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domingo, 20 de junio de 2010

Re (De) valuación

Nos sorprende estos días China en la prensa, porque parece que finalmente no le queda más remedio que aceptar la posición de Estados Unidos, para que, de una u otra forma, revalúe el Yuan.

Parece que se lleva mucho tiempo en que el Gobierno chino practica un cambio prácticamente fijo del Yuan frente al Dólar, por ejemplo, a 6,83 yuanes/US$. Y lo cierto es que China está instalada, ya por un largo período, en crecimientos del PIB de dos cifras, o casi. Lo que significa que la "riqueza" que representa un yuan no ha parado de crecer en los últimos años, a pesar de que se ha mantenido, artificialmente, una tasa de cambio estable.

Esto significa que se privilegian las exportaciones desde China, porque resultan más baratas de lo que debieran. Y así en Occidente nos hemos cansado de comprar productos Made in China a precios ridículos, cuando no ha sido el caso que alguna multinacional le ha puesto el margen (que se ha embolsado) para vender a precios occidentales. Según se cuenta, el coste de producción del famoso iPad de Apple es del orden del 20 al 30% de su precio de venta. El resto es I+D, margen, marketing, más margen, publicidad, y todavía más margen.

El segundo efecto que tiene el mantener el yuan barato es que la riqueza del país, su crecimiento, no genera una mayor riqueza en sus ciudadanos, es decir, no incentiva la demanda interna, el ansia de los chinos por consumir. Para un ciudadano chino, comprar productos (habitualmente importados) le resulta artificialmente caro, y su nivel de consumo no aumenta como debiera, de acuerdo al crecimiento del país. Y es por esto básicamente que Estados Unidos ha insistido en que el Yuan debe revaluarse, para incentivar la demanda interna en China o, dicho de otro modo, para facilitar las exportaciones a China (y no al revés).

De todos los mecanismos de que dispone un Gobierno para aplicar una cierta política económica, la política monetaria es una de las más importantes (junto con la fiscal y otras). Entre las medidas de política monetaria destacan la regulación del crédito (inyección, o no, de liquidez al sistema) y, de modo muy significativo, la gestión de las tasas de cambio, en particular, las devaluaciones o revaluaciones de la moneda propia frente al resto de divisas.

Los que tenemos alguna edad hemos vivido en España varios episodios de devaluación de la moneda. De un día para otro, el cambio de la peseta frente al dólar (especialmente) podía pasar de 120 a 150 pts/US$, por ejemplo. Lo que, a efectos prácticos, significaba que todos los productos que había que pagar con divisas (muy especialmente el petróleo), subía su precio en la misma proporción, de un día para otro. Si la economía del país iba mal, si su competitividad decrecía, si su solvencia disminuía, quedaba el recurso de la devaluación. A efectos prácticos, todo sucedía como si se hubiera bajado la retribución de todo el mundo en el país en esa proporción. Se seguía cobrando el mismo importe en pesetas corrientes, pero su valor real había decrecido un 10, un 15 ó un 25 por ciento.

Si no existiera el Euro, la reciente crisis de Grecia se hubiera resuelto con una devaluación del dracma frente al marco alemán del 25%, es un decir. Todos los griegos serían más pobres desde ese mismo momento, pero seguirían cobrando el mismo importe en dracmas con sus salarios. Pero éstos valdrían menos. Y, casi, con seguridad, los ciudadanos no habrían montado las huelgas que han organizado.

Pero la moneda única europea se implantó para el gran público desde el 1 de Enero del 2002. Desde ese momento, cada país deja de tener el recurso de la devaluación, o revaluación, como parte de su política monetaria. En el infinito buenismo que caracteriza a la Unión Europea, todas las políticas económicas, en principio, siguen siendo responsabilidad de cada país. Existe un Banco Central Europeo, pero que tiene unas funciones muy recortadas frente a las del Banco Central, o el Ministerio de Economía, de cada país. Si todos los países de la zona Euro van bien, esto favorece el valor del Euro, y viceversa. Pero si un país va mal, como ha sido el caso espectacular de Grecia, engaños asesorados por Goldman Sachs incluidos, todos los demás sufren también las consecuencias.

