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jueves, 11 de noviembre de 2010

Pequeñas cosas que no molan nada (1)

Le robo el título de esta colección a Ángel Martín, del programa Sé lo que Hicisteis (en laSexta), que presenta de vez en cuando una minisección con este título.
Parece inocente, pero no lo es
(Fuente: zonalibre)

Pero es dolorosamente cierto que nos toca convivir con un montón de pequeñas cosas que resultan ser un engorro, o incluso una tortura. Intentaré repasar algunas de ellas en siguientes artículos.

Hoy el tema a tratar es el de los envases domésticos de leche.

Cuando yo era un niño, y superada la etapa de la Vaquería y la clásica lechera (habitualmente de aluminio) con la que se iba a buscar la leche recién ordeñada (muy raramente) y recién bautizada (casi siempre), se entró en la época de la leche de fábrica. Bueno, no quiero decir que la leche se fabrique, que en origen siguen siendo las vacas las que la producen, pero por el camino pasa por toda clase de procesos físicos y químicos (pasteurización, uperisación o lo que pueda inventarse el siguiente creativo) hasta que se envasa en la fábrica, se transporta y llega a nuestro hogar en las bolsas del supermercado.

Al principio de la leche de fábrica, el envase era una botella de cristal, que había que devolver. En la fábrica se supone que se lavaba, se esterilizaba y se utilizaba de nuevo.

Luego vino la época gloriosa de los envases desechables (antes de que se inventara el reciclaje, las bolsas amarillas y los contenedores de vidrio), fueran botellas de cristal o de plástico. Y luego ya llegó el invento definitivo: el tetra brick.

Por los materiales utilizados en su fabricación y por su forma, resulta ser el más rentable (para la fábrica, para el transportista y para la Naturaleza; el consumidor que se j...). Hay variantes, pero todas ellas son como una maldición para el consumidor doméstico.
Brick con tapón
(Fuente: lactalis)

El objetivo es disponer de un envase que esté precintado en origen y que, al desprecintarlo en casa, se pueda escanciar una parte de su contenido, y guardar el resto en buenas condiciones de conservación, para su uso posterior. Hasta aquí, simple y evidente.

Al principio, prácticamente todos los fabricantes utilizaban el mismo modelo prismático y sellado en su parte superior, con dos picos, uno a cada lado. Para la apertura, hay que rasgar uno de los picos, que pasa a constituirse como un dispensador. Claro que rasgar a mano ese pico, por la línea de puntos que con su mejor voluntad dibujan, junto a la leyenda maldita de ABREFACIL (al revés te lo digo, para que me entiendas), no es tarea banal ni baladí. Se puede dejar uno las yemas de los dedos si se intenta abordar tan ardua tarea sin anestesia. Al final, lo más práctico es utilizar unas tijeras de cocina para cortar el pico, y a la m..... el abrefácil de los c......   Una vez abierto el envase, se dobla el pico sobre sí mismo, y el contenido queda (menos que relativamente) protegido de las agresiones externas, para su uso posterior (que no pasen muchos días, o habrá que tirarlo, aunque esté en el frigorífico). A cambio de todas sus incomodidades, el escanciado es relativamente sencillo y regular.

Con el tiempo, casi todos los fabricantes han evolucionado, y hoy colocan un pequeño tapón de rosca en la parte superior. Parece más higiénico el tapón, da más sensación de que el contenido estará a buen recaudo una vez desprecintado, porque lo enroscamos hasta oír un cri.cri.cri, y eso ya queda aislado para los restos.

En algunos modelos, el propio tapón de rosca es el precinto. La primera vez que lo abrimos, hay que aplicar una fuerza algo mayor que las siguientes. A cambio, una vez retirado el tapón, ya vemos por el agujerito un contenido blanco y líquido que, muy probablemente, vaya a ser leche.

Pero hay otros modelos más vengativos. Para dar sensación de mejor aislamiento y más protección, hay otros modelos en que el precinto no es el tapón. En el primer uso, debemos retirar el tapón y luego enfrentarnos a un precinto interior, con una anilla que se supone vamos a ensartar con uno de nuestros dedos.  Damos un tirón a ese precinto, y algunas veces se suelta sin incidentes. Es recomendable desensartar el dedo de la anilla antes de tirar anilla y precinto a la basura. Pero eso sucede con esa placidez sólo un porcentaje pequeño de las veces. La forma correcta de hacerlo es aplicando una fuerza de tracción progresiva a la anilla. Si aplicamos súbitamente una fuerza enorme, lo más probable es que el precinto se quede en su sitio, y la anilla ensartada en nuestro dedo.

