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viernes, 25 de junio de 2010

Burka

El tema de la vestimenta islámica de las mujeres en los espacios públicos está estos días calentito tanto en la calle como en las instituciones (Ayuntamientos, Senado,...). Todos parecen tener una opinión, pero muchas veces parece más guiada por otros intereses (básicamente electorales, de diferenciación del nosotros y ellos) que opiniones elaboradas a partir de un análisis intelectual consecuente. Véanse, como ejemplo, las últimas declaraciones de la Ministra de Igualdad, Bibiana Aído, o las prisas del PP por apuntarse una victoria con este tema en el Senado, donde tienen mejor posición que en el Congreso.


Creo que, para que este debate conduzca a conclusiones razonables, debe mantenerse absolutamente al margen de su simbología religiosa (o no). No parece que las actuales declinaciones de la hiyab (código islámico de vestimenta femenina), que además son diferentes según las regiones, países, u obediencias, puedan reclamar soporte religioso directamente en el Corán. Del mismo modo, el crucifijo (símbolo religioso cristiano) que, dicho sea de paso, si lo miramos con ojos inocentes sin prejucios, es francamente mácabro, no empezó a aparecer como tal hasta, por lo menos, el siglo V.

(la foto del velo islámico pertenece a la Agencia EFE, extraída de la web noticias.terra.es).

Aunque existen bastantes variantes de la hiyab, tomemos solamente tres de ellas para representarlas. El velo islámico (que deja libre la cara), el chador (que sólo deja libres los ojos), y el burka o velo integral, que dispone solamente de una rejilla en la zona de los ojos para que la mujer conserve cierta visión.

(La foto de las dos mujeres con chador está extraida de la web http://www.adnmundo.com/).

Los principios de la sociedad occidental (usemos esta generalización a efectos prácticos; erosionamos matices, pero será más útil) están basados en la separación de los espacios públicos y privados de los ciudadanos. En ambos rigen normas absolutamente diferentes. Los anglosajones, muy extremos en esta aproximación, utilizan la aproximación de "peca, pero que no se note", o la dicotomía de los Vicios Privados, Públicas Virtudes. En la misma línea estaría la prohibición estadounidense no de beber alcohol en público, sino de que se vea que alguien lo está haciendo (las famosas bolsas de papel marrón para envolver la cerveza o el whisky). O la prohibición en Arizona no de portar armas, sino de que estén ocultas. Se puede llevar pistola, pero que se vea.

Cada cual tiene derecho a hacer en su casa lo que tenga por conveniente, con el límite de no dañar los derechos de otras personas, los vecinos, los viandantes, los propietarios de la vivienda, o quien sea. Llevando las cosas al extremo, donde con más facilidad pueden entenderse, cualquiera puede decidir renunciar a su dignidad  y pasearse por su casa a cuatro patas, desnudo, con una correa al cuello, y de la mano de quien haya elegido como maestro, maestra, o dominatrix. Otra cosa muy distinta sería que decidiera pasear de esta guisa por las calles y espacios públicos.

Cuando el régimen de Franco decidió prohibir los Carnavales, no lo hizo para evitar que los ciudadanos hagan el ridículo (nunca deberíamos presumir esta sensibilidad a dictadura alguna), sino por meros aspectos prácticos de seguridad y responsabilidad personal. No podemos admitir que alguien enmascarado (desconocido, incógnito) pueda rajar impunemente contra el Régimen, sin recibir su pertinente castigo, reprimenda, colleja, azote o lo que fuere.

(La foto de la Mother in Burka es de jbweasle, y ha sido extraída de la web http://www.trekearth.com/).

El velo islámico como pañuelo de cabeza, más o menos, que oculta el cabello de la mujer, entiendo que es un hábito de vestimenta que no presenta ninguna complicación social. Ante una mujer con velo, utilizando la crueldad heredada de los niños, podemos sentir cierta curiosidad cultural, podemos pensar que ualá, qué cara tan bonita, cómo será el resto, o que para lo que hay que ver, podría ocultar el resto. Pero ahí se acaba el tema. Yo no lo entiendo, pero lo respeto, como a los tatuados, los piercing, los góticos y tantas otras cosas con las que hemos aprendido a convivir en los espacios públicos. Nos puede producir extrañeza, pero nada sucede más allá de eso, salvo si el tatuado es un atracador, o si la del piercing en la lengua intenta lijarnos la mejilla.

