Tal día como hoy, 5 de Julio, mi padre hubiera cumplido 95 años. La vida le dió para mucho, pero le faltó un poco para eso.
Durante toda mi edad adulta tuve una relación muy especial con mi padre. En 1986, ante una propuesta profesional que me pareció interesante, le conté que abandonaba el hogar de Barcelona (donde ya sólo vivíamos nosotros dos) para trasladarme a vivir a Madrid. Sólo me dijo: "Si crees que es interesante para ti, adelante, no lo dudes".
(La fotografía del Castillo San Felipe, en la costa del Caribe de Guatemala, es propia, de Agosto de 1992. Las cámaras todavía funcionaban con carretes, y ésta la tuve que escanear)
En 1982 se quedó viudo, porque mi madre murió todavía relativamente joven. Y desde entonces, el hombre descubrió que a él sí que le gustaba viajar, y si no lo había hecho más hasta entonces era porque mi madre no era partidaria. Iniciamos ya desde poco después de morir mi madre la costumbre de realizar al menos un viaje juntos al año. El nunca se preocupó de aprender idiomas, y me utilizaba (con mucho placer por mi parte) de organizador de viaje, de guía, de intérprete.
Cuando se sale de casa, empieza la aventura. Sin embargo, tuvimos ocasión de realizar muchos viajes en una época donde el mundo parecía menos peligroso de lo que es hoy en día. Y también pudimos visitar algunos lugares mucho antes de que la invasión turística del siglo XXI lo adocenara (casi) todo.
Hoy sólo contaré un par de anécdotas de viaje. En 1992, el Año Olímpico, viajamos a México y a Guatemala. En Ciudad de Guatemala teníamos un par de días libres, y decidimos alquilar un coche en un chiringuito que había junto al Hotel Camino Real, donde estábamos hospedados. Conseguimos un coche japonés bastante apañadito. El primer día fuimos hasta la Costa del Pacífico, y el segundo día hacia la Costa del Caribe. En ese segundo día, nos paró una patrulla del ejército. Viendo que el soldadito (no tendría más de 18 años, si acaso, el chaval) estaba intentando leer los pasaportes al revés, se nos pasó lo peor por la cabeza. Pero fue entonces cuando vió un paquete de tabaco, creo que era Marlboro, sobre el salpicadero del coche. Con un par de cigarritos nos dejó seguir sin problema.
Cerca ya de la costa, paramos a echar gasolina, y el encargado me dijo si quería que me "enfriara las llantas". Profundamente desconfiado de todo lo que no entiendo, recuerdo que le dije poco menos que "ni tocar". Hacía un calor muy considerable, y unos kilómetros más allá estalló una rueda del coche. Conseguí frenarlo y aparcar en el arcén. Al intentar desmontar la rueda, ésta estaba ardiendo, y ya empecé a entender al de la gasolinera. La rueda estaba destrozada, quiero decir, hecha polvo antes de estallar. La de repuesto era prácticamente inenarrable, pues el neumático tenía varios chichones y no tenía casi dibujo. La pusimos, pero era urgente que nos la repararan (bueno, una rueda nueva, o así), porque la de repuesto podía seguir el mismo camino en breve.
En el siguiente pueblo vimos una casa donde colgaba una cubierta de neumático, como si fuera un reclamo. Paramos a preguntar, y nos dijeron que para un coche tan "moderno" como el japonés que llevábamos que no tenían. Un chico de unos diez años nos indicó que en una gasolinera "para allá, y la quinta a la izquierda..." seguramente nos la podrían cambiar. Mi padre, viendo que el tema se nos podía ir de las manos, le propuso al chaval que nos acompañara en el coche, a lo que accedió encantado. En la gasolinera, por poquito dinero, nos cambiaron la rueda por otra recauchutada sólo siete veces, pero en fin, mejor que la de repuesto.
