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martes, 22 de junio de 2010

Abertzales

Las palabras son inocentes. En euskera, la palabra abertzale podría traducirse por nacionalista.

Creo que en el corazón de todo el mundo hay unas ciertas dosis de nacionalismo, si lo entendemos en el sentido de que, en general, todas las personas tenemos un especial cariño y aprecio por el sitio donde hemos nacido, o incluso donde vivimos. Nos parece que el pa amb tomàquet es un invento divino, que no hay nada como el jamón ibérico de bellota, que las costas más bonitas son las de las Rías Altas, o que no hay plaza en el mundo más bonita que la Plaza Mayor (¿de Madrid?¿de Salamanca?...). Hasta aquí, sentimientos nacionalistas, que se hunden en nuestras propias raíces.

El siguiente paso en este camino es que hay determinadas opciones políticas que utilizan, instrumentalizan o directamente manipulan este sentimiento, para convertirlo en nacionalismo político. A diferencia del puro sentimiento, la opción política del nacionalismo tiende a sobrevalorar lo propio y a minusvalorar lo ajeno. Es el primer paso en la construcción de un muro que nos separe a nosotros de ellos, que evite la contaminación. No olvidemos que cuando decidimos construir un muro de separación, perdemos el derecho a escoger a qué lado del mismo la Historia nos pondrá.

Detrás del nacionalismo político, es duro reconocerlo, no hay otra cosa que el propio interés, la máxima insolidaridad y, al final del camino, el propósito de que los dineros públicos los manejaremos nosotros y no ellos, y por tanto serán nuestros amigos y no los suyos los que saldrán beneficiados.

Si analizamos algunos de los nacionalismos políticos presentes en el siglo XX (y también en el actual) nos daremos cuenta de este hecho más bien negativo. Detrás del nacionalismo catalán está la sensación de que sin subvencionar a esos "perezosos del Sur" viviríamos mejor en Catalunya. Lo mismo que la Padania italiana. O si analizamos los nacionalismos más virulentos y extremos, podemos ver que los nacional socialistas alemanes de los años 30 pensaban que su vida sería mejor si se libraban de otras razas presuntamente inferiores, que pensaban que eran un lastre para su sociedad. De ahí a la Solución Final no hay más que un par de vueltas de tuerca en ese pensamiento. Y lo que es peor es que cuando se entra en un callejón nacionalista de ese tipo, se pierde la perspectiva necesaria para ser suficientemente críticos con los pasitos, o saltos, que los que mandan dan para avanzar por ese camino. Esto explicaría (no lo justifica, claro) la aparente indiferencia de la población alemana frente a los progresivos desmanes de los nazis.

Desde mi punto de vista, el camino del nacionalismo político es erróneo, porque avanza en dirección contraria a la marcha de la Historia y de la realidad. Cuando la solidaridad entendida como la progresiva asunción de responsabilidad por parte de todos se ve como un hecho negativo, algo enfermizo está creciendo en la sociedad.

La mejor cura contra el nacionalismo extremo es viajar con los ojos en blanco, para dejarse impresionar por otros lugares, por otras costumbres. Yo recuerdo, por ejemplo, la sensación que se te queda en el cuerpo cuando, después de viajar veinte horas en avión, se llega a un lugar remoto donde se suceden los días y las noches (como en todas partes), los árboles crecen hacia arriba (como en todas partes), las personas necesitan comer varias veces al día (como en todas partes), y viven y sienten (como en todas partes). Claro, hablan otros idiomas, o comen otras cosas, pero esa es una riqueza adicional de este mundo.

Por supuesto existe una forma enfermiza de viajar, que consiste en buscar permanentemente la confirmación de que ellos no tienen ni puta idea. Huyamos de ella, porque es radicalmente empobrecedora.

Pero todo nacionalismo político tiene derecho a su expresión en la sociedad, y a defender sus principios, en convivencia y contraposición a los principios (e intereses) de los demás.

