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jueves, 10 de mayo de 2012

Los Banqueros Siempre Vuelven

Tradicionalmente, los Bancos eran empresas familiares. De hecho, el renombre de algunas familias en España procede en buena parte de haber sido propietarios de un banco que llevaba su nombre.
Rodrigo Rato y José Ignacio Goirigolzarri, sucesión
en Bankia.
(EFE; Fuente: cincodias)

La base de su negocio era recoger dinero de los ahorradores de su entorno natural, y prestarlo a otros que lo pudieran utilizar para llevar adelante proyectos empresariales o económicos en general. Su mercancía era el dinero, y su beneficio la diferencia de interés entre el dinero que tomaban y el que prestaban. Al más puro estilo de los usureros medievales (principalmente judíos, pues la Iglesia prohibió a los cristianos practicar la usura).

Con el tiempo, la progresiva globalización y la creciente competencia, su supervivencia parecía estar en alcanzar un mayor tamaño. Así hemos visto, sin ir más lejos que España, la desaparición de infinidad de Bancos, absorbidos o comprados por otros de la competencia, para conseguir entidades más competitivas por su mayor tamaño.

En esas familias de banqueros, habitualmente de la clase alta y adinerada, se distinguía al banquero por ser un personaje más bien gris, con trajes oscuros y corbatas monocolor, que no daban pasto a ningún tipo de habladuría. La pervivencia de su negocio se basaba en la confianza (casi personal) que pudieran obtener de sus clientes. Junto a ellos, en esas mismas familias, había habitualmente las ovejas negras, los que alejados de ese patrón de discreción, escogían disfrutar de la vida gastando el dinero de la familia, y que estaban permanentemente en boca de todos por sus muchos escándalos.

La primera noción que tuvimos en este país de que un banquero podía ser algo diferente de ese estereotipo la tuvimos con el advenimiento de Mario Conde. En esos años, hace ya tres décadas, muchos niños querían ser Mario Conde de mayores. Fue la primera vez que nos dimos cuenta de que ser banquero podía ser simplemente una profesión, y no necesariamente una condición o un sacerdocio. Mario Conde gastaba gomina a toneladas, vestía trajes de colores más pálidos y corbatas rojas o multicolores. Salía en la prensa del corazón, montado en su yate, y su vida familiar y conyugal estaba permanentemente en las portadas del colorín.

Al margen de todos los manejos indecentes, ilegales o inmorales que pudiera cometer, la sensación que quedó en el ciudadano de a pie, el ciudadano que debe resignarse a ser espectador de esas cosas, fue que los banqueros de verdad, los del traje oscuro, se quitaron de encima a Mario Conde por ser diferente a ellos.

En tiempos más recientes, hemos visto a (presuntos) profesionales de las finanzas convertirse en banqueros por pura designación o nombramiento. Ya los banqueros no lo eran por la Gracia de Dios (o por ser el primogénito de una familia de banqueros), sino que ser banquero se convirtió en una carrera profesional como otras, sólo que, habitualmente, mucho mejor pagada.

Nunca supimos lo que esos banqueros de traje oscuro podían ganar, porque realmente estaban cuidando y haciendo crecer el patrimonio familiar, del que todos vivían muy bien. Pero cuando se extendió la costumbre de nombrar a profesionales como presidentes o directores de Banco, a designarles como Banqueros, su retribución pasó a ser un dato económico relevante, y la publicidad de sus ganancias, un imperativo legal para las grandes sociedades bancarias que cotizan en los mercados públicos.

En esos años vimos a figuras como Alfredo Sáenz (que pasó por el Banesto expropiado) o cómo un profesional externo como Francisco González desplazaba a las familias vascas tradicionalmente bancarias o banqueras (como los Ibarra) de la dirección del BBVA, o cómo el Goiri (ese vasco de nombre difícilmente pronunciable, que estamos aprendiendo bien estos días a través de los noticieros) alcanzaba las más altas cotas de poder en esa entidad. Y, por cierto, cómo FG le apartó del BBVA con una prejubilación más que dorada a su (todavía) bastante temprana edad.

En el 96 vimos a Rodrigo Rato, miembro de una ilustre familia, muchas de cuyas empresas familiares acabó liquidando, malvendiendo o quebrando, convertirse en Ministro de Economía de un Aznar con bigote venido a más en la Presidencia del Gobierno. Su gestión pasó por ser positiva para el país, aunque parece claro que la ola económica internacional iba hacia arriba, y alguien alguna vez deberá dedicarle tiempo a analizar de verdad su período al frente del Ministerio.

Aunque sonó su nombre para suceder a Aznar, en la batalla que se libró en el interior del famoso cuaderno azul (y en muchos más lugares, sospecho) acabó ganando la partida el gallego registrador de la propiedad, el Babas. A Rato le buscaron acomodo (con el apoyo de muchos otros amigos del extranjero) en el FMI de Washington. Que estuviera en trance de una separación conyugal posiblemente forzó a que Ana Botella le susurrara en la oreja a Aznar lo inconveniente que sería que Rato fuera su sucesor.