Seguimos viaje con el chaval hacia la costa (después de proponerle devolverlo a casa y declinar la opción - espero haber afinado con el le y el lo -). Encontramos un sitio para comer los tres que resultó razonable, en la zona de Río Dulce, creo recordar, y luego visitamos el Castillo Baluarte de San Felipe. Por la tarde devolvimos al chaval a su casa, y seguimos camino de vuelta hacia Ciudad de Guatemala, sin mayores tropiezos.
(La fotografía del Mercado de Cantón - Guanghzou - es propia, de Agosto de 1998, y también escaneada).
Unos años más tarde, en 1998, con mi padre ya de 83 años, nos fuimos juntos a un viaje a China. En la última parte del viaje visitamos Guilin y sus paisajes kársticos. Por la tarde debíamos coger un avión para volar a Guanghzou (Cantón), donde llegaríamos en torno a las nueve de la noche. En el aeropuerto de Guilin no parecía que estuviera nuestro avión, empezó a retrasarse el tema, nos dieron un bocadillo para cenar algo y, hacia las nueve de la noche, nos llevaron a todo el grupo a un hotelito próximo. No nos dieron más explicaciones. Llegando a la habitación, con el cansancio y el calor de todo el día, nos quedamos en gayumbos y nos tumbamos en la cama. A los diez segundos, estábamos profundamente dormidos.
Como media hora más tarde se empezaron a oir ruidos por el pasillo, y a gente golpeando las puertas. Nos enteramos de que lo de pasar la noche ahí había sido un espejismo. A toda prisa nos peinamos la legaña y nos vestimos de nuevo, y partimos en diez minutos para el aeropuerto de nuevo. Mi padre, que quería entender bien las cosas antes de lanzarse a la acción, estando de viaje se volvía absolutamente dócil.
(La fotografía del barreño con pequeños escorpiones vivos es real, y fue tomada en el Mercado de Cantón en Agosto de 1998, y luego escaneada).
Llegamos al aeropuerto de Guilin siendo ya las once de la noche (más o menos). Nos montaron en un avión y acabamos llegando al hotel de Guanghzou a las tres de la mañana. Pero, claro, al día siguiente estaba prevista una vuelta por el famoso mercado (antes de desayunar, menos mal), y una visita turística a la ciudad, de modo que por la tarde teníamos que coger un tren para llegar hasta Hong Kong, nuestra última escala en China. Habiendo dormido casi nada, a las ocho de la mañana estábamos en el Lobby del hotel para la visita a pie al mercado. En el Mercado de Cantón todo se mueve, menos el flequillo del vendedor. Hay jaulas con animales vivos para comer (perros, especialmente), barreños con pequeños escorpiones vivos que intentan escapar por el borde, ante la atenta mirada del vendedor, que los devuelve con la mano al fondo. Y barreños con agua y anguilas o peces vivos de ese estilo, y muchas más atrocidades que renuncio a describir. Afortunadamente, el espectáculo nos pilló con el estómago vacío, como ya estaba previsto. Recién desayunados, eso hubiera sido una tempestad.
Cogimos el tren, estuvimos unos días en Hong Kong, y regresamos a Europa, via Francfort.
Sin rechistar.
JMBA
Sí. Sí que me acuerdo, no del flequillo del vendedor del mercado de Cantón, sino de tu padre y, sobre todo, de uno de los últimos, quizá el último gran viaje, que hicisteis juntos. Posiblemente fue a Australia y/o Nueva Zelanda... Siempre me llamó la atención la buena disposición viajera de una persona ya mayor. Sí, sí que le recuerdo (a él) y lo recuerdo (al viaje), gracias a las anécdotas y relatos post-viaje que solías hacernos durante las comidas... ¡Tiempos!
ResponderEliminarEntrañables aventuras con tu padre, Bigas. Yo nunca estuví tan unido al mío, por lo que puedo hasta envidiar (sanamente) esos momentos especiales y únicos. Puedes dar gracias por haberlos vivido y compartido con tu padre. :)
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