El chador ya es más delicado, porque prácticamente anula la personalidad de la mujer a la que envuelve. Sólo queda una mirada, que es insuficiente para identificar a nadie, en general. Y el burka ya es el extremo, porque esconde por completo al ser que envuelve,  lo convierte en una persona incógnita, y puede despertar toda clase de temores justificados. Inhibe por completo nuestra capacidad de pensar en eso como una mujer, como un ser humano, porque lo ignoramos todo. Desde este punto de vista, anula por completo su personalidad, y es una agresión muy clara a su dignidad humana.

Una vez más, conviene distinguir los ámbitos público y privado. El conflicto se desata cuando el (o la) hiyab es precisamente un codigo de vestimenta para los espacios públicos. Esos espacios donde los poderes públicos deben velar para que los derechos de todos no sean agredidos, sino respetados.

En general, todos los códigos tribales de conducta en los espacios públicos nos producen extrañeza, si no directamente inquietud. Recuerdo que, en Nueva York, esperando para subir en el ascensor del Empire State Building, había en la cola un grupo numeroso de judíos ultraortodoxos, incluyendo bastantes niños de tez pálida, con sus trencitas, sus hábitos negros y sus sombreritos. Debo reconocer que me produjo rechazo percibir claramente la tristeza en sus caras.

En los que tenemos tendencia a primar al individuo sobre la tribu, nos producen desazón esos códigos porque representan un intento extremo de diferenciación, de tribalización, de exponer y hacer alarde incluso de una posición de fuerza, somos nosotros, diferentes de vosotros (gentiles o infieles, o como se quiera decir).

Si estuviera claro y diáfano que las mujeres que visten este tipo de hábitos lo hacen de forma absolutamente voluntaria, quizá el debate sería menor. Aunque creo que no marca ninguna diferencia el que eso se produzca por la voluntad de ellas, o por la voluntad de aquellos de quien ellas dependen (económica, socialmente,...).

Tenemos derecho a regular el uso de nuestros espacios públicos, y evitar en ellos cualquier tipo de conducta que pueda suponer una agresión a los demás, o un peligro para todos, o que contravenga los principios básicos de convivencia que con tanto esfuerzo hemos conseguido darnos. La multiculturalidad de las sociedades es un concepto pretendidamente progre y de izquierdas, pero es una entelequia en la práctica. La supervivencia de cualquier sociedad pasa por el respeto a una serie de principios básicos de convivencia. Es decir, cuando las personas se desplazan a vivir a lugares diferentes de sus orígenes, están en la obligación de integrarse en los aspectos públicos de esa sociedad, en sus hábitos de vida, de convivencia y en el respeto a sus leyes. En lo privado, cualquiera puede hacer aquello que crea conveniente.

El tema, por supuesto, da mucho más de sí, pero lo dejaré para otro día, a la espera de vuestros comentarios.

JMBA

1 comentario:

  1. Respeto la actitud, opinión y decisión de cada uno a llevar, vestir o ser de una un otra manera. Eso es libertad.

    Pero, me pregunto yo, si aquellos que imponen estas normas se han embutido o han predicado con el ejemplo. No me imagino a los hombres de esta religión, vestir todo el día el burka y acatar el castigo por enseñar un centímetro de piel, de soportar temperaturas extremas en verano, y la falta de aire, o el olor derivado de la sudoración extrema, o ser el objeto de escrutinio extremo por parte de todo el mundo, o ser considerado menos o tener menos derechos que un animal. Estoy seguro que si los imanes que imponen estos yugos, los llevaran, abolirían inmediatamente estas absurdas leyes.

    En este país no deja de sorprender que nuestros políticos aprovechen asuntos como éste para buscar votos, aún a costa de contradecirse a sí mismos. Resulta hipócrita que un partido político recrimine la postura del contrario, cuando meses o años atrás, ese mismo partido propuso lo mismo.

    Este tipo de asuntos (y otros más vanales), son una oportunidad de oro para lanzar cortinas de humo, y que la opinión pública pase de un Gurtel, o una crisis, o una reforma laboral, a algo que a nadie le importó nunca lo suficiente, para que ahora sea lo más importante. Así de bobos somos y así nos manipulan.

    Quisiera añadir a todo lo anterior que, ciudadanos de mundo somos, y que cuando salimos a cualquier otro país, hemos de respetar sus costumbres y sus leyes. Por ejemplo, en los países islámicos clásicos, no podemos beber alcohol, y las mujeres no deben ir muy ligeras de ropa (incluso en el Vaticano no dejan). Si nosotros respetamos las normas de esos países que visitamos, ¿por qué en este país no respetan nuestras normas, e incluso nos obligan a acatar las suyas?

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