El problema nace porque todo nacionalismo tiende a encerrarse en ese callejón de un solo sentido, y a excluir todo aquello que le es ajeno. De excluir a intentar aniquilar hay unos pocos pasos por ese callejón. Otra vez el concepto del muro para separarnos, y de que sólo nosotros tenemos la razón. Y de que los que no tienen razón no tienen derecho a expresarse, o incluso a sobrevivir.

La izquierda abertzale en el País Vasco es una opción política nacionalista, o incluso separatista, de acuerdo, que es en principio aceptable como opción política. Sólo que pierde por completo su legitimidad cuando se inventa un pretendido conflicto para justificar la violencia contra los que no piensan como ellos. Eso es inaceptable para cualquier sociedad democrática.

No olvidemos que en esta dinámica el propio PNV ha jugado un papel a menudo bastardo. Recordemos, por ejemplo, lo del "árbol y las nueces". Es decir, no preconizar la violencia, pero aprovecharse de ella como un elemento adicional para mejorar su capacidad de negociación y defensa de sus propios intereses.

Es por ello que, a pesar de que el fascismo fue una opción política concreta en la Italia de los 30' y 40', en el lenguaje político de hoy se acepta que el fascismo no es tanto una opción o una ideología, sino una forma (inaceptable) de defender cualquier opción. Es el camino de potenciar la propia opción a base de silenciar, eliminar o incluso exterminar, a los rivales. A los que no piensan como nosotros, a ellos.

Desde este punto de vista, por tanto, son fascistas los que intentan silenciar las voces disidentes de su Pensamiento Único en las Universidades (sean del signo que sean), o, por supuesto, los abertzales que persiguen silenciar a los ciudadanos del País Vasco que no optan por el nacionalismo como vehículo político, y que avalan la violencia como solución final para ese camino. Porque los abertzales son rehenes (y se aprovechan mucho de ello) de la existencia de una banda armada que, presuntamente, defiende sus mismos intereses. Este debe ser realmente el tema por el que los abertzales, en su formato y comportamiento actual, no deben tener cabida en las instituciones democráticas.

Se les debe excluir no por ser nacionalistas sino por demostrar ser fascistas con su comportamiento acomodaticio e interesado con la violencia que se dedica a asustar, o directamente a matar, a ellos, a los que no piensan como nosotros. Otra vez la idea de que "viviríamos mejor sin ellos", que es profundamente antidemocrática.

Además, claro, ETA es una banda armada terrorista, que el tiempo ha convertido en una banda mafiosa de delincuentes, incapaz de sobrevivir con otra forma de vida. Que, bajo el paraguas de defender con la violencia determinados intereses políticos, está sumergida en toda clase de delitos comunes que incluyen el robo, el atraco, la extorsión, los tráficos más inconfesables, siempre en pos de perseguir la financiación necesaria para mantener su modo marginal de vida. Por eso no resulta creíble pensar en su disolución o final negociado, porque sería su suicidio.

Lo que deberíamos poder conseguir entre todos es su aislamiento social completo, lo que le quitaría cualquier atisbo de justificación.

En el País Vasco, por lo visto en diversas elecciones, hay más o menos un 15% de la población que es de sensibilidad abertzale. Consigamos que se desvinculen activa y positivamente de cualquier recurso a la violencia en la defensa de sus intereses, y que entren en un juego democrático donde todas las ideas pueden ser defendidas con los métodos correctos..

Lo que es inadmisible es que un partido democrático y legal como Eusko Alkartasuna les brinde, sin contrapartidas en esta dirección, una plataforma electoral que, de facto, es una burla a la Ley.

Los abertzales deben entender que no se les persigue por sus ideas, sino por su forma de defenderlas. Y actuar en consecuencia. Y todos los demás, también, debemos entender lo mismo. No podemos demonizar sus ideas, sino su forma de defenderlas.

Un tema delicado, claro, porque mezcla política con violencia, sensibilidades y sentimientos.

JMBA

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