuelo. Pero ahora no nos dejarán dentro del avión al llegar a destino, aunque estemos profundamente dormidos. Por tanto, relax. En mi caso, el avión es definitivamente narcótico, y puedo pasarme la mayor parte del vuelo dormidito como un bebé.
El vuelo es lo que veníamos a hacer, y encierra todas las ventajas del medio (fuera del vuelo, el resto son inconvenientes y servidumbres). Porque en poquito tiempo nos hará salvar distancias importantes. Acostumbraba a ser una parte molesta del viaje, por el miedo muchas veces, o porque se movía mucho el avión. Pero, aunque quede gente con pánico a volar, la mayoría hemos aprendido que los aviones vuelan (aunque no sepamos explicar muy bien por qué) y que, cuando se mueven o vibran es porque se defienden. Además, si las cosas fueran mal, tampoco podríamos hacer nada para evitarlo. Por todo ello, relajémonos en el asiento y dejemos pasar el tiempo.
Claro que los tiempos de vuelo, en lugar de reducirse, parece que tienden a aumentar. Las congestiones aéreas de los principales aeropuertos y de ciertas rutas aéreas, provoca que a menudo el vuelo dure más de lo imprescindible, porque hay que ponerse en la cola para despegar o aterrizar. Además, muchos aeropuertos son ya tan grandes que la fase llamada de taxi (el tiempo que el avión se mueve por tierra hasta que está listo para despegar; o el tiempo que precisa desde que aterriza hasta que llega al lugar en que se ya se puede desembarcar) puede llegar a ser de diez o más minutos.
Hace años, el vuelo Madrid-Barcelona, por ejemplo, constaba en los horarios de las compañías con duración de 50 minutos. Con todos los impedimentos habituales (las colas, las congestiones, los recorridos interminables...), hoy ya lo planifican para una hora y diez o quince minutos (para no pillarse los dedos).
Si no nos da miedo volar, el tiempo de vuelo es el más placentero de todo el viaje. Si no tenemos la mala suerte, claro, de estar rodeados en la proximidad de niños maleducados (de los que no paran de hablar a gritos y de pegar patadas al asiento de delante - que, casualmente, es el nuestro -). O si no tenemos al lado al viajero que requiere acceder cinco veces en una hora al equipaje guardado arriba (y requiere que nos levantemos para dejarle pasar).
Pero incluso, a veces, podemos conocer a alguien interesante en el asiento de al lado, suponiendo que no hayamos caído en un letargo incompatible con la conversación. Si volvemos a casa y el viajero (o viajera) al lado no conoce el destino, quizá podamos ayudarle en algún tema práctico.
Si todo va normal, y no hemos sido de los primeros en montar en el avión, una media hora después de haber ocupado nuestro asiento, el avión estará listo para despegar. Si tarda menos, celebremos estar en un vuelo favorable.
Alguna vez, lo del asiento de al lado es insoportable, como en esta imagen de la película Aterriza como Puedas (Fuente: lobocinepata) |
Hace tiempo, el vuelo resultaba entretenido porque pasaban los tripulantes ofreciendo comer o beber algo. Aunque no tuvieras ganas, aceptabas lo que te daban y entre ponte bien y estáte quieta, se te pasaba el vuelo volando. Hoy, como todo es de pago, ya te habrás hecho una composición de lugar sobre si necesitas comer o beber algo. Y si no necesitas nada, puedes intentar dormir a pesar de los golpes que te llevarás de los sucesivos carritos (si ocupas el asiento de pasillo), y de las salpicaduras del café o del refresco que pasa por encima tuyo para el que ocupa el asiento de ventanilla.
Tras un tiempo de vuelo a altura y velocidad de crucero, el avión empieza a descender hacia el aeropuerto de destino. La tripulación se empeña en que apagues todo lo electrónico (ya me diréis la macrointerferencia que puede producir un pequeño reproductor de música en los instrumentos de vuelo del avión). Ah, y que pliegues la mesilla y pongas el respaldo en posición vertical. Ya te gustaría que el que viaja delante tuyo no se le hubiera ni siquiera ocurrido tumbar su asiento hacia atrás. Que el espacio entre asientos es pequeño, pero todo puede empeorar.
Si hay suerte, el avión se dirige directamente a la pista de aterrizaje, y aterriza sin novedad. Si hay congestión, puede tocar dar varias vueltas por encima del aeropuerto, hasta que ocupemos nuestro espacio en la cola de aviones que pretenden aterrizar en el mismo sitio al mismo tiempo. Eso prolonga el vuelo, a veces, hasta diez, quince o veinte minutos. De todas formas, como el billete ya está pagado, el combustible extra que gasten va por cuenta de la compañía. Pero llegaremos más tarde de lo previsto.
En cuanto el avión toca tierra, siempre hay algún pasajero que pone en marcha el móvil para informar a alguien de que "acabamos de aterrizar". Si ese alguien le está esperando en el aeropuerto, puede quedar todavía una buena media hora hasta que se puedan abrazar. Está bien mantener el contacto, pero sin agonías. Que a menudo ese acabamos de aterrizar suena casi a en lugar de estrellarnos.
