Este jueves ha sido noticia una operación a escala planetaria, que ha concluido con el cierre de la conocida plataforma MegaUpload y la detención de alguno de sus responsables, acusados de piratería contra los derechos de propiedad intelectual.
(Fuente: madridya) |
Vaya por delante mi absoluto respeto por el derecho de los creadores a ser remunerados por sus creaciones. En qué cuantía y de qué forma ya es otra conversación.
Operaciones como esta son muy mediáticas y pretenden, sin duda, ser ejemplarizantes. Pero no pasan de ser otro intento de ponerle puertas al campo. Por mucho que se ofusquen aquellos a quienes les gustaría, al más puro estilo Fraga, el campo es mío, las vacas en el prado siempre encontrarán otro camino para llegar al pasto.
No recuerdo haber utilizado nunca MegaUpload, pero sí utilizo habitualmente otras plataformas de compartición e intercambio de archivos. Tengo, por ejemplo, fotos de viajes realizadas por mí, que están en plataformas como Picasa o Flickr, bajo licencia Creative Commons (reutilizable por cualquiera que le interese, citando la fuente). También tengo algunos vídeos (de viajes o de celebraciones diversas) en YouTube, y utilizo DropBox para compartir los originales fotográficos de una celebración campestre con los que asistieron a ella.
Me refiero con esto a que en el mundo de la Red en el siglo XXI, las plataformas para la compartición e intercambio de archivos son ya una necesidad, y forman parte del paisaje habitual. Si en el próximo futuro resulta imprescindible pagar algo para utilizar estas plataformas para compartir contenidos propios, porque no dispongan de otras fuentes de financiación (publicidad,...), me tocará escoger, pero de alguna tendré que hacerme socio.
De hecho, recientemente he realizado una (pequeña) donación a Wikipedia, porque entiendo que realizan una labor absolutamente encomiable en la democratización del conocimiento, a la que es de justicia que contribuyamos todos los que nos aprovechamos de ello y lo utilizamos. Creo que en la última campaña de donaciones han recaudado hasta 50 millones de dólares.
Me parece que la sobrereacción del statu quo contra MegaUpload se parece a la destrucción bíblica de Sodoma, sólo que al revés. En Sodoma, el Señor estaba dispuesto a salvar la ciudad sólo con que se encontrara a un hombre (o mujer) just@ en ella. Ahora parece que se puede destruir una plataforma sólo con que haya un pirata en ella. Matar moscas a cañonazos.
El problema de fondo es que existe una muy poderosa industria de distribución de contenidos, que parece incapaz de adaptarse a unos tiempos nuevos, en que deben competir con nuevas formas, nuevas maneras y nuevos hábitos.
En Estados Unidos existe una práctica que resulta ciertamente enojosa para los que no vivimos allí y no estamos habituados a ella, pero que creo aporta un beneficio a los clientes en forma de mejor calidad del servicio. Me refiero al tema de las propinas (gratuities, tips, service charge o como las queramos llamar). Para los que no vivimos allí de forma habitual, siempre es una sorpresa que el precio de una cerveza o de una cena no sea solamente la suma de lo que vale cada cosa en la lista de precios del local, sino que haya que añadir una cierta cantidad para remunerar el servicio. Con la mentalidad europea, la propina es un ingreso adicional en negro del servidor (camarero, mesero,...). Pero en Estados Unidos parece que Hacienda estima como ingresos del servidor de turno un cierto porcentaje de lo que haya facturado (hace unos años, una camarera colombiana del aeropuerto de Newark nos comentó que un 10%; no sé si eso habrá variado).
Un CD es un recurso limitado. Su contenido, no. (Fuente: audiofilosmexicanos) |
Esto significa que el pago adicional por el servicio (hasta un cierto nivel, que se estima como el más o menos normal) es un ingreso por el que se pagan impuestos. Y también significa que el servidor se está ganando su remuneración durante la prestación del servicio, y que el cliente es el juez sobre la calidad del servicio que se le ha prestado. En la ecuación también hay que tener en cuenta que mientras el camarero nos atiende a nosotros no puede atender a nadie más, que el servicio que nos presta a nosotros, lo crea para nosotros. Por ello, hay una cierta cantidad que se considera conveniente como remuneración por esa dedicación. A partir de ahí, la propina depende sólo de la satisfacción con que hayamos percibido el servicio.
