Hans Fallada (seudónimo de Rudolf Ditzen) fue un escritor alemán bastante popular en los años 30. La ascensión del nazismo le sumió en una situación relativamente comprometida. No exactamente colaboracionista, sí tuvo que transigir en el tratamiento de algunos temas con el poder imperante. A pesar de que en 1938 estuvo a punto de huir de Alemania en dirección al Reino Unido, un paseo por los alrededores de su hogar le convenció de que no podía ni quería abandonar su país.
(Fuente: casadellibro) |
Su juventud fue tormentosa. En 1911, a los 18 años, participó con un amigo (que resultó muerto en el lance) en lo que podríamos llamar duelo-suicidio. Pero Rudolf sobrevivió, aunque arrastró toda su vida adicciones diversas (al alcohol, a la morfina,...) que le acabaron llevando a la tumba.
Solo en Berlín fue, en principio, una novela de encargo. Finalizada la guerra, Hans Fallada recayó en la zona de Berlín bajo control soviético. Allí conoció a Johannes R. Becher, un alemán de su misma generación, exiliado en la URSS durante 10 años, y que a la sazón formaba parte de la administración soviética de Berlín. Becher animó a Hans a seguir escribiendo novelas, y le sugirió que novelara un hecho real sucedido en Berlín entre 1942 y 1943, en plena II Guerra Mundial. Tras diversos titubeos, el original de esta magnífica novela quedó terminado a finales de Noviembre de 1946. Hans Fallada, que comunicó con orgullo a todos sus familiares que había conseguido escribir su mejor obra, tuvo que ingresar en el hospital y acabó falleciendo a principios de 1947, sin poder ver publicada su obra, que vio la luz pública en alemán ese mismo año.
Solo en Berlín es una historia pequeña, de seres pequeños y cotidianos a quienes el III Reich y la Guerra les han hecho desbordar sus pequeñas vidas. La novela empieza cuando Otto y Anna Quangel, una pareja de mediana edad, recibe una carta oficial que les informa de que su único hijo ha fallecido en el frente de guerra. Su sentido de la decencia les impulsa a lanzar un acto (pequeño, como ellos mismos) de rebeldía contra el todopoderoso Hitler. Cada domingo, en su casa, escribirán una o dos postales con consignas contrarias al régimen, al Reich, al Führer y a la Guerra. El lunes las dejarán caer en la escalera de algún edificio de la ciudad, contando con que un descontento popular irá creciendo en Berlín gracias a su iniciativa.
La novela nos presenta a la pareja y a Trudel, que tendría que haber sido su nuera, que forma parte de una célula revolucionaria (de aficionados) contraria al Régimen. Y también a sus vecinos de Jablonski Strasse: una mujer judía, que sólo espera que se la vengan a llevar, como ya se llevaron a su marido; algunas familias desestructuradas, instaladas en diversas clases de picaresca, fruto de la carestía y de la falta de principios éticos; los Persickes, con el padre alcohólico y uno de los hijos que está haciendo carrera en las Juventudes Hitlerianas, y estudia en la Napola (la escuela política del Partido); un juez retirado, cuyo único activo es un cierto sentido estricto de la moralidad y la decencia. Todos son víctimas de una situación que ninguno buscó, y a la que ninguno contribuyó, pero de la que algunos se aprovechan.
Seguimos a los Quangel en su deambular por la ciudad, buscando un lugar ideal para dejar caer sus postales revolucionarias, que la Gestapo considera como una alta traición. Acompañamos al inspector Escherich, un peón gustosamente al servicio del Reich, pero que conserva un rinconcito de decencia. Y sentimos el miedo del resto de la población, cada vez que se ven cercanos a una de esas postales.
El resultado de su (pequeña) resistencia no es para nada el que buscaban los Quangel. Leyendo la novela, nos sentimos oprimidos por un régimen totalitario, donde sólo en el interior del Partido se brinda un presente, mientras que fuera de él solamente se puede recordar el pasado, soñar en un futuro mejor, o morir.
(Fuente: penguinclassics) |
Los que no vivimos el ascenso del nacionalsocialismo en Alemania en los años 30 y 40, siempre tendemos a preguntarnos cómo fue posible que alcanzara tanto poder un régimen tan totalitario y sangriento en una nación centroeuropea civilizada y culta. Como siempre en la Historia, las cosas no cambiaron de repente. Al principio, el nacionalsocialismo se presentó como una (posible) solución al período insostenible de la hiperinflación. Y, más tarde, la maquinaria se había hecho ya tan poderosa, que aplastaba sin piedad ni decencia cualquier atisbo de rebeldía o de revolución. Hasta esa pequeña travesura de los Quangel, que les costó la cárcel y la muerte. Fuera del Partido y sus órganos, sólo quedaba el miedo, los recuerdos, la oscuridad y los sueños.
Para los que se pregunten cómo fue posible un Hitler y su régimen en Alemania, Solo en Berlín le aportará alguna respuesta. Cuando la hoz siega tan a ras de tierra, sólo queda inmolarse o esconder la cabeza bajo la tierra.
Solo en Berlín es una excelente novela que nos relata algunas de las pequeñas cosas que sucedían en Alemania, mientras su Führer, envalentonado, había invadido Francia, ya se enfrentaba a la Unión Soviética y contaba con rendir en breve al Reino Unido. Algunas pequeñas historias que sucedían por debajo de la Historia con mayúsculas. Hans Fallada consigue mantenerse alejado del tono melodramático, aunque el drama impregna toda la novela.
Una novela pequeña sobre la pequeña realidad de unas personas pequeñas, sobre su pequeña rebeldía que resultó en un gran castigo. Para el III Reich no había enemigo pequeño.
Yo he tenido ocasión de leer la excelente traducción al inglés de Michael Hoffman (Alone in Berlin), publicada por Penguin Classics en 2009, que contiene un interesante Epílogo sobre el Autor y su Obra, escrito por Geoff Wilkes, de la University of Queensland en Brisbane, Australia; así como un resumen de los documentos policiales del caso contra los protagonistas reales de esta historia. En 2011, la Editorial Maeva ha publicado la versión en castellano, en traducción de Rosa Pilar Blanco.
Un libro absolutamente recomendable, tanto por su relato del drama humano de los Quangel, sus familiares y sus vecinos, como por los atisbos de la pequeña historia que discurría al abrigo de la gran Historia que tantas veces nos han contado.
JMBA
No hay comentarios:
Publicar un comentario