Teóricamente, nadie debería moverse o ponerse en pie hasta que el avión se haya detenido y haya parado los motores. Pero intentar que esta regla se cumpla es tarea baldía. Siempre hay alguien que parece tener más prisa, que quiere ocupar un espacio favorable en la cola para el desembarque, o que quiere recuperar su equipaje de cinco filas más atrás, antes de que el pasillo se inunde de viajeros de pie, de nuevo a la espera.
Si el desembarque es por finger, es más cómodo, pero hay una única salida en la parte delantera. Si tu asiento está en las filas traseras, más vale que ni te levantes hasta que la cola de desembarque empiece a moverse. Si no, te tocarán otros diez minutitos de pie. Si el desembarque es por autobús, se puede salir por delante y por detrás del avión, y el tema es más rápido. Claro, queda superar ese aguacero inesperado (aunque el cielo esté azul brillante) y el largo recorrido del autobús hasta la terminal, casi inevitablemente de pie.
Maletas en la cinta para equipajes del aeropuerto de Barcelona (Fuente: elperiodicoextremadura) |
Entrando al (edificio) terminal, seguimos a los que nos preceden, hasta que reparamos en que tenemos un equipaje que recoger. A partir de ahí, nos fijamos en los indicadores de Recogida de Equipajes y Salida, que no siempre coinciden todo el tiempo. A lo lejos vemos otra señal que sigue con la flecha de frente, indicando que tenemos que seguir andando hasta más lejos todavía. En los macroaeropuertos actuales, es fácil que el paseo hasta la cinta del equipaje nos tome hasta diez minutos, si no incluso más.
Cuando llegamos frente a la cinta de equipajes asignada a nuestro vuelo, o bien está parada y toca esperar, o bien está en marcha sacando maletas de otro vuelo que llegó antes. Toca esperar, de nuevo. Es el momento en que todo el mundo decide mantener vivo el contacto, y llama a los que le esperan o a los que le despidieron, o revisa los mensajes y los correos.
En un cierto momento, la cinta avisa de que se va a poner en marcha, y empieza a dar vueltas. Esto puede suceder incluso antes de que lleguemos nosotros, o hasta quince minutos después. Excepcionalmente, el período puede ser incluso mucho más largo (si estamos en hora punta, si se han acumulado muchos vuelos al mismo tiempo, si el aeropuerto anda escaso de efectivos, si el cierre de la bodega se ha congelado - eso nos dijeron un día de invierno llegando a Barcelona - o por cualquier otra contingencia).
Yo vi una vez a mi maleta saliendo la primera de todas las de mi vuelo. Pero muchas veces ha salido de las últimas. De hecho, siempre sale de las últimas que vimos salir. Incluso tres o cuatro veces no salió. En este caso, el carrito que habíamos cogido se volvió inútil de repente, y toca la reclamación (maleta dura de tipo C, color gris oscuro,..., su dirección en la ciudad,...). Si el equipaje no apareció, con suerte nos lo llevarán a casa o al hotel esa misma tarde (nos habremos ahorrado arrastrarla todo el tiempo). Si no hay suerte, puede tardar algunos días. Si volvíamos a casa el tema no es muy enojoso. Pero si el vuelo era de salida, nos espera un rosario de llamadas interesándonos por nuestro equipaje, e informando de la nueva dirección del siguiente hotel o lo que sea. Habrá que comprarse alguna muda y trastos para afeitar y para el aseo, etc.
Recuperado el equipaje, ya vamos hacia la salida, que acostumbra a ser más bien huidiza. Si el viaje es organizado, igual alguien nos espera, para conducirnos a un autocar que nos lleve al hotel (eso sí, cuando aparezca ese viajero rezagado o que se perdió). O tenemos que buscar la estación del tren o metro, o coger un taxi, Dios nos guarde, o buscar la parada del autobús para la ciudad. Si volvemos a casa, iremos hacia el parking si dejamos el coche, o cogeremos un taxi o lo que sea, para conseguir llegar finalmente a nuestro domicilio.
Cuando abrimos la puerta de casa, miramos hacia atrás y nos damos cuenta de que hemos volado una o dos horas, pero hemos viajado cuatro, o cinco o seis horas.
Pero este es el medio más rápido de que disponemos para movernos de un sitio a otro.
En mi última visita a París, hice el viaje de ida utilizando el enlace ferroviario de Alta Velocidad por Figueras, que ya conté en otro artículo. Sin apurar los tiempos, salí de mi casa a las 7.15 de la mañana, y llegaba al hotel en París en torno a las nueve y cuarto de la noche. Total, unas catorce horas de viaje.
A la vuelta, hice el viaje en avión, y no sufrí retrasos. Salí de mi hotel en París en torno a las doce y media del mediodía y llegaba a mi casa en Madrid bien pasadas las seis de la tarde. Casi seis horas de viaje.
Bueno, alguna ventaja tiene, todavía. Pero molar, no mola.
JMBA
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