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lunes, 26 de enero de 2015

Pequeñas Cosas que no Molan Nada (12) - Camisas Nuevas

Debo empezar reconociendo con humildad que no soy un cliente del sector de la moda, aunque sí, de vez en cuando, del sector de la ropa y del calzado. Con ello quiero decir que cuando me toca comprar algo de ropa no resulta para mí un placer, ni deambulo por múltiples tiendas antes de decidirme. Es simplemente una tarea tediosa que procuro liquidar con el mínimo esfuerzo, esa ley que, cumpliéndose a sí misma, ni siquiera está redactada.
Mi talla es varios números superior, pero
bueno, el concepto es el mismo.
(Fuente: elcorteingles)

Como mis orondeces esféricas me obligan a consumir tallas que son mayores de lo que el comercio considera como normales, tengo localizado un departamento de tallas grandes en unos grandes almacenes, y ese es mi proveedor habitual. Cuando necesito alguna cosa, les visito, y escojo lo que mejor me parece de entre lo que tienen en oferta, de lo que tienen a la venta, quiero decir.

Las camisas, como todo, se van deteriorando con el uso. Utilizo una cada día, y muy raramente más que eso y casi nunca menos. Por ello, en cada temporada (para un cliente un tanto abúlico como yo, sólo hay dos grandes temporadas: la del frío y la del calor; el resto es lírica de la publicidad) procuro comprar alguna, para ir renovando lentamente el parque. Habitualmente al inicio del período de rebajas (allá por Enero o Julio), hago una visita a mi proveedor habitual para comprar dos o tres camisas nuevas. Y debo añadir que me salto alguna temporada, si no lo necesito.

Con el paso de los años y la buena o mala vida (según quién lo cuente), es inevitable sufrir algunos cambios estéricos. Quiero decir que, en mi caso, cojo algunos kilos y algunos centímetros de perímetro cuando me relajo, o pierdo algunos si me pongo seriamente a limitar la dieta y a exagerar el ejercicio. Supongo que cada metabolismo tiene su estado de equilibrio, que no siempre es el ideal, pero es al que se tiende cuando no hay fuerzas especialmente intensas en una u otra dirección.

Estos cambios suponen que, dentro del stock de camisas que puedo encontrar en el armario, hay algunas que, inevitablemente, son inútiles en mi estado actual. Podría usarlas, claro, pero presentarían una especie de media luna abdominal, por imposibilidad física de que cada botón alcance con comodidad su correspondiente ojal. Eso implica, por supuesto, que algunas de las camisas de mi armario estén en perfecto estado de uso, pero por parte de otra persona, no yo ahora mismo.

Al elegir algunas camisas nuevas de entre las que exponen en la sección de Tallas Grandes, acostumbro a utilizar un cierto criterio, no siempre fácil de explicar, para seleccionar unas y no otras. El tiempo a veces me da la razón y a veces me la quita. Un año después de la compra podría hacer un balance, y a menudo detectaría que una de las que compré la he utilizado como diez veces más que otra. Puede obedecer a la hechura, al color, a los motivos decorativos, pero los motivos no siempre son evidentes, ya que la elección de cada mañana es un acto de total libre albedrío, sólo analizable a posteriori.

Recientemente visité las Rebajas y compré un par de camisas (de las de temporada de frío). Escogí una gris con algo de espiga y otra de cuadritos pequeños. Cabe decir que durante más de treinta años fui de los de corbata sin falta de lunes a viernes, pero hace ya varios años que no recuerdo haber utilizado una (y tengo bastantes abandonadas a su suerte en el armario). Eso me lleva a escoger habitualmente lo que el comercio conoce como camisas sport (aunque no estén, por supuesto, especialmente destinadas a la práctica de deporte alguno).

Una vez las camisas nuevas en casa, uno debe enfrentarse a una labor titánica, que es la que hoy quiero contaros con cierto detalle. Aunque tengo localizada, en mi proveedor habitual, la talla que me conviene, y nunca me las pruebo en la tienda, una vez en casa tengo por costumbre ponérmelas, para asegurarme de que no hay ninguna anormalidad, y someterlas a continuación a un primer ciclo de lavado, secado y planchado, antes de entrar en el stock elegible.