El FMI (o IMF, por su nombre en inglés), es un organismo que se creó a partir de los acuerdos de Bretton Woods tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Pero se ha ganado las diatribas de tirios y troyanos, y la fama de ser como Atila, que por donde pasa ya no vuelve a crecer la hierba. Pero ha sido (y es hoy) un esbirro extremadamente útil para sus amos, principalmente las grandes corporaciones estadounidenses, ya que son sus intereses los que básicamente defiende el Fondo. Mediante unas políticas (más bien unas recetas) directamente inspiradas por las tesis más ultraliberales (o neoliberales) de la siniestra Escuela de Chicago y de su alma máter, Milton Friedman, acaban poniendo a los países a los pies de los caballos de sus amos..

Cuando acabó su mandato en Washington, Rodrigo Rato volvió a España con la convicción de que podía retomar una carrera política, sustituyendo a Rajoy que ya empezaba a conocérsele por el que las elecciones, directamente las perdía. Pero el Babas ya se había hecho fuerte en el aparato del partido, y no era viable desplazarle. Le salió entonces un curro de lo suyo, de banquero, en Caja Madrid, cuando la estrella de su antecesor, Miguel Blesa, ya estaba irreversiblemente declinando. Algún día Esperanza Aguirre debería contar toda la verdad de ese episodio.

Claro, sobrevinieron los diversos efectos de la enorme crisis financiera, en la que todavía estamos sumidos, y parece que cada vez más. Uno de esos efectos fue la necesidad de reformas del sistema financiero y de fusiones de la infinidad de Cajas de Ahorro que había en el país, para conseguir entidades de mayor tamaño que tuvieran alguna posibilidad de sobrevivir y flotar sobre tantos cadáveres. Las Cajas de Ahorro, que nacieron con la mejor de las intenciones y que desarrollaron su papel correctamente durante muchas décadas, acabaron siendo pasto de los políticos. Los políticos, especialmente los regionales, autonómicos o incluso locales, las tomaron al asalto para utilizarlas como el instrumento financiero de sus delirios, de sus proyectos muchas veces faraónicos, solamente a su mayor gloria. Y, claro, todas las cosas de este mundo tienen un límite.

Caja Madrid, una entidad mediocre (la infinita desidia en su trato con el cliente llegó a ser legendaria) se acabó así convirtiendo en la cabeza de cartel de una de esas fusiones. La siguiente en tamaño era Bancaja, la caja valenciana que había sido expoliada por los políticos regionales (obligada a financiar la construcción de pirámides nada rentables). Además, las dos (pero no solamente ellas) habían sucumbido a su propia codicia y, lo que es peor, a la falacia de que la vivienda (el ladrillo en general) no podía hacer más que seguir subiendo de precio ad aeternum.

Todos recordamos esos años en que el crédito fluía no solamente sin límites, sino incluso de forma claramente temeraria, si no suicida. Préstamos hipotecarios por más valor que el tasado para la vivienda (confiando ilusoriamente en que su precio no cesaría de subir en los años - y décadas - siguientes) y préstamos con avales cruzados entre inmigrantes recientes y sus familiares. Sin ir más lejos.

En esas circunstancias, los banqueros, que ya no eran los propietarios de los bancos y que ya no cuidaban de un patrimonio familiar, sino que únicamente perseguían hasta los últimos resquicios de retribución personal adicional (a base de bonus, comisiones, cartera de acciones, planes de jubilación multimillonarios, blindaje de contratos, y así para adelante) actuaron solamente pensando en el corto plazo. Las viejas ideas de los banqueros de traje oscuro y actitud discreta, siempre pensando en que ese patrimonio que recibí de mi padre debo dejárselo más crecido a mis hijos, habían desaparecido de la actitud de los banqueros. Lo que las sustituyó fue la depredación pura y dura, el cortoplacismo cruel, el quemar las naves para llegar antes a la orilla y abandonar el barco antes de que se hundiera o navegara a la deriva, ya sin mástiles ni velas, quemados todos ellos en la caldera insaciable.

Muchos se convirtieron en multimillonarios a base de ser retribuidos por hacer que las entidades avanzaran con mucha mayor rapidez... hacia su propia destrucción.

Los nuevos banqueros ya no son los propietarios de los bancos, pero por diversos mecanismos retributivos, sí acaban poseyendo un porcentaje significativo de las acciones (aunque sea solamente un 1 o un 2%, en entidades con miles de millones de acciones en circulación, esa minucia puede suponer algunos cientos de millones de euros).

Cada vez que se hacen públicas las cifras de retribución de estos nuevos banqueros se genera una auténtica alarma social. Cuando las entidades parecían sólidas, quizá se podían entender estas enormidades, dadas las grandes responsabilidades que parecían asumir. Pero en estos tiempos revueltos, parece que nadie nunca es responsable de nada; sólo de quemar las naves como hacían, por cierto, todos los demás.