La industria de distribución de contenidos, por el contrario, está habituada a que se le remunere por completo antes de la prestación del servicio. Se paga en la sala de cine a la entrada, se paga por un libro antes de leerlo, o por un CD antes de escucharlo. En mi vieja cartilla militar decía: Valor: se le supone. Lo mismo nos pide la industria de distribución de contenidos, acompañándolo de una poderosa maquinaria de promoción, publicidad y marketing.
Pagamos antes de disfrutarlos por las cosas y objetos que compramos, porque si son mías ya no pueden ser de nadie más. Y si es una prenda de ropa, nos dejan que nos la probemos antes, incluso se prestan a adecuarla a nuestra particular morfología. Si compramos un cuaderno, por ejemplo, lo pagamos antes de escribir en él por supuesto, pero no antes de haberlo manoseado, analizado la calidad del papel, la vistosidad de la portada, lo práctico que sea su formato, etc. etc. Una vez lo hemos pagado, ese cuaderno ya no puede ser de nadie más.
Por eso me da la sensación de que la industria de distribución de contenidos intenta enrocarse en su posición actual de distribuidora de continentes, de objetos, de cosas, que contienen la creación en su interior. Venden CD,s o DVD,s (no música o películas). Como ese cuaderno, podemos manosear el CD o el DVD, ver la portada y la contraportada, pero, si lo queremos, tenemos que pagarlo antes de haberlo escuchado o de haberla visto. Porque se trata de recursos limitados, y si ese CD es mío, ya no puede ser de nadie más.
Su temor cerval, y eso es lo que provoca lobbies poderosísimos que fuerzan a los poderes públicos a lanzar acciones ridículas, es el de convertirse en intermediarios prescindibles en la distribución, de verdad, de contenidos. Hoy cualquier creador puede hacer llegar su creación hasta sus clientes potenciales por muchos medios que, en general, no suponen ningún pago por adelantado (porque tampoco suponen ningún gasto por adelantado). Así, hay grupos de música o escritores (absolutamente ignorados por la industria, dicho sea de paso) que tienen la posibilidad de que su creación sea conocida. Que al público le guste o no, y que el creador sea o no remunerado a posteriori (en función de la satisfacción del cliente) es ya otra conversación.
En otras palabras, las creaciones artísticas de todo tipo tienden a desustancializarse, a dejar de ser objetos que contienen la creación, para pasar a ser puros contenidos que no requieren de ninguna industria para llegar hasta sus clientes o usuarios.
Todavía tenemos que madurar mucho como sociedad y como civilización. Pagamos por anticipado cualquier objeto, porque su ocurrencia es limitada, es decir, si lo tengo yo ya no puede tener ese objeto específico nadie más. Pero una industria de verdad de contenidos, se basa en que siempre están disponibles para cualquier número de clientes que aparezca, sean dos o dos mil millones (salvando las limitaciones de ancho de banda, por el que ya pagamos con el ADSL). Que uno escuche una canción no impide que cualquier otra persona en el mundo también la pueda escuchar. No es un objeto, sino una creación, un servicio que presta un creador y que debería ser remunerado en función de la satisfacción obtenida por el cliente.
Siempre tendremos que pagar algo por ocupar un asiento en una sala de cine durante la proyección de una película. Porque es un recurso limitado a la capacidad de la sala. Pero a lo mejor llega un día en que la remuneración al creador de esa película se realice a posteriori, en función de lo que esa película le haya gustado (o no) a cada espectador. Como la propina en los bares y restaurantes de Estados Unidos.
Porque hay que entender con claridad que la Red ha conseguido que la cultura, el conocimiento, ya no sean recursos finitos, sino ilimitados, a disposición de cualquiera que pueda estar interesado en ellos desde cualquier lugar del mundo, y no sólo de aquellos que tengan cerca una sala de cine en que proyecten esa película, o una tienda de discos en que tengan precisamente ese que le interesa.
Y cualquiera que disfrute con una creación (sea del tipo que sea), no creo que tenga inconveniente en remunerar al creador para que pueda seguir creando eso que tanto le gusta. La solución para que pueda hacerlo como le parezca más adecuado y en la cuantía que tenga por oportuna, es el tipo de respuestas que hay que buscar.
Conviene no olvidar que cuando pagamos 15€ por un CD, al creador no le llega más del 5-10% de ese importe. Y el lobby lo que está defendiendo con uñas y dientes es el resto.
JMBA
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