Las camisas que compro habitualmente, vienen perfectamente plegadas. Una cosa que siempre me ha sorprendido, y que nunca he conseguido desentrañar por completo, es que el tamaño de la camisa plegada es prácticamente idéntico cualquiera que sea su talla. Lo que, supongo, debe significar que las más grandes tienen más pliegues que las más pequeñas, para conseguir ese curioso fenómeno.

Poner en circulación un par de camisas parecería una tarea rutinaria, pero en la realidad se convierte en un trabajo que me ocupa no menos de veinte minutos. La razón para ello es que el proceso de convertir una camisa plegada en otra que se pueda uno poner o meter en la lavadora, es una labor ciclópea.

El número de elementos fusibles que uno descarta en el proceso tiende al infinito. Supongo que el muestrario puede variar dependiendo de los proveedores, pero yo conozco el calvario con el mío. La primera frustración es que, al sacar la camisa plegada de la bolsa (esa bolsa todavía la regalan, no como en los supermercados), intentar desplegarla es imposible sin retirar previamente una infinidad de pirulos que la mantienen presentable y con buen empaque para su exposición en la tienda.

Para empezar, las agujas y pinzas que fijan unas partes con otras. Dependiendo de que la gama de la camisa sea media o alta, los infinitos alfileres que hay que retirar son de cabeza fina (hace falta tener las uñas muy bien preparadas para enfrentarse a ellas) o de cabeza más gorda, que facilitan algo la labor. Hay que buscar por todos los rincones los múltiples obstáculos que impiden desplegar la camisa. Hay alfileres por todas partes pero, curiosamente, todos ellos invisibles a simple vista. La gama alta sustituye alguno de esos alfileres por pequeñas pinzas que a veces son metálicas y otras de plástico.

Para enfrentarse a esa labor, es conveniente tener a mano un cenicero o recipiente parecido, para ir depositando en él todos los elementos que, con mucho trabajo y entre blasfemias, hay que ir retirando de la camisita de los c...... 

Tras retirar algunas pinzas y varios alfileres, uno consigue, por fin, liquidar la fase preliminar de la operación. Claro que localizar dónde está la cabeza de los alfileres que bloquean los laterales, que fijan el cuerpo con los elementos de refuerzo para la exposición (piezas de cartón y de papel de seda), o que mantienen el cuello presentable, no es tarea fácil. Están primorosamente escondidas entre los diversos pliegues, costuras y tapetas, y hay que buscarlas casi con lupa. El ejercicio de prueba y error indica cuándo se ha conseguido, por fin, retirar todos los elementos que bloquean el despliegue de la camisa. En esta fase, el nivel de insultos e improperios ya abarca a los ascendientes de primer grado de los empleados que la plegaron y aseguraron, con el único objetivo comprobable de dificultar al máximo la labor del cliente una vez en casa. Sospecho que es imposible mecanizar o robotizar un trabajo con tantos componentes demoníacos.

En este momento, si todo ha ido bien y la precipitación o desespero no ha provocado ya algún desgarro en la tela, habré conseguido desplegar la camisa en todo su esplendor de talla grande. Pero queda todavía un segundo tiempo igual de tedioso.

Las diversas partes de la camisa presentan infinidad de elementos de refuerzo. El cuello tiene refuerzos frontales, exteriores e interiores. Algunos son de plástico transparente, mientras otros son simples tiras de cartón. En conjunto provocan que las camisas en exposición se presenten como mucho más bonitas de lo que serán nunca más adelante.

La parte posterior de la camisa viene protegida con una especie de horma mixta de cartón y papel de seda, que también hay que retirar. Pero no tiréis de él, porque hay que desatascar antes algunos alfileres y pinzas más. A veces hay alfileres casi invisibles que la fijan a los hombros, mientras en otros casos hay alguna pinza de plástico realizando esa labor.

Más vale tener unas tijeras a mano, porque, en algún momento, habrá que enfrentarse a las etiquetas identificativas de la marca, talla, etc. Puede estar anclada en un botón y su ojal, mediante un hilo grueso. Supongo que tienen algún sistema de fijación que debe ser reversible. Pero no os aconsejo investigar ese método para no destrozar nada, salvo que tengáis mucho tiempo libre por delante y una paciencia infinita. Resulta mejor cortar ese hilo con unas tijeras, y a otra cosa. La etiqueta y sus aditamentos van rellenando el cenicero dispuesto al efecto.