Pero la tracción progresiva, a veces no tiene límite. Notamos que la anilla nos está segando el dedo, y el precinto no cede. Incluso se nos llega a acumular la sangre en la cabeza de puro esfuerzo.

Superada la fase de apertura, viene la auténtica tortura del escanciado. Retiramos el tapón, e inclinamos el envase sobre el vaso o la taza. Al principio fluye un hilillo de leche. Como tenemos la sensación de que esto va a ser eterno, inclinamos más el brick para aumentar el flujo. Pero esto tiene una consecuencia fatal: de repente parece que al brick le entra el hipo o sufre una especie de orgasmo. El caso es que la leche fluye a borbotones, y se llena de gotas de leche tanto la superficie alrededor del vaso o taza, como nuestra propia camisa. Este es el momento indicado para las blasfemias en arameo (idioma conocido por la rotundidad de sus invectivas). Proferimos habitualmente eso de el que ha inventado esto no se sirve leche en la p... vida.
Brick con cierre de solapa
(Fuente: bedoce)

Intentamos regular la inclinación para que el aire pueda entrar y facilitar el flujo de la leche hacia el exterior, pero raramente lo conseguimos. El único recurso que conozco y que funciona relativamente bien pero sólo algunas veces, es orientar el brick de modo que el tapón quede en la parte superior y no inferior (como parecería más natural) durante el escanciado. Esta posición facilita el intercambio de leche por aire, y actúa de bromuro, porque limita el orgasmo.

Hay un modelo alternativo a este del taponcito, que es con una solapa superior y un precinto interior, que habitualmente consiste en una tira de papel de aluminio o similar, del que hay que tirar por uno de sus extremos para abrir el envase. Habitualmente es más fácil la fase de desprecintado, pero pillar con los deditos el extremo del precinto, dobladito sobre el resto, no siempre es una tarea evidente. Los problemas de escanciado son parecidos al formato de taponcito, con el agravante de que el orificio desprecintado (el dispensador) no sugiere de ninguna forma un escanciado lateral. En este caso la única solución viable para evitar el borboteo es poner el brick de lado (con la abertura en la parte superior). Claro que entonces la solapa acaba como una torrija, empapada en leche. Y el dedito para sostener la solapa abierta, también.
Brick con sellado lateral superior
(Fuente: cosasvisuales)

Y todavía existe otro invento diabólico para desesperación del sufrido consumidor. Se trata del brick con un sellado lateral en la parte superior. En este caso, hay pintados en el envase gráficos con varias fases, indicando el modo de apertura. Simplificando, hay que desgarrar con las dos manos uno de los extremos del sellado, y extraer un pico interior, que debería actuar a partir de aquí como dispensador, y que debe replegarse sobre sí mismo para la conservación. Debo decir que nunca he conseguido abrir este tipo de envase de una forma limpia. Tras el desgarro, el pico de ninguna forma viene a nuestro encuentro. Debemos forzarlo hacia afuera con la uña del dedo, haciendo palanca sobre una mínima abertura que (no siempre) aparece en la cúspide del pico. Si ni siquiera se ve esa mínima abertura, hay que realizar un segundo desgarro interno, para conseguir acceder al contenido. Al escanciar tenemos la sensación de que la leche discurre por un lecho atormentado de cartón deshilachado, y que fluye sobre la roña de nuestras propias uñas, depositada ahí en el empeño.

En resumen, el infierno espera a los diseñadores industriales. Seguro que se regodean con cada nuevo invento, y procurarán que fabricarlos sea económicamente rentable, pero se olvidan de las pequeñas tragedias que sucederán muchas veces en miles de hogares, por culpa de su invento. Cada invención suya habría que someterla a la prueba de varios consumidores poco hábiles, porque el oficio del consumidor muy raramente es el de abridor de cartones de leche.

Y, por cierto, para las gotitas de leche fruto del hipo incontenible, se recomienda un paño seco o un trozo de papel de cocina, para secar la superficie. Para las de la camisa, lavadora.

Quizá yo sea más torpe que la media pero, querido lector, reconoce que algunas de las desgracias relatadas te resultan dolorosamente familiares.

JMBA

2 comentarios:

  1. Creo que exageras un "pelín" pero no andas desencaminado. De todas formas para mí, es mucha más tortura abrir una botella de aceite, con su "anillita engrasadita", esta si que rebaña el dedo cuando intentas tirar de ella para abrir la botella.
    Un saludo
    Montse

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  2. Yo siempre espero, disimuladamente, a que venga otro, abra el envase y se sirva él primero. Luego todo es mucho más fácil; claro que, si no llega nadie para salvarme la vida, a veces me toca mojar la tostada en kas de limón...

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