Cuando el Goiri (José Ignacio Goirigolzarri, con fama de afable y buen profesional) fue apartado del BBVA, se llevó para su casa un paquete económico de impresión, en forma de indemnizaciones, planes de pensiones y demás accesorias. Yo siempre he pensado que si alguna vez tuviera la suerte de disponer de, digamos, diez millones de euros (la Primitiva siempre es una opción, aunque remotísima) mi única preocupación sería que eso me diera unas rentas que me permitieran vivir a mi aire y hacer todas las cosas que realmente me apetecieran. Pero hay que entender que yo no soy un yonkie del dinero, como sí lo son los banqueros, especialmente estos nuevos banqueros. Cuando has descubierto la forma de ganar un millón, no puedes abandonar sin hacer que otro millón surja de la nada y se dirija a tu bolsillo. Y así, ad infinitum. No cabe duda de que el poder y el dinero son drogas poderosísimas, y ríanse ustedes del mono de la cocaína o de la heroína, que los temblores que tienen que asolar la vida de esos banqueros privados de su droga, debe ser de impresión.

Ahora el Goiri vuelve para hacerse cargo de Bankia, en sustitución de Rodrigo Rato (las disquisiciones sobre dónde encontrará este su droga a partir de ahora serían objeto de otra conversación). Goiri podría estar en su casa (o donde quisiera) haciendo lo que le apeteciera. Pero, claro, a los yonkies lo que realmente les apetece es seguir pinchándose; seguir dando con su varita mágica en la tierra yerma, para hacer brotar más millones que llevarse a su retribución (fija, variable y circunstancial). Un céntimo de euro que me diera cada habitante de la Tierra no significaría nada para ellos, pero con esos 60 millones yo podría hacer maravillas, tú.

Deberían entender que cada flor que cortan seca un poco más la tierra, si no se riega y se abona.

Lo primero que ha hecho Goirigolzarri al tomar posesión de su nuevo puesto ha sido arrojar la toalla en dirección al Gobierno. Les ha propuesto que, directamente, nacionalicen la sociedad matriz, el BFA (Banco Financiero y de Ahorros) que es, a su vez, propietario del 45% de Bankia. El BFA ya dispone de un crédito público (del FROB) por más de cuatro mil millones de euros, a un interés próximo al 8%. Todos saben que ese dinero nunca podrán devolverlo, por lo que ahora la propuesta es convertirlo en capital (acciones) de BFA, que pasaría a titularidad pública. Los propietarios actuales de BFA son las siete cajas que se fusionaron, capitaneadas por Caja Madrid y Bancaja. Si la valoración independiente que se haga de BFA estima que su valor real es igual o inferior a ese volumen de capital público, entonces BFA pasará a ser 100% propiedad pública, a través del FROB. Indirectamente, pues, el Estado se convertiría en dueño del 45% de las acciones de Bankia. El resto está en manos de hasta 400.000 inversores privados; que hemos visto (incluso por la mínima parte que me toca) como el valor de las acciones de Bankia se ha deslizado a la baja. Una vez más, tocará tener paciencia, y confiar en que vuelvan a remontar con el paso de los años. O que acaben no valiendo nada, claro.

No sé si vamos por buen camino. Pero todos los síntomas parecen indicar que no. Teníamos en las manos un jamón con mucha grasa. Empuñando el cuchillo jamonero, hemos ido quitándole capas, sólo para encontrar más grasa debajo. Y ya estamos tocando el hueso.

Desde que empezó la crisis, hace ya, por lo menos, cuatro años, en ningún momento está dando la sensación de que las cosas vayan yendo un poco mejor. Seguimos cayendo pendiente abajo (más desempleo, más pobreza, más miseria, menos dinero, menos recursos,...y lo que es peor, cada vez hay más pobres y más miserables en este país y en los que nos rodean, que hasta muchos que sí tienen empleo bordean el umbral de la pobreza) y no se le ve el final a esta caída inacabable.

La sociedad necesita urgentemente un rearme moral, un cambio de objetivos que contribuyan a reducir las desigualdades que no han cesado de ampliarse y extenderse en las últimas décadas. Estos yonkies han demostrado ser buenos en conseguir los objetivos que se les fijan; quizá sucede que el error está en que esos objetivos no son los correctos.

En esa aula, que es el mundo, cada alumno tenía una lata de sardinas en propiedad. Aunque nunca se llegaran a abrir para comerse las sardinas en su interior, daban alegría a todos y permitían fomentar los intercambios. Pero, por diversos mecanismos, hoy todas las latas las tiene uno solo. Pero, incluso si se pone a cenar con mucha hambre, a partir de la quinta lata ya le dará la cagalera. Y si ya a nadie más le queda una lata de sardinas, ¿qué más podrán robar mañana?.

Pero, a pesar de todas estas desdichas, los banqueros siempre vuelven, presos de su mono de yonkies. Confiando en que el suministro de droga no se va a interrumpir. Confiando en que podrán seguir dando con su varita en las rocas cuarteadas y seguirá manando agua. Y sabiendo que, si las rocas están efectivamente secas, hasta que se sepa a ciencia cierta habrá pasado el tiempo suficiente como para reforzar, una vez más, su posición económica personal.

Por eso los Banqueros Siempre Vuelven. Por el mono. Pero deberían recordar que no hay mal ni bien que cien años dure.

JMBA

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