Esta crisis que estamos viviendo es la primera muy seria desde la implantación del euro, y de ella deberíamos sacar algunas conclusiones importantes. Hasta ahora se ha venido trabajando con reglas genéricas de "buenas costumbres", por ejemplo, la de limitar el déficit de cada Estado al 3% de su PIB, para evitar desequilibrios mayores. Alemania y Francia se pasaron esta limitación por el forro hace unos cuantos años, y ahora mismo, tras las millonarias inyecciones que ha necesitado el barco para evitar su hundimiento, el que está mejor supera ese límite en seis o siete puntos, si no diez o más.

La Unión Económica necesita de unos requisitos mucho más estrictos para asegurar su funcionamiento. De hecho, hemos oído estos días voces que indicarían la posibilidad (hasta ahora nunca planteada) de que algún país pudiera llegar a salir de la zona Euro, lo que sería un fracaso absolutamente inadmisible. Para evitarlo, creo que no existe otra solución que centralizar en la Unión Europea (el BCE o donde sea) la mayor parte de las políticas macroeconómicas de todos los países que forman parte del sistema. Tampoco hace falta inventar nada nuevo, porque las multinacionales llevan muchos años trabajando con este modelo.

Claro que esto supone la renuncia de una parte de los oropeles de la soberanía nacional, en favor de otra entidad de rango multinacional. Rajoy, a pesar que lo hace con toda la mala intención posible, tiene razón cuando dice que la economía española está tutelada por la Unión Europea. Es cierto, y el problema es que no lo estén más todas las demás del sistema, para proteger la prosperidad y evitarnos sorpresas. Cuando los políticos hablan de "más Europa", tienen que referirse a esto, o nos están engañando (otra vez). 

Pensar hoy, por ejemplo, en una Política Fiscal cuyas grandes líneas estén definidas por la UE, cuando cada autonomía de este país está tomando sus propias decisiones sobre el IRPF para las rentas altas, suena a Misión Imposible.

La UE debería aprender de Estados Unidos. Con todas sus limitaciones y errores, con todas las libertades que cada Estado se puede tomar en cuanto a los impuestos sobre el consumo y demás, tiene una Política Económica única, y Obama tiene en su mano los resortes realmente importantes de la gestión económica del país.

No sé de qué parte de Estados Unidos es oriundo Ben Bernanke (el pope de la Reserva Federal). Seguramente a nadie le importa demasiado. Sin embargo, en Europa, de dónde es quien gobierne el BCE, por ejemplo, sí parece tener una trascendencia casi dramática. Y, de hecho, fue objeto de arduas negociaciones.

Mi conclusión es que en la Unión Europea estamos instalados en unas dosis de papanatismo que son letales. Somos provincianos hasta en denostar la pajarita que prefieren algunos franceses.

Más bien pronto que tarde deberíamos estar preparados para dejar de ser ciudadanos españoles, italianos o alemanes, y pasar a ser ciudadanos de la Unión Europea. ¡¡¡Ay, cuántas realidades van absolutamente en contra de esta evolución!!!.

Darnos cuenta de que no podemos devaluar la moneda ante una crisis, debería ser el detonante para repasar todos los deberes que se nos han quedado por hacer.

JMBA  

2 comentarios:

  1. Qué razón tienes, Jose María. Hay un problema crítico en cuanto a ser europeo, por encima de español, italiano u lo que sea. Ese problema es nuestra cultura, nuestra conciencia, nuestra mentalidad y nuestra actitud. Para ser europeos no sólo hemos de cobrar lo mismo por el mismo puesto que un francés o un alemán (cobramos mucho menos), si no también aplicar el mismo rasero de productividad, horarios, trato, responsabilidad... Sería ideal, por supuesto, pero estamos muy lejos de ello.

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  2. En Europa ya se han eliminado las fronteras nacionales, pero existen grandes barreras "nacionalistas". Las mayores no son, precisamente, las salariales (poco a poco se irán nivelando) o las culturales; las mayores son las relacionadas con el "aquí mando yo", con el "esto es mío" y con el yo no quiero "compartir" con otros mi poder ni mis riquezas. Las barreras culturales, no son tan relevantes; si acaso las idiomáticas, pero eso lo arreglará el establecimiento del inglés como lengua franca, también poco a poco.

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