Si se consigue coronar esta segunda fase (ahora los improperios van dirigidos ya a parientes de segundo grado o a ascendientes remotos), se ha rellenado el cenicero con infinidad de piezas pequeñitas (alfileres, pinzas, etiquetas) y se tiene un montoncito de piezas grandes (horma de cartón y papel, refuerzos de plástico transparente, tiras de cartón, etc. etc.). Y es la primera vez que el cliente ve la camisa en toda su extensión, y todavía está sometido a diversas sorpresas.

Porque un proveedor determinado, una marca cierta y una talla habitual no garantizan que las hechuras y los detalles de la camisa resulten necesariamente familiares. A veces las alas del cuello van fijadas con sendos botones, a veces no. A veces los puños (en las camisas de manga larga, que es mi caso reciente) llevan un único botón, y otras, dos en paralelo que permiten abrocharlos más o menos apretados. A veces llevan un bolsillo sobre el corazón (yo soy un gran usuario de ellos, aunque reconozco que llevan razón los que afirman que esa es una característica poco elegante). A veces la apertura de las mangas incluye un botón llamado de sardineta, otras veces no.

En fin, ya estamos frente a una camisa reconocible. Para probarla y meterla luego en la lavadora, queda sólo desabrochar todos los botones frontales (el del cuello, que no resulta nada fácil la primera vez, y todos los demás). Quizá haya también que desabrochar los botones de los puños; pero sí hay dos y viene abrochado en el más externo, es posible que podamos pasar las manos por el puño sin necesidad  de soltarlos previamente.

Una vez verificado que la camisa, una vez puesta, nos queda razonablemente como esperábamos, podemos ya ponerla en el cesto de la ropa sucia, para que se incluya en el siguiente ciclo de lavado de camisas. Para una camisa, habrán transcurrido, de media, entre diez y quince minutos y el Paraíso nos quedará bastante más lejos por las muchas blasfemias proferidas. Con los restos de todos los elementos fusibles retirados podremos llenar media bolsa de basura, o dedicarle otros cinco minutos para su clasificación para una eventual reutilización o reciclado.
Parece inocente, pero hasta poder
probársela, hay que superar
muchas trampas.
(Fuente: eglebespoke)

En las camisas comerciales encuentro a faltar un Manual de Instrucciones para el Desplegado, que incluya todos los elementos que deberemos haber retirado para dar por concluida la labor, con gráficos de dónde se esconden los alfileres más puñeteros, que a veces todavía sufrimos algún ligero pinchazo al probarnos la camisa teóricamente finalizada.

Me gustaría, de otra parte, conocer alguna de esas mentes crueles que diseñan los pasos a seguir para conseguir un plegado y fijación perfectos para la exposición de las camisas en tienda. Deberían aguzar el ingenio para diseñar un sistema rápido de desplegado que incluyera, por ejemplo, una simple solapa de la que tirar y que provocara, automáticamente, la retirada de todos los obstáculos de una sola vez. Y también me gustaría ser espectador de la explanada de operarios ocupados en colocar esa infinidad de alfileres y pinzas, que luego resultan un infierno para el cliente, a la hora de retirarlos.

Me atrevo a sugerir que toda esa energía desplegada para complicar la vida del usuario, la utilizaran para fijar bien los botones, para que no se desprendieran clandestinamente a la segunda mirada. Y digo clandestinamente, porque tienen una rara habilidad para el desvanecimiento hacia la nada o el fundido a negro. Desaparecen sin dejar rastro. Afortunadamente, en los últimos tiempos se ha impuesto un reservorio de botones cosidos en la parte baja de la camisa, que pueden facilitar su sustitución en caso de necesidad. Siempre que se disponga, naturalmente, de los elementos y la habilidad necesarios para esa labor de recosido.

Afortunadamente, este infierno sólo me toca pasarlo, de media, una vez al año. Pero, cuando llega el momento, me vence una pereza irrefrenable y la esperanza irracional de que, en el ínterin, habrán inventado alguna novedad que lo haga todo mucho más fácil.

Pero, una y otra vez, sólo me espera el desengaño.

JMBA

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